Imagen de uso libre (pixabay)
La
casa de mis tías era vieja y destartalada, inhóspita en invierno e
inclemente en verano, de puertas de madera medio podrida, con
ventanas mal ajustadas que dejaban oír el gemido del viento cuando
se colaba por sus rendijas.
Era
vieja, como ellas. Sombría y triste, como sus propietarias.
Y
yo odiaba vivir allí. O tal me odiaba a mí mismo y a todo lo que me
rodeaba.
Por
eso, en cuanto pude, decidí coger mis cuatro pertenencias y marchar
lejos, muy lejos.
Atrás
quedaron los tiempos de la infancia. Borrosos ya a fuerza de los años
transcurridos. Mis tías, dos solteronas de vocación, me recogieron
cuando murió mi madre. Mi padre había muerto nada más estallar la
guerra. Ahora quedaba huérfano y desamparado, a no ser por aquellas
dos frías mujeres, hermanas mellizas de mi difunto padre, que me
acogieron porque no les quedaba otra, eran gente cristiana. Y yo no
tenía a nadie más en este mundo.
Mi
infancia, lo que me quedaba de ella, fue tranquila pero llena de
carencias.
No
hubo calor en aquella casa. Mis tías no podían dar lo que no
tenían.
No
hubo alegría en aquel hogar. Difícilmente pueden proporcionarla
quienes carecen de ella.
El
trato fue correcto. Pude estudiar. Tener una habitación para mí y
mis cosas, mis libros, mi raqueta, mi pelota de tenis…
No
me faltó la comida, ni la ropa que iba necesitando según crecía.
Siempre
tuve una muda limpia que ponerme.
Unas
monedas en el bolsillo para gastar.
Pude
jugar con los otros niños de la calle.
Pero
me faltaba algo. Estaba como incompleto. Y en aquellos tiempos, los
demás eran los culpables de lo que a mí me pasaba. O de lo que no
me pasaba.
Y
fui creciendo. Me hice mayor. Me eché novia. Encontré trabajo.
Un
día me fui de aquella casa. Empecé una nueva vida lejos.
Mi
trabajo no me gustaba, simplemente me dedicaba a él, pero sin
entusiasmo. Había que trabajar y punto.
Mi
novia se convirtió en mi mujer. No sé si llegué a quererla. Ella
me preguntaba si la quería. No sabía qué contestar. Simplemente
hice lo que hace todo el mundo a mi edad: emprender una vida lejos de
casa. Eso era todo.
Creo
que no era feliz con nada.
Luego
dejé mi trabajo. O me echaron.
Perdí
mi mujer, o me dejó porque no tenía futuro ni ilusión a mi lado.
Y
di vueltas por medio mundo. Buscando qué sé yo. Tal vez me buscaba
a mí mismo sin encontrarme.
Y
entonces regresé.
Porque
la casa de mis tías era vieja y destartalada, inhóspita en invierno
e inclemente en verano, de puertas de madera medio podrida, con
ventanas mal ajustadas que dejaban oír el gemido del viento cuando
se colaba por sus rendijas; pero fue el único hogar que tuve.
Relato perteneciente a "Ida y vuelta", registrado en Safe Creative, bajo licencia
Una casa no siempre es un hogar.
ResponderEliminarCierto. En realidad, hogar viene de hoguera. Hace falta calor, también el humano.
EliminarUn saludo, Alicia.
El peso de la infancia suele implicar cierta troquelacion instintiva en la viday quizás la narración unida a un exceso de exigencia. No se debe pedir lo que no se puede dar! Ay.
ResponderEliminarMuchas carencias para al final conformarse con poco.
EliminarUn saludo, Emejota.
Me encantó.
ResponderEliminarPara regresar, aunque resulte duro, siempre se está a tiempo.
Saludos.
En el fondo es la constatación de un fracaso.
EliminarUn saludo, El tejón.
Siguió siendo el retrato de lo que tenía en casa...frío y distante...No le quedaba nada más que regresar...
ResponderEliminarSaludos Cayetano. Viajar...no siempre es agradable.
A veces es regresar derrotado.
EliminarUn saludo, Manuel.
Me gustó mucho cuando lo leí y ahora todavía más. En ocasiones buscamos sin saber qué para volver algo que teníamos aunque no sea lo ideal.
ResponderEliminarUn saludo.
Es un orgullo para mí que me relean. Gracias, Valverde de L.
EliminarUn saludo.
Todo el mundo sueña con quien no duerme. Tranquilo, no es sólo tu caso.
ResponderEliminarLa imaginación es muy libre.
EliminarUn saludo, Miquel.
Yo despues de que deje mi vida laboral he vuelto a mi pasado,no tube que haber dejado que me desprendieran de el,me desprendi de todo lo que fue mi vida laboral,no me arrepiento,y ahora hablo con los amigos de la infancia porque creo,quizas equivocadamente,que son los unicos amigos que de verdad tengo.Lo demas fue un "accidente laboral".No,nunca me gusto mi trabajo,iba hacia lo que tenia que hacer lo mejor que podia y punto.
ResponderEliminarSaludos
A veces los trabajos te absorben tanto tu tiempo y tu energía que uno deja de ser quien es.
EliminarUn saludo.
Quizá todo está en nosotros. La búsqueda es lo que nos pierde.
ResponderEliminarHa sido un placer leer este texto. Quedé atrapada por un buen rato.
Un saludo
Muchas gracias por tu amable comentario.
EliminarUn saludo, Jose.
Ufff, ¡qué triste¡
ResponderEliminarBesos.
Me dejó sin palabras el relato.
La historia del relato es como un círculo cerrado, donde lo externo se metiera en tu interior y te habitara...
ResponderEliminary al final te encuentras lo que recibistes porque no puedes dar lo que no te dieron: cariño, ilusión o amor.
Besos.
En efecto, un círculo. De hecho la historia empieza y termina en la casa de las tías. Un relato circular.
EliminarUn abrazo, Amapola Azzul
La búsqueda de uno mismo pasa por distintos estadios en la vida para regresar a los orígenes. Una bella historia que es aplicable a muchos de nosotros con la diferencia de que la mayoría recibe el calor y el amor de sus padres en la más tierna infancia y al final es lo que queremos recuperar al final de nuestros días. De hecho la mente es traicionera y suele recordar en la ancianidad lo mejor de nuestra existencia que suele emplazarse en la adolescencia.
ResponderEliminarUn saludo
Muy cierto todo lo que comentas. Tenemos, en esto de los recuerdos, una mente selectiva. Afortunadamente.
EliminarUn saludo, Carmen.
Aunque describes una vida sórdida, me gusta ese eje circular, esa atmósfera que has creado con un mismo principio y fin del relato: "era vieja y destartalada, inhóspita en invierno e inclemente en verano, de puertas de madera medio podrida, con ventanas mal ajustadas que dejaban oír el gemido del viento cuando se colaba por sus rendijas...
ResponderEliminar¡Bravo, Cayetano, tú conoces muchas historias que conforman la Historia!
Eso pretendía: hacer un marco para incrustar dentro la historia de un fracaso.
EliminarUn abrazo, Paco.
La infancia es una etapa que marca la vida y a tu personaje le faltó lo principal: el apego, el cariño. Me resulta doloroso que vuelva derrotado a su antigua casa.
ResponderEliminarTu relato tiene consistencia y fuerza. Genial.
Gracias, Manuela. Derrota y falta de cariño son, en efecto, dos ejes que recorren el relato.
EliminarUn saludo.
Una vida marcada por la falta de cariño y así es difícil encontrar sentido a lo que te rodea.
ResponderEliminarUn saludo Cayetano
Puri
Cierto. Quien no recibió cariño es difícil que sepa darlo a los demás y a sí mismo.
EliminarUn saludo, Puri.
Me temo que no es un personaje del pasado, estamos fabricando muchas personas iguales o aun mas frías como la que tan bien describes. En el futuro, tal vez los robots sean mejores y mas calurosos seres que los humanos.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
No se puede dar de lo que uno carece.
EliminarUn saludo, Carlos.
De una forma u otra siempre regresamos allí donde queremos huir. Eso o acabamos convirtiéndonos nosotros mismos en ello.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Debe ser el miedo a la libertad o la imposibilidad de ser felices si no lo aprendimos durante la infancia. O un poco de todo.
EliminarUn saludo, J.
Solemos imaginar el futuro como castillos en el aire, sin valorar lo que tenemos (o tuvimos) por escaso que fuera. No nos damos cuenta de que con menos se puede ser feliz y el regreso a nuestros orígenes siempre puede ser reconfortante. Es que no estamos a gusto con nada, máxime en los tiempos que corren...
ResponderEliminarUn abrazo
Esa es otra lectura también interesante: la vida es más ingrata que lo que tenemos por casa.
EliminarUn abrazo, Félix.
Triste recorrido vital circular.
ResponderEliminarUn abrazo, Cayetano
Así es, Myriam. Triste.
EliminarUn abrazo.
El hogar. Cuántas definiciones caben en esa palabra. Cuántos tipos diferentes de convivencia para algo que en principio podría explicarse con una sola de tus líneas: Poder tener una habitación propia. Y unas monedas. Que no me faltase la comida. Poder estudiar. Tener una muda limpia...
ResponderEliminarY sin embargo, como dijera el filósofo, "No es eso, no es eso".
Saludos.
No era eso; pero tampoco encontró otra vida que le compensara el haberse ido de casa.
EliminarUn saludo, Ana.
Este relato bien podría haberse titulado El inconformista. No recibió el calor del hogar, pero tampoco supo recibirlo fuera ni darlo. Nada le satisfacía, con nada se conformaba. Porque, aunque la vida es dura, para unos más que para otros, nuestra naturaleza suele tender a buscar la felicidad, aunque sea conformándonos, para evitar la desgracia, esa desgracia endógena de la que el protagonista sin nombre, porque ni nombre le has dado, fue un as.
ResponderEliminarLo peor es que algunos personajes reales como este existen.
Saludos.
El peso de las carencias. La educación en la falta de cariño.
EliminarQuien nunca fue feliz es difícil que haga felices a los demás.
Un saludo, DLT.