Gaudencio Gómez nunca tuvo arrestos para proclamar abiertamente su condición de ateo convencido. Pusilánime e inseguro, siempre dijo, para no complicarse la vida ni entrar en largas discusiones, que él era agnóstico. De esta manera su "no sé" le procuraba menos desencuentros que su "seguro que no". Una especie de equidistancia entre los intransigentes de ambos extremos. Y aún así tuvo encontronazos con gente poco tolerante.
Luego le sobrevino la enfermedad, los días de hospital, varias intervenciones quirúrgicas.
Tras la que sería su última operación vio la luz al final de la oscuridad. Eso comentan algunos que un día se encontraron entre la vida y la muerte: un pasillo oscuro y la luz al fondo. Pero en este caso no era la salida a ninguna parte, sino efectivamente la luz de una locomotora de esas antiguas que, como cíclope furibundo, venía hacia él bufando por aquel angosto túnel enfocándole con su único ojo. La locomotora paró y un señor con bigote de pretenciosas guías hacia arriba y gorra de revisor le hizo una señal para que subiera.
Fue subir al vehículo, ponerse este en vertical, despegar, coger velocidad y en un santiamén llegar a las puertas del cielo, paraíso o valhalla. Tras la verja semitapada por nubes algodonosas había un grupo de gente que le estaba esperando. Creyó distinguir a San Pedro, de enorme barba blanca, que llevaba un gran manojo de llaves de padre y muy señor nuestro (nunca mejor dicho); a otro señor con pinta de rabino ultraortodoxo, lleno de tirabuzones negros en cabello y barba, con kipá o tapacoronilla en la cabeza; a un imán de mezquita, también de luenga barba y gorrito kufi ceremonial. No faltaba un Buda con cara de despiste, como el que se ha equivocado de fiesta. Algunos del grupo aquel aparecían afeitados: uno tenía cara de perro o de chacal. Era el egipcio Anubis. También estaba Hela, diosa de los muertos en la mitología vikinga.
Gaudencio, asombrado por el recibimiento aquel, soltó:
—O todas las religiones eran verdaderas o habéis llegado a una especie de pacto o consenso para repartiros la tostada.
—Algo así —dijo el de los tirabuzones—. En todo caso estamos aquí para juzgarte. Vamos a valorar lo que hiciste y lo que omitiste.
—Vamos a ver, chaval... —le preguntó Anubis—. ¿Abusaste de las viudas? ¿Quitaste a los niños sus alimentos?
Le interrumpió el de las llaves:
—¿Te beneficiaste a la mujer de tu prójimo?
Le llovieron las preguntas de los demás:
—¿Guardaste ayuno durante el Ramadán?
—¿Te gusta la carne poco hecha?
—¿Hiciste el amor contra natura?
—¿Votaste a Podemos?
—¿Y yo qué pinto aquí? —se preguntó un Buda con cara de asombro.
—¿Adoraste imágenes? —intervino el imán.
—Bueno, bueno. A ver si nos respetamos—interrumpió el de las barbas blancas—. No la tengamos ahora con lo de las imágenes, ¿eh? Creo que habíamos llegado a un acuerdo.
—Retiro la pregunta y la reformulo: ¿adoraste algo ajeno a tu Dios, por ejemplo al dinero?
—Y dale. Tampoco hay que faltar —protestó el rabino de los bucles.
—¡Copón! Es una manera de hablar —se defendió el imán.
—¡Lo que faltaba! ¡Ahora nos metemos con los objetos de la liturgia! ¡Así no hay quien juzgue a nadie! —protestó San Pedro tirando las llaves con estrépito al suelo—. ¡Me cago en el consenso! Apañaos vosotros solos. A mí me da igual.
—Va, no te mosquees —intervino Hela, mostrando su mejor perfil—. Podemos decidir el destino del alma del difunto echándolo a suertes y acabamos antes. Total, a nosotros qué más nos da. Y además, este pájaro no creía en ninguno de nosotros. No perdamos tiempo.
—Esto no es formalidad —protestó Gaudencio—. Tengo derecho a un juicio justo.
—Sí, hijo mío— dijo el de las barbas blancas, ya algo más calmado—, pero mientras nos ponemos de acuerdo nosotros en cómo llevar esto, te vamos a mandar una temporada al purgatorio para que medites sobre tus pecados, porque como poco eres un descreído. Nos vemos en un tiempo.
Y en un santiamén —nunca mejor dicho—, el que estaba sometido a juicio se vio de nuevo dentro de la locomotora y en el túnel oscuro aquel y transportado al punto de partida. Al fondo, otra luz: la lámpara del quirófano. Y junto a ella, unos ojos indagadores rodeados de gorro y mascarilla: el cirujano.
Como entre nubes, medio amodorrado todavía por la anestesia escuchó:
—Todo ha ido bien. Enseguida le pasamos a planta y podrá estar con su mujer y con su suegra que andan preguntando por usted.
— ¿Mi mujer y mi suegra? ¡Evidentemente: debo estar en el purgatorio!
—¿Cómo dice?
—Nada, cosas mías. Efectos de la anestesia, supongo.
jajaja, que grande eres Cayetanus. Me ha encantado el rabino indignado con aquello del dinero :)
ResponderEliminarSaludos!
Sí, jejeje. Estereotipos, clichés.
EliminarUn saludo, Félix.
Tienes ocurrencias narrativas admirables. No reconozco nada más material que las religiones. Solo que se plantan túnicas de lo más rocambolescas para embobar y embobarse. Es lo que atrae el factor gregario, las religiones son índice de demasiadas disgresiones de personalidad que ahora ya no caben en este tintero
ResponderEliminarAl final, se repartieron entre ellas la clientela.
EliminarUn saludo, Emejota.
Vaya sarao que tienen montado los de arriba, mejor ir al infierno directamente, se debe estar más a gustito.
ResponderEliminarSí. Seguro que se lo pasan mejor.
EliminarSaludos, Francesc.
Si...despertó y y era de la religión de Confucio, por aquello de que andaba con-fundido...
ResponderEliminarSí, andaba con Confucio seguro.
EliminarJejeje.
Saludos, Miquel.
Las suegras y la respectiva son el purgatorio, está claro. Sin embargo, con la mía me llevaba muy bien. Me da a mi que todos estos dioses del relato andan en un asilo de ancianos, sobre todo, los que nadie recuerda... que es el mismo fin de los actuales. En fin, que tarde en llegar la locomotora y que no nos veamos en situación desear subir en ella.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano.
Mejor así, que tarde el tren; porque una vez allí ya no hay escapatoria. Menudos son esos.
EliminarUn saludo, Carlos.
En mi experimentada vida quirúrgica recuerdo algunos despertares como salidas del fondo de la nada, de un más allá que uno no logra dar forma fuera de ese trance; pero es cierto que nunca me sentí juzgado. Quizás porque tuve más suerte que Gaudencio o porque alguien apañó en mi nombre el asunto antes de la vista: en toda ocasión es bueno contar con buenos y ágiles mediadores.
ResponderEliminarUn abrazo, Cayetano.
Hay que tener conocidos hasta en el infierno, por lo que pudiera pasar.
EliminarUn abrazo, Paco.
-El descreído este: ahora estará pensando ;si vale la pena, arrepentirse o seguir agnóstico...-Ya sabe como se las gastan los de arriba ser o no ser...
ResponderEliminar- Cayetano, esto es de reflexión eh.
Un abrazo feliz miércoles
Gracias, Bertha. En tu comentario ya intuyes una posible interpretación que va más allá de la mera broma. Se agradece.
EliminarUn abrazo y feliz día igualmente.
¡Qué ocurrente, qué radiografía!
ResponderEliminarCayetano un texto fresco, irónico y muy divertido.
Salud.
Anna Babra
Gracias, Anna. Se me ocurrió el texto precisamente unos días antes de una intervención quirúrgica que me hice y de la que salí indemne, sin ver ningún tunel ni ninguna luz. Jejeje.
EliminarUn saludo.
Hola Cayetano:
ResponderEliminarTen cuidado... te pueden excomulgar de varias religiones... y partidos políticos... Bueno de estos últimos solo te quitan el carné jajaja
Muy buena y ocurrente. Me los imagino en ese jaleo.
Saludos. Me he permitido reproducirlo en el whatsapp de unos colegas
Feroz lucha por imponer cada uno su doctrina. Y en medio, como siempore, el sufrido contribuyente o pecador de turno. Me parece estupendo que lo compartas por ahí con los colegas.
EliminarUn saludo, Manuel.
Pero, ¡cómo se van a poner de acuerdo el imán, San Pedro, el rabino y demás juzgadores! Si son como los políticos, que no logran el consenso ni a tiros.
ResponderEliminarMe lo he pasado bomba leyéndolo, todo sea dicho.
Un saludo
En efecto. Creo que a Gaudencio le queda por pasar una larga estancia en el purgatorio, junto a su suegra.
EliminarUn saludo, Carmen.
Eres increíblemente genial Cayetano, me he reído mucho con las discusiones de todos ellos y el final con lo de la suegra es tremendo. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Conchi. A las pobres suegras siempre les damos el papel de malas.
EliminarUn abrazo y feliz día.
Jajajajajajajajajajajajajaja el final con la suegra pufffffff
ResponderEliminarAbrazote utópico.-
Pobres suegras, lo que tienen que aguantar algunas. Jejeje.
EliminarUn abrazo, Irma.
Acabas de darle una alegría a una querida amiga.
ResponderEliminarToda la vida envidiando a la gente que cree a pies juntillas en una u otra religión, o equipo de fútbol, o partido político, por la seguridad de acertar que conlleva una fe así, y resulta que al final, ni los mismos popes después de un Concilio son capaces de ofrecerte una paz eterna sin peleas.
Mecachis en tó, Cayetano.
Esa es la moraleja del cuento. No hay que fiarse de nada ni de nadie. Mejor volver al purgatorio con la suegra.
EliminarUn saludo, Ana.
Qué relato tan bien trabado como divertido. Y esta vez muy medido. Lo cierto es que los mitos y ese mundillo de dioses, taumaturgos, profetas y representantes de diversos rostros y nombres de la comedia humana se prestan a ironías tan inteligentes como la que has expuesto en esta entrada. Lo he pasado francamente bien. Y muchas gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, Fackel por tu comentario.
EliminarUn saludo.
Jajajajaja!!!!!! No tiene desperdicio, pero eso de la locomotora en vertical y del Buda con cara de despiste jajaja, sencillamente, genial. Besotes
ResponderEliminarEl pobre Buda andaba un tanto desorientado entre tanto juez.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Claro, no decantándose en el mundo por ninguna religión, cuando le llegó el turno con todos tuvo que verse. Quizás de haber sido de otro modo en vida se le habría juzgado como Dios manda. Sólo el cielo lo sabe.
ResponderEliminarUn saludo.
Buena reflexión la tuya sobre el texto. Al ser los dioses un invento humano, el cielo no puede ser otra cosa que un patio de vecinos donde se discute de todo y a voces.
EliminarUn saludo, DLT.
Total, que el caos no es que lo estemos armando en vida, es que lo llevamos dentro, ¡pues menudo "más allá" que nos espera!
ResponderEliminarSAludos.
Entre el más allá y el más acá lo llevamos crudo.
EliminarUn saludo, Manuela.
cuanto salero tienes hombre
ResponderEliminarGracias, Recomenzar.
EliminarUn abrazo virtual.
Que bueno todo el cuento Cayetano, te quedó genial, te felicito.
ResponderEliminarDel principio al final es fantástico todo el entramado de dioses y preguntas que atolondran a cualquiera.
Muy bueno si señor, muy bueno.
Un saludo
Puri
Me alegra mucho que te haya gustado. Gracias.
EliminarUn saludo, Puri.