El
lunes —maldito día— me viene el jefe echándome en cara que me
dedico a hacer fotocopias de mis cosas, de fotos de tías en pelotas
y eso, y pasárselas a los colegas. Y va y me castiga a quedarme en
la oficina por la noche a hacer guardia, junto a una columna
horrible, imitación del orden jónico griego, que está en medio de
la sala de ordenadores. Y me quedo mirando sus volutas, que tienen un
poder hipnótico sobre mí, y comienzo a dar cabezadas y tengo una
pesadilla: un águila me devora las entrañas. El dolor es
insoportable. Luego, cuando amanece, mi torturadora se esfuma y los
dolores cesan. Ya no hay sangre, la piel ha vuelto a crecer. Todo en
su sitio. Me tomo un café de máquina, inmundo pero calentito, y
vuelta al tajo.
Martes.
Ni te cases ni te embarques. El encargado del almacén viene a
buscarme. Me dice que, de parte del jefe, debo llevar las carpetas de
archivos del departamento a la tercera planta, por las escaleras,
porque el ascensor está roto. Después de cagarme en el padre de mi
jefe —en voz baja, eso sí—, comienzo la tarea. Subo, bajo,
vuelvo con la carga, regreso, jadeo, un viaje, otro viaje, más
jadeos... La lengua fuera. Manchas de sudor en la camisa. Ya no
tengo resuello. Yo no hago más que subir las carpetas esas, pero no
sé quién es el cabronazo que las vuelve a bajar. Y yo venga a
subirlas. Y alguien a bajarlas. Y así todo el maldito día...
Alguien me la tiene jurada.
Miércoles.
Pedrito, el diseñador, y un servidor comentamos las curvas
maravillosas y los volúmenes de las chicas de la revista que ha
traído Luis, el conserje, y que le hemos pedido prestada para
admirar a sus protagonistas y, de paso, aprovechar para hacer unas
fotocopias a color de lo que hemos considerado más interesante. Lo
malo de todo es que el jefe nos ha vuelto a pillar, y aunque le hemos
dicho que lo que de verdad nos interesa de la revista son sus
magníficos artículos de opinión, nos ha lanzado un rayo con su
mirada aviesa, ha dicho que nos descontará del sueldo el tiempo
perdido, el gasto de papel y el uso de la fotocopiadora. Se ha ido
cabreado diciendo que somos unos pervertidos y que la oficina cada
vez se parece más a Sodoma y Gomera. Textualmente, eso dijo. Solo le
faltó echarnos una lluvia de fuego. Y además se llevó la revista.
El
jueves, diluvio. Toda la noche lloviendo. Amanece y sigue la lluvia.
Me pongo la gabardina para salir a la calle. Cojo el paraguas. Me
empapo los pies y el bajo de los pantalones. Los calcetines están
mojados. Tengo agua hasta en los bolsillos. Consigo llegar al metro
que me conducirá al trabajo. Llego. Dejo la gabardina en el perchero
y el paraguas en el paragüero. Me siento en mi mesa de trabajo. Sin
que nadie se percate, me quito los zapatos y los calcetines los pongo
a secar en el radiador. Maripuri, la secretaria de dirección pasa
por mi lado y dice que huele a perro mojado. Yo me hago el sordo y
pongo cara de bobo.
Viernes:
doce cosas. No una ni dos, sino nada menos que doce trabajos me
encarga el jefe de personal. Y yo con dos manos tan solo. Pero pude
con todo: limpiar el aseo de caballeros, que daba asco verlo, pues se
nos puso mala Lola, la que limpia la oficina; capturar la piraña del
acuario que está en la entrada de la oficina —y asusta a los
clientes— y tirarla por el retrete; robarle la manzana del desayuno
a Lucas, pues le apetecía mucho al jefe de personal; etc. Lo que
más trabajo y disgustos me dio fue ir a casa de este y sacar de
paseo a su pitbull. Cuando fui a ponerle la correa, me pegó un
mordisco en la mano y otro en la pierna. Me desgarró el pantalón.
Casi me mata. Menos mal que llevaba yo en el bolsillo un hueso de
esos del supermercado y el bicho se entretuvo con él todo el rato y
a mí me dejó en paz.
Sábado.
Un día extra que regalamos a la empresa por la cara. Hay que hacer
evaluación semanal. Luego, un simulacro de incendio. Muy divertido
todo. Al mediodía, compadecidos y magnánimos los del consejo de
dirección, nos dejan irnos a casa para conciliar la vida laboral con
la familiar. Cuando llego, mi mujer se ha ido con los niños a pasar
el finde con su madre. Me deja una nota. Nada amable, por cierto. Me
pone a bajar de un burro. Me llama calzonazos y cobarde por no
enfrentarme al jefe. Por si fuera poco se ha roto el frigorífico. He
de comprar otro urgentemente. Bajo. Cojo el coche. Me voy al
"Carreful" y lo encargo. No lo traen hasta el martes.
Vuelta al coche. Atasco por accidente. Un vehículo ha volcado en
medio de la autovía. Unos gamberros han aprovechado para hacer allí una barricada. Dicen no sé qué de irse de las casas de sus padres
porque corean la palabra independencia. Vuelcan otros coches de los
conductores que se les ponen gallitos y los queman ( a los coches, no
a los conductores). ¡Esto parece el infierno!
El
domingo es el día del jefe. No se trabaja. Me quedo en casita todo
el día y aprovecho para no ir a la iglesia, ni a la sinagoga, ni a
la mezquita, ni al salón evangelista, ni al templo de Debot, ni paso
por la agencia de viajes donde tienen una foto del Partenón y otra
del templo de Poseidón. Me cago en Zeus y en todos los del Olimpo.
No quiero saber nada de dioses, ni de dogmas de fe, ni de nada
parecido. Así que me tumbo en el sofá todo el día, en pijama. Me
cojo un libro gordo sobre la historia del ateísmo, me abro una lata
de cerveza —caliente, eso sí— y me dispongo a disfrutar de mi día libre. Luego, ya por
la tarde, me acuerdo, amargado, que al día siguiente es lunes y que
toca otra vez empezar, como Sísifo, como Prometeo, como Hércules...
o como Noé el día del diluvio.
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Texto publicado originariamente en La Charca Literaria.
En el enlace puedes acceder a todos mis textos publicados allí:
https://lacharcaliteraria.com/author/cayetano/
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Texto publicado originariamente en La Charca Literaria.
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https://lacharcaliteraria.com/author/cayetano/
Así no se levanta el país!! Que cruz lleva este hombre con el trabajo. Diríase que es el mismísimo Atlante cargando con el mundo a sus hombros xD
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
Pues sí: una cadena, ya lo decía el Raphael.
EliminarUn saludo, Félix.
....................suerte tu, que tienes trabajo.
ResponderEliminarSalut
Sí. Jejeje. El personaje este es un quejica.
EliminarUn saludo, Miquel.
Y uniendo las trazas que deja tu escrito, tan sólo dos apuntes: eres pre-Estatuto de los Trabajadores y tienes una fijación griega como una Ω.
ResponderEliminarSeguro que va a ser eso. Las dos cosas. Me alegro que ya andes por estos andurriales.
EliminarUn abrazo, Paco.
Ya lo cantaba Luis Aguilé: Es una lata el trabajar, todos los días te tenes que levantar, aparte de eso, todo va bién, la vida pasa felizmente si hay amor.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=JGMQzofbMGc
Sí, señor. Y el Raphael también decía algo de una cadena.
EliminarUn saludo, Francesc.
Mi papá dice que el trabajo es tan malo, que pagan por hacerlo... y razón tiene
ResponderEliminarSaludos Cayetano. Cuídate
Tu papá es un sabio, de esos que ya van quedando pocos. Jejeje.
EliminarUn saludo, Manuel. Cuídate tú también.
Ateo de dioses y de jefes, ¡qué se han creído estos!
ResponderEliminarLos dioses son inclementes, se dedican a castigar y a ponernos las cosas difíciles, se parecen a tu jefe, ese que también se debe creer que es un dios.
Menuda semanita, amigo mío, es toda una experiencia colmada de felicidad.
Abrazos
Francesc Cornadó
Estos sabios y dioses de la antigüedad tenían cada cosa que...
EliminarUn abrazo, Francesc. Cuídate.
Casi me deprimo con la vida de este personaje. Y lo malo es que hay muchas vidas así... y aún peores. El trabajo es una maldición, está claro. Lo que mas me choca es la contaminación de ideología calvinista que nos invade que santifica al trabajo y a sus fanáticos incansables. Otro camelo para que la gente trague carros y carretas sin rechistar.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano, disfruta (sin trabajar) de tu merecida jubilación
Sí, el pobre está apañado. Parece que todos los dioses se han confabulado en su contra.
EliminarNada como la holganza. Ahora hago lo que quiero con mi tiempo.
Un saludo, Carlos.
¿Juega el Euromillón? Debería.
ResponderEliminarSAludos.
Oye, pues no es mala idea. Otro vicio más. Jejeje.
EliminarUn saludo, Manuela.
Pobre diablo! 😱 Ciertamente tener jefes inapropiados es una verdadera cruz. La solución: no tenerlos, lo cual me recuerda eso de “dios los cría y ellos se juntan”. Ay!, mejor que siga sin pensar..
ResponderEliminarLos jefes eran malos; pero él tampoco era un dechado de virtudes.
EliminarUn saludo, Emejota.
Y luego dicen que las historietas mitológicas y bíblicas no tienen eco en nuestro día a día de la era postmoderna...
ResponderEliminarUn saludo
Siempre será un tema recurrente. Da para mucho.
EliminarUn abrazo, Carmen.
Tu forma de contar el sueño me ha llevado al cuadro de Prometeo y el águila, pero no al de Rubens, tan tiquismiquis, sino al de Salvator Rosa, gore donde los haya. Creo que tu subconsciente, en vez de a ti, a quien había situado con el águila goloso era a tu jefe. Que se bien se lo merecía, sobre todo por llevarse la revista.
ResponderEliminarEs que valen una pasta esas revistas. Jejeje. Sí, muy gore el Prometeo de Salvator Rosa, en la línea del género "casquería".
EliminarUn saludo, Ana.
Anda que si el empleado es de cuidado, no queda atrás el jefe. Mira que decir el miércoles, textualmente, lo que dijo. ¿Será envidia por estar en fase 1 ya, allí?
ResponderEliminarSaludos.
Debe ser por eso. O en fase 1 o encuentros en la tercera fase, con Sodoma y Gomera.
EliminarUn saludo, DLT.
Con esa actividad frenética lo sorprendente es que haya sobrevivido el protagonista. Si se hubiera quedado en casa...(lema que acaba hastiando estos días) Parecerá exagerado lo que cuenta el relato con tanto humor, pero algunas situaciones se asemejan mucho a ciertas situaciones que he vivido laboralmente. Y es que si sigue en vigor lo de que la realidad se impone a la fantasía te puedo asegurar que si contara cosas tal como fueron al pie de la letra parecerían surrealistas. Y lo bueno es que uno se ha reído mucho en la vida laboral real, y también se han conocido tragedias. Unas por otras. Me ha agradado mucho el relato, Cayetano.
ResponderEliminarCiertamente, a veces la realidad supera la ficción. El surrealismo y el esperpento nacional que no falten.
EliminarGracias, Fackel.
Un saludo.
Alguien dijo: Trabajar es salud. Y alguien contestó: ¡Pues viva la tuberculosis!
ResponderEliminarPor eso el protagonista huye del castigo de los dioses.Pobre protagonista, ni en casa respira.
Salud, Cayetano.
Anna Babra
Se han confabulado contra él todo lo humano y lo divino.
EliminarUn saludo, Anna. Cuídate.
Con tanto trabajo, el único que podría llevarlos a cabo sería Hércules, aunque el trasfondo de lo que escribes tiene su miga, porque en realidad solo se vive para trabajar, el fin de semana ir al Centro Comercial y vuelta al tajo. Está claro es trabajo no es salud. Un saludo.
ResponderEliminarYa lo decía Luis Aguilé, el trabajo es una lata, como apuntaba Francesc.
EliminarMenos mal que ya me libré de ese yugo.
Un saludo, Valverde de Lucerna.
El trabajo dignifica, dicen, pero nunca aclaran a quién.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Sí, eso dicen. Para mí que todo es un cuento judeocristiano, sobre todo acorde con la ética protestante.
EliminarUn saludo, J.
Con tu entrada que es muy divertida ¡No para el protagonista! porque vaya semanita la de este señor, me has recordado que en un tiempo tenía yo puesto en el móvil de sonido de llamada "La canción del trabajo de Raphael".
ResponderEliminarUn abrazo
El trabajo mata. Y su falta también. Es una condena, como diría Raphael.
EliminarUn abrazo, Conchi.