Comúnmente denominamos
“percebe” a sujetos un poco alelados, bobos o que les falta un hervor. Una
especie de insulto que define de alguna manera a la persona sobre la que
hablamos: ¡ese tío es un percebe!
El percebe es ese animal
con pezuña que parece cualquier cosa menos un animal, porque no tiene
extremidades, se alimenta por filtración del plancton y pasa su vida adulta
inmóvil y adherido por un pedúnculo a una roca, sin moverse. La uña arriba,
donde debería tener la cabeza, para protegerse de un posible ataque. Esa parte
protegida es la que encierra la mayor parte de sus órganos y aparatos vitales:
el digestivo, el respiratorio, el circulatorio, el reproductor... Aunque es
hermafrodita no puede autofecundarse. Se necesitan dos especímenes. Uno hace de macho y el otro de hembra. No sé
quién decide el papel de cada uno, si lo echan a suertes o qué. La cópula se
realiza —y a distancia— entre marzo y septiembre. Los huevos fecundados
eclosionan en el agua. Las larvas liberadas en la eclosión se mezclan con el
plancton. Y ya todo es cuestión de suerte.
El percebe tiene más
pene que cuerpo. Pero no tanto como se cuenta por ahí. Para hacernos una idea,
si fuéramos un percebe, nuestro pene mediría 2,70 metros. Eso ya sería presumir
de miembro. Aunque quiero pensar que si nos arrancaran las percebeiras a la
fuerza de nuestra casa, nos llevaran en cestos o en camiones frigoríficos al
mercado, nos pusieran hielo y nos metieran en agua hirviendo con sal, nuestra
“hombría”, a esas alturas, más que pene
lo que daría es pena.
Texto publicado en La Charca Literaria
http://lacharcaliteraria.com/
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