El
abuelo siempre llevaba traje. Pero no un traje cualquiera. Uno especial. Con
chaleco y reloj de bolsillo. Jamás le vi en camisa o en marga corta. O al menos
no lo recuerdo. El traje de mi abuelo
formaba parte de su anatomía. Vivía con él. Comía con él. Creo que hasta dormía
con él. Mi abuelo y su traje habían
firmado una especie de acuerdo de permanencia recíproca, un contrato de
eternidad. Estaban soldados el uno al otro. No me lo imaginaba de visita al
médico y que le dijeran eso de “desnúdese”. Me resultaba imposible
visualizarlo. Tan imposible como imaginar a alguien sin piel.
Y
con su traje salía de casa para dirigirse al banco, al Círculo Mercantil, al quiosco o al bar de la
esquina…
—¡Los iguales para hoy! Buenos días, don José. Mire qué número tan bonito llevo—. Le saludaba el vendedor de cupones.
—Deme uno, a ver si hay suerte. Pero ande, tómese algo. A ver, Miguel,
ponle a este hombre algo de beber.
—Gracias, don José.
Lo suyo era invitar a todo el
mundo.
Siempre
llevaba consigo una especie de carterita de piel con sus papeles. Y en los
labios un esbozo de canción en forma de algo parecido a un silbido, aunque
silbar no era lo suyo… Como mucho, emitía una especie de soplido fino que pretendía ser silbido.
—Buenos días, don José— le saludaba el limpiabotas en la
entrada del bar— ¿Le paso un poco la gamuza a los
zapatos?
—Hoy no, Antonio, que ya los traigo limpios de casa. Pero tómese
usted algo. A ver, niño, ponle a este hombre algo de mi parte. Y a mí, un café con leche.
Otro
día le dice al camarero:
—Miguel, hoy vengo con dos de mis nietos de Madrid. Allí tengo nada menos que siete. A este ponle un plato de
aceitunas. Al mayor, bonito con mayonesa. A mí, un rioja y una tapa de queso.
—Marchando,
don José. ¿Y a los niños que les pongo de beber?
—Ponles dos cervezas, pero cortitas.
Y
así siempre.
Un día el abuelo se nos fue.
Muy serio y callado parecía
decirnos a todos adiós, allí desde su caja de madera.
Se despedía de nosotros… con el traje de siempre, el de todos los días.
Maravilloso abuelo de tradiciones férreas y buen gusto. ¿aceitunas vs bonito con mahonesa? Hay que ver como salía perdiendo el pequeño. Y eso del "culín" de cerveza ya se ha perdido, luego así nos salen los niños tontos. Como añoro a estos señores, cada vez se ven menos...
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano!
El de las aceitunas era yo. Y salía ganando. Me ponían un plato enorme para mí solo. De esas gordas, bien aliñadas... Cada vez que entraba en el bar con el abuelo, lo primero que hacía el camarero era ponerme el plato de aceitunas. Una vez hasta me puse malo de todas las que me comí.
EliminarUn saludo, Félix.
Ya me explico el porqué de tu apolínea figura y constitución envidiable. siempre fuiste persona frugal.
EliminarSaludos!
¿y las cervezas -cortitas- qué?
EliminarJejeje. Menos mal que no eran cervezas cortitas de todos los días.
EliminarSe me llenaron los ojos de lágrimas, qué relaro más tierno y especial homenaje al abuelo.
ResponderEliminarUn abrazo x2 desde Granada
Me alegro que te haya gustado. Le debía al abuelo este pequeño homenaje.
EliminarUn abrazo y disfruta de tu paseo por Granada.
Bonitos recuerdos, que bien pudieran aplicarse a cualquiera de nosotros. Mi abueno también iba a un traje pegado, como Góngora a su nariz, pero era de buen corte, cada día uno distinto, por aquello de que era fabricante de paños y su sombrero, claro, su corbata, sus gemelos de oro y su cigarro en los labios. No lo llegué a conocer, murió en 1969, pero con las fotografías y las descripciones de mi padre, me basta para recrear su figura menuda, su bigotito a la moda, fino, sobre el labio, sentado en el asiento de atrás de su Pacard negro.
ResponderEliminarUn saludo
Era el maqueo típico de la gente de negocios de entonces. Solían ser además muy tradicionales.
EliminarUn saludo, Carmen.
Me gusta el relato.
ResponderEliminarEntre nosotros, yo también soy de chaleco...
Por cierto, si quieres ver al nieto lo tengo a la derecha de la portada de Tot, donde pone, el nieto y el abuelo.
Un abrazo
Salut...y buen recuerdo, de aquellos que no se olvidan.
Ya conocí a tu nieto. Por foto, claro. Ahora los abuelos les llevan al parque, al cine, de paseo... no invitan a los nietos a cervezas, aunque sean "cortas".
EliminarUn abrazo, Miquel.
Qué maravilla de recuerdo! No tuve abuelos y tras la primera infancia una especie de madre para mis padres. Ser abuela pensante de adolescentes, estos tiempos, resulta desalentador. Allá en el fondo dentro de los ancianos suele vivir un crío a la deriva de sus experiencias.
ResponderEliminarDebe ser precioso poder disfrutar de unos abuelos cuando todavía son jóvenes. Tú no los conociste y los míos, por aquellos tiempos, eran ya muy mayores. Hoy un abuelo de 68 años no es mayor.
EliminarSaludos, Emejota.
En mi recuerdo también la misma imagen, siempre vi a mi abuelo con traje negro y camisa blanca, llevaba un lazo de cinta como corbata. Los días de mucho calor que quitaba la chaqueta y queda con el chaleco puesto. Le gustaba muchísimo la música, era un buen melómano y pedía a sus hijos e hija que cantaran. Me enseñó muchas canciones.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Seguro que algunas de tus aficiones actuales provienen de aquel abuelo tuyo. Qué bueno poder disfrutar de un abuelo amante de la música.
EliminarUn abrazo, Francesc.
Un retrato perfecto de lo que era un SEÑOR, de los de antes. De los que pensaban que la imagen era una forma de respeto a los demás y a ellos mismos, de los que creían que la educación y el respeto era la única forma de relacionarse con el resto de las personas.
ResponderEliminarUn bonito homenaje, Cayetano.
Un abrazo
Sí. Era muy tradicional en todo. También en lo bueno: en la educación, en el saber estar, en el trato con los demás... Al final es lo más importante.
EliminarUn abrazo, Ambar.
Cayetano, me ha emocionado mucho leer este relato-homenaje. Qué maravilla. Me ha traído recuerdos de mi propio abuelo. Vivía con nosotros. Él también era don José, y tampoco salía sin su traje (y su sombrero!). Él también degustaba el rioja y las tapitas de queso, y tenía la costumbre de invitar a todo el mundo. Era muy espléndido. Se hubieran entendido bien los dos.
ResponderEliminarBisous
Sí. Yo creo que era un talante, una forma de entender la vida, las relaciones con los demás...
EliminarUn abrazo.
Todo un casta tu abuelo, ya casi no quedan de estas personas. Seguro que en el Cielo habrá subido el nivel de personas con clase.
ResponderEliminarUn saludo
En la calle donde vivía y tenía su negocio, era conocido por todo el mundo. La calle la tienes en la primera imagen.
EliminarUn saludo, Carlos.
Un tiempo desaparecido, y un personaje irrecuperable.
ResponderEliminarHe conocido a algún hombre como tu abuelo, que parecían haber nacido con el traje puesto, por la naturalidad y la desenvoltura con las que lo vestían. Eso es sencillamente elegancia a secas.
El mio era hombre de boina. Boina y cabeza semejaban una sola pieza, solo recuerdo haberle visto sin ella en lo mas fuerte del Agosto andaluz, cuando los escasos pájaros que osaban volar, lo hacían buscando la sombra del dosel de los olivos.
Nuestra verdader patria, es nuestra infancia. Tú con tus suculentas olivas, y yo, con las patatas que el abuelo compraba en la barraca-churrería del principio de su calle.
Y si, a mi también me "enchufaban" algo de cerveza, o un poco de vino de tanto en tanto. Así hemos salido de duros.
Un abrazo.
Qué tiempos. ¿Eh, Rodericus? El de la boina era mi otro abuelo, el paterno. Siempre vivió en el pueblo, en el campo. El abuelo José vivía en Sevilla. En esa calle del centro que aparece en la primera foto.
EliminarUn abrazo.
Me encantó, creo que hace mucho bien de vez en cuando compartir tan buenos recuerdos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Era un pequeño homenaje que le debía. Qué menos.
EliminarUn abrazo, El tejón.
Yo recuerdo a mi abuelo con su gorra...ya después de viejo, se la quitó. Entonces me di cuenta que tenía el pelo blanco...
ResponderEliminarGran e intenso homenaje Cayetano
Saludos
Una sorpresa te llevaste. Descubriste un abuelo debajo de tu abuelo.
EliminarUn saludo,Manuel.
¡Todo un caballero de la vieja escuela!
ResponderEliminarHermoso, entrañable homenaje.
Abrazos.
Genio y figura. El abuelo sigue ahí, ocupando su lugar.
EliminarUn abrazo, Xibelius.
No se si nació aquí pero, por lo que relatas, era un sevillano castizo.
ResponderEliminarSalud(os).
Sevillano de vocación y residencia. Nació en un pueblecito de Badajoz y vino a Sevilla donde abrió un estanco en la calle Sierpes, que desapareció cuando falleció la abuela. En la foto superior aparece en su lugar "Cerámicas Aracena". Seguro que has pasado por delante infinidad de veces.
ResponderEliminarUn saludo, Antonio.
Claro que conozco el sitio. Además, también he llegado a comprar tabaco en el estanco.
EliminarEn cierta ocasión me comentaste que ese estanco fue de tu familia.Frente Ochoa y la calle Cerrajería.
No recordaba que te lo comenté en su día. Así es, frente a Ochoa y calle Cerrajería.
EliminarSaludos, Antonio.
Mi abuelo siempre salía con traje y con sombrero, siempre con sombrero, tenía una colección. Gran señor el abuelo, todo un personaje.
ResponderEliminarSaludos.
Los que usaban sombrero difícilmente podían pasarse sin él. Como una parte inseparable de la cabeza.
EliminarUn saludo, Valverde de Lucerna.
Cuanto me recordaste a mi abuelo con este retrato tan real, con su traje ,siempre impecable y saludando a todas las señoras del barrio,elevando el ala de su sombrero.
ResponderEliminarUn bonito homenaje a los abuelos de antes.
Un saludo Cayetano
Puri
Un estilo que ya no está de moda. Otros tiempos, otras mentalidades.
EliminarUn saludo, Puri.
Un abuelo muy entrañable, pues en mayor o menor grado, muchos recodamos a los nuestros con alguna de esos "hábitos" sean estos sus vestimentas, sean sus costumbres.
ResponderEliminarSaludos.
Así es, DLT.
EliminarUn abrazo.