Quedan lejos aquellos tiempos de
universidad en los que en mi país no había libertad; pero éramos jóvenes,
estábamos llenos de vitalidad, teníamos muchos pájaros en la cabeza y toda una vida por delante.
Así podría empezar una novela a mitad de camino entre lo autobiográfico y la pura ficción.
La juventud, qué tiempos.
Así podría empezar una novela a mitad de camino entre lo autobiográfico y la pura ficción.
La juventud, qué tiempos.
Unos años felices y
despreocupados, donde la palabra cáncer era tan solo un signo del zodiaco; el corazón,
un asunto personal o siete casillas del crucigrama; la enfermedad, eso que pasaba a los mayores; y el futuro, algo que no existía porque quedaba todavía
lejos. Un tiempo en el que un día de lluvia no era un fastidio, sino una excusa
para estar en casa con los amigos o con tu chica, oír música, fumar, beber algo, hacer el amor,
arreglar el mundo... No teníamos un duro, pero éramos dichosos. No sabíamos
nada de la vida, pero no nos importaba. Pensábamos que ese tiempo había venido
a instalarse en nuestras vidas para siempre. Y que los viejos nunca fueron
jóvenes, que ya nacieron así. Y que la cosa del paso del tiempo no iba con nosotros.
Un día ocurrió algo que lo
cambió todo: fue cuando nos planteamos tomarnos la vida como adultos, buscarnos
un trabajo, formalizar nuestra relación, planificar el futuro... Fue el momento bisagra de nuestra
existencia, aún estábamos en plena juventud. No habíamos consumido un tercio
del total, pero el cambio que se avecinaba era imparable.
A partir de ese momento, la
vida pasó en un soplo. Cuando nos quisimos dar cuenta habíamos llegado a la mitad
de nuestro camino. Buena parte de la otra mitad que nos quedaba se nos iría también en un suspiro.
Ahora, cuando nos vamos acercando a la recta final de nuestra
existencia, reparamos en dos cosas: tenemos más estabilidad económica y emocional y mucha
más experiencia que entonces. Y, sobre todo, recuerdos. De regresar al pasado, posiblemente no volveríamos a cometer los errores que cometimos; pero de qué nos sirve eso si la juventud se fue definitivamente de
viaje. Se fue con otros, para no volver. Dentro de nada, para los jóvenes, nosotros seremos los
viejos, los que siempre fuimos viejos. Y vuelta a empezar.
Si volviéramos atrás no cometeríamos los mismos errores, pero los cometeríamos porque serían otras circunstancias y somos algo así como tropezadores profesionalizados. El tiempo pasa calmoso vividos en presente, pero si miramos por el retrovisor todo transcurre a cámara rápida. En mi caso, aunque mi vida no es modelo de nada, no volvería atrás: tuve mi oportunidad y llegué hasta aquí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cometer errores es algo muy humano, pero de esos errores siempre aprendemos algo.
EliminarUn abrazo, Paco.
Justamente, Cayetano, ando pensando en estas cosas (¿vendrá con la edad y esta recta final a la que aludes?). En lo que a mi respecta que no tuve infancia, que me escapé de casa a los 13 y que fui independiente económicamente desde los 16, no me arrepiento de nada de lo que he hecho, porque sé que errado o no, fue lo mejor que pude hacer en ese momento. ¿Volver atrás? ni para tomar impulso. Ahora estoy viendo que otras cosas quiero hacer antes de estirar la pata y pasar a mejor vida.
ResponderEliminarBesotes,
Siempre hay algo que hacer. O que contar.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Entonces éramos más guapos, nos reíamos con mucha facilidad, la energía nos permitía enamorarnos y la tortilla, la morcilla y todo el mundo entero. Pensábamos que íbamos a arreglar el mundo, ha hacer lo que no habían conseguido ni Aristóteles ni Platón, lo que no supieron hacer ni Cicerón, ni Maquiavelo ni Paquito el chocolatero. ¡Qué fuertes éramos!
ResponderEliminarAbrazos
El síndrome de la invulnerabilidad. Los jóvenes a menudo se creen inmortales e invencibles. De ahí el peligro que tienen algunos de llevar un volante entre las manos.
EliminarUn abrazo, Francesc.
Justo, FRANCISCO ESPADA. No cometeríamos los mismos errores, pero cometeríamos otros, los propios de la edad, y vaya uno a saber si las consecuencias hubieran sido peores.
ResponderEliminarhemos llegado hasta aquí. Lo importante es no cometer los mismos errores que cometimos y nos fueron mal.
Pero como decía don Camilo, el Nóbel: no doy consejos, que la gente se equivoque sola.
salut
Buen consejo el de no darlos.
EliminarUn abrazo, Miquel.
Comparto tus recuerdos y la sensación acelerada del paso del tiempo. Cuando tenía 4 años, mi hijo mayor me dijo por qué su nueva maestra no jugaba con ellos, "es muy vieja,¡Lo menos tiene 20 años!" Lo de T=D/V no siempre funciona, Cayetano.
ResponderEliminarMi punto de inflexión en el cambio de velocidad del tiempo fue tras hacer la mili.
EliminarSaludos, Ana.
Quizás no cometeríamos los mismos errores, pero cometeriamos otros, porque cometerlos forma parte del proceso de aprendizaje humano.
ResponderEliminarYa somos viejos para algúnos, y yo reivindico la palabra "viejo", tan malsonante para los políticamente correctos.
"Viejo" tiene para mí un valor añadido : el haber llegado hasta aquí y poder contarlo.
Te dejo, que tengo que tomarme las puñeteras pastillas.
Un abrazo.
Sí, el tiempo transcurrido es directamente proporcional al número de pastillas que uno toma.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Yo creo que en mi caso, sería igual. No cambiaría nada. Los mismos errores, los mismos fracasos, los mismos éxitos...Lo tengo ahora es justamente por lo que ha pasado.
ResponderEliminarSaludos
De los errores pasados se aprende. Ya sabes el refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo.
EliminarUn saludo, Manuel.
Si hay algo que no volvería a hacer, en el hipotético caso de volver a los años de juventud, sería darle tan poca importancia al paso del tiempo. Ese sentimiento de que el tiempo se va a eternizar en nuestra persona tan sólo porque somos jóvenes es algo de lo que si me arrepiento y sin embargo el tiempo, cada vez de forma más vertiginosa, pasa y no soy capaz de retenerlo, de agrandarlo, de hacer que dure. Se me escapa como la arena de la playa entre las manos.
ResponderEliminarBuena reflexión, Cayetano.
Un beso
Cuando se es joven se ve todo tan lejano que no se valora lo más preciado que se tiene: el tiempo.
EliminarUn abrazo, Ambar.
Tampoco volvería atrás. Si bien sería muy injusto vivir una juventud con las experiencias de viejo a cuestas, a mi no me quedo más remedio que hacerlo por ser único de padres frágiles y añosos.
ResponderEliminarA veces los errores si bien dolorosos al final en su día supusieron la ilusión de la vitalidad e inocencia que nos sustentaba.
Un eterno presente que conviene reconocer e incluso agradecer porque nos ha conformado y lo podemos agradecer si la memoria y el agradecimiento nos acompañan hasta el final de nuestros días. Creo que se llama vida!
Jaajj, personalmente, lo que peor llevo es eso de cansarme y que ello duela!
Sí, eso de un joven con las experiencias del viejo, sería algo terrible. De entrada sería discriminado por los de su edad.
EliminarUn saludo, Emejota.
¡¡¡Qué cierto es todo lo que escribes!!! Y si no hubiéramos cometido (y aun cometemos) errores, no seríamos como somos. Bienvenidos sean.
ResponderEliminarMe tomo nota de todo lo que citas, estoy entrando en ello y ya voy notando muchas cosas...
Un saludo, Cayetano
Cierto. Somos el producto final de nuestros errores. Y crecemos cuando los asumimos.
EliminarUn saludo, Carlos.
El ciclo de la vida. Me ha inundado de nostalgia tu artículo, querido amigo. Como no identificarse con él. Bendita juventud -con sus errores, que para eso uno es joven- y años de despreocupación y optimismo radiante. No había que preocuparse en el final de mes, ni en pagar facturas; tan sólo en soñar, en vivir...
ResponderEliminarEsos tiempos que ya nunca volverán pero que permanecerán en nuestra retina, aunque la bruma del tiempo los va volviendo más delebles...
Un abrazo
Ya lo decía el JUlito Iglesias... la vida sigue igual. Jejeje.
EliminarUn abrazo, Félix.
Con un bebé de un añito y acercándome a la cuarentena ya hago como mías estas reflexiones tuyas, a pesar de que la esperanza de vida se ha ampliado considerablemente. De todas formas piensa que en otros tiempos a la edad de cincuenta años se era viejo, viejísimo, y que a los veinte ya se asentaba la cabeza, se tenían hijos y con bigote y traje parecían haber alcalzado los cuarenta. Ahora tener sesenta es ser joven, e incluso setenta. Mi madre, con setenta cumplidos, denomina chico o chica a personas con diez años menos que ella, lo cual quiere decir que se siente joven. Un niño de ocho años, cuando yo tenía 18, me llamó señora...
ResponderEliminarEn fin, todo esto para decirte que la percepción cambia dependiendo de la edad que tenga el que te juzga. Para un joven de quince años serás un viejo, pero para otro joven de tu edad serás igual de joven que él... Jiji
Un beso
Yo recuerdo los cuarenta como la mejor etapa de mi vida. Plenitud y madurez. Disfruta lo que te viene ahora.
EliminarUn abrazo, Carmen.
Cuanta razón tienes Cayetano, pero lo bueno de todo es que podemos contarlo y eso nos tiene que animar a ver al futuro con ilusión a pesar de que corre no veas cuanto, mira que ya estamos en el 2018 uff y cuantas cosas vivimos y viviremos.
ResponderEliminarUn saludo
Puri
Pues sí, mientras podamos contarlo será buena señal.
EliminarSaludos, Puri.
La rueda de la vida.
ResponderEliminarUn saludo.
Cuando se tienen veinte años no somos conscientes de ello.
EliminarUn saludo, Valverde de Lucerna.
De volver a empezar sin dudas cometería los mismos errores, no los esquivaría. Al contrario.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Eso es porque han sido leves.
EliminarUn saludo.
Mis recuerdos no son tan "bonitos" ..... no era la juventud que quería cambiar el mundo, la inmensa mayoría era conformista y futbolera ...... los antifranquistas éramos cuatro gatos. A mi el futuro me aterraba, tenía miedo de no adaptarme a esa sociedad competitiva. Yo creo que me apunté a la revolución porque era mejor cambiar el mundo que adaptarse. Con los años me he tenido que adaptar (a la fuerza ahorcan). Pero no culpo a nadie, el único responsable de mi vida soy yo (o casi). Y en esta última recta que me queda de vida, soy mas feliz que nunca, he perdido mis miedos juveniles, aunque tengo otros, tengo estabilidad económica, aunque precaria, tengo gente que me quiere ....y, bueno .... buena salud no tengo, pero tampoco la tenía de joven ..... en fin ..... que mi balance es bastante positivo
ResponderEliminarSabe más el diablo por viejo que por diablo.
EliminarUn saludo.
Cuanta razón tienes Cayetano, tu entrada me ha hecho recordar la canción "Ayer aún" de Charles Aznavour.
ResponderEliminarAbrazos de Espíritu sin Nombre.
Muy apropiado Aznavour para una reflexión sobre el tiempo que pasa.
EliminarUn abrazo, Conchi.