No
sé el tiempo que pasamos en aquel escondrijo, un sitio oscuro y
húmedo, una especie de guarida o recoveco que se abría en la pared.
Allí seguramente estábamos protegidos, a cubierto, pero había que
buscar agua y comida. Las provisiones se nos habían terminado. Era
preciso arriesgarse y salir. Sabíamos que fuera nos enfrentaríamos
a mil peligros, pero no había otra solución. Así que, armados de
valor, cuando la oscuridad nos fue propicia, salimos de allí
amparados por las sombras.
Todo
estaba en silencio. Nos aguardaba una larga travesía. Sabíamos de
sobra que nos jugábamos la vida en el intento. Otros, antes que
nosotros, lo habían intentado y habían perecido; pero no teníamos
otra alternativa. Conseguir comida era mucho más importante que el
riesgo que pudiéramos correr para obtenerla.
Debíamos
ir juntos pero no en formación. Había que evitar ofrecer un blanco
fácil al enemigo.
La
primera etapa de nuestro viaje transcurrió sin contratiempos. La
expedición que yo capitaneaba marchaba resueltamente. Según
avanzábamos por aquel lugar, íbamos adquiriendo confianza en
nosotros mismos, en nuestra suerte, en nuestro destino. Posiblemente,
los dioses estaban de nuestra parte y nos trazaban un camino
tranquilo y seguro. Sin embargo, nuestra fortuna cambió de repente
al girar en un recodo. Allí, al fondo, se divisaba una suerte de
gigante, tal vez un cíclope sanguinario, tumbado sobre un altillo
resollaba y resoplaba como un maldito. Seguramente estaba haciendo la
digestión tras haberse zampado a algunos de los nuestros de
expediciones anteriores. Intentamos vadearle, evitando que se
despertara; pues de suceder eso, seguramente habría sido nuestro
final.
Pudimos
sortear el peligro aquel, pero enseguida apareció otro. Algo
desconocido hasta el momento, posiblemente una bestia pavorosa,
andaba cerca de allí. Oíamos sus pisadas aproximándose hacia
nuestra posición. Lo hacía sigilosamente. Su objetivo estaba claro:
sorprendernos y atraparnos en un salto. Al final, lo vimos delante
de nosotros. Lo primero que descubrimos fueron sus ojos, inquietantes
y fijos, brillando en la oscuridad, sin parpadear. Vigilaba nuestros
movimientos esperando el momento propicio para atacarnos. Era enorme
y peludo. Daba miedo. En un momento concreto, el monstruo aquel se
abalanzó hacia nosotros. Estábamos perdidos. Emprendimos una veloz
huida. Algunos de los nuestros cayeron en la desbandada y fueron
aniquilados sin piedad. Otros tuvimos más suerte. La mayoría de
nosotros se salvó. A duras penas logramos reunir la fuerza
suficiente para realizar un último esfuerzo, el de conseguir
colarnos por una rendija en la base de la pared. Allí nos
quedaríamos el tiempo que hiciera falta. Era un buen sitio, a salvo,
para poder depositar con tranquilidad las cápsulas con nuestros
huevos. Para alimentarnos siempre había restos de grasa y de
alimentos por el suelo y dentro de los muebles. Allí podríamos
esperar tiempos mejores y, a salvo de gatos, anidar mientras nuestras crías
se fuesen desarrollando hasta que pudieran salir a colonizarlo todo.
Antes les contaríamos nuestra odisea, la que media entre el baño y
la cocina de aquella casa.
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Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia
Esperemos a ver que pasa, siempre las conjeturas han sido malas.
ResponderEliminarSalut
Sí, aunque hemos de esperar lo peor. Han venido para quedarse.
EliminarUn saludo, Miquel.
A pesar de todos los peligros no me cabe duda de que los dioses inclementes os protegían.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Yo creo que sí. Es difícil exterminarnos.
EliminarUn saludo, Francesc.
No quisiera desvelar nada, ni hacer la puñeta, pero tengo la certeza de quienes son estos modernos "odiseos". Y si, llegan para quedarse, para regocijo del dueño de la droguería de mi barrio.
ResponderEliminarEso sí: negocio con el asunto que no falte. Jejeje.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Pero qué ingeniosa conjetura Cayetano!
ResponderEliminarUna forma de quebrar el relato con un final que nadie espera.
EliminarSaludos, Emejota.
Hasta en las epopeyas, el tamaño sí importa.
ResponderEliminarSaludos, Cayetano
El tamaño y la resistencia ante la adversidad.
EliminarSaludos, Xibelius.
Hola Cayetano:
ResponderEliminarEl final me sorprendió, pero me gustó mucho. Lo del monstruo peludo, me recordó una película...que también tiene que ver con una odisea.
Saludos
Gracias, Manuel. Un simple gato puede ser un monstruo para los seres diminutos.
EliminarSaludos.
Todos tenemos en cada casa una odisea,
ResponderEliminarY si, han venido para quedarse y multiplicarse.
Saludos.
Creo que los dioses andan últimamente de su parte.
EliminarUn saludo, El Tejón.
Me encantan los lindos monstruos peludos, he aprendido mucha psicología de ellos!!!
ResponderEliminarUn saludo, Cayetano
Dicen que además desestresan mucho.
EliminarUn saludo, Carlos.
La Odisea vista desde otra perspectiva...no humana. En cada casa existe un Ulises con deseo de volver a casa.
ResponderEliminarUn saludo
¿Encontrará este Ulises a su Penélope, tejiendo y destejiendo, rodeada de bichos con pretensiones de matrimonio?
EliminarUn saludo, Carmen.
La perspectiva siempre lo modifica todo.
ResponderEliminarSaludos,
J.
La perspectiva e incluso la empatía: ser capaz de ponernos en la piel -o en el caparazón- de otro. En todo caso, siempre resulta un ejercicio fascinante para el que escribe.
EliminarUn saludo, J.
¡Ay, Dios! No quiero creer que sean ell@s. Mi cruzada particular de por vida ha sido mantener mi casa inexpugnable.
ResponderEliminarPero ahora pensaré en que quizá ahora… algún@... está...
Lo malo es cuando aparece un ejemplar, uno solo. Detrás, escondidos, están todos los amigos de Ulises.
EliminarUn saludo, Ana.
Estas son las consecuencias de ser osado y salir de tu hábitat. Te aconsejo, Cayetano, que no aparezcas el próximo domingo por Colón. Son otros, pero también se han embarcado hacia Ítaca y es mejor estar a cubierto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Descuida. No se me ha perdido nada que deba compartir con la derechona rancia y casposa. Peores que las cucarachas.
EliminarUn abrazo.
Tanto gato,parece la casa de alguien solo...
ResponderEliminarBuen ojo clínico. Seguramente, el "cíclope" que roncaba a pierna suelta en su cama vivía solo con el gato.
EliminarUn saludo.
No sé, no sé. Me he quedado intrigado, veremos... dijo un ciego.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo no tengo duda alguna de que sobrevivirán. No hay quien pueda con este enemigo.
EliminarUn saludo.
Todos llevamos nuestra propia Odisea.
ResponderEliminarOriginal relato el tuyo, Cayetano. Saludos
Así es. Cada uno la suya. Gracias, Pilar.
EliminarSaludos.
Para los Pixie y Dixie de turno siempre hay un Jinx al acecho que convierte sus vidas en una odisea.
ResponderEliminarSaludos.
Un gato andaluz dicharachero.
EliminarSaludos, DLT.
Me ha parecido genial cómo nos conduces por un camino de terror sin saber realmente quienes son los protagonistas, cuando al final desvelas que son animales nos damos cuenta que por un momento en la vida hemos sentido empatía por todos aquellos roedores, insectos... que solemos matar con total crueldad.
ResponderEliminarRepito: Genial.
Muchas gracias, Manuela.
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Saludos.
Muy buena la Odisea que pasan algunos para dejar sus huevos jejeje.
ResponderEliminarEs cierto que difícil lo tienen, pero seguro saldrán adelante esos animalitos se conocen todos los rincones entre el baño y la cocina.
Te quedó fantástico el final.
Saludos Cayetano
Puri
Ya sabes que me gusta mucho hacer un quiebro al final. Es un vicio tremendo el que tengo con esto, más que los bichitos invadiendo casa ajenas.
EliminarUn saludo y muchas gracias, Puri.
Y Homero era un cangrejo Jajajaja.
ResponderEliminarLe diste un giro inesperado a tu relato que me parece buenísimo.
Besotes
Una vieja manía mía, la del quiebro en el relato.
EliminarGracias, Myriam.
Un abrazo.
En lenguaje actual se diría que tu relato es transversal, predispones a una especie para acontecer otra, y esa es una sorpresa magnífica. Y a la vez es lo demenos, porque la odisea de la vida alcanza a todas las especies y géneros. Pío Baroja lo llamaría la lucha por la vida. No hay más Ítacas.
ResponderEliminarLa verdad es que me costó empatizar con estos bichos.
EliminarUn saludo, Fackel. Gracias por acercarte por esta humilde casa o tinaja.