Mi nueva aportación a La Charca Literaria
Me tomo unos días libres. Tengo que meditar sobre el tema.
Os dejo en buena compañía.
Me llamo Antonio
Mollinedo, pero no sé bien quién soy.
Mi cuerpo ya no me
pertenece. Me di cuenta enseguida aquella fatídica mañana cuando fui al baño. Es
sabido que todos tenemos nuestro olor característico. Al asearme me percaté de
que los efluvios que emanaban de mis sobacos no eran los de siempre. Hasta ese
día, mi olor corporal era un leve aroma, poco concentrado, suave, nada molesto.
Ahora era muy distinto: mucho más
rancio, más agrio y fuerte. No era el mío.
Mi cuerpo parecía estar
siendo suplantado por un intruso invisible.
Me sentía mal. Una
especie de vacío existencial se fue apoderando de mí.
Las dudas se
convirtieron en certeza cuando me vi desayunar. No era yo el que desayunaba,
sino un hombre hambriento, grosero y desaforado que engullía a toda velocidad
tazas de café y montañas de tostadas con mantequilla y mermelada.
El chorretón generoso
de brandy en el último café, que me serví maquinalmente como si se tratara de
un ritual cotidiano, vino a confirmar mi sospecha: yo era abstemio, por lo
tanto alguien se había apoderado de mi cuerpo y lo manejaba a su antojo. Cogí
el periódico de la mañana y no entendí el gesto mío al saltarme las noticias
importantes del día para ver los resultados de los partidos del fin de semana,
la quiniela ganadora y la foto de la chica ligera de ropa que solía venir en la
penúltima página, sin percatarme de que aquel no era un diario deportivo.
Luego me dispuse a
salir a la calle. Entré en el ascensor y pegué el chicle en el botón del bajo. Cogí
el coche y me dediqué a insultar a todo el que se me ponía por delante. Aparqué
de cualquier manera en el parking, ocupando dos sitios en vez de uno. Antes de bajar, vacié el contenido del
cenicero en el suelo. En el trabajo discutí de fútbol con todo el mundo. Yo,
que siempre odié el fútbol. Esa misma mañana, por un comentario que no me
gustó, me cagué en el padre del jefe y le tiré los informes a la cara. “¡Está
usted despedido!” Le oí gritar mientras, levantándome enfurecido del sillón,
pegaba una patada a la papelera que se interpuso en mi camino.
Me quedé sin trabajo y mi
mujer me abandonó.
Caminaba hacia el
abismo.
¿Quién era yo? ¿En qué
me había convertido?
Acudí al médico, al
psicólogo, al psiquiatra. No encontraron solución a mi problema. Sólo se
empeñaban en inflarme a pastillas o en torturarme haciéndome preguntas,
indagando en mi pasado las posibles causas del trastorno que me aquejaba.
Recurrí a la cartomancia, a la quiromancia, visité incluso a un sacerdote
experto en exorcismos que no logró expulsar al diablo que, según él, habitaba
en mí.
Estaba desesperado.
Decidí poner fin a mi
vida, una vida que no me pertenecía. Me dirigí una noche al barrio de peor fama
de la ciudad y desafié al grupo de matones que fumaban porros en la puerta de
aquel tugurio. Después de pegarle un cabezazo en la nariz al más grande de
todos, les dije: “Yo, desarmado, y vosotros no tenéis ninguno cojones de acabar
conmigo.”
Me nombraron jefe de la
banda.
Una nueva vida se abría
ante mí, la que realmente me correspondía.
Texto publicado en La Charca Literaria
Un relato con final inesperado que engancha, Cayetano. ¿Cuál es la vida que realmente nos corresponde? Creo que soñamos siempre con aquella que ideamos en la adolescencia y que los años fueron frustrando poco a poco o quizás las circunstancias. El día a día rutinario nos lleva a querer dar un giro copernicano que sólo algunos se atreven a intentar.
ResponderEliminarUn saludo
Siempre es mejor meterte a jefe de la banda que recurrir al suicidio.
EliminarUn saludo, Carmen.
Acabo de encontrarme con Antonio Mollinedo en la charca. Falta me hacía la sonrisa que me has puesto hoy. Me encanta el relato.
ResponderEliminarFeliz día
Bisous
Podía haberse metido a político corrupto, pero pensó que era más decente lo que hizo.
EliminarBesos, madame.
Ahhhh que bueno.
ResponderEliminarLo que encuentro a faltar y le dije al director de la Charca, es que no se pueda comentar.
Pero las reglas, CAYETANO, son las reglas. Así lo entiendo.
Un abrazo
Claro. Lo de comentar solo sería a través de facebook cuando se cuelgan las lecturas. Yo tengo varios amigos que pasan de facebook, por eso lo pongo en el blog.
EliminarUn abrazo, Miquel.
Me encanta el final. Por lo menos, es de agradecer que no se metió en política como hacen otros poseídos por el ansia pura. O hacerse energúmeno independentista...
ResponderEliminarUn saludo.
Jejeje. Sí, este salió más coherente. Prefirió el mundo delictivo al político.
EliminarUn saludo, Carlos.
Y descubrió unas nuevas sensaciones. Sorprendido, comprobó que le sentaban bien.
ResponderEliminarDelicioso.
Un abrazo
Mejor eso que suicidarse. Jejeje.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Pasito a pasito (desde el olor corporal a las discusiones de fútbol) acabó por encontrar su lugar en el mundo.
ResponderEliminarAbrazos, Cayetano
La horma de su zapato.
EliminarUn abrazo, Xibelius.
No imaginé que ese fuera su lugar, pero al final era el más lógico con esos precedentes. Aunque a lo mejor siempre fue así, pero nunca lo manifestó.
ResponderEliminarBuen relato.
Un saludo.
Puede. Quién sabe. A lo mejor era un delincuente reprimido.
EliminarUn saludo, Valverde de Lucerna.
Amigo Cayetano, tu relato explica perfectamente cómo son muchos de los jefes de las bandas que dominan el cotarro. Te felicito por el texto.
ResponderEliminarUn abrazo
Francesc Cornadó
Muchas gracias, Francesc.
EliminarUn abrazo.
Muy ingenioso. Permíteme la licencia de apuntar que el personaje solo está parcialmente poseído puesto que guarda memoria de su personalidad anterior. La decisión final no solo inteligente sino apoteósica porque ser jefe de malotes resultara al principio cuanto menos entretenido.... mientras el personaje consiga perder la memoria anterior. El concepto del suicidio: a mi modo de ver se trata poner la última guinda. La posesión absoluta ya implica un final del personaje anterior por tanto la adecuación a una nueva vida estará servida y un suicidio perdería su sentido antes de ser vivida.
EliminarHas conseguido no solo atraer la atención y curiosidad con el relato sino darle una vuelta de tuerca ingeniosa, cuanto menos!
Como dijo el personaje, decidió poner fin a su vida... y emprender otra.
EliminarGracias por tu jugoso comentario.
Yo, como el señor Mollinedo, también desaparezco. Unos días tan solo.
Un saludo, Emejota
El final no me lo esperaba...La vida misma...un cambio que no me esperaba, pero a seguir adelante...
ResponderEliminarSaludos Cayetano.
De eso se trata, de despistar al lector. Un juego.
EliminarUn saludo, Manuel. Me pillas haciendo las maletas. Hasta la vuelta.
Oh, me ha encantado el relato, pero debí haberlo leído a hora más temprana. Ahora, me pregunto si tendré pesadillas, o lo que es peor, si mañana al abrir los ojos, no seré yo quien despierte.
ResponderEliminarSaludos.
Siempre nos quedará esa duda. Últimamente hay gente poseída por el virus de la identidad patriótica. Algunos incluso han cambiado su ropa por banderas.
EliminarUn saludo, DLT.
Finalmente, Cayetano, los brotes todos saben dónde anillarse para escalar y hacerse fuertes. No sé si podré reconocerte, pero sí admiro que hayas sabido encontrar tu sitio.
ResponderEliminarUn abrazo.
No te asustes: este Hyde nunca se apoderará de Jekyll.
EliminarUn abrazo.
Cayetano, esa acepción de “poner fin a su vida” me parece un hallazgo. Sólo con añadirle “actual”, se convierte en una opción muy atractiva para quien no puede más con la que lleva, pero tampoco quiere desaparecer.
ResponderEliminarSeguro que a más de uno le habrás dejado con un come-come…
Ninguno estamos libres de convertirnos en lo que no queremos. Solo hace falta echar un vistazo a la realidad cercana.
EliminarUn saludo, Ana.
Visto en lo que se había convertido, una sombra de lo que fue (eso no es levantarse con el pie izquierdo) acabó teniendo hasta "suerte", aunque bien por él que busco un final para aquello antes de seguir siendo lo que no era. Y cosas de la vida, acabó siendo el jefe, las vueltas que da todo...
ResponderEliminarEstos relatos dan para pensar y mucho, maestro
Saludos!
Gracias, Félix. Es lo que humildemente pretendo.
EliminarUn saludo.
De momento la foto con esos me ha puestos los pelos como escarpias Cayetano. El relato me ha encantado pero me quedo con ganas de más.
ResponderEliminarQue pases buenos días de descanso y meditación.
Un abrazo.
Gracias, Conchi.
EliminarNunca se sabe si habrá segunda parte.
Un abrazo.
¡¡¡¡ Que bueno este relato Cayetano !!! desconcertante hasta que al final se aclara la cosa.
ResponderEliminarPor lo que se ve en tu protagonista nunca podemos decir de " esta agua no beberé " quien se lo iba a decir a él ,que iba buscando acabar con su vida y lo que hizo fue encontrarle un sentido.
Te felicito , por la narración y el argumento.
Un saludo
Puri
Muchas gracias, Puri.
EliminarTodos llevamos un desconocido dentro, que sale a la superficie en momentos muy especiales. El del relato es solo una caricatura.
Un saludo.