Diálogo imaginario al estilo cervantino.
Para que me saliera más convincente el habla de don Quijote, le puse mentalmente voz de Fernando Fernán Gómez. Y que don Miguel me perdone por la osadía.
—Amigo Sancho: no te fíes ni de tu sombra, que vendrán aduladores a regalarte el oído para obtener un beneficio o causar un mal a su prójimo, que hay mucho aprovechado e hijo de Satanás capaz de vender su honra por un plato de lentejas, que los tiempos son lo que son, y a río revuelto ganancia de pescadores.
—Mi señor don Quijote: ya se andará con cuidado quien quiera engañarme, que tengo siempre a mano el as de bastos y no le arriendo las ganancias ni la salud de sus costillas al que me venga con lisonjas y promesas de tan solo su boca y luego sea humo, que más quiero un toma que un dos te daré.
—Desconfía de los que inventan cosas que nunca dijimos ni tú ni yo: “ladran, Sancho, señal que cabalgamos”; “cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras”; etc, que hay mucho bulo circulando por la corte y mucho mentiroso que vive del engaño y algunos medran a la sombra de las mentiras y de la credulidad ajena, haciendo profesión de sus embustes.
—Sepa vuesa merced que tengo los dos pies en la tierra, no en las nubes como otros que yo me sé y que me callo por respeto, y no me creo nada que no haya visto o vivido, que no sé de letras pero soy bachiller en asuntos de la vida. Y las cosas son como son, que donde hay molinos no puede haber gigantes.
—Aquello fue un encantamiento del sabio Frestón, grande enemigo mío, que me hizo desaparecer los libros de mi casa. Y tal vez un efecto secundario del bálsamo de Fierabrás.
—Ya. Y las mozas de la venta eran rameras, mujeres del partido que las llaman, y no princesas.
—¡Ah, truhán. Ya sé por donde vas! ¿Pretendes acaso reírte del amo que tan bien te quiere? Pues has de saber, ingrato, que las cosas no son lo que parecen y que las mozas de la venta son tan importantes como las hijas de los reyes, que la dignidad y la riqueza no siempre son buenas amigas.
—No está en mi ánimo hacer chanza de vuesa merced. Y menos cuando me tiene prometida una ínsula de la que seré gobernador. Prosiga pues con sus sensatos consejos, que yo los pondré en práctica... a mi manera.
—Lávate los pies con frecuencia, también las manos, que quien te las estrecha no sabes donde las tuvo antes metidas, que hay mucho guarro que se las mea o que no conoce higiene tras ordeñar sus vacas, que lo mismo les da tocar ubres que teta de su esposa. Que hasta el rey, por mucha corona que lleve, está obligado a mantener las manos limpias, amén de conservar la decencia, el buen ejemplo y la honorabilidad. Y no es de buen cristiano repartir pan al necesitado con las manos sucias.
—Pues todo lo he de hacer, que no digan que Sancho es un botarate y un cerdo, además de iletrado. Y, aunque duro de mollera, sabré gobernar con mano firme, impartiendo justicia como es debido.
—Oyéndote tan comedido y sabio, caigo en la cuenta de que con el natural roce algo se te ha pegado de tu amo y piensas con la grandeza y los ideales de los caballeros andantes. Por mi parte, de tanto escucharte un día tras otro me he vuelto más simple en mis razonamientos. Me hago mayor, amigo Sancho, y la sensatez se está apoderando de mí. Así que olvidémonos de gigantes y temibles ejércitos, dejemos las cosas como están y como realmente son: molinos, busconas, pellejos de vino y rebaños. No demos oportunidad al diablo, que ya vendrá algún desaliñado escribidor a inventar historias descabelladas con las que ganar algún maravedí para llenar el puchero. Que los tiempos son duros. Y, a buen entendedor, pocas palabras.
—No se rinda vuesa merced, que todavía quedan muchos entuertos por desfacer, que no hay mal que cien años dure y que llegará un día en que no habrá malhechores por los caminos asaltando a inocentes, ni ejércitos de hombres desalmados, ni infelices que padezcan cárcel por robar un trozo de pan, ni gentes que se enriquezcan con el sudor o el dolor ajenos, ni injusticias, ni calumnias, ni maldad…
—Calla, calla, amigo Sancho, que bien parece que la cordura me viene a visitar ahora que voy para viejo. Y tú tal vez te has contagiado de mi antigua locura y en la ínsula que te prometí buscas el cumplimiento de un gran ideal. No te fíes ni de tu padre y menos si aparecen burros que vuelan, princesas y encantamientos. Porque la maldad es una enfermedad que no curan los siglos. Y no hay bálsamo milagroso para esta España de nuestros pecados.
__________
Sabias y doctas palabras las del ingenioso Hidalgo.
ResponderEliminarAplicables a aquellos tiempos y a estos
EliminarExtraordinario, Cayetano. El diálogo será apócrifo pero en él cada uno está en su sitio. El Quijote es Quijote y Sancho es Panza.
ResponderEliminarMuy buen texto, Bravo, bravo.
Salud.
Gracias, Francesc. Me alegra mucho que te haya gustado.
EliminarTexto de rabiosa actualidad. A ver si los entuertos se van aclarando y como bien dice don Quijote, la maldad es una enfermedad que no curan los siglos. ¿Seguiremos luchando contra los molinos? Un abrazo
ResponderEliminarDe eso se trataba, de darle actualidad.
EliminarGracias, Arantza, por tu comentario.
Eres un genio, capaz de adaptar los viejos tiempos a la actualidad. Se nota que el Quijote lo conoces muy bien, cuando en la parte final intercambian los papeles. El Quijote es eterno. Un saludo.
ResponderEliminarAsí, en la lejanía, me parece las conversaciones de Pepe y Pepito
ResponderEliminar