viernes, 26 de junio de 2020
Pausa estival
lunes, 22 de junio de 2020
Los doce mandamientos
—Claro, hombre, tampoco conviene pasarse... Once está mejor. ¿Y esto otro? : "No dirás falso testimonio contra tu prójimo."
—Muy importante. La mentira es uno de los peores pecados ante los ojos de Dios. O sea, de mí.
—Ah, vale. Que no debemos mentir, ni engañar, ni exagerar... Tampoco los sacerdotes, ¿no? No sé yo si al final te harán demasiado caso, porque los hay que mienten como bellacos; pero reconozco que la mentira es mala cosa y habrá que intentar eliminarla. Pero esto de... "Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo a Yahveh tu Dios; ninguna obra harás." O sea que el día que te dediquemos nadie hará nada, ningún oficio, tampoco médicos ni mercaderes... Todo cerrado. Todos en casa. Mi mujer no barrerá el suelo, ni cocinará para mí, ni tendremos trato carnal, ni ...
—Bueno, bueno... No te pases. Tampoco hay que exagerar. Quizá me emocioné un poco. No había caído yo en esas minucias. Lo podemos dejar en un "Santificarás las fiestas" y que cada uno se apañe como quiera.
—Me parece mejor así. ¿Y esto de aquí?: "Respetarás en igualdad al hombre y a la mujer, pues ambos son criaturas de Dios." ¿Tú sabes la que podemos liar ahí abajo, con esos zopencos acostumbrados a golpear a sus mujeres si no obedecen y hasta lapidarlas si les son infieles ?
—Pues no me había fijado en ello, oye. Bien mirado tienes razón. Mejor no tocar ese tema en profundidad. Ese también lo suprimimos como mandamiento. ¡Y basta, ya no hay más rebajas! ¡Diez mandamientos como diez soles!
—Creo que así está mejor, Yahvé. Diez siempre quedan mejor que doce. Dónde va a parar. Cuanto menos bulto, más claridad. ¿Mandas alguna cosa más? Séfora me espera para guisar la gallina.
—Moisés, no te pases con las confianzas. Y ahora ya te puedes ir; aunque, espera que te lo vuelvo a imprimir todo. No vas a llevarte eso que te dí con tachaduras, qué pensarían de ti... y de mí.
Y entonces, un rayo salió no sé de dónde y volvió a grabar en dos tablas de piedra, convenientemente colocadas en la ladera del monte, los Diez Mandamientos que Moisés llevó a su pueblo, no sin antes despedirse de la voz aquella y recoger el capazo con las ramas secas y un par de piñas para encender la lumbre de su casa, porque, a estas horas, su mujer tendría ya pelada y preparada la gallina en la cazuela. Y como era sábado sabadete... pues a lo mejor hasta había suertecilla y todo.
martes, 16 de junio de 2020
Todo mentira
Que Elena me engañaba con el urólogo lo descubrí por casualidad.
Él era mi médico desde hacía mucho tiempo. Se conocían ambos de las veces en las que fui a consulta acompañado por ella.
Una tarde, al volver antes de tiempo del trabajo, me di de bruces con su móvil. Sin querer se lo había dejado olvidado en el mueblecito de la entrada. Como destellaba una lucecita, lo cogí por si era algo importante para llamarla al fijo de su oficina. Y al abrirlo, inocente de mí, me encontré con el pastel: un mensaje insinuante y guarrindongo de mi médico esperando una respuesta de ella que no le llegaba.
Me quedé pálido como la cera, sin saber qué hacer. Y no hice nada. Lo dejé pasar para ver cómo reaccionaba Elena.
Pero eso fue un año después de la última vez que acudí a consulta, a recoger unas pruebas. En aquella ocasión había ido solo.
Mientras aguardaba en la sala de espera reparé en un enorme ficus de metro y medio que daba un tono de verdor al lugar; luego, más de cerca, comprobé que se trataba de una planta artificial. También me fijé en las litografías que adornaban las paredes, copias de cuadros famosos de Piet Mondrian y Kandinsky. Al estar enmarcadas y llevar un cristal protector le daban un aire mayor de autenticidad y categoría. Y es que el acabado es importante. Pensé en mi última novela a la que le faltaba un principio y un final contundentes que enmarcaran el contenido central, de momento bastante mediocre: una historia de amor, protagonizada por el propio autor, a la que no sabía qué final darle. Necesitaba también ese marco.
Salí aliviado de la consulta porque los análisis y el resto de las pruebas habían dado negativo. Lo de una posible patología, quedó en nada. Falsa alarma.
Pasaron los meses y llegó el día aquel en que descubrí que mi mujer me engañaba. Yo, por mi parte, me hice el loco. Eso sí, procuré blindar en el banco la parte de los ahorros que provenía de mi nómina y de la herencia de mis padres. Fui preparando el camino. Ya no teníamos relaciones íntimas y apenas nos dirigíamos la palabra. Un día ella me pidió el divorcio. Yo me hice el sorprendido. Me ordenó que abandonara inmediatamente la casa, pues era solo de ella. Me fui, pero no le facilité para nada la separación. Me negué a firmar nada. Que se buscara la vida, que se gastara los cuartos en ponerme una demanda. Me había engañado y ahora venía con prisas. Qué se había creído. Cuando se lo dije por teléfono, me colgó furiosa.
A las dos semanas volví a mi médico para las pruebas urológicas. Me tocaba revisión anual, pura rutina. No sé por qué después de lo ocurrido no cambié de especialista. Quizá porque estaba acostumbrado a él.
Nunca lo hacía, pero aquella vez quiso explorarme:
—Bájese los pantalones, abra las piernas y apóyese aquí. Es cuestión de un momento. Relájese.
Antes de darme la vuelta para someterme al tacto rectal, me pareció vislumbrar un extraño brillo en sus ojos y una leve sonrisa, casi una mueca, mientras se ponía un guante desechable y agitaba en el aire los dedos. Luego me aplicó vaselina.
Durante la exploración, para pasar el mal trago, me dio por pensar. Y pensé que todo lo que me rodeaba era falso: el primer diagnóstico del urólogo que quedó afortunadamente en nada, su sonrisa impostada, los cuadros que colgaban de las paredes, el ficus enorme... ¿Sería falso también el título universitario que destacaba en la pared de la consulta? Eso sí, estaba enmarcado y la madera parecía de buena calidad. Y ya sabemos que el marco hace mucho. De hecho, yo encontré el mío, porque gracias a que descubrí que Elena nunca sintió nada especial por mí, pude poner un final adecuado a mi novela.
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Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com