Imagen tomada de aquí
Los
chicos de los sesenta éramos expertos en estas técnicas, ideales
para hacer amigos.
La
asignatura de psicomotricidad de aquellos tiempos se aprendía en la
calle, pero también en el colegio, aunque de forma transversal y sin
que constara en el boletín de notas: los profesores eran expertos en
darnos capones y collejas, independientemente de la asignatura. Y
practicaban con nosotros esas habilidades manuales tan varoniles. Las
chicas solían sufrir en sus carnes otras menos toscas y más
femeninas, sobre todo suministradas en los colegios de monjas: los
pellizcos. El “pellizco de monja” era una especialidad sumamente
sádica que consistía en un castigo de dos tiempos:
Tiempo
uno: pellizco.
Tiempo
dos: sin soltar la presa, la persona encargada de darte tortura,
movía los dedos-pinza que apresaban tu carne, rotándolos como
mínimo noventa grados en el sentido de las agujas del reloj. En ese
momento, la víctima emitía un quejido de dolor. Castigo cumplido.
Los
chavales sufríamos en clase collejas, capones, estiramientos de
orejas y de mofletes, bofetadas y palmetazos en las manos, en los
nudillos o en los dedos apiñados hacia arriba como hacen los
italianos cuando dicen eso de “porca miseria”, pero sin moverlos,
porque si no el castigo se incrementaba, generalmente en progresión
geométrica.
Y
en la calle practicábamos con los conocidos esas habilidades, aunque
las preferidas por nosotros eran dos: las tobas y las sardinetas.
Tobas:
Se
pilla el dedo corazón o el índice con el pulgar, como diciendo
“okey”. El dedo pillado hace la intención de salir disparado,
pero el dedo “gordo” se lo impide. De golpe, se libera el dedo
retenido, que sale como una centella hacia su objetivo. La toba era
válida para el juego de las canicas, para el de las chapas y, cómo
no, para sacudirle en la oreja a nuestro rival, oponente o víctima
propiciatoria. En días fríos de invierno, con las orejas coloradas
por causa de las bajas temperaturas, sentir el aguijón de la toba
impactando en los desprevenidos soplillos era una de las experiencias
más desagradables que se pueden sufrir en esta vida, casi tanto como
ser obligado a comerte a esa edad un plato de acelgas hervidas.
Para
sacudir en el trasero, optábamos mejor por la sardineta.
Sardineta:
Júntense
los dedos pulgar y corazón como en pinza. El dedo índice queda
libre y, al agitar la mano como si quisiéramos bajar el mercurio de
un termómetro, notamos como el índice choca contra los dedos en
pinza… Estamos ensayando el golpe. Si no suena “clap clap”…
la sardineta no está preparada. Hay que practicar un poco. Ahora sí.
Cuestión de acercarse por detrás hacia el trasero de alguna víctima
y ensayar. El truco consiste en golpear de refilón con el índice a
modo de látigo, apenas rozando el culo desprevenido de nuestra
víctima. Si grita, es que la sardineta ha cumplido su objetivo. Si
la víctima es más fuerte que tú, se aconseja salir por patas.
Y
a estos menesteres nos dedicábamos algunos: Sebas el Garrapata,
Aniceto Caralija, el Carapastel, el Mosca, el Flauta, el Tirillas, y
tantos otros, mientras esperábamos, anhelantes, la llegada de la
democracia.
Texto publicado en La Charca Literaria
La psicomotricidad fina es un invento de psicólogos, un cajón de sastre donde colocar todas estas habilidades tan magníficas que practicábamos. Añadíamos a estas finuras ciertos ejecicios atléticos como huír por patas o el pugilato bestia que incluía patadas y tirones de pelo.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Ahora se habla de psicomotricidad. Y a los niños que se pasaban el día enredando en clase o en casa y les suministraban los padres y maestros collejas o jarabe de zapatilla, ahora les llevan al psicólogo porque son hiperactivos. Los tiempos cambian.
EliminarUn saludo, Francesc.
Y la famosa "palmeta o puntero" del maestro. que te dejaba los dedos de la mano tipo fosfatina, porque no te daba en la palma, no, te hacían poner los dedos de punta, y allí, en el epicentro de los 5 te soltaba la hostia con todas sus ganas.
ResponderEliminarsalut
Sí, de ese jarabe hemos probado algunos.
EliminarUn saludo, Miquel.
No sé si fueron tiempos mejores, pero había menos tonterías, muchas menos. Te faltó explicar que si en casa decías que en clase el profesor te había calentado, repetías ración con tus padres, para que te quedara claro. Igualito que ahora.
ResponderEliminarMe escuecen las manos de recordarlo.
Un saludo, Cayetano
Eran tiempos más bárbaros en todos los sentidos. Eso sí, los chicos jugábamos más en la calle, con nosotros mismos y no con maquinitas. Y si te daban un capón en el cole por hacer alguna trastada no se te ocurría contarlo en casa.
EliminarUn saludo, Carlos.
He leído con cierta nostalgia, de la mala, de la de los malos recuerdos, lo de la "toba" y la "sardineta" que está magníficamente narrado, sólo aportar de mi recuerdo que raras ocasiones se elegía una víctima más fuerte que tú, como dices en tu relato para darle un toque de humor literario que aplaudo, porque, en la realidad, siempre ha habido hijoputas y siempre, más si cabe sin democracia por supuesto, la víctima era el débil.
ResponderEliminarSaludos.
Sí. La verdad es que se abusaba mucho de los más débiles o de aquellos que sabías que eran poco dados a las peleas. Aunque hubo alguno que alguna vez se la jugó con los grandullones y cobró por ello, solo que a partir de entonces te dejaban en paz y no se metían contigo.
EliminarUn saludo, Pitt Tristán. Y gracias por acercarte a este blog y comentar.
Qué tiempos aquellos... Los míos fueron menos duros, pero todavía se soltaba algún sopapo de vez en cuando, se retorcían orejas y alguna monjita sacudía las manos con una regla cuando se terciaba. Y sin embargo, ¡qué bien nos lo pasábamos en la calle!
ResponderEliminarUn saludo
Tú ya eras de la EGB. Las cosas habían cambiado mucho; aunque es verdad que todavía quedaban restos de antiguas "técnicas pedagógicas" de aquellas.
EliminarY es cierto eso que dices de la calle: se jugaba mucho.
Un saludo, Carmen.
Ufff, a mi aun me duele cuando recuerdo cuando me hacía la raya al medio aquel maestro falangista cuando me cruzaba el coco con aquella regla de madera puesta de canto.
ResponderEliminar¿Vendrá de aquello mi calvicie?,jjjj
Saludos.
Ese maestro te daría clase de FEN, Formación del Espíritu Nacional, o de Gimnasia. Eran dos ámbitos casi siempre reservados para ellos.
EliminarUn saludo, el Tejón.
Anda si yo también jugaba como los chicos y me divertían mucho más las canicas y las chapas que “los bonis”, pero con tal de jugar todo servía!
ResponderEliminarHabía juegos compartidos: el rescate, el balón prisionero... El fútbol y las canicas eran casi exclusivos de los chicos. Aunque siempre había alguna niña que se saltaba la norma. En este caso, solía ser la admiración de los de pantalón corto.
EliminarUn saludo, Emejota.
Pertenezco a EGB, pero en los primeros años aún se practicaba lo de los palmetazos y lo de poner de rodillas con los brazos extendidos. No me gusta mucho pensar en eso, me quedo con los juegos de recreo.
ResponderEliminarUn saludo
Yo también. El recreo era mucho más divertido, dónde va a parar.
EliminarUn saludo, Jose Vivo.
Verdaderamente no me puedo quejar de la psicomotricidad apenas la sufri,asi que pase por el colegio sin pena ni gloria.Tener cara de mala ostia perpetua y medir mas que el profesor ayudo mucho.En una reunion del profesor con mi madre y mi abuela,decia el señor que era muy listo pero muy vago,que hacia lo justo para pasar curso y que podria hacer mas.Mi abuela y mi madre decian pues dele usted.El hombre les respondio es que tiene esa cara de mala ostia y es tan grande que da no se que me da,mi madre decia dele que es muy noble cuando su padre o yo le damos nunca se revela...Pero fue que no porque oi la conversacion cuando se lo contaban a mi padre y mas cara de mala ostia.
ResponderEliminarSaludos
Jejeje. Claro, jugabas con ventaja.
EliminarUn saludo, Jose.
He recordado mi infancia Cayetano. No habían tantas collejas ya, pero si con la regla en los dedos...
ResponderEliminarLas canicas en Venezuela se llaman metras.
Había un "juego" llamado chicote: Con los dedos índice y medio alargados, le pegabas al compañero en el antebrazo. La idea era dejar marcas...
Saludos
A esas marcas aquí les llamamos cardenales, por el color. Jejeje. Éramos un poco brutos.
EliminarUn saludo, Manuel.
Y no ahora con tanto móvil y maquinitas, los niños de ahora no saben jugar a otra cosa, creo que se han perdido lo mejor.
ResponderEliminarBesos.
Pues sí. Los chicos de ahora no juegan. Juegan las maquinitas con ellos.
EliminarUn abrazo.
Hola Cayetano!! Después d mi larga ausencia vuelvo con todos vosotros que ya os echaba mucho de menos. Me he reido mucho con tu entrada, recuerdo los juego de los niños ¡tengo dos hermanos varones! Yo también he sufrido algún pellizco de monja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una alegría volver a verte por esta casa.
EliminarUn abrazo.
Cuando se recuerdan las agresiones de la niñez las primeras que vienen a la mente son las que propinaban los malos maestros, aunque yo escapé bastante bien. Pero tú has hecho una ligera mención de otras que se intercambiaban los chicos entre ellos y que también tenían lo suyo porque los había muy bestias. Saludos.
ResponderEliminarLos chicos pueden llegar a ser muy crueles, sobre todo en una época en la que eran moneda corriente los malos tratos: en casa, en el colegio...
EliminarUn saludo, Ana.
Qué bueno, Cayetano. Según leía pasaba mi infancia escolar como una película. Confirmo y doy fe de cuanto dices, que hoy suena a chufla pero entonces tenía un componente dual. Por una parte podía suponer tortura relativa y menor, más de índole psicológica que física, pues a algunos nos dolía más que el maestro nos dejara en evidencia que el dolor pasajero de la bofetada o el capón. Por otra parte había un aire de provocación y cachondeo entre los alumnos, con las consiguientes risas. Doy fe también de haber presenciado feroces palizas, sic, como suena, literalmente, a cargo del ministerio profesoral que hoy sería motivo de juzgado de guardia. Pero en tiempos de Franco a ver quién iba contra la autoridad.
ResponderEliminarEn efecto, también reproducíamos con otros parte de aquellas andanadas de técnicas, como en broma pero que servía para coger manías y tener desquites. Qué recuerdos.
Eran tiempos duros, y lo chicos respondían también con dureza.
EliminarUn saludo, Fackel.
Los de esa época sufrimos los castigos con resignación, aquello de que La letra con .... entra era la regla principal, y no podías protestar en casa porque te decían que " algo harías para que te castigaran". De los pellizcos de las monjas era difícil librarse
ResponderEliminarDe esos juegos que hablas no conozco pero por lo que cuentas debían de ser muy divertidos y participativos.
Un saludo Cayetano.
Puri
Sí, divertidos y sobre todo participativos. Lo normal era regresar a casa con algún arañazo o moratón. Otros tiempos.
EliminarUn saludo, Puri.
ostras! lo habia olvidado, anda que no habíamos jugado a balas, a cromos, a chapas, e incluso unos cuantos del barrio hacíamos equipos de futbol con botones con el escudo y todo en el centro, sus once jugadores y la pelota que era un botón pequeño.
ResponderEliminarSe jugaba mucho en la calle. No había maquinitas ni tele en color y estorbábamos en casa.
EliminarUn saludo. F. Puigcarbó.