lunes, 18 de diciembre de 2017

Percance


—¡Dios mío! ¡Se están saliendo! ¿Qué hago?
La expresión de terror, teñida con una sensación de angustia, brotaba de los labios de Adela, mientras Tomás la animaba a actuar sin dilación:
—¡Ciérralo! ¡No lo dejes abierto! ¡Lo estás poniendo todo perdido!
—Pesa mucho, Tomás. ¡Ayúdame! ¡Por lo que más quieras!
Y entre los dos lograron a base de esfuerzo, mover la tapa del libro y conseguir por fin cerrarlo. Ya no se saldría nada más. El problema era ahora qué hacer con toda la habitación llena de arena del desierto, beduinos por todas partes, la jaima encima de la cama y el camello que se había apoderado de la papelera y se disponía a comerse todo su contenido, mientras miraba a los chicos con un aire burlón.
—Cuando venga mamá—añadió Adela compungida— nos la vamos a cargar.
—La culpa es solo tuya. Te dije que no leyeras novelas de aventuras. Si me hubieras hecho caso, habrías elegido alguna rima tranquila de Bécquer. La del arpa, por ejemplo. Pero tú, erre que erre— ya conciliador—. Bueno, podría haber sido peor. Ni me imagino la que habrías liado si llegas a leer La canción del pirata. Anda, dame la escoba que barra un poco todo esto.
—¡Mira quién habla!— respondió su hermana algo más calmada—. El señorito que se puso a leer Veinte mil leguas de viaje submarino y lo puso todo perdido de agua. Menos mal que estabas en el baño, que si no…

lunes, 11 de diciembre de 2017

Hablemos de libros


Cuando era joven, casi un niño, tenía un tesoro en mi habitación: la estantería repleta de libros. Siempre oliendo a esa combinación de olvido, polvo, madera y papeles encerrados entre tapas satinadas.
Y en ella, cada tarde, algún ejemplar me esperaba para desvelarme sus secretos.

La lectura es un ritual, no exento de misterio, donde los lectores se aproximan a una realidad llena de paisajes, personajes y situaciones que, aparentemente, se les brindan en exclusiva.  Todo un mundo inexistente para los no iniciados, para quien contempla el libro desde fuera y no se atreve a acercarse y  sumergirse entre sus páginas.

Porque todo estaba allí: Guillermo Brown y sus incondicionales proscritos, Sitting Bull y las infinitas praderas, Ulises y la diosa Circe, los solitarios del océano, el escarabajo de oro y los misterios de la calle La Morgue, el Gun Club de Baltimore, los jinetes indios cabalgando a pelo sus monturas, las oscuras golondrinas de Bécquer, el avaro Scrooge, el plano del tesoro y un barco lleno de piratas…

Cuando cogía, por ejemplo, El árbol del ahorcado,  y echaba un vistazo a su interior, durante un breve segundo mi cerebro registraba una ensoñación, un espejismo: el movimiento vertiginoso de un remolino de arena típico de los desiertos….

Por eso, cuando cerraba de golpe el libro, un espeso muro de silencio y polvo  se levantaba en medio de la habitación, y quedaba allí, en el aire, flotando unos instantes,  como un ritual de seguridad que impedía el acceso a los intrusos.



Regalar un libro siempre es una buena opción. 

"Desde el laberinto" 
 Historias de ocurrencias, locuras y sueños. 


Para más información y reservas: geaberca@gmail.com 
UNO editorial: http://www.unoeditorial.com/portfolio/desde-el-laberinto/

lunes, 4 de diciembre de 2017

Un hombre independiente. Gabinete psicoterapéutico 4



Carlos del Monte, el líder independentista de Fridonia, tiene día y hora para una visita, concertada desde hace tiempo, con la doctora Ariadna, psiquiatra y psicoterapeuta. 

—¿A qué viene a consulta?

—A intentar liberarme de mis demonios. No me encuentro bien.

—Cuente usted. Empiece por el principio, por favor: su niñez, su familia, etc.

—Todo empezó en casa. La autoridad materna era muy fuerte. Se podría decir que tuve una madre castradora. Mi mamá me pegaba con la zapatilla por cualquier motivo. Una vez me la tiró a la cabeza, con tan mala fortuna que me dio en un ojo y desde entonces debo llevar gafas. También me daba capones y collejas. Tenía la cabeza llenita de cardenales y chichones. Por eso me dejé el flequillo, estilo fregona, que llevo desde niño, para disimular las marcas. ¿Ve usted?

—Sí, ya lo veo.

—Una madre sumamente violenta, casi como la policía del régimen fascista y opresor que manda en este estado autoritario llamado Leput, que coarta nuestras libertades y ...

—Bueno, no me monte usted un mitin, que esto es una consulta y no una asamblea de su partido.

—Disculpe. Es la costumbre. Es que a veces se me sube el ardor patriótico y me emociono. Ya sabrá usted que soy un defensor del independentismo.

—Sí, lo sé. En la tele no hablan de otra cosa. Siga usted.

—Pues lo que le decía, que mi madre era extremadamente autoritaria.

—Claro. Por ese motivo, posiblemente creció en usted un imparable deseo de irse de casa. Y su deseo emancipatorio, lejos de suavizarse con la distancia, se intensificó con el tiempo, ansiando independizarse absolutamente de todo.




—Así es. Primero me independicé de mi hogar familiar, de mi madre, que era la que mandaba. Mi padre era un pobre diablo sometido a la autoridad conyugal. También me independicé de familiares, vecinos y amigos de la infancia. No los soportaba, sobre todo a ese vecino gordito que insistía siempre para que jugáramos con él al fútbol. Y una vez que nos tenía convencidos, decidía por su cuenta la formación de los equipos. Y si no, se enfadaba y se llevaba la pelota. Oriol, creo que se llamaba...

—¿Tuvo usted alguna relación de pareja?


Sí. Incluso me casé; pero al cabo de un tiempo me divorcié. O sea que me independicé de mi mujer.  Más tarde me emancipé de mi casa. Dejé el piso de la Avenida de Gracia en el que había vivido doce años. Bueno, en realidad me lo quitó mi exmujer. Y aquello no me hizo ninguna “gracia”. Me independicé luego de mis hijos: me negué a pasarles la dieta de manutención que fijó el juez. Amenazaron con embargarme la nómina si no pagaba. Por eso, me fui de mi trabajo, para no pagar. Me despedí. Luego me metí en política, pero casi todo lo cobraba en negro, para evadir al fisco y al juez. Y una vez metido en política, ya solo me faltaba el último escalón: independizarme de este estado opresor que coarta nuestras libertades. Este estado de Leput es una madre castradora. Se podría decir que es una "leputa madre".


—¿Por qué dice que el país donde vivimos es una madre castradora?

—Porque pretende que además de fridonés me sienta leputí. Y no soporto la ambigüedad: solo fridonés, que por algo somos superiores. ¡Hala! Y al que no le guste, que le den por saco. 

—¿Cree usted que con la independencia logrará parar alguna vez esta deriva suya tan delirante?

—No lo sé. Igual luego sigo y me independizo de Europa.

—Bueno. Por mí no se corte; pero, a tenor de las últimas noticias, se podría decir que Europa es la que pasa precisamente de ustedes. Ningún país les reconoce.

—Eso es cosa de la prensa manipuladora. Todo mentira. Y si fuera verdad, pues entonces me mato y me independizo del mundo. ¡Hala!

—No se desespere, que aquí estamos para ayudarle. Tenga esta receta. Se toma usted un comprimido en cada comida y dentro de un mes vuelve por aquí a ver qué tal le va.

—Vale. Seguiré el tratamiento; aunque no sé si volveré o me independizaré también de este gabinete. Porque usted es leputí ¿verdad?

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Nota: la doctora Ariadna es un personaje de "Desde el laberinto". Por su gabinete psicoterapéutico desfilan personajes diversos, todos en busca de una cura para sus males.
Consultas anteriores publicadas en el blog:
http://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2015/12/la-psicoterapeuta-un-cuento.html
http://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2015/12/la-psicoterapeuta-segunda-parte.html
https://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2016/12/gabinete-psicoterapeutico-2.html

lunes, 27 de noviembre de 2017

Profesionales

Viejo portal de la Calle del Pez (Madrid)


Publicado originariamente en La Charca Literaria


Un viejo inmueble, de esos de techos altos y escaleras vetustas de madera que crujen al pisarlas, en una calle del centro de Madrid. En la puerta, el clásico cartel grabado con sutileza en el cristal esmerilado, solo que es ilegible, puesto que el manitas de turno, en realidad un cuñado en paro del detective Elías Gómez, pensó que, escribiéndolo “al revés” desde dentro del despacho, permitiría la lectura correcta desde fuera, en vez de rotularlo al derecho desde fuera, que sería lo más lógico y, sobre todo, lo más fácil. 



Los que pretenden leer el rótulo desde fuera han de echar imaginación al asunto para descifrar su contenido porque poner las palabras al revés por dentro sin voltear también  las letras no posibilita de ninguna manera su lectura correcta.

O sea: ilegible el rótulo por dentro y por fuera.
Porque hay dos caminos para hacer las cosas: el lógico y el complicado. Y Ceferino Sardón, el cuñado de Elías Gómez, era de los que siempre elegían el complicado. Todo un genio.

Lo primero que llama la atención a cualquiera que osa traspasar esa puerta -tras intentar descifrar infructuosamente lo que pone en el rótulo-, es que dentro solo hay una persona, un solo detective. Lo segundo es el olor rancio. Esa mezcla de tabaco, puchero casero, escasa ventilación y muebles viejos. Una forma un poco repulsiva de dar la bienvenida a los que se deciden contratar los servicios de un profesional de la investigación.

-Buenos días, señor… ¿Zemog? ¿No será usted judío? 
-Elías Gómez para servirle. Buenos días ¿Qué desea? 
-Vi su anuncio en la prensa y decidí venir para contratar sus servicios. 
-Usted dirá. Soy todo oídos. 
-Pues resulta que perdí mi perrita, un encanto, de raza fox terrier, y por más que busco y pregunto no doy con ella. Vivo en un apartamento a dos calles de aquí y la perra es mi única compañía… Pero una fatídica distracción ayer al comprar el periódico y, cuando quise darme cuenta, al otro extremo de la correa ya no estaba ella. Seguro que me la han robado. 
 -Ya, comprendo. ¿Tiene usted alguna foto? ¿Estaba en celo cuando la extravió? También preciso documentos que acrediten su pertenencia, cartilla de vacunación, etc. Cualquier cosa que nos oriente en la búsqueda. Es muy conveniente. Antes, algunas cuestiones de rigor. Sería para mí de gran ayuda saber por ejemplo si tiene usted alguna deuda pendiente con alguien. Ya sabe… dinero, facturas sin pagar y todo eso. Algún enemigo. Alguien que quiera hacerle daño. No sé. Tal vez algún vecino harto de pisar cacas de perro o cansado de los ladridos. Los perros son jodidamente latosos y no todos comparten su amor hacia ellos ¿Ha preguntado en los restaurantes chinos de alrededor? Ya sabe que la carne de perro es muy apreciada… Lo siento. No era mi intención lastimarle. Tenga un pañuelo. Desahóguese. Eso ayuda. Bueno, mejor no pregunte en los restaurantes chinos. Ya me encargaré yo. 

El detective saca un viejo cuaderno y hace unas anotaciones. A continuación espeta al nuevo cliente:

 -Tendrá usted que dejarme un depósito de 350 euros como provisión de fondos. Espero que sea suficiente de momento. Tráigame cuanto antes, hoy mismo, todo lo que le pido y deje el asunto en mis manos. Haremos lo que podamos. Llamaré a mi socio para que empiece la búsqueda de inmediato. Confíe en nosotros. En cuanto sepa algo, me pondré en contacto con usted. 

Nada más salir el cliente, Elías coge el teléfono y marca un número. 

-¿Ceferino? Oye, prepárame la fox terrier para mañana al mediodía. Sí, sí. Ya vino su dueño. Todo bien. Sí. Dime. No, el dueño del bóxer todavía no ha dado señales de vida. Pero debe estar al caer. Por algo somos la única agencia del barrio. ¿Cómo? ¿Que el del quiosco quiere que le subamos la comisión a 30 euros por cabeza por entretener a los clientes? ¡Será mamón, el tío! Bueno, ya hablaré con él. Venga, lo dicho. Hasta mañana entonces.


martes, 21 de noviembre de 2017

El traje del abuelo


El abuelo siempre llevaba traje. Pero no un traje cualquiera. Uno especial. Con chaleco y reloj de bolsillo. Jamás le vi en camisa o en marga corta. O al menos no lo recuerdo.  El traje de mi abuelo formaba parte de su anatomía. Vivía con él. Comía con él. Creo que hasta dormía con él.  Mi abuelo y su traje habían firmado una especie de acuerdo de permanencia recíproca, un contrato de eternidad. Estaban soldados el uno al otro. No me lo imaginaba de visita al médico y que le dijeran eso de “desnúdese”. Me resultaba imposible visualizarlo. Tan imposible como imaginar a alguien sin piel.
Y con su traje salía de casa para dirigirse al banco, al Círculo Mercantil, al quiosco o al bar de la esquina…

—¡Los iguales para hoy! Buenos días, don José. Mire qué número tan bonito llevo—. Le saludaba el vendedor de cupones.
Deme uno, a ver si hay suerte. Pero ande, tómese algo. A ver, Miguel, ponle a este hombre algo de beber.
Gracias, don José.

Lo suyo era invitar a todo el mundo.
Siempre llevaba consigo una especie de carterita de piel con sus papeles. Y en los labios un esbozo de canción en forma de algo parecido a un silbido, aunque silbar no era lo suyo… Como mucho, emitía una especie de soplido fino que pretendía ser silbido.

Buenos días, don José— le saludaba el limpiabotas en la entrada del bar— ¿Le paso un poco la gamuza a los zapatos?
Hoy no, Antonio, que ya los traigo limpios de casa. Pero tómese usted algo. A ver, niño, ponle a este hombre algo de mi parte. Y a mí, un café con leche.
Muy amable, don José. Se agradece.




Otro día le dice al camarero:

Miguel, hoy vengo con dos de mis nietos de Madrid. Allí tengo nada menos que siete. A este ponle un plato de aceitunas. Al mayor, bonito con mayonesa. A mí, un rioja y una tapa de queso. 
—Marchando, don José. ¿Y a los niños que les pongo de beber?
Ponles dos cervezas, pero cortitas.

Y así siempre.
Un día el abuelo se nos fue.
Muy serio y callado parecía decirnos a todos adiós, allí desde su caja de madera.
Se despedía de nosotros…  con el traje de siempre, el de todos los días.

martes, 14 de noviembre de 2017

El gran Julio


Julios de prestigio  hubo muchos en la historia: Julio César, Julio Cortázar, Julio Verne. Hoy hablamos del escritor francés...

Sí, me refiero al que siempre estuvo disponible, como un inseparable amigo, durante esos años de infancia y juventud. El que me ayudaba a conciliar el sueño cuando me iba a la cama, el que me entretenía las largas tardes de invierno mientras caía la lluvia tras la ventana, incluso el que me acompañaba sin una queja cuando tuve que guardar cama en alguna ocasión por motivo de una enfermedad pasajera. 

Nunca me falló. Y recibí mucho a cambio: el placer de la lectura, participar en aventuras y viajes imposibles contrarreloj, disfrutar de las peripecias de personajes como Phileas Fogg, el profesor Lidenbrock o el Capitán Nemo, luchar contra animales prehistóricos, dar la vuelta al mundo en 80 días, pelear contra los piratas próximos al faro del fin del mundo, viajar a la Luna, sumergirme en las profundidades del océano a bordo del Nautilus, descender hasta el corazón mismo del planeta introduciéndome por el cráter del Sneffels e internándome por ese dédalo de oscuras y frías galerías…



Con este escritor podía viajar, traspasar fronteras, visitar países y gentes sin ayuda del televisor y sin moverme de mi casa. Porque para eso estaba el globo, protagonista de más de una novela, que me servía para alejarme del mundo prosaico y anodino que me tocó vivir en aquellos días sin libertad, en una España plomiza, gris, llena de prohibiciones. Una España en blanco y negro, como la tele o el Nodo de aquellos tiempos terribles…Y la lectura obraba el milagro de trasladarme a otros remotos lugares, llenos de islas fantásticas, enemigos despiadados, animales salvajes, expediciones peligrosas. Y así, con la ayuda del globo, conseguir evadirme, elevarme, alejarme y, de mano de  vientos favorables, poder llegar a tantos sitios sin necesidad de pasaporte ni de aduanas. El mundo, con todas sus maravillas, quedaba al alcance de mi mano.

martes, 7 de noviembre de 2017

Sirenas




Hijas de Calíope y de Aqueloo, híbridos de mujer y ave, ninfas del agua, de canto mágico, su música llegaba directamente al corazón de los que se aventuraran por el mar. Según la mitología tradicional recogida por la Odisea, se trataba de seres fabulosos que habitaban en el estrecho de Sicilia. El que oía el dulce canto de las sirenas estaba perdido irremediablemente, porque estos monstruos atraían a los incautos hacia las rocas, donde encallaban o se estrellaban con sus naves y eran ahogados o devorados.

Ulises, advertido por la diosa Circe, quiso oír el dulce y letal canto. Obligó a sus marineros a que se tapasen los oídos con cera y que a él lo amarraran al mástil mayor del barco. Cuando atravesaron la zona donde estaban las sirenas y la melodía comenzó a surgir con su poder hipnótico y fatal, Ulises pidió a los suyos que lo desataran, pero éstos no lo podían oír. Gracias a esto salvó su vida.

Posteriormente, el imaginario colectivo dotó a estos seres de cola de pez y de gran belleza. Es decir que de monstruos alados, peligrosos y terribles se convirtieron en hermosos seres delicados y gráciles. Muchos pescadores solitarios sueñan todavía con pescar en alta mar una bella sirena que les proporcione compañía y solaz. Aunque dudo mucho de que les pueda servir de alguna utilidad dada su condición de “semipez” o de “semimujer”, según se mire. En todo caso, una situación engorrosa.

Sean animales alados o con cola de pez, oír cantos de sirena no vaticina nada bueno.

Hay sirenas hoy entre nosotros disfrazadas de padres de la patria (la grande, la mediana y la chica), de personajes influyentes, de políticos incorruptibles… que intentan llevarnos a la perdición para que nuestra nave se estrelle contra las rocas de los farallones y los acantilados y después hacerse con nuestros despojos y devorarnos impunemente.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Carta para enviar desde el otro lado de la valla


Cuento publicado el 2 de noviembre de 2017 en La Charca Literaria


Querida familia: espero que por la presente os encontréis bien de salud. Yo, dentro de lo que cabe, aquí estoy bien, relajado, tranquilo, sin los sobresaltos a los que estaba acostumbrado en los últimos tiempos, siempre estresado, angustiado por esto, por lo otro.  Ahora tengo tiempo para mí, para pensar, para hacer memoria, para reflexionar sobre lo humano y lo divino.

Desde el otro lado de la valla las cosas se aprecian de otra manera. Aunque no acabe de acostumbrarme a estar aquí, no voy a quejarme.  No sería justo.

Como sabéis, me vine por propia voluntad, porque las cosas se estaban poniendo allí muy difíciles. La crisis, la falta de trabajo, mi fracaso personal con aquella mujer, la separación… Me costó mucho trabajo tomar esa decisión. No fue fácil: dejar toda una vida para emprender un camino incierto sin saber lo que te espera al otro lado. Porque se cuentan cosas, pero siempre te queda la duda de si serán o no verdad.

Lo malo de todo son los cambios. Acostumbrado a un país donde el bullicio, el hablar alto y la luz son sus señas de identidad, no me resulta fácil habituarme a otra realidad que supone en la práctica vivir en un riguroso silencio y donde la luz se te escatima. Aquí todo es muy tranquilo. Nadie te molesta a horas intempestivas…

Os echo de menos. Aquí me encuentro bastante solo. El lugar donde vivo es pequeño, húmedo, frío, silencioso…  Demasiado, tal vez. Lo peor de todo es que no me acostumbro a dormir en un lecho tan duro. No me resulta cómoda la caja de madera de pino donde reposo ni pasar las veinticuatro horas del día bajo tierra, mientras las bacterias y los gusanos siguen haciendo su trabajo, ajenos a todo.

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Texto publicado originariamente en  "Desde el laberinto", cedido hoy a La Charca Literaria.

jueves, 26 de octubre de 2017

Cuento



Científicos norteamericanos han llegado a la conclusión de que muchos delincuentes actuales no habrían llegado a serlo si, cuando eran niños, sus educadores hubieran utilizado técnicas pedagógicas modernas... 

Como la silla de pensar.

—Fulanito, ¿qué has hecho? No se tiran piedras a las viejecitas. ¡Castigado a la silla de pensar!
—Menganita. Está muy feo que insultes a tus profesores. ¡A la silla de pensar!
—Zutanito, no se tira la dentadura del abuelito a la taza del váter. ¡Vete inmediatamente a la silla de pensar!

El mundo actual sería mucho mejor si hubiéramos utilizado a tiempo esta y otras técnicas…

—Lo que has hecho ha estado muy mal. Así que…  castigado.  Vete a la silla de pensar.

Y  se fue a la silla.

Pero ya era tarde.
Por eso, cuando Aaron Tanner, de treinta y ocho años de edad, estuvo convenientemente sentado y preparado, el responsable del asunto accionó la llave permitiendo que dos mil quinientos voltios circularan de golpe por el cuerpo del condenado a muerte.

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P. D.: el autor de este cuento es contrario a la pena de muerte. Solo que, esto de la silla, da que pensar.

domingo, 22 de octubre de 2017

La Ignorancia


Inicios de 2015: se estrena un nuevo proyecto cultural de la mano de Javier Herrero, una revista de creación a la que se le da el nombre de “La Ignorancia”

http://www.lapublicidad.net/descubre-la-nueva-revista-digital-la-ignorancia/ 

En el enlace de arriba se habla precisamente de ella, con motivo de la aparición de su número CERO, que tiene connotaciones de inicio, semilla, punto de partida u origen de algo: 

“Además de una extensa entrevista al músico Charles Lavaigne, incluye un dossier con el Cero y sus ideas derivadas, en el que ha participado una buena cantidad de colaboradores, entre los que hay físicos, filósofos, poetas, ilustradores, fotógrafos, actores, artistas, diseñadores… 
Además, la revista reserva una sección fija para las reseñas de novedades literarias, de ensayo, ilustración, cómic o cine. Para terminar, se recupera la antigua costumbre de publicar novelas por entregas, y en su número de presentación, la revista empieza con la primera parte de dos novelas, “El sueño de la gacela derribada por el león”, de Antonio Pastora y “La historia del Niño Cabrón que siempre decía NO”, cuyo autor es el propio Javier Herrero. 
La periodicidad de la revista será bimensual y variará el tema del dossier en cada número, así como el mismo diseño de la revista, que quiere ser creativa hasta en su puesta en escena. Accesible para todo tipo de públicos, y de forma gratuita, Javier deposita toda su ilusión en este nuevo proyecto y desde El Periódico de la Publicidad le deseamos mucha suerte.” 

Enlace al número nueve

Como se puede leer en su página de Facebook, se trata de una “revista cultural, colaborativa, temática y gratuita. Cada estación, un nuevo argumento centra las ocurrencias de los participantes de esta publicación.” 
Géneros diversos: ideas, opinión, literatura, música, cine, arte, fotografía, poesía… Todo ello enmarcado dentro de un diseño gráfico de gran calidad, con una cuidada maquetación y un indudable buen gusto estético. 

Este es su enlace de Facebook: https://www.facebook.com/laignoracia/ 

Este otro es el enlace a la Revista: http://www.laignoranciacrea.com/ 

Enlace al número 16 dedicado al ruido

Y aquí podrás encontrar los números disponibles hasta la fecha. : http://www.laignoranciacrea.com/portfolio/


domingo, 15 de octubre de 2017

Un hombre imprescindible


No hay animales más inmundos que las rastreras y sucias cucarachas…
En la sección de personal, el engominado cuarentón, encorbatado y estirado, obediente y servicial, embadurnado de colonia y after shave de supermercado, esboza una forzada sonrisa ante su jefa y asiente con la cabeza. Comunicará las órdenes a los empleados.
Al despedirse, sólo le ha faltado cuadrarse y hacer una reverencia. Silencioso y servil, avanza cauteloso y desapercibido con su traje oscuro por el pasillo hacia su cubil y allí frente al ordenador preparará el escrito con los ajustes que afectan a los trabajadores de la empresa.
Son lentejas. Y lo que decide la superioridad no se discute.

La mantis de la oficina, Brenda, la Directora de Finanzas, la que te saca el jugo y luego te devora, la que te exige y te da órdenes de forma amable mientras te hace tragar algún sapo, alguna medida que caerá sobre ti o sobre los empleados de menor categoría que tú: esos pulgones que serán aniquilados de forma inmisericorde porque “así lo requiere la planificación de recursos humanos de la empresa, según los objetivos planteados a medio plazo en lo referente a la optimización de beneficios.” Es decir: despido objetivo, más gente en la cola del paro, empleados desechables, de usar y tirar. Al fin y al cabo nadie es imprescindible. Tú tampoco.

La jefa es una hembra de rompe y rasga; fría y calculadora; esbelta, atractiva y seductora; segura siempre de sí misma; de bellos labios rojos, con esa fragancia de perfume caro y esa blusa modelando sus sinuosas formas… Y él, su hombre de confianza en la empresa.
La jefa era la mantis y él, el jefe de recursos humanos, la sabandija rastrera y salida, el hombrecillo gris obediente, sigiloso y siniestro, incapaz de enfrentarse a ella, siempre arrastrándose a sus pies, lamiendo sus zapatos,  esperando la palmadita en la espalda: porque a fin de cuentas él es la persona de confianza, el hombre necesario, “para que la empresa siga a flote, porque esto es un barco donde sus tripulantes tienen un cometido para que no haya un naufragio y que el barco se hunda con todos dentro, etc., etc.”

Y al fin y al cabo qué mejor que una cucaracha para hacer el trabajo sucio.



martes, 3 de octubre de 2017

Poseído


Mi nueva aportación a La Charca Literaria


Me tomo unos días libres. Tengo que meditar sobre el tema.
Os dejo en buena compañía.


Me llamo Antonio Mollinedo, pero no sé bien quién soy.
Mi cuerpo ya no me pertenece. Me di cuenta enseguida aquella fatídica mañana cuando fui al baño. Es sabido que todos tenemos nuestro olor característico. Al asearme me percaté de que los efluvios que emanaban de mis sobacos no eran los de siempre. Hasta ese día, mi olor corporal era un leve aroma, poco concentrado, suave, nada molesto. Ahora era muy distinto: mucho más rancio, más agrio y fuerte. No era el mío.
Mi cuerpo parecía estar siendo suplantado por un intruso invisible.
Me sentía mal. Una especie de vacío existencial se fue apoderando de mí.
Las dudas se convirtieron en certeza cuando me vi desayunar. No era yo el que desayunaba, sino un hombre hambriento, grosero y desaforado que engullía a toda velocidad tazas de café y montañas de tostadas con mantequilla y mermelada.
El chorretón generoso de brandy en el último café, que me serví maquinalmente como si se tratara de un ritual cotidiano, vino a confirmar mi sospecha: yo era abstemio, por lo tanto alguien se había apoderado de mi cuerpo y lo manejaba a su antojo. Cogí el periódico de la mañana y no entendí el gesto mío al saltarme las noticias importantes del día para ver los resultados de los partidos del fin de semana, la quiniela ganadora y la foto de la chica ligera de ropa que solía venir en la penúltima página, sin percatarme de que aquel no era un diario deportivo.
Luego me dispuse a salir a la calle. Entré en el ascensor y pegué el chicle en el botón del bajo. Cogí el coche y me dediqué a insultar a todo el que se me ponía por delante. Aparqué de cualquier manera en el parking, ocupando dos sitios en vez de uno.  Antes de bajar, vacié el contenido del cenicero en el suelo. En el trabajo discutí de fútbol con todo el mundo. Yo, que siempre odié el fútbol. Esa misma mañana, por un comentario que no me gustó, me cagué en el padre del jefe y le tiré los informes a la cara. “¡Está usted despedido!” Le oí gritar mientras, levantándome enfurecido del sillón, pegaba una patada a la papelera que se interpuso en mi camino.
Me quedé sin trabajo y mi mujer me abandonó.
Caminaba hacia el abismo.
¿Quién era yo? ¿En qué me había convertido?
Acudí al médico, al psicólogo, al psiquiatra. No encontraron solución a mi problema. Sólo se empeñaban en inflarme a pastillas o en torturarme haciéndome preguntas, indagando en mi pasado las posibles causas del trastorno que me aquejaba. Recurrí a la cartomancia, a la quiromancia, visité incluso a un sacerdote experto en exorcismos que no logró expulsar al diablo que, según él, habitaba en mí.
Estaba desesperado.
Decidí poner fin a mi vida, una vida que no me pertenecía. Me dirigí una noche al barrio de peor fama de la ciudad y desafié al grupo de matones que fumaban porros en la puerta de aquel tugurio. Después de pegarle un cabezazo en la nariz al más grande de todos, les dije: “Yo, desarmado, y vosotros no tenéis ninguno cojones de acabar conmigo.”
Me nombraron jefe de la banda.

Una nueva vida se abría ante mí, la que realmente me correspondía.


Texto publicado en La Charca Literaria