jueves, 26 de noviembre de 2020

Nuevos títulos


Horacio Pereira, el inventor de títulos para novelas (*), murió sin herederos. De eso no hay ninguna duda. Lo sabe hasta el Tato. Lo que ya no sabe todo el mundo es que, perdidos en una carpeta de su desván, dejó una buena colección de ellos. De herederos no, de nuevos títulos.

Tampoco es cosa conocida que Nicomedes Piernavieja, un editor de medio pelo, más aficionado a empinar el codo que a buscar nuevos talentos, había comprado la vieja casa de Horacio y tras apoderarse de su nutrida biblioteca y de beberse los restos de todas las botellas que encontró en el mueble bar y bajo el fregadero, también se apropió del negocio del antiguo propietario cuando, hojeando unas cuantas revistas viejas llenas de polvo, la mayoría de ellas de señoras en bolas, halló por casualidad la susodicha carpeta.

Allí, maravillado por su reciente hallazgo, junto a los ya conocidos títulos que se detallaron en su día, como La honradez de Marisa la pitonisa o El balcón de los geranios de Katmandú, se topó con otros más recientes:

Todos los sitios que visité (Memorias de un urólogo),

Cartas crueles: cuando la lascivia es arte (**),

El diácono sobón y sus acólitos impávidos,

La candidez de Beni Toboba Licón,

Bill Gates tiene un chip para ti,

El confesor caradura y las beatas maduras.

También halló el inicio de lo que podía ser una buena novela erótica. Todo el mundo sabe que lo más difícil es el arranque. Solo había que seguir tirando del hilo tras su comienzo esplendoroso:

Elena estaba harta de no comerse un colín y decidió cambiar de aspecto radicalmente.

En la clínica aquella le metieron en los morros medio kilo de silicona y se le puso boca de lechona lactante.

Luego le quitaron las bolsas de debajo de los ojos, parte de la papada y unas verrugas del dorso de la mano. Se lo metieron todo en un táper para que se lo llevara a casa.

Enseguida encontró novio. Se llamaba Cipriano.

Aquella tarde en el cine los labios de Elena se le ofrecían a Cipriano como una fruta madura. Cuando este la besó notó, además del olor a ajo, una potente erección no buscada y cómo todo el vello de su piel se erizaba en consonancia con su miembro enhiesto.

La epidermis de ella era suave como la de un melocotón y olía a esa mezcla de sudor rancio y deseo que emanan las mujeres enamoradas cuando son jóvenes y se lavan poco.

__________

(Continuará, tal vez)

(*) Véase el enlace a La Charca Literaria: https://lacharcaliteraria.com/horacio-pereira-vendedor-de-titulos/

(**) Véase el enlace a La Charca Literaria: https://lacharcaliteraria.com/cartas-crueles/ Este título se lo robó Horacio a Perico Baranda tras una noche que estuvieron los dos de farra por Barcelona.




lunes, 16 de noviembre de 2020

Guillermo Brown


A estos libros les debo parte de mi afición lectora


Guillermo Brown. El incomprendido, el proscrito, el rebelde... ¿Podría añadir algo más al estupendo artículo que en su día hizo Javier Marías sobre este personaje cuyas peripecias pude disfrutar durante mi infancia y juventud? 

"Guillermo Brown, ¿quién de mi generación no leyó de pequeño las aventuras de este chaval? Guillermo era un especialista nato en meterse en todo tipo de líos, un "chafacharcos", vaya. Él y sus amigos, Enrique, Douglas y Pelirrojo, "conocidos bajo el nombre de los Proscritos", como dice la propia escritora en uno de sus relatos. Recuerdo que, poseído por un entusiasmo incontrolado, leía sus libros, los de la Crompton que yo creía del Crompton, en lugares inverosímiles. En una ocasión, llegué a hacerlo en un teatro, mientras los actores se movían por el escenario, representando alguna ficción a la que relegué al olvido sin pudor ni vergüenza. Lo mío era Guillermo y su pandilla. Eso y su enemistad con Humberto Lane, su eterno rival, y sus amigos. 
(...) 

Guillermo y sus amigos vivían en un pueblo de la campiña inglesa, en un ambiente burgués rural, de "buenas familias", de amas de casa metidas a benefactoras de la Humanidad, de reverendos anglicanos y de meriendas vespertinas, ajenos al mundo adulto que les rodeaba pero, inevitablemente, inmersos en él. De ahí sus trastadas, auténticos ataques, a veces furibundos, contra ese universo. El mismo nombre, Los Proscritos, que ostentaba la banda de Guillermo Brown, constituye toda una declaración de principios, de intenciones. Proscrito es sinónimo de desterrado, desterrados en un mundo de mayores, de costumbres rígidas y convencionales, a las que ellos, ley de vida, tratarán de oponerse a su manera. Unas veces de modo voluntario y consciente, otras de modo involuntario e inconsciente. Las diferencias generacionales son, pues, sus enemigos eternos y la principal fuente de desencuentros, equívocos y momentos jocosos de la mayoría de los relatos. Sin olvidar tampoco los enfrentamientos con los niños pijos, encarnados por Humbertito Lane y compañía. Pero hay muchos mas detalles, muchos más matices, en estas historias. Por ejemplo, ¿quién de sus lectores de entonces no hizo nunca la prueba de preparar aquel brebaje exquisito llamado agua de regaliz? Y ya en pleno interrogatorio, ¿quién no deseó alguna vez ser el dueño de un perro como Jumble? El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. 
(...) 

Según Fernando Savater, escritor y filósofo, quizá el éxito de las aventuras del proscrito en la España de la posguerra, fuera debido a que la represión franquista llevase a la juventud de aquellos momentos a identificarse con la postura díscola, rebelde y anarquista del niño inglés."

Pues eso: poco más que añadir. 
Somos muchos los que le debemos parte de nuestra afición lectora actual.

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http://www.javiermarias.es/2007/03/richmal-crompton-una-escritora-no-un.html

martes, 3 de noviembre de 2020

A modo de despedida


Los que lo conocieron personalmente aseguran que Eusebio Castedo era un hombre serio, taciturno, poco dado a relacionarse con los demás. Decían de él  que le gustaba la soledad y que era, por naturaleza o tal vez por vocación, de marcado carácter pesimista, antipático y tendente a la depresión.
            
Para los que tuvimos la suerte de contarle entre nuestros amigos virtuales, aficionados a las redes sociales, teníamos una imagen de él diametralmente opuesta: era divertido, ocurrente, siempre dispuesto a la broma, a los equívocos, a los juegos de palabras. Nos saludaba cada mañana desde su página de facebook con alguna imagen divertida, con algún pensamiento atrevido, con algún comentario jocoso. Siempre sacaba punta a cualquier cosa. En definitiva, nos solía alegrar el día.
            
Por eso, nos quedamos de piedra cuando recibimos aquel mensaje colectivo todos los que estábamos en su lista de contactos:

Eusebio Castedo ha fallecido a la edad de 67 años.
El entierro tendrá lugar, mañana día 3 de noviembre,
a las 11 de la mañana, en el cementerio de San Isidro de Madrid.
Hasta ese momento, el difunto permanecerá
en el tanatorio de Marqués de Vadillo.

Se conoce que algún familiar, que conocía las aficiones de Eusebio, se tomó la molestia de coger su móvil y comunicarnos el triste suceso.       
De no ser porque muchos estuvimos en el sepelio, acompañando a sus familiares, podríamos pensar que era otra broma de las suyas; pero no. Yo mismo tuve la oportunidad de verle en su ataúd, de cuerpo presente, a través de un cristal, todo rodeado de coronas, enviadas de aquí y de allá.  Eusebio Castedo había abandonado realmente este mundo para siempre.
Estuve en el tanatorio y en el cementerio al día siguiente. De no haber estado en ambos sitios, podría albergar alguna sospecha sobre su muerte, pero estuve allí. Insisto. Pude ver su rostro lívido tras la mampara, dentro de la caja, el ataúd, las flores, sus familiares compungidos… Y luego cómo lo depositaban en aquel hoyo, la losa encima, etc.
Por eso, un escalofrío recorrió mi espina dorsal, mientras sentía que todo el vello disponible del cuerpo se me erizaba cuando, al regresar a casa tras el entierro, y visitar aquella noche mi página de facebook, pude comprobar cómo entre los que le habían dado al “me gusta” de algo que hacía unas pocas horas había publicado,  figuraba el fallecido.  No puede ser, pensé. Debe ser una equivocación. Tal vez otro con el mismo nombre. Algún bromista. Nervioso como un flan pinché en su nombre que servía de enlace y me catapultó a su página, a su biografía, con su foto… Era él.

Eusebio Castedo falleció oficialmente a las tres de la madrugada del día 1 de noviembre de 2020, fue enterrado el 3 por la mañana y le dio al “me gusta” después de las cuatro de la tarde de ese día. ¿Cómo era posible? ¿Qué estaba pasando?
Mientras estupefacto asistía a tamaño prodigio, en la radio una canción de  Peret  decía:


Y no estaba muerto, no, no; y no estaba muerto, no, no.
Y no estaba muerto, no, no. Estaba tomando cañas, leré leré.
No estaba muerto, estaba de parranda.
No estaba muerto, estaba de parranda.

A partir de ese día el difunto no volvió a tener actividad en las redes; aunque el “me gusta” seguía ahí, inamovible.
Y es que algunos tienen una extraña manera de despedirse.

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Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com