Había
dormido mal y tenía el estómago revuelto. Su vida había dado un
vuelco hacía apenas un puñado de horas. Justo cuando descubrió que
su mujer le estaba siendo infiel. El teléfono móvil olvidado por
descuido sobre el aparador, con esos mensajes… Imposible no echar
una mirada furtiva a su contenido. Y allí estaban las pruebas de
todo: esas frases llenas de guiños de complicidad con un hombre que
no era él. Planes para hacer cosas juntos. Palabras de amor. Todo
demasiado evidente. ¡Cómo pudo estar tan ciego!
Estaba
claro que esto suponía el fin. Él no era el culpable de aquella
situación. Eso era evidente.
Últimamente
la comunicación no había sido buena. Algún desencuentro también;
pero era imperdonable la traición.
Dirigiéndose
al trabajo, Takahiro condujo su vehículo distraído y confuso, de
forma mecánica, como un robot programado, sin reparar demasiado en
lo que ocurría a su alrededor, sin apenas mirar por el espejo
retrovisor, porque la cabeza la tenía llena tan solo de una pregunta
que quedaba allí, solitaria, resonando una y otra vez,
machaconamente, como un maldito eco: por qué, por qué, por qué…
Luego
dejó el coche en el parking del edificio y tomó el ascensor hasta
la planta donde estaba su oficina. Todo de forma automática. La
vista se ocupaba de guiarle sin necesidad de que su cerebro se
encargara de otra cosa que no fuera el monotema, las preguntas que
una y otra vez le martirizaban, como una obsesión: por qué yo, qué
hice mal, cómo no me di cuenta antes… Un sudor frío se apoderó
de él. Llevaba sin dormir y sin probar bocado demasiadas horas.
Sentía mareos. Por momentos parecía desfallecer. Debía tener un
bajón de azúcar y, seguramente, la tensión por los suelos. Por
eso, cuando empezó la sacudida y todo el edificio comenzó a
temblar, las sillas desplazándose, los montones de folios resbalando
de las mesas al suelo y la gente gritando presa del pánico, buscando
una salida a la desesperada, Takahiro se apoyó un instante en una
mesa para no perder el equilibrio y llegó a pensar que el epicentro
del terremoto estaba tan solo bajo sus pies, que todo se tambaleaba,
las mesas, los ordenadores, su propia vida… debido a ese cataclismo
personal que estaba viviendo en primera persona.
La
sacudida sísmica alcanzó la magnitud 7,2 en la escala de Richter.
Al
día siguiente, opinaba al respecto un prestigioso experto:
“Los
efectos del terremoto en las zonas próximas al epicentro dependen de
la duración, de la profundidad, del grado de ocupación humana, de
la calidad de las edificaciones y de las condiciones geológicas,
dado que algunos terrenos son extremadamente sensibles a este tipo de
fenómenos y su respuesta es más inestable en unos casos que en
otros.”
Vaya uno a saber si fue la mezcla de todo y la imaginación hizo el resto; si lo anímico superó a lo físico o si fue un sueño convertido en realidad.
ResponderEliminarSalut
Cualquiera sabe. Posiblemente, de todo un poco.
EliminarSaludos.
Incluso pudo haber producido el terremoto con sus pensamientos... La mente es terrible a veces...
ResponderEliminarMuy bueno Cayetano.
Saludos
Realmente era cierto que el mundo se rajaba a sus pies
EliminarDesesperación.
Saludos, Manuel.
Los mensajes en el telefonillo son lo de menos. El malestar, los mareos, el hacerse demasiadas preguntas... todo esto pueden ser señales de lo que vendrá después. Hay seres sensibles que predicen el terremoto.
ResponderEliminarAbrazos
Cada uno tenemos el nuestro particular.
EliminarUn abrazo, Francesc.
Muy buen relato, Cayetano. Un placer volver a leerte. Un saludo
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado.
EliminarUn saludo, Antorelo.
Si a algunos nos dan una buena sacudida puede que echemos bellotas, pero lo que echar cuernos... ¡Madre mía, cómo está el personal de soliviantado con el confinamiento! ¡Pobre Takahiro!
ResponderEliminarUn abrazo, Cayetano.
Este estaba confinado y confitado.
EliminarUn abrazo, Paco.
Quién sabe cuál fue el epicentro real, para el protagonista está claro que es su Universo que se tambalea y si eso le calma el espíritu, quiénes somos nosotros para evitar su alivio SAludos
ResponderEliminarEl mundo resquebrajándose. Al menos para él.
EliminarSaludos, Manuela.
Todos somos el centro del universo, sobre todo si estamos jodidos de forma intensa. Con razón este japonés solapaba seísmos en su mente y en sus tripas.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
Así es. Cuando uno está mal no ve el mundo que le rodea.
EliminarSaludos.
Hay terremotos interiores que son mucho peores que los que pueda marcar cualquier escala de Richter.
ResponderEliminarAbrazote utópico.-
De efectos devastadores.
EliminarUn saludo, Irma.
Excelente relato, Cayetano!! Como siempre!!!
ResponderEliminarUn gusto enorme leerte!!
Lau.
Gracias, Laura.
EliminarUn abrazo.
Muy bueno... Me gustó el final
ResponderEliminarBesos al alma.
Gracias, Paula. El terremoto particular de cada uno.
EliminarUn saludo.
Los terremotos vitales aparecen de pronto, como los movimientos sísmicos, sin que apenas nos demos cuenta. O quizá sí, había indicios de ello pero no nos percatamos. En resumidas cuentas, al final apreciamos las causas cuando ya no hay remedio.
ResponderEliminarUn saludo
Muy cierto. Siempre encontramos remedio o explicación a las cosas a posteriori, cuando ya no hay solución.
EliminarSaludos, Carmen.
¡Ay, Takahiro, afortunado Takahiro!
ResponderEliminarQué sabia es la naturaleza. Y qué bondadosa.
Mientras tú te desmoronabas ante la traición, ella tuvo la compasión de mostrarte algo infinitamente más duro. Para hacerte ver la relatividad de lo que nos preocupa...
Ciertamente los grandes males tapan los pequeños.
EliminarUn saludo, Ana.
Por el apellido supongo el sismo y el descalabro conyugal ocurrido en Japón, así que no estaría muy equivocado el experto; si el engañado se hubiera llamado García y la ciudad una construida sobre piedra berroqueña, igual ya dudábamos...
ResponderEliminarSaludos.
Sí, aquí las casas cuando se caen no es por terremoto, sino por aluminosis y chapuzas varias.
EliminarUn saludo.
Se confundían los dos terremotos, el de afuera y el de adentro...
ResponderEliminarUn saludillo.
Y el de dentro mucho peor.
EliminarSaludos, Xurxo.
Pobre Kagamoto Takahiro, los apellidos primero como es costumbre en Extremo Oriente, con su terremoto particular y el externo. Será una buena oportunidad para crecer. Cuando la pareja se ha distanciado, la culpa suele ser de ambos. El tendrá que asumir su parte. Eso, si la brecha en la Tierra no lo tragó, claro. En este último caso pues, ha pasado a mejor vida y quizás hasta aprenda a tocar el arpa.
ResponderEliminarUn Sayionara nipón
y besos latinos.
Sí. Hay terremotos más graves. Una manera de reflexionar sobre el sentido de la vida.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Los humanos, siempre tan egocéntricos...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Egocéntrico en el epicentro del seísmo.
EliminarUn saludo, J.
¿Se predicen? No siempre. magnifico relato.
ResponderEliminarSalud, Cayetano.
Los terremotos, como las rupturas de pareja, pueden sobrevenir bruscamente.
EliminarUn saludo, Anna.
¿Buenas tardes todo bien? Soy brasileño, de Río de Janeiro y busco nuevos seguidores para mi blog. Los nuevos amigos también son bienvenidos, sin importar la distancia.
ResponderEliminarhttps://viagenspelobrasilerio.blogspot.com/?m=1
¿Nada que comentar de esta entrada?
EliminarVisitaré su blog y dejaré alguna impresión.
Un saludo.
¿Hola buenos dias como estas? Empecé a seguir tu blog. ¿Me puedes seguir también?
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