Por eso (Sila) se dedicó con saña a perseguir a los que no nos dejamos arrastrar por él o a los que éramos un impedimento en su camino.
Y por eso también preparó un formidable ejército y ordenó venir a buscarme para acabar conmigo. Lógicamente, salí por pies hacia el sur, hacia Cartago Nova. Luego me lo pensé mejor y embarqué hacia África.
Pero como por naturaleza soy muy testarudo, lejos de amilanarme recluté un nuevo ejército en la provincia de Mauritania y crucé el estrecho dos años después, con la intención de reconquistar Hispania, incluso intenté tomar Ebusus (Ibiza) con ayuda de los piratas cilicios de Anatolia, empresa en la que fracasé, pero que fomentó a mi costa el infundio o la leyenda del general romano traidor y pirata. No obstante, enseguida me volví a hacer dueño de la situación y en poco tiempo me gané a las tribus de Hispania y, tras lograr el apoyo entusiasta de los caudillos locales, en un año me convertí en el amo de todo el valle del Guadalquivir y de la Lusitania. Los lusitanos, como si yo fuera un nuevo Viriato, me acogieron con los brazos abiertos. Los iberos me querían. Estaban dispuestos a sacrificarse por mí. Una vez, ante un ataque de los romanos, acosado por sus armas, me rescataron en pleno combate y no haciendo aprecio de sí mismos, me levantaron sobre sus hombros y me fueron pasando de unos a otros hasta la muralla, donde quedaba seguro, y una vez allí se dieron a la fuga para no perecer a manos del enemigo.
Fui muy cuidadoso con las creencias de los iberos, respetar sus ritos y sus dioses, sus instituciones, sus costumbres. Y gracias a ello conseguí su apoyo incondicional. Un lusitano me regaló en una ocasión una cierva blanca y a través de ella la diosa Diana me transmitía sus deseos y órdenes que yo hacía saber a los iberos. Una vez se me perdió y todos quedaron consternados. Un esclavo logró encontrarla. Y yo le indiqué que no dijera nada y que la escondiera y que cuando le hiciera una señal apareciera ante todos con ella. Esperaba con ello dar a todos una grata sorpresa. Así fue. Estando en mis aposentos rodeado de mis fieles seguidores, les conté que tuve un sueño en el que la cierva volvía de nuevo a mi lado. Dicho y hecho. Hice la señal convenida al esclavo y la cierva irrumpió en la habitación ante la vista de todos, que quedaron asombrados.
Con ayuda de mis amigos hispanos, como los valientes Urcebas, Tureno y Buntalos, logré tener el control de la península. Cuando las noticias llegaron a Roma, Sila tragó saliva pero aceptó el reto y envió a Hispania dos legiones, al mando de Quinto Cecilio Metelo y de Pompeyo, para terminar conmigo. Logré aniquilar en el valle del Tajo a las tropas de Marco Domicio. En el valle del Guadiana conseguí que las tropas de Metelo se replegaran. Resistí como un jabato en el valle del Ebro, en Calagurris, Ilerda y Osca. Parece que los enviados de Sila lo estaban teniendo muy difícil. Al final, hicieron como con Viriato, como no podían vencerme en el campo de batalla, decidieron comprar a algunos de mis lugartenientes. Fueron algunos de mis propios colaboradores, dirigidos por el envidioso general Perpenna, los que me traicionaron y acabaron con mi vida en el transcurso de un banquete que habían preparado concienzudamente.
Un traidor. Eso era lo que decían de mí. Un enemigo de Roma que había hecho pactos con extranjeros. Eso contaban los que mientras hablaban de mí traicionaban la generosidad de Roma. Yo no luché contra mi patria, sino contra los que se habían apropiado del poder y habían tiranizado a mis compatriotas. Yo quise hacer romanos de los pueblos conquistados para que compartieran su grandeza y su esplendor. Para mí, Hispania era de verdad un pedacito de Roma.
Y me apliqué a ello con denuedo. Instauré un Senado similar al original romano, fundé una Academia en Osca, igual que las que había en Roma, para que los hispanos aprendiesen derecho y latín y, de paso, se civilizaran y se acostumbraran a llevar la toga como el resto de los romanos. Reuní también a muchos valientes hispanos que fueron reclutados y entrenados en campamentos romanos, vestidos, equipados e instruidos como tales. Así se forja un imperio, con tesón, paciencia y entrega. Sumando, no dividiendo. Logrando amigos, no haciendo nuevos enemigos.
Como dijo un sabio romano del que ahora no recuerdo su nombre:
“Por la armonía, los estados pequeños se hacen grandes, mientras que la discordia destruye los más poderosos imperios.” Yo quería compartir el festín, no esquilmar a unos para engrandecer a otros. El imperio no era una despensa al servicio de unos pocos. El Imperio lo éramos todos, romanos de todas clases e hispanos de toda condición. Todos con la misma ley. Todos iguales. Eso era lo que yo quería. Y por eso yo era un estorbo para los aristócratas que ahora mandaban en Roma. Por eso sobraba.
Y fui traicionado por los míos.
Durante aquel banquete fatídico, preparado para acabar conmigo, alguien dejó caer una copa de vino al suelo. Era la señal convenida. Inmediatamente se abalanzaron sobre mí y me cosieron a puñaladas. Corría el año 72 a de C.
Magnifica narración. Sabio y rebelde por supuesto aquel Sertorio.
ResponderEliminarMosca cojonera que levantó dolores de cabeza a más de uno.
EliminarUn saludo, Emejota.
“Yo quise hacer romanos de los pueblos conquistados para que compartieran su grandeza y su esplendor. Para mí, Hispania era de verdad un pedacito de Roma”.
ResponderEliminarConsiderar que es bueno que los demás sean como mi país, que hablen mi lengua, que acepten mis instituciones, mis costumbres y mis leyes, porque considero que todo ello es mejor que lo suyo es un error recurrente a lo largo de la historia, es una piedra en la que constantemente se está tropezando. Desde tiempos inmemoriales, pasando por esa Roma, siguiendo con Napoleón, los Estados Unidos y la propia España que ha forjado su historia según esas mismas premisas hasta el día de hoy.
Hispania era un concepto geográfico, no político, igual que pueda serlo Escandinavia o los Balcanes. Y los íberos ocupaban solamente el levante peninsular y no eran un pueblo cohesionado ni mucho menos, había decenas de tribus enemistadas entre sí con ideas muy diferentes sobre cómo se debía ocupar el terreno en relación a sus mismos vecinos.
Quinto Sertorio fue un hombre bien intencionado, según parece, pero… Roma era mucha Roma y tampoco creo que en la cabeza de los pueblos de la península anidara esa idea política que él quiso construir.
A ver si logro explicarme.
EliminarEn este relato he intentado ponerme en la piel de Quinto Sertorio, hablar con su voz y no con la mía, ponerme en su situación, algo realmente complicado porque hablamos de un romano de hace muchos siglos. Lógicamente, para un militar romano de aquellos tiempos, por muy "progresista" o "humanista" que pudiera ser, no entraba en la cabeza otra forma de ver la vida y las posibles relaciones con lo demás pueblos. En Roma, todos estaban convencidos de su grandeza y de pertenecer a una poderosa civilización que tenía que servir de espejo a los demás. Romanizar el mundo conocido era un objetivo comúnmente compartido.
Creo que sería un error trasladar esa mentalidad de aquellos tiempos a los actuales. Hoy el imperialismo es algo denostado por muchísima gente. A muchos no nos gusta nada esa "invasión" que padecemos de comida basura, fiestas ajenas como Halloween o terminología anglosajona que se va apoderando de las lenguas locales. Nada que ver con lo que pudiera entenderse en aquellos lejanos tiempos.
Saludos.
Claro que te explicas bien, y, además, tienes toda la razón. El que no se debe de haber explicado bien soy, sin duda, yo. Ni quizás tampoco tu Quinto Sertorio. Con todos mis respetos dudo mucho que un romano del siglo I a. C., y menos siendo general, dijera esa frase que he entrecomillado: “Yo quise hacer romanos de los pueblos conquistados para que compartieran su grandeza y su esplendor. Para mí, Hispania era de verdad un pedacito de Roma”.
EliminarEse no es un razonamiento moral romano. Tu Quinto Sertorio, repito, con todos mis respetos, es naíf. Julio Cesar nunca hubiera pronunciado tales palabras, jamás hubiese dicho que su Galia era un pedacito de Roma. Ni siquiera el gran Mario ni los pobres hermanos Gracos. Tampoco Marco Antonio ni Octavio. Su imperio, el romano, no era exactamente inmoral, sino amoral, descarnado sin más. Ellos simplemente “imperaban”, no seducían.
Ese “error” recurrente al que me refiero es evidentemente atemporal porque ha perdurado hasta el día de hoy mismo, no es cosa únicamente del lejano pasado romano. Como digo, desde antes y hasta la guerra de Irak de hace cuatro días, como también en los fundamentalistas musulmanes que quieren reconquistar Al Andalus, ha seguido la misma estela y ha bebido la leche de la misma loba.
Al igual que no hay que poseer esclavos para seguir manteniendo un pensamiento esclavista, la lógica del poder se disfraza de mil maneras para cambiar y conseguir así ser siempre lo mismo.
Saludos y disculpa mis ganas de charlar.
Posiblemente el romano Sertorio jamás dijo o pensó nada parecido. Tan solo pretendía ser la frase un mero recurso literario. Y posiblemente también me resultó un personaje demasiado "pacífico" o "amigable". Que dio quebraderos de cabeza a los partidarios de Sila es verdad. Eso sí, andaba interesado en que Hispania adoptara los usos y las modas de Roma. Y es que los romanos de entonces se miraban demasiado el ombligo -pensaban que eran el referente de todo-, más que los europeos de ahora que ya es decir.
EliminarEncantado de charlar contigo.
Un saludo, El Peletero.
Me encanta este relato en primera persona. Creo que el personaje está tratado con mucho cariño por parte del autor, quien quizá ha sido muy amable dulcificando las posibles asperezas del militar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Aunque me documenté todo lo que pude, me fue imposible no involucrarme con el personaje después de meterme en su piel.
EliminarUn abrazo, Paco.
Una buena narración Cayetano.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Rodericus.
EliminarUn abrazo.
Todo pasó ya con Roma, don Cayetano.
ResponderEliminarSomos los herederos de su legado y de sus miserias.
EliminarUn saludo, Ángel.
Como a antes Viriato y después a Julio César, los enanos suelen matar a los gigantes a traición, ya que de frente no pueden.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
La envidia, unida a la ambición desmedida, es mala en estos casos.
EliminarUn saludo, Carlos.
Una entrada estupenda que pone el broche a la anterior. Hay frases que me han resultado magníficas: “Por la armonía, los estados pequeños se hacen grandes, mientras que la discordia destruye los más poderosos imperios.” Y pasan los siglos y seguimos en la discordia.
ResponderEliminarBesos Cayetano
Seguimos equivocándonos porque no aprendemos de los errores pasados.
EliminarUn abrazo, Ambar.
Hola Cayetano:
ResponderEliminarUna narración increíble. Un final que quizás no mereció...Pero no podía ser de otra forma.
Saludos
La envidia y la ambición forman un cóctel explosivo.
EliminarUn saludo, Manuel.
Fantástico, Cayetano. Realmente te has metido en la piel y la mente de un romano, y de uno bienintencionado entre tanta víbora. Debía de dar miedo que te invitaran a un banquete, porque allí podía pasar de todo, desde que te envenenaran hasta que te apuñalaran.
ResponderEliminarBuenas noches
Bisous
En un banquete de aquellos te podría pasar de todo, como a Atila. Como para relajarse con el vino...
EliminarBesos, madame.
Qué bien contado el episodio, Y la frase suena pero que muy bien.
ResponderEliminarHasta diría que no hemos dejado de ser eso mismo, “Las tribus de Hispania.
Se acerca la Navidad, Cayetano. Espero que ya tengas todo en su sitio.
Jejeje. Es verdad, las tribus de Hispania. Cada una con sus manías.
EliminarY sí, creo que todo anda ya en orden.
Un abrazo, Ana Mª.
Muy interesante la trayectoria vital de Auinto Sertorio. Y era, segūn lo relatas, además de bravo, un visionario que supo ver la grandeza que llegaría de la Roma imperial cuando aún era Repùblica, gobernada por un tirano, es cierto, pero todavía Republica.
ResponderEliminarOtra cosa. Hispania dió dos emperadores a Roma: Trajano y Adriano.
Besos
Y Teodosio.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Cierto: tres!
EliminarBesos
Te has conseguido meter en la piel del personaje de una manera fantástica. Este los tenía bien puestos, no hay duda.
ResponderEliminarSaludos, Cayetano¡
Eso intenté. Tema complicado por la mentalidad de aquellos romanos.
EliminarUn saludo, Félix.
Un personaje machacado por los suyos, él quería unir los pueblos para formar una Roma más poderosa, pero al parecer eso no les gustó a sus enemigos y decidieron acabar con su vida.
ResponderEliminarMuy interesante esta entrada Cayetano,ya sabemos que es un personaje creado por ti pero con mucha parte de veracidad.
Saludos
Puri
Un personaje real del que sabemos algunas cosas y desconocemos la mayor parte.
EliminarUn saludo, Puri.
Caramba Cayetano! Cuanto para leer! Me distancio un tiempo y tú no paras! Siempre productivo e interesante tu trabajo. Felicitaciones también por "Escritores recónditos". En buena hora! Un gran abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Patzy.
EliminarUn abrazo.
Era entonces difícil vencer a Roma. Mucha presión, dificultades y algo más pusieron a los suyos contra él. Eso Roma sabía hacerlo bien.
ResponderEliminarUn saludo.
Divide y vencerás. Una estrategia que suele dar buenos resultados.
EliminarUn saludo, DLT.
Me resulta interesante adueñarse de la personalidad de Quinto Sertorio y través de él expresar la manera de ver la sociedad y como organizarla, en este caso Hispana, ahora España o cualquier otro país. Me quedo con la expresión: “Por la armonía, los estados pequeños se hacen grandes, mientras que la discordia destruye los más poderosos imperios.”
ResponderEliminarUn saludo.
Una licencia un tanto atrevida por mi parte la de meterme en la piel de este personaje, sin aviso alguno.
EliminarSaludos, Valverde de Lucerna.
Me gustaria un post asi pero con un personaje que hubiera podido estar en una encrucijada y decidir la historia... tipo Trotsky o Lincoln
ResponderEliminarNo estaría mal. Trotsky podría dar mucho juego. A ver si alguien se anima y nos ofrece una historia. Esto de la historia alternativa da mucho juego. ¿Qué hubiera pasado si Stalin hubiera sido el represaliado en lugar del ejecutado en México por Ramón Mercader? ¿Habría sido diferente la historia de la URSS? Quién sabe.
EliminarUn saludo La Plebe.