Continuación
Válgame Dios que no está en mi ánimo mentir y que lo que cuento es la pura verdad y que si miento sea yo merecedor de los mayores suplicios de mano del diablo, allá en los infiernos. Créame si le digo que no hay mayor dolor en este mundo que el de pasar hambre. Y que, por aliviarlo, el hombre es capaz de las peores cosas. Pues la vida es un don de nuestro Creador y por respeto a Él y a ese don hemos de luchar por mantenella, que no hay mayor pecado que abandonarse sin más en un rincón y dejar que las fuerzas vayan desfalleciendo hasta acabar pereciendo por la falta de pan.
Válgame Dios que no está en mi ánimo mentir y que lo que cuento es la pura verdad y que si miento sea yo merecedor de los mayores suplicios de mano del diablo, allá en los infiernos. Créame si le digo que no hay mayor dolor en este mundo que el de pasar hambre. Y que, por aliviarlo, el hombre es capaz de las peores cosas. Pues la vida es un don de nuestro Creador y por respeto a Él y a ese don hemos de luchar por mantenella, que no hay mayor pecado que abandonarse sin más en un rincón y dejar que las fuerzas vayan desfalleciendo hasta acabar pereciendo por la falta de pan.
Y digo pan y no asaduras guisadas, ni lengua de carnero estofada, ni criadillas, ni tajadilla de hígado de puerco, manjares deliciosos todos ellos, pues no es la gula la compañera de viaje sino el hambre. Y para él, con el pan basta y sobra, que es de buenos cristianos conformarse con poco.
Yo viví en una edad gloriosa -si bien la gloria nunca llegó a alcanzarme- que con los tiempos vino a llamarse el Siglo de Oro; pero bien parece que ni el esplendor ni el oro jamás llegaron a gentes humildes como yo, que era cosa milagrosa tropezarme alguna vez con un real, pero sí alcanzaron a nuestros reyes y validos y ministros y prelados y corregidores y hasta alguaciles, quienes pusieron a España en un lugar muy alto –tan alto que era imposible para la gente modesta llegar hasta él- y en cuyos dominios se decía que no llegaba a ponerse nunca el sol.
Y que para mantener ese puesto entre los grandes había de gastarse el rey todos los dineros disponibles y más si cabe, endeudando la hacienda y empobreciendo cada día más a los resignados pecheros, obligados por razones de estado a pagar alcabalas o gabelas y a no comer para poder pagar…
Y digo yo, en mis cortas entendederas, que aunque no soy bachiller y poco fui a la escuela algo me enseñó la vida, que mal anda una casa cuando se gasta más de lo que se gana y que vaca flaca que no come no puede dar leche.
Porque gastos había, pero no para asistir a otros pobres cristianos peor tratados por la fortuna, sino para mantener el lujo y el boato de unos nobles holgazanes que vivían pavoneándose de su condición con fiestas y vestidos a la sombra de la corte, sin hacer nada a cambio, que si bien nacieron para servir al rey con las armas, antes al contrario, huían dellas como alma que lleva el diablo, que la milicia era cosa que les espantaba; pero no se privaban del pedir esto y lo otro, que parece cosa de risa que sean los que más mendigan los que más tienen, que no han menester limosna quienes ya disfrutan de bolsas llenas y mesas bien abastecidas.
Y qué decir de clérigos y frailes, más preocupados de intrigas, mujeres y suculentas cenas, que de sermones y latines, que lo de servir al prójimo parecía moda pasada.
El caso es que como la grandeza del imperio de nuestros amos y señores no llegaba a gentes humildes y sin posibles como yo, que ya me hubiera conformado como tesoro tener en mi alforja algunos buenos trozos de pan blanco y crujiente, vime obligado por pura necesidad a mendigar por esas calles de Dios y si la caridad ajena no llegaba a remediar mis males, trocaba de oficio y de mendigo, haciendo honor a mi apellido, convertíame en un santiamén en experto rapador de bolsas.
Vuesa merced, ha de convenir conmigo pues que, cuando rugen las tripas de vacías como están, los latines, los sermones y las frases llenas de buen juicio no sirven para calmarlas, antes al contrario avivan la necesidad, pues de todos es sabido que las palabras si no se acompañan con una buena hogaza de candeal, algo de queso y un cuartillo de vino, provocan más desazón que alivio. Que como dice el refrán: “comer bien y cagar fuerte, y no haber miedo a la muerte.”
Luis Santamaría Pizarro
No merecedor yo pues de ese maltrato hacia mis tripas al que me abocaban por partes iguales mi mala estrella y mis cristianos gobernantes, y ya estando algo mayor para aguantar amos más hambrientos y resabiados que yo, me decidí pues a procurarme el sustento en la calle y perderme en el bullicio de gentes y mercados en busca de fortuna, pues un menesteroso pasa más desapercibido si anda mezclado en compañía de otros como él.
Y allí, en las calles de Sevilla pude comprobar que junto a pobres de verdad, convivían codo con codo falsos mendigos; enfermos verdaderos y fingidos; tullidos de verdad y de mentira, que algunos era maravilla verlos tirar la muleta y correr como galgos cuando aparecían los alguaciles; gentes que fingían mil enfermedades con tal de despertar la compasión ajena; dolientes niños huérfanos y abandonados, muchos con su padre vigilante a veinte pasos; ancianos sin recursos junto a pícaros y rufianes de la peor calaña; gente menesterosa y pedigüeña; charlatanes y timadores; mozas del partido y mozas bravas; arrebatacapas y maleantes; jaques y valentones que tiraban de cuchillo por el menor motivo; expertos en distraer la atención y en aligerar de peso las bolsas de los desprevenidos viandantes.
Dios me perdone, pero
una vez que andaban mis pobres tripas tocando a maitines, de lo vacías y
necesitadas que estaban, me acerqué sigiloso a un pobre tullido que con su mano
extendida pedía por caridad una limosna, que decía no tener forma de buscarse
el sustento, impedido como se encontraba. Y fue portentoso cómo, al ir a
cogerle una de las tres monedas que en su regazo brillaban, se levantó como
relámpago y en cuatro zancadas me atrapó por el pescuezo a la par que me decía…
“¡Ah, hideputa! Buenas
piernas tienes y mejores brazos para ganarte el pan, como para robar a un pobre
mendigo, que Dios ha obrado el milagro de darme fuerzas para escarmentarte, que
a un pobre más necesitado que tú no se le roba.”
Y mientras esto me
decía, me tiraba con saña de una oreja, que de no ser por un oportuno pisotón que le propiné en un pie, sin duda se
habría quedado con el trofeo en la mano.
Esto me enseñó que no
hay que fiarse de las apariencias y que, dado a robar, hay que ser más raudo
que centella.
Y allí, en las calles de Sevilla pude comprobar que junto a pobres de verdad, convivían codo con codo falsos mendigos; enfermos verdaderos y fingidos; tullidos de verdad y de mentira, que algunos era maravilla verlos tirar la muleta y correr como galgos cuando aparecían los alguaciles; gentes que fingían mil enfermedades con tal de despertar la compasión ajena; dolientes niños huérfanos y abandonados, muchos con su padre vigilante a veinte pasos; ancianos sin recursos junto a pícaros y rufianes de la peor calaña; gente menesterosa y pedigüeña; charlatanes y timadores; mozas del partido y mozas bravas; arrebatacapas y maleantes; jaques y valentones que tiraban de cuchillo por el menor motivo; expertos en distraer la atención y en aligerar de peso las bolsas de los desprevenidos viandantes.
Hasta que un buen día, harto de disgustos y de esa vida llena de sustos y zozobras, temeroso sobre todo por preservar a salvo mi cuello, que no hay cosa peor que una indigestión de esparto, decidí dar un salto en mi corta pero ya azarosa vida y embarcar hacia las Indias. Probar fortuna como tantos otros que se fueron porque, como reza el dicho, el que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no se debe quejar si se le pasa. Mejorar mi suerte, enmendar mi camino. Esa era mi meta, pues más vale fortuna que caballo ni mula; pero lo malo es que junto con las buenas intenciones llevéme también de equipaje los problemas que traía desde siempre conmigo, mis “aficiones” y destrezas, mis antiguas “artes”. Cambié de lugar pero no de hábitos, así que vuelta a empezar, pues como dijo el señor don Quevedo, quien para escribir tuvo la deferencia de inspirarse en mí y en otros de similar pelaje, " fueme peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres." (*)
_______________________
Segunda y última parte de "Andresillo Hurtado", texto del autor de este blog al modo picaresco, inspirado en pícaros de renombre como "Rinconete y Cortadillo", "Guzmán de Alfarache", "Lazarillo de Tormes" y "El Buscón don Pablos". Este capítulo forma parte de "En la frontera" ©, un proyecto diseñado a base de relatos de ficción con fondo histórico o real y registrado en Safe Creative (Registro de Propiedad Intelectual)
(*) Palabras con las que se cierra la “Historia de la vida del Buscón don Pablos”, de Francisco de Quevedo.
(*) Palabras con las que se cierra la “Historia de la vida del Buscón don Pablos”, de Francisco de Quevedo.
Delicioso texto aureo, digna separará de los clásicos a quienes se señala. Enhorabuena, pues durante la lectura me parecía reconocer distintas lecturas de la gloriosa picaresca española. FELICIDADES.
ResponderEliminarUna osadía por mi parte, mi particular homenaje a los pícaros y a la picaresca, intentando añadir algo desde la distancia temporal y espacial. Al final, para buscarse la vida como tantos otros jóvenes de hoy, Andresillo tuvo que hacer el petate y embarcarse en busca de la fortuna.
EliminarUn abrazo, Paco.
Enhorabuena, el estilo es totalmente del Siglo de Oro y mas concretamente de novela picaresca. se nota que últimamente has releído con mucha atención a Cervantes, Quevedo y tantos otros gigantes que ese siglo nos dió.
ResponderEliminar¿Por qué no sacas una novela atribuyéndola a un desconocido autor del Siglo de Oro que se acaban de encontrar en una biblioteca perdida? Creo que Borges gastó una broma parecida.
Un saludo, Cayetano
No es mala la idea, pero la picaresca solo me da para un relato; aunque en el nuevo proyecto del que hablo hay otro capítulo relacionado con los bufones de la misma época.
EliminarUn saludo, Carlos.
Magníficio texto, Cayetano, te felicito.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Gracias, Francesc.
EliminarNo quería quedarme con las ganas de meterme en el pellejo de un pícaro de aquellos días.
Un saludo.
Muy bueno Cayentano.
ResponderEliminarEl siglo de oro, definitivamente no alcanzó a todos...Y a quienes alcanzó en algunos caso no lo merecían tampoco...
Eres guionista del ministerio del tiempo?? :D
Saludos
Muy buena pregunta. Eso de sacar a un personaje de su tiempo y llevarlo al siglo XXI con ordenadores y teléfonos móviles debe ser de lo más desquiciante. Yo dejo en su tiempo, de momento, al pícaro. Digo "de momento", porque parece que me has leído las intenciones, pero no gracias al Ministerio del Tiempo, ni tampoco a Bradbury, Wells, Crichton o Asimov, con sus viajes peculiares, sino, como se verá en su momento, por la magia de la literatura.
EliminarUn saludo, Manuel.
Con eso de que el esplendor y el oro no llegaban a los más humildes tal se diría que vivimos otro siglo de Oro, o de platino, si no fuera porque agora los charlatanes, timadores y maleantes son los grandes.
ResponderEliminarHarto me huelgo con aqueste vuestro relato, don Cayetano.
Feliz domingo.
Bisous
En efecto, madame, el pícaro robaba o engañaba para comerse un trozo de pan. Los de ahora, para pagar el nuevo yate.
EliminarFeliz domingo igualmente.
Vaya con el Andresillo, se fue a las Índias para seguir llevando la mala vida que aquí traía. Bueno, está claro que "quien mal anda mal acaba", y me imagino un aciago final para este chico.
ResponderEliminarEl relato muy pero que muy bueno. He disfrutado mucho.
¡Salud!
Me alegro que te haya gustado. Ese era mi propósito.
EliminarY sí, a las Indias también exportamos algunos pájaros de cuidado.
Un saludo, Dissortat.
Cayetano ¡¡¡¡¡que bueno!!!, bordas a la perfección la época en la que discurren los hechos que acontecen a este pícaro, está genial, la descripción de todos los bribones que merodean por la zona en cuestión es buenísima.
ResponderEliminarTe felicito Cayetano.
Un abrazo
Puri
Gracias, Puri. Era un reto el de ponerme en la piel de estos pequeños bribones del Siglo de Oro. Y ha sido una experiencia divertida, tanto en documentarme como en contar las peripecias de Andresillo.
EliminarUn abrazo.
Muy documentado lo referido a mantenimientos y pitanzas.
ResponderEliminar(Y todo lo demás, por supuesto).
Una experiencia divertida, pero que me llevó su tiempo en el asunto de la documentación.
EliminarUn saludo, Ángel. Muy agradecido por su comentario.
Chapeau de nuevo, maestro. El final me ha llegado "a las tripas"!!
ResponderEliminarEn ese punto hállome en el de mudar de costumbres, me imagino que lo habrás notado.
De todas mis conocidas del mundo blogueril, hay una que se lleva el premio en esto de mudar de lugar, de vida o de costumbres, por vocación o por fuerza del destino.
EliminarUn saludo, Emejota.
Siempre me ha causado admiración cómo coexistían las sombras de la miseria y las luces del Oro en aquel siglo en el que las riquezas llegadas del Nuevo Mundo apenas se detenían en la metropoli, para acabar en el resto de Europa. Ya don Francisco de don Dinero decía que nace en la Indias honrado, donde el mundo le acompaña, viene a morir en España y es en Génova enterrado. Así que para ese mundo va el pícaro Hurtado en buscado del dinero honrado. Labía no le falta, que para eso ha hablado por su pluma.
ResponderEliminarUn saludo.
Esa que dices debe ser la razón para que tanto nos fascine esa época. Sus luces y sus sombras, sus talentos y sus miserias.
EliminarUn saludo, DLT.
Un texto divertido, difícil y muy bien documentado en usos y costumbres. Un delicia leerlo.
ResponderEliminarFelicidades Cayetano.
Muchas gracias, Ambar. Al placer de escribirlo se une la buena acogida de los amigos y seguidores.
EliminarUn saludo.
Estos relatos de pícaros me encantan Cayetano y el Andresillo se las traía. Muy gratificante venir a leerte.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya me hubiera conformado yo con que la mitad de los ladrones que pululan por España fuesen la mitad de decentes que este inofensivo pícaro.
EliminarUn abrazo, Conchi.
Con la esencia del siglo de oro.
ResponderEliminarFelicidades.
Un abrazo.
Y como todas las esencias, se disfrutan más en envase pequeño, que lo grande puede llegar a cansar.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Vuelvo a repetirme. Me encanta!!!
ResponderEliminarTambién exportamos la famosa picardía hispana. jeje
Besos
Y a mí me alegra mucho que te guste.
EliminarVas a tener razón: parece que siempre se exporta lo mejor de cada casa. De hecho también se dio algo la novela picaresca en las Indias. Buena causa.
Un abrazo, Arantza.
¡Magnífico!
ResponderEliminarAl igual que Andresillo Hurtado nací cerca del Arenal y tu relato me ha hecho verlo con otros ojos.
En mi mente, "Las Atarazanas", han vuelto a recuperar el bullicio propio de los astilleros y los alrededores del "Postigo del aceite" se han poblado de mendigos y descuideros prestos a sacar provecho de cualquier despiste.
Cuando estoy en Sevilla, suelo pasear con Roy por la zona, así que la próxima vez estaré "ojo avizor" por si aparece Andresillo convertido en un indiano próspero. Estoy convencido que, después contarnos sus experiencias, habrá sabido mudar de costumbres.
Un abrazo.
Del Arenal a La Campana, dejando a la derecha la catedral y atravesando la calle Sierpes, siempre conviene ir "ojo avizor" y no parecer un guiri despistado de esos que piden paella a las ocho de la tarde.
EliminarParece que Andresillo se fue a las Indias y dio origen a la novela picaresca de aquellas tierras.
Un abrazo, Antonio.
Magnifico texto amigo, esto de la picaresca va intrínseca en nuestra cultura, y como vemos día a día parece va para largo.
ResponderEliminarUn Saludo
Los de ahora dejan en pañales a los de entonces. Ya no roban para comer sino para pagar sus yates y sus mansiones.
EliminarUn saludo, el perroverde.
El Imperio luciría en pleno esplendor, pero de los validos y secretarios reales para abajo, e incluso para algunos hidalgos, comer era una tarea titánica. El que no marchaba a Flandes como carne de cañón, huía hacia las quimeras de las Indias, como si el llegar allí con el pellejo sano supusiese el remedio de todos los males. Así no es de extrañar que el declive llegara a la par que la gloria y que los demonios de herejes nos dieran lo nuestro en cuanto agachamos un poco las orejas, tantas ganas nos tenían de que mordiésemos el polvo. Andresillo fue una más de las víctimas de aquella España que los de fuera pintaran como de leyenda negra y digo yo que a lo mejor no éramos de lo mejorcito, con tanta guerra de acá para allá, pero ellos nos ganaban a la brava de malas artes y corazón negro.
ResponderEliminarUn saludo
Como dicen por ahí: en todas partes cuecen habas. Y gente de mala entraña la hubo de todo tipo, condición, credo y nacionalidad.
EliminarUn saludo, Carmen.
Qué bien se expresa Andresillo y cuánta razón. De Oro lo fue para algunos, como el Egipto glorioso para los faraones. Para el pueblo que sostenía esos fastos faltaba el pan, no lenguas de jilguero ni pétalos de alhelí, el pan.
ResponderEliminarQue sepas, que parte de esa tropa que se buscaba la vida la tienes ahora junto a la Sagrada Familia, como la pintó Joaquín Mir. Llevo tiempo captando idas y venidas y pronto los veremos.
Ya nos contarás de esa nueva tropilla que pulula por la Plaza de Gaudí dedicada a buscarse la vida a costa de su propio ingenio y de la ingenuidad y descuido de los viandantes.
EliminarAndresillo, como los ratones "coloraos", ha desarrollado una enorme capacidad para lograr su supervivencia frente a un mundo que le resulta hostil y lejano.
Un saludo, Ana Mª.