Llevo una temporada obsesionado por el tema del tiempo, tan efímero y voluble, escurridizo como una anguila, fugaz como un cometa… su finitud, su fragilidad… Por eso decidí comenzar una colección de viejos relojes que iría, estratégicamente, distribuyendo por toda la casa: de pulsera, de mesa, de bolsillo, despertadores, relojes de arena, clepsidras, relojes de cuco, de torre y de pared. Algunos eran auténticos mamotretos de salón, con péndulo, pesas y toda la pesca.
Os preguntaréis que para qué tanto reloj.
Una cuestión existencial, poética, e incluso filosófica, me impulsó a ello: en la vida hay un tiempo para el trabajo, otro para la diversión y el ocio, otro para amar y otro para morir. Hace falta tener siempre a mano un reloj concreto para ciertos cometidos. Y cada uno tiene el suyo. Relojes de pared, grandes y solemnes para medir asuntos de gravedad, como la enfermedad, el desamor o la muerte; relojes de pulsera para asuntos ligeros y cotidianos; cucos de la Selva Negra para asuntos serios, que los alemanes lo son (serios más que cucos). También algún cronómetro que ayudara a calibrar algo tan inaprensible y fugaz como es el tiempo. ¿Por qué el dolor y la pena se hacen tan largos? ¿Cuánto dura el amor? Todo ello expresado en minutos, segundos e, incluso, para los eyaculadores precoces, en décimas de segundo.
Tras leerme enterito el especial de La Ignorancia dedicado al tiempo (1) y la entrada de Francesc Cornadó sobre tiempos líquidos, ondulantes y demás (2), me quise motivar poniendo música a toda leche con temas que trataran del asunto: viejas canciones de Alan Parsons, Booker T. & The Mg’s, Pink Floyd, Al Stewart... Me releí también Tiempo de silencio, En busca del tiempo perdido, La máquina del tiempo, El tiempo entre costuras, el Carpe Diem, de Garcilaso, el Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el sol relumbra en vano, de Góngora. Me fui sumergiendo en un mundo de manecillas, ruedecillas, tictacs, minuteros y segunderos.
Mientras decoraba la casa con los relojes que fui adquiriendo, me animaba mucho ponerme como un loco a cantar a pleno pulmón Reloj no marques las horas interpretada por Los Panchos.
Me resultaba atractiva la idea de darles cuerda uno por uno y programar la alarma —o, en su caso, las campanadas— a las siete de la mañana de las diferentes capitales del mundo. En poco tiempo me hice con los ciento noventa y seis cacharros que necesitaba. Una gozada comprobar que una treintena larga de capitales tienen la misma hora que Madrid y que se ponen de acuerdo al unísono en mi casa para despertarme a mí y de paso a todos los inquilinos del edificio, o que los amigos de Buenos Aires tienen en sus despertadores las siete de la mañana cuando aquí tan solo son las tres de la madrugada. ¡Qué gozada en plena noche asistir al acontecimiento del despertar de varios millones de porteños! ¡Esto une mucho a los pueblos! Nada hay tan grande como la empatía y la solidaridad entre naciones hermanas.
Desgraciadamente no todos pensamos igual. De hecho, hay convocada una reunón de la comunidad con carácter urgente. Por las quejas. Creo que a los vecinos no les gusta demasiado la idea de oir campanadas y despertadores a ciertas horas, intempestivas según ellos.
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(1) https://www.laignoranciacrea.com/portfolio/numero-37-tiempo/