lunes, 21 de diciembre de 2020
Una historia navideña (Christmas story)
lunes, 14 de diciembre de 2020
Cuidarse
lunes, 7 de diciembre de 2020
La doble moral en la era victoriana
jueves, 26 de noviembre de 2020
Nuevos títulos
Horacio Pereira, el inventor de títulos para novelas (*), murió sin herederos. De eso no hay ninguna duda. Lo sabe hasta el Tato. Lo que ya no sabe todo el mundo es que, perdidos en una carpeta de su desván, dejó una buena colección de ellos. De herederos no, de nuevos títulos.
Tampoco es cosa conocida que Nicomedes Piernavieja, un editor de medio pelo, más aficionado a empinar el codo que a buscar nuevos talentos, había comprado la vieja casa de Horacio y tras apoderarse de su nutrida biblioteca y de beberse los restos de todas las botellas que encontró en el mueble bar y bajo el fregadero, también se apropió del negocio del antiguo propietario cuando, hojeando unas cuantas revistas viejas llenas de polvo, la mayoría de ellas de señoras en bolas, halló por casualidad la susodicha carpeta.
Allí, maravillado por su reciente hallazgo, junto a los ya conocidos títulos que se detallaron en su día, como La honradez de Marisa la pitonisa o El balcón de los geranios de Katmandú, se topó con otros más recientes:
Todos los sitios que visité (Memorias de un urólogo),
Cartas crueles: cuando la lascivia es arte (**),
El diácono sobón y sus acólitos impávidos,
La candidez de Beni Toboba Licón,
Bill Gates tiene un chip para ti,
El confesor caradura y las beatas maduras.
También halló el inicio de lo que podía ser una buena novela erótica. Todo el mundo sabe que lo más difícil es el arranque. Solo había que seguir tirando del hilo tras su comienzo esplendoroso:
Elena estaba harta de no comerse un colín y decidió cambiar de aspecto radicalmente.
En la clínica aquella le metieron en los morros medio kilo de silicona y se le puso boca de lechona lactante.
Luego le quitaron las bolsas de debajo de los ojos, parte de la papada y unas verrugas del dorso de la mano. Se lo metieron todo en un táper para que se lo llevara a casa.
Enseguida encontró novio. Se llamaba Cipriano.
Aquella tarde en el cine los labios de Elena se le ofrecían a Cipriano como una fruta madura. Cuando este la besó notó, además del olor a ajo, una potente erección no buscada y cómo todo el vello de su piel se erizaba en consonancia con su miembro enhiesto.
La epidermis de ella era suave como la de un melocotón y olía a esa mezcla de sudor rancio y deseo que emanan las mujeres enamoradas cuando son jóvenes y se lavan poco.
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(Continuará, tal vez)
(*) Véase el enlace a La Charca Literaria: https://lacharcaliteraria.com/horacio-pereira-vendedor-de-titulos/
(**) Véase el enlace a La Charca Literaria: https://lacharcaliteraria.com/cartas-crueles/ Este título se lo robó Horacio a Perico Baranda tras una noche que estuvieron los dos de farra por Barcelona.
lunes, 16 de noviembre de 2020
Guillermo Brown
martes, 3 de noviembre de 2020
A modo de despedida
Los que lo conocieron personalmente aseguran que Eusebio Castedo era un hombre serio, taciturno, poco dado a relacionarse con los demás. Decían de él que le gustaba la soledad y que era, por naturaleza o tal vez por vocación, de marcado carácter pesimista, antipático y tendente a la depresión.
viernes, 23 de octubre de 2020
Formación del Espíritu Nacional
martes, 13 de octubre de 2020
Cuando España era rural
A principios del siglo pasado, un 70% aproximadamente de la población española vivía en pueblos; mientras que sólo un 30% de los españoles vivía en ciudades. Esta proporción, aunque fue variando con el paso de las primeras décadas, se mantuvo siempre a favor de las áreas rurales.
Y la España que salió de la guerra era una España rural.
Un gran porcentaje de la población, más de la mitad, vivía todavía en pueblos y aldeas, dedicándose a la agricultura o al cuidado del ganado.
Aún no se había producido el éxodo masivo del campo a la ciudad que tuvo lugar después.
No es de extrañar por ello que muchas letras de canciones se llenaran de caballos, caminos polvorientos, campos llenos de flores, carros y carretas.
Canciones campesinas para una España rural o para aquellos que, viviendo ya en ciudades, añoraban la vida sencilla del campo.
Veamos algunos ejemplos:
cuando pasa por el puerto
caminito de Jerez.
(Mi jaca)
Estando de romería.
Mi carro me lo robaron,
Anoche cuando dormía.
¿Dónde estará mi carro?
¿Dónde estará mi carro?
(Mi carro)
A mi vaca le ha gustado.
Se pasea por el campo,
Mata moscas con el rabo.
Tolón, tolón.
Tolón, tolón.
(Mi vaca lechera)
Trota por la carretera
No detengas tu carrera,
Que lleguemos tempranito.
(Corre caballito)
en los espejos del río.
Y un toro la está mirando
entre la zarza escondío.
(La luna y el toro)
y un par de claveles al pelo prendío / lleva mi romera.
(Doce cascabeles)
A una cierva entre la verde jara él iba siguiendo.
Por los contornos de Andalucía
No había otro perro como mi perro,
Ay, qué bonito cuando saltaba
Tras de las liebres por el romero.
(Ay, mi perro)
y fueron dos verdes luceros de mayo
tus ojos pa mí.
(Ojos verdes)
con una varita de mimbre en la mano,
por una verea que llega hasta el rio
iba Antonio Vargas Heredia el Gitano.
(Antonio Vargas Heredia)
suenan las campanas de la madrugá
y salta a los montes la luna lunera
y a mi vera, vera te siento llegar.
(Pena mora)
Luego, a partir de los años sesenta, España se fue industrializando y las ciudades crecieron imparablemente. Iban llegando a raudales emigrantes de otros lugares del país. España cada vez era menos rural y más urbana. Se estaba transformando definitivamente: el sector primario se iba reduciendo en beneficio del secundario y del sector servicios. La llegada de capital extranjero con el fin del aislacionismo económico y cultural del régimen de Franco vino acompañado de profundas modificaciones en los gustos musicales. La canción popular basada en la copla fue desapareciendo o quedando arrinconada en reductos más tradicionales. Era el turno ahora de la canción juvenil, que empezó a irrumpir con fuerza de la mano de grupos de chicos de lengua inglesa que hacían furor entre la gente joven pues se sentían identificados con ellos: Los Beatles, Los Rolling, The Who, The Kinks. Y en España: Los Brincos, Los Bravos, Los Pekeniques...
Y la música popular se hizo urbana.
Y habitó entre nosotros.
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(Repesca y actualización de una entrada publicada en este blog el 20 de septiembre de 2010)
miércoles, 30 de septiembre de 2020
En el medio está la virtud
lunes, 14 de septiembre de 2020
El agujero
viernes, 26 de junio de 2020
Pausa estival
lunes, 22 de junio de 2020
Los doce mandamientos
—Claro, hombre, tampoco conviene pasarse... Once está mejor. ¿Y esto otro? : "No dirás falso testimonio contra tu prójimo."
—Muy importante. La mentira es uno de los peores pecados ante los ojos de Dios. O sea, de mí.
—Ah, vale. Que no debemos mentir, ni engañar, ni exagerar... Tampoco los sacerdotes, ¿no? No sé yo si al final te harán demasiado caso, porque los hay que mienten como bellacos; pero reconozco que la mentira es mala cosa y habrá que intentar eliminarla. Pero esto de... "Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo a Yahveh tu Dios; ninguna obra harás." O sea que el día que te dediquemos nadie hará nada, ningún oficio, tampoco médicos ni mercaderes... Todo cerrado. Todos en casa. Mi mujer no barrerá el suelo, ni cocinará para mí, ni tendremos trato carnal, ni ...
—Bueno, bueno... No te pases. Tampoco hay que exagerar. Quizá me emocioné un poco. No había caído yo en esas minucias. Lo podemos dejar en un "Santificarás las fiestas" y que cada uno se apañe como quiera.
—Me parece mejor así. ¿Y esto de aquí?: "Respetarás en igualdad al hombre y a la mujer, pues ambos son criaturas de Dios." ¿Tú sabes la que podemos liar ahí abajo, con esos zopencos acostumbrados a golpear a sus mujeres si no obedecen y hasta lapidarlas si les son infieles ?
—Pues no me había fijado en ello, oye. Bien mirado tienes razón. Mejor no tocar ese tema en profundidad. Ese también lo suprimimos como mandamiento. ¡Y basta, ya no hay más rebajas! ¡Diez mandamientos como diez soles!
—Creo que así está mejor, Yahvé. Diez siempre quedan mejor que doce. Dónde va a parar. Cuanto menos bulto, más claridad. ¿Mandas alguna cosa más? Séfora me espera para guisar la gallina.
—Moisés, no te pases con las confianzas. Y ahora ya te puedes ir; aunque, espera que te lo vuelvo a imprimir todo. No vas a llevarte eso que te dí con tachaduras, qué pensarían de ti... y de mí.
Y entonces, un rayo salió no sé de dónde y volvió a grabar en dos tablas de piedra, convenientemente colocadas en la ladera del monte, los Diez Mandamientos que Moisés llevó a su pueblo, no sin antes despedirse de la voz aquella y recoger el capazo con las ramas secas y un par de piñas para encender la lumbre de su casa, porque, a estas horas, su mujer tendría ya pelada y preparada la gallina en la cazuela. Y como era sábado sabadete... pues a lo mejor hasta había suertecilla y todo.
martes, 16 de junio de 2020
Todo mentira
Que Elena me engañaba con el urólogo lo descubrí por casualidad.
Él era mi médico desde hacía mucho tiempo. Se conocían ambos de las veces en las que fui a consulta acompañado por ella.
Una tarde, al volver antes de tiempo del trabajo, me di de bruces con su móvil. Sin querer se lo había dejado olvidado en el mueblecito de la entrada. Como destellaba una lucecita, lo cogí por si era algo importante para llamarla al fijo de su oficina. Y al abrirlo, inocente de mí, me encontré con el pastel: un mensaje insinuante y guarrindongo de mi médico esperando una respuesta de ella que no le llegaba.
Me quedé pálido como la cera, sin saber qué hacer. Y no hice nada. Lo dejé pasar para ver cómo reaccionaba Elena.
Pero eso fue un año después de la última vez que acudí a consulta, a recoger unas pruebas. En aquella ocasión había ido solo.
Mientras aguardaba en la sala de espera reparé en un enorme ficus de metro y medio que daba un tono de verdor al lugar; luego, más de cerca, comprobé que se trataba de una planta artificial. También me fijé en las litografías que adornaban las paredes, copias de cuadros famosos de Piet Mondrian y Kandinsky. Al estar enmarcadas y llevar un cristal protector le daban un aire mayor de autenticidad y categoría. Y es que el acabado es importante. Pensé en mi última novela a la que le faltaba un principio y un final contundentes que enmarcaran el contenido central, de momento bastante mediocre: una historia de amor, protagonizada por el propio autor, a la que no sabía qué final darle. Necesitaba también ese marco.
Salí aliviado de la consulta porque los análisis y el resto de las pruebas habían dado negativo. Lo de una posible patología, quedó en nada. Falsa alarma.
Pasaron los meses y llegó el día aquel en que descubrí que mi mujer me engañaba. Yo, por mi parte, me hice el loco. Eso sí, procuré blindar en el banco la parte de los ahorros que provenía de mi nómina y de la herencia de mis padres. Fui preparando el camino. Ya no teníamos relaciones íntimas y apenas nos dirigíamos la palabra. Un día ella me pidió el divorcio. Yo me hice el sorprendido. Me ordenó que abandonara inmediatamente la casa, pues era solo de ella. Me fui, pero no le facilité para nada la separación. Me negué a firmar nada. Que se buscara la vida, que se gastara los cuartos en ponerme una demanda. Me había engañado y ahora venía con prisas. Qué se había creído. Cuando se lo dije por teléfono, me colgó furiosa.
A las dos semanas volví a mi médico para las pruebas urológicas. Me tocaba revisión anual, pura rutina. No sé por qué después de lo ocurrido no cambié de especialista. Quizá porque estaba acostumbrado a él.
Nunca lo hacía, pero aquella vez quiso explorarme:
—Bájese los pantalones, abra las piernas y apóyese aquí. Es cuestión de un momento. Relájese.
Antes de darme la vuelta para someterme al tacto rectal, me pareció vislumbrar un extraño brillo en sus ojos y una leve sonrisa, casi una mueca, mientras se ponía un guante desechable y agitaba en el aire los dedos. Luego me aplicó vaselina.
Durante la exploración, para pasar el mal trago, me dio por pensar. Y pensé que todo lo que me rodeaba era falso: el primer diagnóstico del urólogo que quedó afortunadamente en nada, su sonrisa impostada, los cuadros que colgaban de las paredes, el ficus enorme... ¿Sería falso también el título universitario que destacaba en la pared de la consulta? Eso sí, estaba enmarcado y la madera parecía de buena calidad. Y ya sabemos que el marco hace mucho. De hecho, yo encontré el mío, porque gracias a que descubrí que Elena nunca sintió nada especial por mí, pude poner un final adecuado a mi novela.
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Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com
martes, 9 de junio de 2020
Escala de Richter
viernes, 22 de mayo de 2020
Tomates
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Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com
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lunes, 4 de mayo de 2020
El trabajo es un castigo de los dioses
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Texto publicado originariamente en La Charca Literaria.
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