Eleazar Scorza era un tipo solitario, huraño y poco amigo de hacer visitas. Vivía en un viejo piso mal ventilado y pasaba en bata los días enteros viendo la tele y discutiendo con todo el que salía por la pequeña pantalla. Para él no había más ventana al mundo que aquella. Cuando llegaba la hora de comer, armado con una cuchara, se sentaba en el suelo y abría la puerta del frigo, destapaba la cazuela con el guiso preparado para unos cuantos días y allí mismo metía diez o doce veces el cubierto y se comía, sin calentar ni servir en un plato, lo que consideraba oportuno. Luego, vuelta a cerrar la cazuela, hasta la noche, momento en que repetía la operación. Así cada día.
—¿Día de la madre? ¡Bah, bobadas! Ya no saben qué inventar para sacarnos el dinero.
Tacaño, miserable con los demás y hasta consigo mismo. Misántropo recalcitrante. Odiaba a la especie humana:
—A esas que se manifiestan las colgaba a todas. Mano dura es lo que hay que tener con esas marimachos. Ya les daba yo derechos: una fregona y una sartén.
Trabajaba desde casa. Ocupaba un cargo importante en una empresa de mondadientes. Por culpa de la crisis del coronavirus, ante la falta de demanda de su producto estrella por estar buena parte de los barres cerrados, decidió cortar por lo sano y condenar al paro a su empleado más veterano en la empresa.
El abogado del operario despedido le llamó por teléfono aquella misma tarde:
—Debe usted recapacitar sobre su decisión de desprenderse de Roberto Cuéllar, su empleado. Despedirle ahora que viene la Navidad... Es el único que aporta ingresos en su casa. Su mujer está en paro, deben la hipoteca del piso y además tienen un hijo discapacitado a su cargo.
—Eso no es algo que a usted le incumba ni que a mí me preocupe. No me venga con sensiblerías y métase en sus asuntos.
—No sé cómo puede usted tener la conciencia tranquila y dormir por las noches.
—¡Bah! ¡Tonterías! Déjeme en paz.
Y colgó enfadado.
Luego apagó la tele y se fue a dormir.
Aquella noche fue de pesadilla. Soñó que tres personajes estrafalarios le visitaban uno tras otro, le despertaban y le sacaban de su cama.
Primero vino un predicador religioso, de esos que van por las casas intentando convencer al personal, que hablaba sin parar y le llevó volando en pijama por los tejados de la ciudad, haciéndole revivir el pasado, viajando a su infancia, cuando era un inocente niño que todavía sonreía y tenía la ilusión de vivir. Y visitaron la escuela de su antiguo barrio y aquella casa que recordaba bien, la de sus padres cuando ellos todavía eran jóvenes.
—Eleazar: ellos murieron con la pena de ver que su único hijo se había convertido en un ser triste y huraño. Aún estás a tiempo. Debes prepararte convenientemente y ponerte en paz con Dios y los hombres si es que quieres entrar en el reino de los cielos.
—Llévame a casa, por favor. No quiero recordar esto.
Llegó a casa y se acostó. Enseguida volvió a soñar. Ahora con un orondo vendedor de enciclopedias, trajeado y armado con una tablet y con una sonrisa permanente dibujada en la boca, que se sentó con él en la cama y le mostró una selección de artículos a todo color de su enciclopedia, una maravilla, imprescindible para estar informado y que permitía conocer el mundo sin necesidad de viajar. El vendedor quiso aprovechar el momento intentando venderle los cuarenta volúmenes que integraban la obra a pagar en cómodos plazos.
—Es muy útil y necesaria en el mundo que vivimos.
—Métasela por el culo.
El vendedor desapareció por la puerta y en ese momento llegó un empleado de la funeraria, que le mostró el catálogo de ataúdes con las últimas novedades y con el posible epitafio que iría escrito en su lápida de granito:
Aquí yace Eleazar Scorza, tan tacaño en vida que nadie fue a su entierro.
Se despertó de madrugada, tremendamente agitado y bañado en sudor.
¡Uf! Todo había sido una maldita pesadilla.
Sin embargo, comprobó que sobre su mesilla de noche alguien había dejado tres tarjetas de visita, un catálogo de artículos funerarios y la revista Atalaya.
Aquello era una señal de que la cosa iba en serio y debía cambiar. Era su última oportunidad. La aprovecharía.
Esa misma mañana decidió que en la librería del salón quedaría bien una enciclopedia; luego, arrepentido de su actitud en los últimos tiempos, llamó al abogado para readmitir a su empleado despedido y proponerle un nuevo trabajo que no rechazaría. Se trataba de reconvertir parte del negocio: aprovechar la madera que no se emplearía en hacer mondadientes para fabricar ataúdes que, dado que la pandemia tendría nueva oleadas, siempre resultaría un negocio rentable.
Y todos contentos.
(Y que Dickens me perdone)
_________________
Texto publicado originariamente en lacharcaliteraria.com
Me encanta la reconversión del negocio del tacaño, su nuevo giro vital y la nueva versión del clásico cuento de Navidad.
ResponderEliminarFeliz Navidad y felices fiestas, Cayetano.
ES un personaje inmortal que siempre tendrá actualizaciones.
EliminarUn saludo, Carlos. Y felices fiestas.
No, al contrario, Charles John Huffam Dickens estaría muy satisfecho de ver que dejó secuela su obra y hasta creó escuela, leído tu relato. Lo mejor: que nos hagas creer que fue un sueño pero que la realidad depare unas tarjetas de visita y ventas sobre la mesilla. Y es que la vida es eso: un deambular entre el sueño y el no sueño, sin saber muchas veces qué fue lo decisivo. Porque reales son ambas situaciones. ¿Cuántas veces hacemos algo motivados por la realidad y cuántas influidos por sueños, deseos y otras zarandajas del pensamiento oculto dentro de nosotros mismos? También he pensado en el final del relato. Ese cambio de actitud ¿es de convencimiento o de miedo ante las amenazas del sueño más el no sueño? Y así andamos todos, más o menos, por la vida.
ResponderEliminarSigue cultivando esos golpes de ingenio. Un abrazo.
Gracias, Fackel por este comentario tuyo tan jugoso y juicioso.
EliminarUn abrazo y felices fiestas.
muy bueno el cuento, además la reconversión del negocio en cierto modo va con la reconversión del personaje. Por cierto, el Sr. Burns siempre me lleva a Montoro el exministro de los dinericos.
ResponderEliminarSaludos
Tiene ese aire siniestro de los empleados de aquella oficina de las viñetas de Pablo.
EliminarUn saludo, Francesc.
Jooo, de todas formas no me negarás que el tal Eleazar no da puntada sin hilo, es de los pocos que saben reconvertir su industria.
ResponderEliminarDeberían aprender de él.
salut
ES tan listo que hasta saca tajada de los sueños y además arregla un desaguisado para no complicarse la vida en el más allá.
EliminarUn saludo, Miquel.
Creo que Dickens daría su aprobación.
ResponderEliminarDickens diría: le perdono el atrevimiento porque es uno de mis lectores. Qué autor de hoy no se conformaría con que le lean casi dos siglos después.
EliminarUn saludo, Cabrónidas.
Una pesadilla muy productiva.
ResponderEliminarPor cierto, creo que la mejor madera para la fabricación de mondadientes es la de chopo y alguien me dijo que también era adecuada para los ataúdes.
Un abrazo y feliz Navidad.
Francesc Cornadó
Mira por donde el chopo nos soluciona dos problemas. No tenía ni idea. Pensaba que era pino.
EliminarUn abrazo, Francesc. Que pases unos felices días.
Super ocurrente. Desde las primeras frases Mr. Scrooge surge en la mente de los lectores. Te deseo que percibas unos tiempos tranquilos, que no es poco! Por soñar que no quede! Menudo era Dickens!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Emejota. Para eso están los clásicos, para hacerles relecturas, por eso son considerados maestros. Siempre dejan un poso.
EliminarSaludos.
Para nada me esperaba que la reconversión fuera para ataúdes. Lo de la comida es tremendo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo de la comida está basado en un hecho real que me contó un antiguo vecino hace mucho. Cuando se quedaba en verano solo en Madrid por motivos de trabajo y la mujer y los niños se iban a pasar unos días al pueblo, ni se molestaba en calentar la comida que le habían dejado preparada. Allí mismo, en la puerta del frigorífico se comía frío el guiso.
EliminarUn abrazo, Conchi.
Yo también creo que Dichens estaría contento con tu versión Cayentano. Muy contemporánea y original.
ResponderEliminarAquí vamos, entre gota y gota jajaja,
Felices Fiestas
Me perdonaría el atrevimiento, solo por tener lectores después de más de siglo y medio desde que escribió la historia.
EliminarCuídate, Manuel.
Un saludo y felices fiestas.
Preciosa reflexión, y si me permites una pequeña opinión: no hace falta que sea este cuento de Navidad que nos recuerde que muchas personas les falta delicadeza que van como perfectos y siente un desprecio hacia lo que para ellos es...inferior.
ResponderEliminarNo nos diferenciamos en nada todos en los momentos adversos somos exactamente iguales.
Me ha encantado pasar y volver a recordar este cuento versus Cayetano mucho más cercano.
-Te debo una disculpa por cambiarte el nombre , deformación profesional.
Un abrazo y que pases unas tranquilas fiestas.
Muchas gracias, Bertha.
EliminarUn abrazo y mis mayores deseos de felicidad igualmente para estas fiestas.
Me encantó tu versión del cuento de Charles Dickens, Cayetano! Siempre tan ocurrente y ameno!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y Felices Fiestas para vos y los tuyos!!
Lau.
Muchas gracias, Laura.
EliminarMis mejores deseos de paz y felicidad para ti y los tuyos en estas entrañables fiestas.
Eleazar Scorza, un hombre hecho a sí mismo que es capaz de ver el futuro en cada astilla de madera.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un listillo que saca tajada de la adversidad ajena.
EliminarAbrazos, Paco.
Seguro que Dickens se habrá sentido muy honrado al comprobar que siguen habiendo admiradores de Mr. Scrogge.
ResponderEliminarY más cuando haya leído que se trataba de un cargo importante de una empresa de mondadientes (soberbio). Aunque lo definitivo es la vena empresarial de don Eleazar.
Ese sí que es un emprendedor de raza que supo reconvertirse.
Un abrazo, Cayetano.
Reciclarse o morir. Esa es la idea. No todo va a ser convertirse en benefactor de la humanidad, que también.
EliminarUn abrazo, Ana, y felices fiestas. Si es que el bicho nos deja.
Seguro que te perdonará allá donde esté el genial novelista victoriano. Has hecho una adaptación sublime, y no es peloteo navideño.
ResponderEliminarCuento de Navidad by Mr. Cayetano
Un fuerte abrazo y Felices Fiestas!!
Gracias, Félix. En ealidad solo aspiraba a escribir una travesura de las mías basándome en el viejo cuento del señor Charles.
EliminarUn abrazo y pasa unos bonitos y felices días, en la medida de lo posible.
La pela es la pela y en tiempos revueltos la madera siempre tiene doble uso. Creo que Dickens te perdona fijoooo.
ResponderEliminarCuídate mucho, abrazote utópico.-
Porque no hay mal que por bien no venga.
EliminarCuídate tú también mucho.
Un abrazo, Irma.
¡Ojalá las palabras del año 2021 sean #VACUNA y sentido común!
EliminarBesines utópicos, Irma.-
Muy bueno el cuento, al final ese sueño fue el punto de partida para su cambio de actitud. La reconversión de su industria hizo feliz a todos.
ResponderEliminarUn saludo Cayetano y felices fiestas.
Puri
Gracias. Felices fiestas igualmente.
EliminarSaludos.
No creo que si Dickens lo leyese, se quejase en modo alguno.
ResponderEliminarUna buena actualización de Ebenezer.
Tristemente, ha habido días en este año en que realmente han faltado ataúdes para cubrir la demanda. Aunque ya no se fabrican en maderas varias, el aglomerado de virutas se ha impuesto.
Siempre hay alguno que se beneficia del infortunio ajeno. O, como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga.
EliminarUn saludo, Rodericus, y felices días de fiesta. Sobre todo: mucha salud.
Un cuento de Navidad alternativo con final feliz, ¡qué más se puede pedir en estos tiempos infaustos! Lo importante es que el empleado pudo seguir pagando su hipoteca, qué demonios.
ResponderEliminarUn abrazo y Feliz Navidad
En Navidad es lo suyo: que todo acabe bien, al menos en la ficción, que en la realidad vamos bien servidos de lo contrario.
EliminarUn abrazo, Carmen, y felices fiestas.
Un precioso nuevo-viejo cuento de Navidad.
ResponderEliminarFelices Fiestas, Cayetano.
Muchas gracias, DLT.
EliminarFelices fiestas, igualmente.
El balance de este año 2020 ;para muchos habrá sido un año de ausencias y muy duro...
ResponderEliminarPero no por eso; debemos de perder las esperanzas.
Que este 2021 se cumplan todas tus expectativas y mucha salud.
UN ABRAZO.
Igualmente, Bertha. Mucha salud y mucha felicidad para el 2021.
EliminarUn abrazo.