Dedicado a Quim Monzó y sus sopas de letras.
Sí, sí… Ya sé que no hay que obsesionarse con las cosas, pero ponte en mi lugar: cuatro años para sacarme el carnet de conducir. Y eso marca, deja su huella, imprime carácter indeleble, que dirían algunos católicos.
Todo empezó con esa vieja señal de stop que me encontré casualmente en la basura aquella mañana que rebuscaba en el contenedor amarillo. La limpié un poco con la manga del jersey y la coloqué con superglú en la puerta de entrada de mi casa. Bien visible encima de la mirilla. Claro, claro… Soy consciente de que no era del todo necesaria. Ya lo sé. Si la puerta está cerrada, la parada es obligatoria. Hasta ahí llego. Pero un impulso interior me llevó a ponerla. Y ese fue el comienzo de todo.
A continuación, seguí por el portal del inmueble donde vivo. Aprovechando que la portera estaba ausente, planté tras la mampara de la portería un cartel de peaje de autopista: peaje / toll (7,30 euros los turismos). Te juro por mis niños que hubiera pagado esa cantidad por ver la cara de doña Rosario.
Otro día, al tomar el ascensor, no pude reprimirme y coloqué junto a los botones, con un pegotón de silicona, la señal de entrada prohibida a ciclomotores.
Ya en casa dispuse:
Un paso de cebra en el vestíbulo, el tramo que va de la cocina al salón. Muy vistosas las tiras adhesivas.
El aviso de suelo deslizante en la cocina, para que nadie pisara “lo fregao”.
La advertencia de peligro animales sueltos en la entrada del dormitorio de mi suegra.
Al pasar del hall al pasillo distribuidor, un aviso de estrechamiento de calzada (concretamente de 160 a 90 cm).
Velocidad limitada a 20 Km/hora en toda la casa.
Encima del cabecero de la cama compartida con mi señora esposa (una cuarentona de buen ver): curvas peligrosas a la izquierda.
En la puerta del cuarto de los mellizos: atención, niños. Y el que avisa no es traidor, que mis nenes cuando están inspirados pueden llegar a ser terroríficos, como Zipi y Zape.
En el dormitorio de invitados, como indirecta para los gorrones de temporada que nunca acaban de irse, quedó muy oportuno el permitido sólo el estacionamiento los fines de semana.
En la puerta del cuarto de baño coloqué prohibidas las señales acústicas, que algunos se las traen con los pedos, y una flecha blanca sobre fondo verde señalando la taza del inodoro: salida de emergencia.
En poco tiempo atiborré la casa de señales. Hasta ahí. Luego comenzó el declive, la pérdida de entusiasmo. Porque el desánimo se apoderó de mí.
Bueno, también influyeron la falta de espacio disponible y la actitud de mi familia. Mi mujer, los niños y mi suegra parece que no estaban mucho por la labor. Mi suegra, la mirada aviesa y el gesto serio, no me perdonó lo del cartelito alusivo. Mi perro tampoco, un buldog francés, manso y tontorrón, al que quizá no le gustó demasiado el gorrito de lana que le encasqueté con un atención, perro peligroso.
La puntilla vino una noche que había andado de copas por ahí y al regresar a casa, cocido por los cubatas, me salté un ceda el paso. La Guardia Civil me dio el alto, y tras someterme a la prueba de alcoholemia, además de la multa, me retiraron por unos meses el carnet de conducir. Tan aficionado como era yo a las señales y aquel día quedé señalado como infractor.
El caso es que, por una cosa o por otra, aquella afición por los carteles de tráfico se fue desinflando como un globo. Se hacía necesario cambiar de hobby.
Tal vez sería una buena idea una colección de fotos de cruces de cementerio y lápidas de gente famosa con epitafios ocurrentes. En el cuarto de mi suegra pondría ese que dice No llores. Nos vemos pronto.
Habrá que pensarlo un poco más, darle una vuelta, que se dice.
Las obsesiones suelen ser lesivas, y las suegras también. (con perdón)
ResponderEliminarSaludos.
Impronta indeleble. Qué término falaces pronunciados hasta la extenuación de su salvación.
ResponderEliminarDivertido y oportuno relato. Señales para hacer una vivienda inhabitable. Porque las obsesivas reglas tal vez producen más inconveniencia que practicidad. Pero a veces, siquiera verbalmente, hay que poner ciertas señalizaciones. Si hay consenso. Porque un hábitat o al menos una zona determinada del mismo, tu cuarto o el retrete, imprime carácter, ya lo creo, y disidencias.
Muy original. Un beso
ResponderEliminarYo tuve una suegra muy buena, delicada y elegante que nunca se metía donde no le llamaban. Hace dos años exactos murió sin dar mal a nadie.
ResponderEliminarEn cuanto al parque urbano en el domicilio como cuento, he de decir que es ingenioso y original. El género del cuento no es fácil porque todo es 'hueso' y no entra nada innecesario. A veces he soñado con que mi casa se convertía en una pista de obstáculos y yo la recorría hábilmente sorteando sus trampas y sus señales. Muy bueno el cuento.
Saludos.
Quien a hierro mata a hierro muere, en este caso la obsesión
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