sábado, 28 de diciembre de 2019

La Sagrada Familia


Amenaza inminente de derrumbamiento en La Sagrada Familia. 

Según la opinión de técnicos solventes, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, obra cumbre del arquitecto Gaudí, está afectado por aluminosis, una enfermedad propia de edificios que usan materiales poco recomendables es su contrucción. 

La aluminosis es una patología del hormigón, que se vuelve más poroso y menos resistente. Por desgracia es algo bastante frecuente en climas marítimos con ambientes salinos. A esto hay que añadir la responsabilidad de las empresas suministradoras de materiales de construcción, la mayoría ubicadas en Barcelona, que sitúan en primer lugar la obtención de beneficios por encima de la idoneidad de los materiales suministrados. 

Si antes las obras del AVE amenazaban seriamente con afectar la cimentación del templo barcelonés, ahora el peligro viene de su propia estructura. Según expertos consultados, el problema es muy grave e inmediato por causa de los deficientes materiales utilizados en la construcción de la famosa obra.

La Generalitat catalana ha convocado para el próximo lunes día 30 una reunión extraordinaria para debatir las medidas urgentes a tomar ante esta catástrofe sin precedentes en la historia del patrimonio artístico catalán.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Por el sumidero



No hace falta subir al Himalaya, ni atravesar los océanos, ni recorrer de cabo a rabo la muralla china, para comprender que en cualquier recodo cercano podemos dejarnos jirones de piel o del alma en el intento, por el mero hecho de existir.

La vida es peligrosa por ser vida. Desde el momento en que sales de casa  -incluso si no sales- estás en grave riesgo de ir perdiendo por el camino pedazos de ti. Es un viaje peligroso. De él nadie saldrá vivo.

Caminas despreocupado, sin darte cuenta de que en cada meandro, en cada recoveco, en cada ocasión que se presente, nos vamos dejando por el camino fragmentos de los que somos y de lo que fuimos, retales de vida, jirones de nuestra existencia… Tan frágil siempre.

Y esos pedazos perdidos jamás se recuperarán.
Y de esta forma, segundo tras segundo, día tras día, se irán por el sumidero del tiempo, como el agua desaparece por el desagüe, girando alocadamente como en un torbellino, recortes de nuestro yo, hasta acabar desapareciendo.



sábado, 14 de diciembre de 2019

El fantasma del Parador de Turismo



Todo castillo que se precie ha de tener un fantasma. Y aquel Parador de Turismo, que otrora fue castillo, no podía ser una excepción. En el caso que nos ocupa, el espectro era la doliente sombra de don Bermudo, un antiguo conde que fue mandado emparedar por don Guzmán de Uribe, marqués del Silo Seco, allá por el siglo XI.

Al parecer, el conde se beneficiaba a Veremunda, la señora del lugar, en ausencia de su marido, quien de vez en cuando se enfrascaba en batallas que le hacían estar lejos de su morada algunas temporadas, sobre todo cuando hacía buen tiempo y el exceso de testosterona propio de la edad le llevaba a buscar el natural desfogue fuera de casa mediante el uso de las armas, descuidando lo que dejaba en su hogar. El caso es que una buena mañana los tortolitos fueron pillados in fraganti dándose un homenaje en la torre del ídem. Y el noble fue condenado a morir de hambre y de sed, desnudo y con grilletes,  confinado en una lóbrega mazmorra excavada  en los sótanos, sin más compañía que los grandes bloques de piedra que hacían las veces de bocadillo. Y él era el fiambre en este emparedado macabro.

Y durante siglos, el fantasma del conde vagó errante por las galerías del lugar, un castillo medieval que, con el tiempo, fue reconvertido en Parador de Turismo, para admiración de lugareños y solaz de visitantes. Aunque era difícil dar con él porque, discreto y silencioso, solo salía por las noches cuando todos dormían. El motivo de sus paseos no era otro que redimir su condena y lograr el descanso eterno tras cumplir su misión: dar con un descendiente para relatarle los hechos tal como acaecieron, porque de sus efusivas muestras de amor hacia Veremunda nació un varón que, por razones de discreción y con el fin de no hacer un ridículo espantoso, el amo del castillo tuvo que reconocer como propio, máxime cuando no fue capaz de conseguir otra descendencia. Y la gente, que era muy dada a cortar trajes, comenzaba ya con habladurías sobre su presunta incapacidad.
            
Así que don Bermudo andaba de aquí para allá, errante y desazonado, buscando cada noche en el listado del registro de clientes el nombre de un posible descendiente.
Hasta que dio conmigo.
            
Sí, amigos. Yo soy Bernaldo de Uribe, último sucesor directo del marqués del Silo Seco. Precisamente me alojé unos días en el Parador porque sabía que aquellas piedras habían servido de morada a mis antepasados. Eso creía entonces, hasta que el fantasma me contó la historia. Y lo hizo en el salón de armas, una noche que no podía dormir y acudí allí en compañía de un libro:
            
—¡Bernaldo de Uribe! —me dijo con voz cavernosa aquella sombra que apareció de repente al fondo del salón, atravesando las paredes como si fueran de mantequilla, dándome un susto de muerte—. Y me imagino que de los Uribe del Silo Seco. ¿Me equivoco?
—No, no se equivoca —respondí asombrado por la repentina aparición de aquel anciano de barba blanca y vestimenta parecida a la de un monje de otros tiempos—. ¿Quién es usted?
—Antes de contarte quién soy, voy a relatarte una pequeña historia…
            
Y aquella aparición procedió, con pelos y señales, a ponerme al corriente de todo lo que aconteció en aquellos bárbaros tiempos. Y según narraba, yo iba abriendo la boca y los ojos cada vez más, atónito, estupefacto…. Al principio dudé de sus palabras, pero era tal la cantidad de información que me estaba suministrando que me convencí, muy a mi pesar, de que todo lo que decía era la pura verdad. Ese estrafalario vejestorio era realmente mi antepasado, el que engendró un hijo que pudo perpetuar la saga familiar  hasta llegar a mí y al que en definitiva le debía el hecho de estar vivo. 
            
Cuando me incorporé para abrazarle, se desvaneció en el aire como una bocanada de humo. Era la prueba definitiva de que estaba ante un fantasma. A partir de ahora ya podría descansar en paz. El fantasma, no yo. Yo no pude pegar ojo en toda la noche. Compréndanlo. En unos minutos había descubierto que mis antepasados fueron otros. Y lo que es más grave, me habían degradado de marqués a conde.

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Relato perteneciente a "Ida y vuelta", libro en pdf que te puedes descargar gratuitamente en el siguiente enlace:
https://drive.google.com/file/d/1qaq_V-Mh9yR5hql9k_9sIwHXYPxTgJ-R/view