—¿Has envuelto
el regalo para la señora Lucía?— dijo mi madre en voz baja, mientras mi padre
roncaba portentosamente con el sonido del televisor como ruido de fondo.
—Sí, ya lo
tengo preparado.
En mi casa era
una ceremonia diaria hacer una larga sobremesa tras la comida, sentados todos
en el sofá de cuatro plazas, mientras veíamos los anuncios de la tele y mi
padre echaba su habitual cabezada con la boca abierta.
—Este canal es
un rollo —dijo Margarita—. Voy a cambiarlo. Apenas ponen anuncios.
Margarita era
mi hermana, la pequeña de la casa, con la cara salpicada de pecas, cabello pelirrojo recogido en dos trenzas, con ese aspecto de niña traviesa al estilo
de Pipi Calzaslargas.
Sí, en mi casa
era una costumbre, casi un ritual, ver los anuncios de la tele mientras
hacíamos la sobremesa tras la comida y mi padre roncaba como un poseso. Entre
pedacito y pedacito de programa, la mayoría de los canales emitían publicidad
en dosis masivas. También era una costumbre pelearme con mi hermana
aprovechando que el cabeza de familia estaba ausente en brazos de Morfeo:
—No digas tonterías,
Margarita —le respondí—. Todavía no han terminado los anuncios de este y tú ya
quieres cambiar de canal. Por cierto, ¿cuándo vas a dejar de tomar el sol en la
cara con un colador?
—Jajá. Mira el
listo, que le han quedado cuatro asignaturas esta evaluación. Y viene dando
lecciones.
—Niños, dejad
de alborotar, que como se despierte vuestro padre os va a dar para el pelo. Y
tú, Margarita, dame el mando que, cuando acaben estos, pondré los de la Cinco.
Creo que ya lo
dije. En mi casa había tres deportes favoritos: pelearnos mi hermana y yo,
roncar mi padre tras la comida y ver anuncios. ¡Ah! Se me olvidaba. También
había otra afición: hacer regalos. Lo nuestro era compulsivo. Veíamos los
anuncios de la tele y después desde el móvil hacíamos el pedido de lo que nos
gustaba y a qué personas íbamos a regalar lo comprado. Todo cómodamente a
través de una aplicación que nos habíamos bajado. Y pudiendo pagar las compras a plazos. El pedido podría tardar en llegar a nuestro domicilio un par de días.
Y el mando de la tele siempre acababa en manos de mi madre. Era ella quien, al
final, seleccionaba el canal de anuncios que debíamos ver. Era quien mandaba:
Señora, no deje pasar esta oportunidad: compre
una docena de bragas Verónica y le regalamos un libro de Saulo Moelho, el
escritor de moda.
Para el caballero, este elegante chaquetón estilo
"paletó" a lo Fernando VII. Con él se sentirá el rey de la casa.
En ese momento
se despertaba mi padre con la lengua estropajosa haciendo extraños ruidos o
chasquidos con la boca, como mascando el aire:
—En esta casa
no puede uno echar una cabezadita. Os vengo oyendo desde hace rato. Mira que
habláis, como cotorras, sin parar.
Un divertido juego para toda la familia... Pensar
o ganar. Usted elige. Un entretenimiento que penaliza al que se piense
demasiado las respuestas.
Para esa vecina que tanto aprecia, le
recomendamos el escuchador doméstico. Un vaso con amplificador incorporado que,
puesto en la pared, hará que no se pierda nada de lo que hablan los del piso
de al lado. Tenga un bonito detalle.
—Mira, Paco
—dijo mi madre —. Eso es lo que le hemos comprado a la señora Lucía y que
Luisito le ha envuelto para bajárselo
esta tarde.
Llévese bien con su jefe y regálele una noche de
hotel en las Bermudas con todo incluido.
—Yo sí que le
regalaba al mío un viaje lejos, pero con billete solo de ida. A ese, ni agua —
afirmó Paco convencido.
Niños, no os perdáis el nuevo juego para vuestras
maquinitas móviles:
“El cazadelincuentes”.
Una delicia que ya hace furor en los EEUU.
Incorpora un rifle con mirada telescópica de alta precisión. ¡Si no puedes detener al delincuente, cázalo!
—¡Mami, yo lo
quiero! —dije yo.
—Cuando apruebes
lo que te queda. Te recuerdo que te han suspendido Protocolo, Finanzas, Consumo
y Gestión empresarial. Nada menos que cuatro de las seis asignaturas
importantes que se dan en Secundaria. Solo aprobaste Dibujo Técnico y
Tecnología.
—Pues vaya
rollo. Al final seguro que lo tendrán todos los de mi clase antes que yo.
—¡Chincha
rabiña! —apostilló Margarita divertida.
—Esta niña es
tonta —me defendí.
—Venga, callad
ya los dos. Ya hablaremos cuando apruebes. Y tú, Margarita, deja en paz a tu
hermano. Anda, Luisito, baja el regalo a doña Lucía.
—Vale, mamá.
Al cabo de un
rato, regresaba yo tras entregar el regalo a la vecina.
—¿Qué te ha
dicho? —preguntó mi madre.
—Me ha dado
las gracias y me ha entregado esto para ti. Dice que son unas zapatillas de andar
por casa para que no metas ruido con los zapatos de tacón, que el piso parece un
puticlub. También me ha dado esto —y le mostré un sobrecito cuadrado
transparente que dejaba entrever un preservativo —. Es para papá. Dice que se
lo ponga en el pito para no tener más nenes, que con dos en casa ya hay bastante
jaleo.
Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia