Hay
vidas tan vacías como algunas estaciones de madrugada, vidas tan
grises como las frías mañanas de invierno. Vidas anodinas,
prescindibles, banales, insulsas, de gentes que pasan por el mundo
desapercibidas, sin un destello. Vidas sombrías.
La
de aquel viajero era así. Una vida inútil, sin sentido.
Era
muy temprano cuando apareció aquella mañana arrastrando su maleta
por el andén vacío. Una niebla gris y densa envolvía los objetos y
lograba desdibujarlos, hasta tal punto de que no era fácil
distinguir sus contornos.
La
estación aparecía desierta y silenciosa, como algunos pasillos de
hospital durante la noche.
Una
mano en el bolsillo, la otra tirando de la maleta, recorriendo una y
otra vez el andén, haciendo tiempo, mientras esperaba la llegada del
tren, el primero del día. Como única compañía, la luz mortecina
de las farolas, arrojando sobre el pavimento una luz amarillenta. El
viajero arrastraba su maleta y su vida. Pensaba en su soledad, en su
existencia sin brújula, vacía de contenido.
Como
en las viejas películas en blanco y negro, llegaba el tren, bufando
y resoplando, envuelto en vapor, haciendo chirriar las ruedas
metálicas sobre los rieles. El viajero subió, colocó su maleta en
el altillo y tomó asiento.
Le
gustaba desde siempre situarse en sentido contrario, de espaldas a la
marcha del tren. De esta manera veía los objetos alejarse, recreando
la vista en lo que dejaba atrás, mientras se iban empequeñeciendo y
finalmente desapareciendo.
Desde
la ventanilla, mientras despuntaba tímidamente el día, medio
adormilado, dejaba vagar los ojos por el paisaje ceniciento y
tristón. Casi prefería no pensar en nada. Dejarse llevar por los
árboles, las vallas y los edificios que circulaban ante sus ojos y
se perdían a lo lejos.
Recuerdos, pocos. Un par de pensamientos con los que entretener el tiempo del
viaje. No llevaba a mano ninguna lectura. No le apetecía.
No
huía de nada. No huye quien abandona un destino por otro que no
conoce. De hecho sacó un billete para el primer tren que pasara
aquella mañana.
No
tenía ninguna preferencia. Tampoco nadie que le esperara, al igual
que nadie fue a despedirle a la estación.
Partió
solo y solo llegará a quién sabe dónde.
Le
daba igual su destino. Tal vez confiaba en el azar más que en sí
mismo.
De
hecho siempre decía que la casualidad está detrás de casi todo lo
importante que te puede ocurrir en la vida. Nacemos por casualidad.
Por casualidad vivimos en este o en aquel lugar. Conocemos a las
personas casualmente. En ninguna parte está escrito cuándo, dónde
y cómo vas a conocer a la persona que te dará trabajo, que vivirá
contigo o que te complicará la existencia para siempre.
Por
eso, a partir de ahora, el destino marcaría su existencia.
Echó
los dados aquella mañana y el azar decidió por él.
Estaba
en sus manos.
_________
"El tren" es un capítulo del libro "Ida y vuelta" que te puedes descargar en este enlace:
https://drive.google.com/file/d/1qaq_V-Mh9yR5hql9k_9sIwHXYPxTgJ-R/view
Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia
https://drive.google.com/file/d/1qaq_V-Mh9yR5hql9k_9sIwHXYPxTgJ-R/view
Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia
Me gusta porque, además de estar bien trabado el texto, consigues que en la metáfora nos situemos. Ese viajero podemos ser cualquiera de nosotros -algunos no lo entenderán así, pero nadie se escapa de ese fluir y ese estar a merced del azar aunque no tenga conciencia de ello- y aunque hagan planes por nosotros, luego nosotros nos adhiramos a proyectos, creamos protagonizar ciclos y aunque haya quien se crea el rey del mambo al dirigir una empresa o un partido político lo cierto es que somos viajeros solitarios, más inquietos de lo que parece. Por otra parte la imagen del ferrocarril, las estaciones, la soledad que han emanado siempre es un tema que me cautiva. Es un ámbito que he conocido desde niño y que aún practico de paso, siquiera para percibir sensaciones perdidas...o actualizar la metáfora, en lo que me toca.
ResponderEliminarAgradecido por tu relato, un abrazo.
Has tocado la fibra sensible, el punto principal del asunto. En esta vida, muchas veces transitamos solos y perdidos. Y es cierto que las estaciones, sobre todo las antiguas, sirven muy bien de marco para centrar el tema de la soledad.
EliminarUn saludo, Fackel.
Hombre,visto de ese modo cuando no tiene nada lo mismo da.Aunque jugarse el destino a la suerte de unos dados tirados por quien sabe que mano para mi no valdria.Aunque no tuviese nada que perder,a pesar de tener muy poco,prefiero decidir yo mi destino.
ResponderEliminarUn saludo
Sí. El texto no deja de ser tan solo una metáfora de la vida, la soledad y las sorpresas que nos trae el destino.
EliminarUn saludo, Jose.
Mis felicitaciones, Cayetano. Tienes una capacidad de hacernos partícipes y presentes en la escena que nos dibujas con tus letras. Sin duda, un relato que me ha encantado y lleno de profundidad.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra mucho saberlo, Félix. Es lo que pretendo: hacer partícipe a los demás de mis cosas.
EliminarUn abrazo.
En mi entorno debe haber mucha gente que echa los dados para seguir viaje, no se hospedan en hoteles y caminan arrastrando una orquesta de ruidos metálicos por las aceras. Estamos en el frenesí de viajar no importa donde, pero cambiar de alojamiento un día y otro y tomar nota con el móvil para difundirlo por las redes sociales. No son pollos sin cabeza, pero se les asemejan como dos gotas de agua.
ResponderEliminarUn abrazo.
Viajar puede ser un placer, una rutina o convertirse en un infierno. Ya sabes que es un tema que me encanta.
EliminarUn abrazo, Paco.
¡Que relato mas triste! Aunque bien pensado, es una bella metáfora de la existencia humana.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
Eso pretendía. No es un viaje cualquiera, es el tránsito, azaroso muchas veces, por la vida.
EliminarUn saludo, Carlos.
Que bonito relato, pero que triste una vida vacía, sin tener donde ir, a veces nos sentimos un poco así.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato, te felicito.
Besos.
En el libro, que ya sabes puedes descargarte libremente, tienes otros "viajes" más divertidos. Hay de todo. Este era tristón, como la vida a veces.
EliminarUn abrazo, María.
Las estaciones de tren son un recurso literario de primer orden. Cruce de caminos, dejando la pesada maleta del pasado atrás y con el futuro por delante, no deja de tener una poesía que no alcanzan los viajes en coche, por ejemplo. Si lo aderezamos con una vieja máquina de vapor, echando humo, y una maleta de cartón el efecto en el lector es innegable (nada de AVE, ni de maletas rodantes, jeje).
ResponderEliminarSaludos
El AVE y la moderna estación se cargan todo el contenido metafórico. Es preferible, en efecto, el decorado antiguo y las viejas locomotoras.
EliminarUn saludo, Carmen.
Vivimos en la incertidumbre y necesitamos elaborar cierta certidumbre para sentirnos vivos. Los dados cumplen esa función.
ResponderEliminarNo ha salido en blogger tu anterior entrada. Podemos imaginar la razón dada la pazguateria imperante.
A mí estos de blogger cada día me sorprenden más.
EliminarSaludos, Emejota.
Recuerdo cuando lo leí en tu libro. Quién sabe cuantos viajeros como este existimos. En cuento a mí, no es el azar sino los sfectos lis que determinan mi destino.
ResponderEliminarBesos
Los viajes suelen dar alguna sorpresa de vez en cuando.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Lo recuerdo. Muy bien narrado. Quizás llegó el momento de tomar las riendas de la vida y seguir el rumbo que decidamos tomar o quizás pensamos que decidimos cuando no es así. Me gustó cuando lo leí y me ha vuelto a gustar el recordarlo.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias, Valverde de Lucerna.
EliminarUn saludo.
Al menos el viajero no es de los que pasan sin ver ni siquiera alejarse los objetos a través de las ventanillas.
ResponderEliminarHay tantos viajeros por la vida buscando un futuro incierto...
Saludos.
Es muy visual y metafórico el efecto de la mirada que se pierde mientras los objetos se alejan. Imprime melancolía.
EliminarUn saludo.
Fíjate, soy poco aqmigo de las casualidades, sin embargo creo a pie juntillas en las causalidades.
ResponderEliminarUn abrazo
Conocer a esa persona en aquel lugar que te alegrará o complicará la vida para siempre...
EliminarUn abrazo, Miquel.
Yo me sentí indentificado con este texto Cayetano...Creyendo tener la santén por el mango y luego...
ResponderEliminarSomos viajeros, aunque estemos en un mismo lugar...a veces llegamos a donde queremos, otras veces, bajamos del tren sin saber quñe hacer...
Saludos
El destino a veces es caprichoso. Otras veces, somos nosotros los que lo forjamos.
EliminarUn saludo, Manuel.
Te felicito, muy bueno tú texto.
ResponderEliminarMuchas gracias, Trini.
EliminarUn saludo.
Buen ejercicio el tratar de imaginar cuál será la tarea del viajero anodino, ese cuyos ojos nunca muestran un resquicio de personalidad.
ResponderEliminarQuizá se dedique a verdugo y vaya camino de Arizona para aplicar una pena de muerte. O puede que nada de eso y su viaje tenga un motivo feliz, el de recibir a la mujer del Este con la que se ha casado por poderes. Chi lo sa.
No parece muy feliz. Parece una marioneta en manos del destino
EliminarUn saludo, Ana.
No sabría decir si fue valiente al dejarse llevar por el azar o fue cobarde por no luchar por lo que quería. Le deseo suerte.
ResponderEliminarSAludos.
Buena apreciación. Todo depende del enfoque que le queramos dar. Como en el cine.
EliminarUn saludo.
De seguro no diré nada nuevo al mencionar que en algún momento de nuestras vidas todos fuimos (o quisimos ser) un poco como este viajero. Yendo a quién sabe dónde, para llegar quién sabe cuando...
ResponderEliminarSaludos,
J.
Muy cierto, alguna vez nos pasó. Lo malo es cuando se convierte en algo crónico.
EliminarUn saludo, José A. García.
Pienso que nada decidimos, pero tampoco nada es casual. Creo en la causalidad... Quizá no huye de nada y sí de sí mismo.
ResponderEliminarMe encanta leerte
Saludos
Huye de sí mismo. Es una metáfora de la frustración. Prefiere que sea el destino el que decida por él. Le da más confianza.
EliminarUn saludo, Jose.