Despacho
de una empresa de materiales de construcción en las afueras de una
gran ciudad. Dos hombres con cara de pocos amigos, de aspecto
patibulario, de esos que te atracan en una esquina o te quitan la
cartera en el metro, flanquean al doctor Navarro al que, en ese
momento, le pasan un móvil pues alguien quiere hablar con él.
—Vamos
a ver. ¿Es usted el doctor Navarro?
—Sí,
dígame. ¿Con quién hablo?
—Eso
no importa. Digamos que soy el que manda a esta panda de mendrugos.
Le pondré en situación. Tenemos muy poco tiempo.
—Hable
entonces. ¿Qué quieren de mí? Sus hombres me han sacado de mi casa
sin contemplaciones y me han traído hasta aquí, apenas sin darme
tiempo a vestirme. No sé qué quieren ustedes.
—Mire.
Es un poco lioso de entender, pero yo se lo voy a explicar. Ha habido
una confusión. Se supone que dos de mis hombres, y yo
acompañándoles, teníamos que llevar a Vasile al centro médico más
cercano para que le extrajeran una bala. El idiota de él se puso a
jugar esta madrugada con su pistola y él solito se pegó un tiro en
el brazo izquierdo. Así que, además del atraco que teníamos
previsto a primera hora de la mañana, la cosa se nos ha complicado
pues era necesario además extraer la bala a nuestro amigo. Y no
podíamos ir a un hospital en condiciones porque llamarían a la
policía. Nos hemos tenido que conformar con un dispensario
pequeñito, de esos de barrio, donde podemos fácilmente controlar a
los que allí trabajan. Para no dejar nada en el aire, dispuse que
otros dos colegas secuestraran a un cirujano experto en estos temas
en su propio domicilio, o sea a usted, no fuera que en el centro
médico del barrio no hubiera ningún especialista en este tipo de
intervenciones, lo cual es lo habitual. Luego recogerían en el sitio
indicado a Marcel, el experto en cajas fuertes. Dejarían al cirujano
o sea, a usted, con nosotros y seguirían con el coche derechitos
hasta el polígono industrial de Villaconejos para reventar la caja
de seguridad de la empresa en la que usted, por una maldita
equivocación, ha sido llevado en lugar de Marcel, en vez de ser
conducido al centro médico, como era lo suyo. Vamos que lo han hecho
todo al revés. ¡Maldita sea mi negra suerte! ¡Yo es que los mato!
¡Hatajo de idiotas con los que trabajo!
—Creo
que le sigo. Quiero entender que sus hombres se han liado, no han
traído consigo al experto en abrir cajas de seguridad y me han
llevado a mí en su lugar y al sitio equivocado, porque yo no sé
abrir cajas fuertes, pero ustedes tampoco sabrán abrir una herida
para extraer esa bala. ¿Estoy en lo cierto?
—
Está
usted en lo cierto. Trabajo con una panda de inútiles que no dan una
a derechas. El problema es que no tenemos apenas tiempo. Ni usted ni
nosotros. Estamos cada uno en una punta distinta de la ciudad. Son
las ocho y cuarto de la mañana, a las nueve o un poco antes entran a
trabajar los de la empresa cuya caja pretendemos reventar, o sea
donde está usted. Y aquí el panorama no es mejor. Si no le sacamos
ya esa bala a Vasile, se nos desangra. Así que no hay otra salida.
Por este teléfono usted nos irá dando instrucciones para extraer la
bala a mi compañero y por otro teléfono uno de mis hombres, nuestro
experto el amigo Marcel, le irá diciendo cómo entrar a la caja
para hacernos con el dinero. Y solo puede ser usted, porque si sus
manos son capaces de abrir una herida con precisión, lo serán
también para abrir una maldita caja de seguridad. ¿Estamos?
—Lo
que me proponen es una barbaridad. No se puede hacer una intervención
de ese tipo por teléfono. Vamos, ninguna de las dos, para ser más
exactos ¿Se han vuelto ustedes locos?
—Mire,
matasanos. No hay tiempo para ir a buscarle porque Vasile se nos va.
Así que colabore si no quiere que esos amigos que están con usted
le amplíen el boquete del culo con la pistola. ¿Estamos? Pues,
hala, sea usted bueno y colabore. ¡Venga, empecemos ya!
—Bueno,
parece que no tengo mucho donde elegir. Para empezar, mándenme un
par de fotos por whatsapp para ver cómo está la herida.
—Hecho.
Se las mando ya mismo.
—Lo
segundo, limpien un poco la zona del balazo. Hay que desinfectar. Por
allí habrá betadine, gasas, agua oxigenada o algo que ayude ¿no?
Pregunten al personal del dispensario ese.
—Sí,
ya les hemos preguntado, parece que de eso hay algo. Ya le mando las
fotos.
—Vale.
Espere, que dice uno de sus hombres que me ponga al otro teléfono.
—¿Oiga?
Le habla Marcel, el especialista en cajas de seguridad, el que tenía
que estar ocupando su lugar. Mire en el despacho que está si hay
algún cuadro horrible en la pared.
—Sí,
hay uno.
—Mire
detrás, a ver si está la caja.
—
Sí,
en efecto, está detrás de ese cuadro horrible —el doctor tiene un
teléfono pegado en cada oreja y habla indistintamente por uno y por
otro, manteniendo dos conversaciones a la vez de forma alterna. Como
ha de tener las manos disponibles para otros menesteres, los aparatos
los sujetan los dos esbirros.
Cuadro horrible del despacho
”A
ver, deje que vea esas fotos… Tiene mal aspecto esa herida. Aunque,
por el agujero, parece que se ha hecho con una bala de pequeño
calibre. El destrozo no será excesivo. Tiene que localizar un
bisturí sin usar. Venga… ¿Cómo dice? Ah, sí, que abra la puerta
de la caja y posicione la rueda en el cero. ¿Y luego? …Luego haga
un corte vertical que agrande un poco el agujero que ha hecho el
proyectil. Necesitará gasas para limpiar la sangre. Mantengan
presionada la zona del brazo que está entre la herida y el corazón.
Se trata de evitar que sangre en exceso… No, no tiene llave, solo
la rueda y una especie de tirador para abrir… Una vez abierta
necesitaría unas pinzas esterilizadas. Me refiero a la herida, no a
la caja. ¿Las tiene? … Sí, sí, posiciono la rueda en cero. Ya
está… Se tiene que ayudar de algo que haga palanca o tope para
impedir que la bala se mueva y así pueda extraerse mejor. Algo fino
y, a ser posible, esterilizado… No, un bolígrafo no vale. No sea
animal… No, no tengo ninguna palanqueta, solo veo una maldita rueda
llena de números. ¿Cómo voy a tener yo una palanqueta? …
Introduzca las pinzas con mucho cuidado pero sin que le tiemble el
pulso. Es tan solo una cuestión de habilidad… Me dice usted que
gire suavemente la muñeca hacia la derecha sin soltar la rueda. Ya
lo hago… Usted gire también la mano que lleva la pinza, como
intentando abrirse camino, en tirabuzón, la técnica del tornillo,
pero poco. No es conveniente pasarse para no hacer desgarros
innecesarios… ¿Un fonendoscopio? ¿Cómo voy a tener yo eso aquí
si me han sacado de casa casi en pijama? … ¿Que pegue la oreja a
la puerta de la caja? Sí, ya le he entendido. Creo que es para
identificar un ruido distinto a los demás, según voy girando la
rueda… ¿Dice que ya la tiene localizada? Yo también creo que ya
lo tengo localizado. Se ha oído como un “crock”, como si la
rueda encajara en un sitio diferente después de pasar por otros
haciendo “crick crick”. En efecto. Hubo suerte. Ya está abierta
la puerta de la caja… ¿Ya dio con la bala? Extráigala con
cuidado. Ahora tenemos una caja abierta y una herida también
abierta. Necesitarían darle unos puntos. No, a la caja no, a la
herida de su amigo. ¡Ah! Que ya se encargan los del dispensario…
Sí, esto ya está terminado. Sus hombres han guardado el dinero en
la bolsa. Me dicen que le diga que ya vamos todos para allá.
Y
se dispusieron a salir por donde entraron; pero no contaban con que
en la puerta, a escasos metros, les esperaban dos dotaciones de la
policía del distrito quienes les apuntaban con sus armas.
Noticia
local de última hora:
Conocido
médico implicado en un robo.
El
célebre cirujano Luis Navarro ha sido detenido junto a dos de sus
presuntos compinches en una operación llevada a cabo por la policía
del distrito de esta localidad. Al parecer, el famoso cirujano,
experto en abrir órganos con su bisturí, se ha venido
especializando en los últimos tiempos en abrir también cajas de
seguridad de algunas empresas a las que han venido saqueando
últimamente.
El
caso ha sido puesto a disposición de los tribunales de justicia. Y
blablablá.
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