La casa aparece llena de objetos, el despacho atiborrado de carpetas y papeles desordenados, manuales de esto y de lo otro. Piezas varias: estatuillas falsamente africanas, un elefantito de alabastro, una colección de moais, una reproducción del santo prepucio dentro de una cajita de cristal, un candelabro de siete brazos... Prescindibles o no, ahí están: una pareja de leones en piedra, una estatuilla de Buda, fotos de familia, discos de vinilo, un viejo tocadiscos, cómics, las estanterías atiborradas de libros amenazando con un derrumbe inminente, dos enanos de Blancanieves de tamaño real —1,15 metros— flanqueando la puerta...
Reconozco que siempre he padecido de horror vacui y que soy incapaz de vivir sin estar rodeado de objetos. Me acompañan siempre, me dan abrigo, protección y calor.
Sin embargo, a pesar de la compañía, en este preciso momento mi mente está vacía. ¡Horror! Trabajo en un relato desde hace un buen puñado de días y no se me ocurre el final.
Y de nuevo, ante mí, en el escritorio, el papel pavorosamente en blanco. Terriblemente inmaculado.
—No encuentro el desenlace —pienso angustiado—. No tengo forma de darle un final a esta historia.
Y acto seguido hago un gurruño con el folio que tengo delante y, como viene siendo habitual desde hace varias semanas, lo tiro por delante de la mesa donde trabajo y, como pasa en el noventa por ciento de las veces, la bola de papel, tras describir en el aire una breve trayectoria parabólica, cae irremediablemente fuera de la caja que está preparada en el suelo para tal fin. La caja está casi llena, pero alrededor de ella siempre hay una buena colección de lanzamientos fallidos en forma de papeles arrugados, todos fuera de la diana.
Llevo trabajando en mi nuevo relato algo más de un mes. Y lo que pensaba que era tarea fácil —solo falta concluir todo con una especie de epílogo, el colofón, el broche final—, se estaba convirtiendo en un reto casi imposible que amenaza con mandarlo todo al garete.
Me gusta trabajar a la vieja usanza. Nada de ordenador. Tan solo papeles y bolígrafo. Casi siempre folios a medio usar, comunicados del banco, recibos, propaganda del buzón… impresos solo por un lado que voy amontonando en cualquier parte. Así me siento más cómodo. Me provoca un cierto rechazo el folio cuando está virgen por las dos caras. ¿Horror al vacío? Tal vez una manía sin fundamento o un producto de mi propia inseguridad: cierto temor a defraudar al papel impoluto que se ofrece ante mis ojos.
—A no ser que…
De pronto, un destello relampaguea en mi mente. Como una sacudida eléctrica, una idea ocurrente parece abrirse paso entre las tinieblas de mi cerebro y, sacudiendo las telarañas que amenazan con imponerse a mis neuronas, ya de por sí escasas, sale a la luz un pensamiento.
—¡Ya lo tengo! Mira que estaba dormido para no darme cuenta. Es más fácil de lo que pensaba.
Y acto seguido, entusiasmado por la ocurrencia, cojo el recibo de la luz del mes de mayo y en su reverso, blanco como un campo nevado, limpio como una patena, escribo las últimas líneas.
—Ahora sí —me digo, contemplando con satisfacción el resultado—. Esto ya es otra cosa.
Y retomo la historia aquella del urólogo y la esposa infiel que le engañaba con este:
Así comienza el desenlace:
A las dos semanas volví a mi médico para las pruebas urológicas. Me tocaba revisión anual, pura rutina. No sé por qué después de lo ocurrido no cambié de especialista. Quizá porque estaba acostumbrado a él.
Nunca lo hacía, pero aquella vez quiso explorarme:
—Bájese los pantalones, abra las piernas y apóyese aquí. Es cuestión de un momento. Relájese.
Antes de darme la vuelta para someterme al tacto rectal, me pareció vislumbrar un extraño brillo en sus ojos y una leve sonrisa, casi una mueca, mientras se ponía un guante desechable y agitaba en el aire los dedos. Luego me aplicó vaselina...
Cuando concluí el relato lo pasé a ordenador y lo mandé al editor Nicanor para que lo incluyera en La Charca Literaria. Se publicó el dieciséis de junio de 2020: https://lacharcaliteraria.com/todo-mentira/
Luego, Javier Herrero nos propuso a los colaboradores habituales de La Ignorancia escribir algo sobre "el horror vacui". De ahí el sentido de esta historia que también pude acabar felizmente y que ahora tienes entre tus manos. En el fondo: dos cuentos por el precio de uno. O sea, gratis.
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Este relato se incluyó en el número 29 de la revista digital La Ignorancia, dedicada monográficamente al "horror vacui": http://www.laignoranciacrea.com/
Tanto cachivache me agobia, no sé hacer nada viendo las superficies ocupadas por objetos inservibles. Lo primero que hago es despejar y dejarlo todo vacío, no sé si esta acción despeja también mi cabeza y por esto a menudo me quedo en blanco.
ResponderEliminarEstá claro que el urólogo siempre va por la parte trasera, en este caso por el reverso del recibo de la luz.
Salud
Y a mí también. Odio ese agobio de no dejar un centímetro cuadrado libre. Muy buena esa comparación tuya de las partes traseras, la del recibo y la del paciente del urólogo.
EliminarUn saludo, Francesc.
Interesante relato y muy buena descripción del puñetero folio (o pantalla) en blanco que parece que se te ríe con sorna.
ResponderEliminarHace años, un profesor de informática nos daba permiso para ir al bar, tomarnos una caña y hablar de otros temas cuando te atascabas programando y no dabas con la idea genial que te permitía avanzar. Al volver al teclado, muchísimas veces te aparecía la inspiración. Aún sigo usando el método... y a veces, me harto a cervezas.
Un saludo, Cayetano.
Es que una cervecita inspira mucho. Jejeje.
EliminarUn saludo, Carolus.
Pero esto no es cuento, es realidad constatable. En el futuro no te inquiete cuando se te resista el final de una historia. ¿Crees de verdad que las historias tienen final? ¿Acaso no vivimos un presente continuo que como el tocino se va poniendo añejo? Prueba el final abierto, es la invitación oportuna a que te sigamos tus fieles y hagamos tu historia nuestra.
ResponderEliminarUn abrazo de ignorante y otro de charquero.
Pues mira, es una buena solución esa del final abierto. Al paciente del urólogo algo ya le abrieron.
EliminarUn abrazo, Paco.
Pues hallado el final la felicidad se empieza a vislumbrar, y esta vez sin vaselina...
ResponderEliminarsalut
Sí, porque no conviene abusar.
EliminarUn saludo, Miquel.
Lo que se narra me resuena. Escribiendo sobre estar dormidos. Hace relativamente poco tuve uno de esos sueños “lúcidos”. Básicamente: un viaje en tren sin destino aparente. Invade el aburrimiento y el concepto de estacion final cercana acecha. Ante la monotonía decidí dormirme, total, que mejor manera de llegar a final de trayecto ! Y es que me encanta dormitar! Qué mejor llegada que hacerlo encantada?
ResponderEliminarSi se duerme uno en un sueño... a saber dónde aparece.
EliminarUn saludo, Emejota.
El horror vacui de la mismísima Naturaleza. Encantador, jajajajaja, muy buenos relatos.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Pitt.
EliminarUn saludo.
Y acto seguido, entusiasmado por la ocurrencia, cojo el recibo de la luz del mes de mayo y en su reverso, blanco como un campo nevado, limpio como una patena, escribo las últimas líneas... ahí vio la luz, en el reverso del recibo del mes de Mayo para encontrar el final de la historia.
ResponderEliminarVio la luz, nunca mejor dicho, y en el anverso vio el precio del kw/hora y se le ocurrió una historia macabra.
EliminarUn saludo, Francesc.
Ocurrente como siempre Cayetano y lo importante: Un final, acorde al relato.
ResponderEliminarMuy bueno
Saludos
Gracias, Manuel. Ya los urólogos no suelen hacer el tacto rectal, salvo en algunos casos. De esa exploración nos vamos librando.
EliminarUn saludo.
Es que las palabras también son objetos, pero unos objetos tan rebeldes que a veces son nonatos.
ResponderEliminarDel relato el horror que me ha quedado no ha sido el vacui sino el urológico. Señor, qué pereza.
Sí, el horror prostático no es literario, es más real.
EliminarUn saludo, Fackel.
Recuerdo aquel relato, en el que el ahora paciente, si no me falla la memoria, ya hizo el bobo como él solo. Si ahora la historia era encontrar un final para aquella otra historia, misión cumplida.
ResponderEliminarUn saludo.
Y así mato dos pájaros de un tiro. Jejeje.
EliminarUn saludo, DLT.
La parte del urólogo me ha hecho sonreír. Decía un día el escritor Carlos Fisas describiendo una papelera "en tu caso caja de cartón" una papelera es un artilugio para que alrededor se tiren los papeles.
ResponderEliminarAbrazos.
La idea de la caja de cartón era real. Hice uso de ella. Eran otros tiempos en los que se escribía en papel.
EliminarUn saludo, Conchi.
Muy divertido tu relato, como bien dices en casa, no hay mal que dure cien años, igual para tu personaje. Gracias por la revista, ya la descargué, espero leerla luego de visitar a todos los amigos blogueros a quienes les debo visita, al regreso de mi ausencia.
ResponderEliminarBeso grande
Gracias, Myriam. No nos queda otra opción que ser optimistas.
EliminarUn abrazo.
Hay que ver lo que puede dar de sí el tiempo que dura una exploración, un TAC, una ECO.
ResponderEliminarDicen que cuando llega el final, a veces pasa toda tu vida ante ti, un atrevimiento cómodo, porque a ver quién lo desmiente.
Muy bien llevado al papel. Está claro que para el autor auténtico, el "horror vacui" no existe. Saludos.
El único lugar vacío era el recto y llegó el urólogo con sus exploraciones y puso el dedo donde debía.
EliminarUn saludo, Ana.
Prefiero las superfícies nítidas, con poco "aderezo", pocos tropezones, y paredes blancas donde estalle la luz. Y sobre todo, recibos de la luz para garabatear en ellos. Por supuesto no opino sobre el urólogo, per el recto mejor siempre "vacui".
ResponderEliminarBuena solución, Cayetano.
Salud.
Anna Babra
Este personaje no tenía ningún hueco vacío. ni siquiera el que tanteó el urólogo.
EliminarUn saludo, Anna. Gracias por tu comentario.
Lo de intentar encestar va bien porque se hace musculo.Que rabia da quedarse en el intento pero al final todo sobre ruedas.Pues felicidades y voy a echarle una ojeadita a ese relato.
ResponderEliminarUn abrazo Cayetano
Sí, se adquiere cierta destreza en encestar.
EliminarGracias, Unknown.
Un saludo.
-Cayetano: el comentario te lo puse por el móvil pero no me reconoce ;soy Bertha de Atelier.
ResponderEliminarUn abrazo.
-Por fín: ya he podido leer parte de esta historia.Ando enredada con problemas con el equipo y se me ocurrió la feliz idéa de mandar comentario con el móviL.A mala hora, porque no me lo reconoce.
ResponderEliminarAl final el pobre tuvo que pasar por la exploración.Es que hay personas que tienen que pagar por todo.La venganza es un plato que se sirve frio.En este caso un poco templado :(
Y esto de encestar es bueno porque se trabaja músculo. Que fastidio cuando no te acompaña la inspiración, pero ha quedado muy bien enmarcada esta historia.
Un abrazo Cayetano
Gracias, Bertha. Esto del móvil y el blog... a veces da problemas. No solo a ti.
EliminarUn abrazo.
No sé por qué pero ese bucle final me sonaba muy mucho: claro, ya lo había leído... No es fácil escribir aunque así lo piensen la mayoría de los mortales. Y no es lo malo comenzar, sino concluir el relato dignamente.
ResponderEliminarUn saludo
Así es, Carmen: relato de un relato que habla de las dificultades al escribir relatos.
EliminarUn saludo.
Para que luego digan que los recibos de la luz no dan juego e iluminan...
ResponderEliminarCuídate mucho, abrazote utópico.-
Ya te digo. Calientan dos veces.
EliminarUn abrazo, Irma.
A mí me cuesta comenzar a escribir, pero una vez que he empezado no puedo menos que etrminar. Me resultaría imposible dejar un relato o lo que sea a la mitad, nunca lo terminaría. Al final le has ido dando forma a los relatos. En cuanto al urólogo mejor mantenerlo lejos. Lo digo por experiencia. Un saludo.
ResponderEliminarA veces ocurre que empiezas un relato y no sabes dónde te va a llevar. Esa es la magia de la escritura.
EliminarUn saludo, Valverde de Lucerna.