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Grueso
y sudoroso, de esos individuos que jadean cada vez que hacen un
pequeño esfuerzo, de esos que acostumbran a llevar hasta en casa
traje y corbata, como si estuvieran en una boda permanente, siempre
con el pañuelo enjugando el sudor del rostro, Rigoberto Martín era
un hombre sin escrúpulos, un embaucador, un estafador… Su codicia
no tenía límites.
También
era un tipo algo guarro. Soltaba frecuentemente –y sin previo
aviso– sonoros cuescos, le gustaba eructar ruidosamente, se sacaba
los mocos y los pegaba bajo la mesa de trabajo y le encantaba irse de
fulanas. Era guarro, sí. Muy guarro.
Lo
malo es que también era codicioso. Y mucho. Hacer dinero, sin
importarle el método empleado, era para él una obsesión. En
resumidas cuentas, un tipo sin escrúpulos.
Le
gustaba estafar a las viejecitas, timar a los parados de larga
duración, engañar a los incautos de cualquier edad. Por eso montó
un negocio que captaba capital ajeno con el señuelo de una
inversión, de un seguro, de un fondo de pensiones, de la compra de
acciones de dudosa moralidad. Y le fue bien: contando medias
verdades, a base de contratos larguísimos y farragosos, con
muchísima letra pequeña, no advirtiendo oralmente del riesgo del
desembolso, timando, estafando, a la par que cobrando sustanciosas
comisiones.
A
medida que su fortuna crecía de forma moralmente reprobable, su
cuerpo menguaba. Era algo increíble.
–Estás
hecho un chaval – le dijo un conocido.
–Has
adelgazado mucho. ¿Haces ejercicio? –le decía otro.
–Juraría
que eras más alto –le comentó un vecino.
Hasta
notó que el gato le miraba fijamente, como extrañado ante tamaña
metamorfosis.
Su
masa corporal, su talla, su envergadura, disminuían en proporción
directa según lo que consiguiera robar. Y cuanto más “mangaba”,
más encogía… Se convirtió pues en “el increíble hombre
menguante”, o “mangante”, según se mire.
Poco
a poco, día tras día, fue experimentando un proceso de
encogimiento. Del metro setenta pasó en un año al metro sesenta.
Paulatinamente accedió a cotas más bajas: ciento cuarenta
centímetros, ciento diez, noventa, setenta y cinco… Llegó un
momento en que para abrir la puerta debía subirse a una silla. Y
para subirse a la silla precisaba de un taburete. Y para auparse al
taburete, necesitaba un par de libros gordos (en su caso, guías
telefónicas, porque la lectura no era lo suyo), donde tras grandes
esfuerzos, con la ayuda de sus brazos, conseguía encaramarse a la
parte superior. Con el paso de los días tuvo que desistir de abrir
la puerta y simplemente se deslizaba por la rendija inferior, como
los ratones y bichejos rastreros del tipo cucaracha.
Un
viernes se lo comió el gato.
Fin
de la historia.
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Este relato fue publicado originariamente en La Charca Literaria el 22 de noviembre de 2016
Su moralidad de bajo calado lo llevo a la degradación física y bien que hizo el gato en zampárselo. Una metáfora excelente, que digo, excelsa!
ResponderEliminarPostdata.- Ahora me llegan las entradas a los dos correos :)
Abrazo
Una venganza del autor. ¡Al final se hizo justicia!
EliminarUn abrazo, Félix.
Simplemente genial Cayetano. Imagen tópica de mangante y proceso muy ingenioso, muy en tu línea!
ResponderEliminarSolo que he conocido mangant@s de impecable porte, eso sí, algunos basta con que abran el pico para que exhalen sus miserias, y me las he tenido que ver con alguno que otro que además de guapetones se creían sus mentiras y villanías.
Saque la triste conclusión que los atraía, lo cual seguramente daría origen de mi amor a la soledad y a los perros! Insisto, a mi modo de ver, “lo has bordado”!!
Gracias, Emejota. El proceso de degradación moral del personaje le lleva a convertirse en una simple cucaracha.
EliminarUn saludo.
Y seguro que al gato, tiempo después, se lo comieron los ratones ¡¡¡
ResponderEliminarun abrazo
Sí. El gato comió veneno ( a su amo) y se contagió.
EliminarUn abrazo, Miquel.
Su forma de vivir lo redujo a la nada. Un saludo.
ResponderEliminarBajeza moral en plan metafórico.
EliminarUn saludo, Valverde de Lucerna.
Se supone que la clientela no le echaría de menos hasta la hora de apertura del lunes. No sé dónde vas para codearte con estos personajes, pero ni en la Corte de Monipodio he leído una descripción más abyecta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues, aunque no te lo creas, se trata de un personaje real. Bueno, lo del gato es una pequeña travesura. Y se llamaba casi casi igual. Y hasta aquí puedo leer.
EliminarUn abrazo, Paco.
¡¡ Bién por el gato justiciero !!.
ResponderEliminarMe imagino un bosque poblado por una curiosa tribu de gnomos, un mini-Barcenas, un mini-Rato, una mini-familia Pujol que andan a la greña con el mini-Mas y el mini-Puigdemont. Y el patriarca, el mini-Rajoy, con su barba cana
Y todos ellos, perseguidos por Azraél, el gato de Gargamel
Muy bueno. Se lo tendrían merecido. También la familia de los fondos buitre.
EliminarUn saludo, Rodericus.
Genial, Cayetano!
ResponderEliminarToda mi admiración hacia tus relatos y tus letras!!
Y mis felicitaciones!!
Lau.
Muchas gracias, Laura.
EliminarUn abrazo.
El indeseable tubo su merecido, "una historia con final feliz para todos los estafados".
ResponderEliminarUn abrazo.
Una pequeña venganza mía.
EliminarUn abrazo, Conchi.
Hola Cayetano:
ResponderEliminarMientras leía, pensaba en el castigo que merecía... y creo que era el conveniente.
Como siempre un gran relato Cayetano
Saludos
Gracias, Manuel.
EliminarSe llevó lo que merecía.
Un saludo.
Este, a diferencia del protagonista de la película de casi homónimo título que menguaba hasta convertirse en nada, podía dejar de afanar al prójimo para volver a crecer. Aunque me pregunto a qué desamparado prójimo se atrevería a estafar cuando con su pequeñez la más inválida de sus víctimas podría aplastarlo como una cucaracha.
ResponderEliminarSaludos.
Era menguante unidireccional.
EliminarUn saludo, DLT.
¡Jajajaja muy buwn final para un guarro tan pero tan rastrero!
ResponderEliminarBesotes
De seguir disminuyendo de tamaño se habría convertido en bacilo de Koch o en Coronavirus.
EliminarUn abrazo, Myriam.
La gente que hace mal pero que con ello gana dinero cada vez quiere más, al final la codicia los aniquila como persona.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Y la degradación aumenta en proporción inversa a sus riquezas.
EliminarGracias. Un saludo, Manuela.
Menudo energúmeno. Espero que al gato no se le indigestara.
ResponderEliminarDe todos modos conocemos a algunos que no han reducido pero son exactamente iguales que él.
Salud, Cayetano.
Lo del gato no sé. Lo otro no suele acabar tan bien como en la lectura.
EliminarUn saludo, Anna.
Hacen falta mas gatos que se coman hombres mangantes. Un buen circo romano con fieras y asunto resuelto.
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano.
Y alguna piraña de las buenas. Jejeje.
EliminarUn saludo, Carlos.
lei el hombre menguante tambien, finalmente lo acabe luego de muchos años! Un final muy merecido para semejante "joyita" pobre gato! tener que alimentarse de aquello!
ResponderEliminarTuve que buscar en google que es un cuesco! jajajajaja
Jajaja. Siempre aprendemos algo, aunque sea una guarrería. Pensé que habías abandonado el mundo bloguero.
EliminarUn saludo. Gary Rivera.
Mientras que no se haya indigestado...
ResponderEliminarSaludos,
J.
O lo haya poseído y se convierta en un gato repugnante.
EliminarUn saludo, J.
Muy bien plasmado al individuo, la avaricia lo convirtió en una rata inmunda y ahora esperemos que el gato no se indigeste con semejante alimaña.
ResponderEliminarMuy original el cuento Cayetano.
Un saludo
Puri
Gracias, Puri.
EliminarUn saludo.
Su codicia era inversamente proporcional a su estatura.¡Vaya tipo! Que sepas que con la descripción física me has recordado a un tipo que pulula por estos lares. Lo que no sé es si se va de putas. En fin..
ResponderEliminarSaludos
Pues está basado en un ser real, solo que no vive por esa zona. Un ser repugnante en todos los sentidos.
EliminarUn saludo, Carmen.
Hola, Cayetano.
ResponderEliminarEn estos días chinescos, el final tan merecido de Rigoberto Martín me ha dejado un interrogante. Al comérselo el gato justiciero, ¿sabes si le transmitió el agente menguante? A ver si, por la carrera que llevaba el bicho, muta y nos cae otro coronavirus. Saludos.
No le contagió lo de menguante, sino lo de mangante: se hizo con todos los ratones del barrio y subieron de precio en el mercado gatuno.
EliminarUn saludo, Ana.