Montmartre
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Mi infancia son recuerdos de una caja de cartón con gusanos de seda y otra repleta de tebeos de El Capitán Trueno. Todo un tesoro.
Guardo también imágenes de un tren de humo y carbonilla cubriendo con su monótono traqueteo la distancia entre el valle del Guadalquivir y Madrid, a través de Sierra Morena y de los campos interminables de La Mancha, donde había gigantes —que no molinos— custodiando aquellos océanos de cereales.
Los chicos de mi generación parábamos poco en casa. En la calle éramos felices. Había setos y árboles. No faltaban los pinos, tampoco las moreras. Comprábamos pipas y algarrobas en el puesto de la pipera. Jugábamos hasta que se ponía el sol.
Pasó la infancia y mi rostro se pobló de granos. El paisaje se tornó abrupto, lleno de guijarros y desfiladeros, peñas inalcanzables, abismos y sumideros... los turbulentos años de mi primera adolescencia.
Fui creciendo y el paisaje de mi ciudad se transformó, mágicamente, en el París bohemio del Sena y de Montmartre, todo lleno de tenderetes de libros, dibujos al carboncillo del Sacré Coeur y de Notre Dame, discos de Édith Piaff y Jacques Brel, humo de cigarrillos y melenas al viento de meteque, como el de la vieja canción de Moustaki... Éramos jóvenes, teníamos la cabeza llena de pájaros en libertad, hacíamos el amor —o lo intentábamos— y conspirábamos en las mesas de los viejos cafés.
Más tarde regresaron de nuevo los campos tranquilos de la meseta castellana. Con la madurez, la vida se volvió más llana y serena, sin terremotos ni sobresaltos, y permitía ver el horizonte; pero aunque siempre corría detrás de él, que diría Galeano, nunca logré alcanzarlo del todo. Los viejos sueños quedaron en el saco del recuerdo. Y en las tardes de otoño contemplaba melancólico el declive de un sol crepuscular que, entre nubes, se deshacía en hilachas de color cárdeno.
Y, ahora ya, tras las últimas lomas, asomándome finalmente al acantilado, veo el mar. Y a lo lejos, una embarcación. Para un crío de diez o doce años, como el que fui en su día, sería sin duda la nave de El capitán Garfio capitaneada felizmente por Peter Pan, que viene a por mí para llevarme a la tierra de Nunca Jamás; para el joven bohemio que también fui, se trataría del bateau mouche que me invita a un paseo nostálgico por el Sena; pero como ya voy teniendo una edad, debe tratarse de Caronte buscándome. Y yo, que gasté las monedas para el viaje, ¿cómo pago ahora al barquero?
Es algo que se ha perdido, recuerdo que de pequeño estaba o en la escuela o en la calle todo el santo día, justo iba a casa comer después de estar los sábado y domingos toda la mañana en la calle y vuelta a ella toda la tarde.
ResponderEliminarCaronte no tiene prisa Cayetano, y el barquero seguramente fia a la gente de fiar.
Saludos nostálgicos.
La calle era el preámbulo de la madurez, una Universidad intangible y a la vez real.
Me gastaré todo lo que tengo para no tener que pagar ese viaje.
EliminarUn saludo.
Qué curioso y qué bonito Haces una descripción sintética de tu geografía personal. Una parte de ella, infancia y primera juventud, es prácticamente como la mía. Lo que nombras era parte de mi educación sentimental. En mi vida no hubo un París de vivir, solo de visita, pero sí otros enredos. Me ha dejado, no obstante, un poco tocado tu último párrafo. Sí, Caronte se ha metido como personaje en nuestros tiempos personales, pero mejor no ponerle rostro, ya sabemos que está a la espera, pero, por favor, no se lo pongamos fácil, no antes de tiempo (como hubiera un tiempo marcado de ese viaje)
ResponderEliminarEntrañable y emotivo tu texto. Un abrazo.
Gracias, Fackel. A Caronte no solo no hay que pagarle. A ser posible, quitémosle la barca. Un abrazo.
EliminarPor intentarlo que no quede, pero la experiencia dice que...(dejémoslo aquí)
EliminarNo se como has de pagarle al barquero, lo que si se es que no te has de arrepentir de haber pagado el gasto del viaje. Lo que se utiliza se paga, no hay más. Y no has de arrepentirte de nada si la conciencia no te acusa (dicho romano).
ResponderEliminarLo de la edad nos pasa a todos, afortunadamente. Y no ha de haber nostalgia, sino experiencias. Bendito tu que las has acumulado.
Salut
Es lo único que nos va quedando: el recuerdo.
EliminarUn abrazo, Miquel.
Los niños bonitos no pagan dinero... decía una canción infantil
ResponderEliminarCayetano, ahora que ya piensas en lagunas y barqueros del último crucero, sabes que HAS VIVIDO, con mayúsculas. Disfruta de contemplar el sol otoñal, que aún calienta y paladea viejas vivencias como vino añejo.
Muy melancólico te veo, a todos nos pasa alguna vez llegando a ciertas edades. ¡¡Échate un vino a nuestra salud y brinda por una vida bien vivida!!
Como no soy bonito, Caronte quiere cobrarme. De vez en cuando conviene parar y hacer recuento.
EliminarSaludos, Carlos.
Pues que espere a que vuelvas a ahorrar las monedas,extrapolando sitios,bien se parece a mi infancia.No vivi en la ciudad y lo que llevo vivido en una no me gusta.Yo no miro en el acantilado la barca de Caronte.Miro lo que voy haciendo ahora mismo,lo de mañana no me importa...
ResponderEliminarSaludos amigo
Haces bien en no preocuparte de Caronte y de no vivir en la ciudad. Yo actualmente tampoco. Llevo 22 años en un pueblo que está a 30 kilómetros de Madrid. Y tan feliz.
EliminarUn saludo.
Con tan buenos de recuerdos infancia y de juventud en París aunque sean nostálgicos los has vivido que es lo que importa.
ResponderEliminarUn abrazo.
París es una metáfora del espíritu bohemio y contestatario de aquellos años. En realidad, viví mi juventud en Madrid.
EliminarUn saludo, Conchi.
Me ha encantado tu "reflexión machadiana" Cayetano! Nostálgica, pero cargada de una emotividad que cala hondo.
ResponderEliminarY a Caronte, ni caso!! Estoy segura que tenés mucho tiempo aún para preocuparte por cruzar el río!
Cariños!
Lau.
A Caronte le quité la barca para que no haga de las suyas. Jejeje.
EliminarUn abrazo, Laura.
Mi opinión al respecto difiere de lo habitual, pues Caronte cobra y no monedas, sino recuerdos y deseos mediante rapto. A mi, que me gusta dormir que me rapte en sueños y me ahorre las inconveniencias de la vejez profunda.... ahh y si se disfraza con una bella sonrisa y me trata bien mejor me lo pone para cogerle del bracete. Para qué molestarme si es más fuerte que yo? Tengo entendido que la música le espanta. Venga a darle caña de !batería..
ResponderEliminarNo estaría mal darle con las baquetas en la cocorota.
EliminarEl Caronte que no cobra tú y que tú citas es la versión romántica, el mío es un pesetero de tomo y lomo. Ten en cuenta que en nuestra sociedad moderna morirse uno cuesta dinero. Se lo lleva Caronte o el fisco o pompas fúnebres o, directamente, los herederos. Algunos son cuervos en busca de rapiña.
Saludos, Emejota.
Creo Cayetano que a pesar de no tener para pagarle a Caronte, te diste tus gustos.
ResponderEliminarMuy buena. Me ha gustado. La vida nos lleva así, hasta el final...rememorando lo vivido.
Saludos. Me permito compartirlo.
Gracias, Manuel. Siempre tan amable. Me alegro que haya sido de tu gusto el relato.
EliminarUn saludo y gracias por compartir.
Podría firmar algo similar, Cayetano, aunque más pacato o cateto: nunca estuve en París, si bien, me ayudaron las lecturas y el cine a intelectualizarla como la ciudad de los sueños.
ResponderEliminarTempus fugit, amigo mío, y nos acosa el vértigo, pero si llegara el caso, yo pondría esa moneda en manos de Caronte para que tu tránsito fuera tan apacible como sueño el mío.
Felicidades por esa panorámica bellísima por tus días. Un fuerte abrazo.
Yo estuve ya de mayor. Lo de mi juventud bohemia es un poco metáfora, más idílico el asunto que correr delante de los grises por el campus universitario.
EliminarEste texto lo leí ayer mismo durante una sesión del taller de literatura al que me apunté en Madrid centro.
Un abrazo, Paco.
Eso es bueno. Sin monedas, no hay viaje.
ResponderEliminarY te quiero con nosotros un largo tiempo más.
Dejemos que Caronte vaya a otro lugar.
Besos, Cayetano
Creo que hoy anda de vacaciones. Que siga así.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Cada generación comparte lugares comunes de su infancia. Aquellos años de carbonilla y pájaros en la cabeza..., queríamos "romper moldes" y hemos tenido que esforzarnos para que no nos rompieran a nosotros.
ResponderEliminarRecuerdo el esfuerzo y las ilusiones.
Un gran abrazo, amigo Cayetano.
Francesc Cornadó
Así es, amigo Francesc. Estamos enteros de milagro. O, mejor, de casualidad.
EliminarUn abrazo.
Magnífico relato vital. Es como el organigrama poético de una vida. Fantástico.
ResponderEliminarMuchas gracias, Manuela. El paisaje a través de las etapas de la vida.
EliminarUn saludo.
Un relato, que sirve para todos, en un tono fatalista, al que habrá que ir haciéndose a la idea. Tan solo una despreocupación, el viaje es gratis.
ResponderEliminarSaludos.
De gratis, nada. O te pagas un seguro de decesos en vida o los herederos cargan con el mochuelo del entierro. Hoy, hasta para morirse con dignidad hay que andar con monedas.
EliminarUn saludo, DLT.
Una buena historia siempre sirve como moneda de cambio.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Eso está bien.
EliminarUn saludo, J.
Me has transportado.
ResponderEliminarNo esperes la barca de Caronte. Tardará y si no tienes con que pagar no te preocupes este maldito barquero a veces no le importa no cobrar el viaje.
Una delicia de texto Cayetano.
Gracias, Anna.
EliminarEn primer lugar, darte la bienvenida a esta humilde tinaja. Considérate en tu casa.
Y en segundo lugar: mejor te haré caso y no esperaré al barquero, que es un tipo antipático, cobre o no cobre.
Un abrazo.
En mi caso es probable que me venga a buscar mi padre y vayamos al Casino de los Señores (desde hace años cerrado) y vea jugar a las cartas mientras tres industriales de 80 años juegan a las cartas con él mientras leo un cuento que acaba de comparme en la librería de Calvo (cerrada hace décadas) al calor del humo de la chimenea.
ResponderEliminarRecuerdos de la infancia.
Un saludo
Eso es mejor que darse uno un garbeo con Caronte, que tiene cara de pocos amigos.
EliminarUn saludo, Carmen.
Suscribo tu primer párrafo y bastante de los demás, incluidas las referencias francesas tan comunes en esos años.
ResponderEliminarY de Caronte no te preocupes, seguro que ya tendrá actualizado el móvil para no perder ni una moneda. Menudo era.
Sí, este Caronte es un tipo la mar de interesado. Viajes gratis no es lo suyo.
EliminarUn saludo, Ana.
Un buen repaso. Pues sin monedas no podrás viajar en la barca de Caronte, así que habrá que esperar a otro momento.
ResponderEliminarUn saludo.
Yo no pìenso colarme sin pagar. Así que...
EliminarSaludos.