Detalle del Plano de Texeira, de 1656.
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Bodegas, garitos, tabernas y gentes de mal vivir. Una aproximación a la vida cotidiana en el Madrid del Siglo de Oro.
En las bodegas del Siglo de Oro se bebe, pero no se come. Quien busque "fina gastronomía": criadillas, despojos y manos de ternera, ha de dirigirse a los bodegones o mesones, porque en las tabernas o bodegas sólo se sirve vino y casi siempre peleón. Los locales suelen estar mal iluminados, lo cual obliga al visitante que viene de la calle a detenerse unos instantes al entrar para que sus ojos se vayan acostumbrando a la oscuridad, momento precioso que utilizará alguien de dentro para escabullirse por la puerta trasera. En estos locales, oscuros y mal ventilados, el olor al vino de los pellejos lo inunda todo, lo cual disimula el tufo a orines que viene del patio, utilizado por los incontinentes como improvisado retrete. No es normal que haya mostrador o barra, un par de tablones hace esa función. Tampoco es habitual que haya mesas y taburetes. Las autoridades los suelen prohibir para evitar que sean usados como armas arrojadizas. La gente bebe de pie. Si encontramos asientos en alguna parte suelen ser largos bancos corridos en torno a mesas también largas.
Lope de Vega y Francisco de Quevedo eran asiduos de estos tugurios. Con razón les llamaba su “amigo” Góngora, Lope de “Beba” y Francisco de “Quebebo” respectivamente.
Además de bodegas y bodegones, otros tipos de garitos eran las casas de lenocinio, casas de mancebía o lupanares. En tiempos de Felipe III llegó a haber 800 establecimientos abiertos en Madrid (1). En general había bastante tolerancia oficial. Aunque la fornicación de pago esporádica era una conducta reprobada por la Iglesia, estaba mejor vista que las relaciones sexuales duraderas entre solteros fuera del matrimonio, por lo que se consideraba "un mal menor". Luego fue Felipe IV, contumaz putañero y rijoso empedernido, quien incomprensiblemente, haciendo gala de gran cinismo, redujo ostensiblemente el número de burdeles en todo el reino, con la orden de perseguir y castigar a las prostitutas. Se cree que el objetivo perseguido era reducir las altas tasas de criminalidad y evitar altercados y desórdenes públicos.
Lope de Vega y Francisco de Quevedo eran asiduos de estos tugurios. Con razón les llamaba su “amigo” Góngora, Lope de “Beba” y Francisco de “Quebebo” respectivamente.
Además de bodegas y bodegones, otros tipos de garitos eran las casas de lenocinio, casas de mancebía o lupanares. En tiempos de Felipe III llegó a haber 800 establecimientos abiertos en Madrid (1). En general había bastante tolerancia oficial. Aunque la fornicación de pago esporádica era una conducta reprobada por la Iglesia, estaba mejor vista que las relaciones sexuales duraderas entre solteros fuera del matrimonio, por lo que se consideraba "un mal menor". Luego fue Felipe IV, contumaz putañero y rijoso empedernido, quien incomprensiblemente, haciendo gala de gran cinismo, redujo ostensiblemente el número de burdeles en todo el reino, con la orden de perseguir y castigar a las prostitutas. Se cree que el objetivo perseguido era reducir las altas tasas de criminalidad y evitar altercados y desórdenes públicos.
("Turco", en la jerga local, significa vino sin "bautizar".)
Otro asunto era la salubridad pública y las costumbres poco higiénicas de los madrileños.
Leemos en “Historia de Madrid” (2):
"En la época que le tocó vivir a Quevedo, era común la costumbre de orinar en la propia calle (por desgracia, se está recuperando esta moda). Recordemos que estamos en el Madrid del Siglo XVII, en donde la gente arrojaba por la ventana el contenido de orinales, bacías y demás vasijas al grito de “¡Agua va!”. Esta falta de higiene en la urbe provocaba un insoportable hedor en la ciudad. Para evitar orinar en cualquier lugar, se colocaron crucifijos en aquellos rincones propicios al desahogo. Junto a la cruz, una inscripción rezaba: “Donde hay una cruz no se orina”. De este modo se pretendía disuadir al viandante de hacer aguas junto al sagrado símbolo y, por ende, en la vía pública. Cierto día, Quevedo buscó un rincón para sus necesidades y encontró la cruz con su leyenda. Nuestro autor añadió al cartel el texto de que “… y donde se orina no se ponen cruces”.
En el Madrid de aquel entonces, quitando el Palacio Real y las Iglesias, la mayor parte de las viviendas eran casuchas de aspecto pobre, de maderas y arcilla apisonada (adobe), tabiques de yeso con armazón de cañas y suelo de tierra pisada.
Cuenta Juan Eslava Galán (3):
"En Madrid hay algunas calles y plazas empedradas, pero la mayoría tiene el piso de barro en invierno y de polvo en verano, y un arroyuelo central al que van a parar las inmundicias. En el Madrid de Alatriste (como en el resto de Europa, por cierto) no hay servicio de recogida de basuras ni alcantarillado que evacue aguas fecales.
A las deposiciones y meadas de las caballerías que transitan por la calle se suman los desperdicios de las cocinas y las aguas sucias que los vecinos arrojan a la vía pública. Todo ello se pudre al sol y apesta, especialmente en verano. Además, los cementerios están en las iglesias y algunas tumbas mal selladas exhalan la fetidez de los cadáveres en descomposición. A ello hay que agregar las costumbres antihigiénicas del vecindario: a falta de retretes públicos, los transeúntes orinan en cualquier rincón. Un bando municipal de 1639 advierte que las aguas se deben vaciar por las puertas y no por las ventanas, pero los criados y las amas de casa siguen vaciando los orinales por la ventana al tiempo que gritan "¡agua va!", una advertencia que a veces llega cuando ya se ha recibido la rociada."
En este Madrid, la violencia está a la orden del día. Por la ciudad pulula una turba variopinta compuesta de gente de dudosa reputación, criados, paniaguados, ganapanes, mendigos, soldados que vienen de Flandes a medrar a la capital... Sin iluminación pública, la noche se vuelve peligrosa. Dice Eslava Galán:" En Madrid abundan los matones, jaques, matachines y valentones que viven del negocio de la violencia. Son, por lo general, soldados licenciados sin fortuna, como el propio Alatriste, o desertores que se buscan la vida actuando como guardaespaldas o asesinos. "(4)
A las deposiciones y meadas de las caballerías que transitan por la calle se suman los desperdicios de las cocinas y las aguas sucias que los vecinos arrojan a la vía pública. Todo ello se pudre al sol y apesta, especialmente en verano. Además, los cementerios están en las iglesias y algunas tumbas mal selladas exhalan la fetidez de los cadáveres en descomposición. A ello hay que agregar las costumbres antihigiénicas del vecindario: a falta de retretes públicos, los transeúntes orinan en cualquier rincón. Un bando municipal de 1639 advierte que las aguas se deben vaciar por las puertas y no por las ventanas, pero los criados y las amas de casa siguen vaciando los orinales por la ventana al tiempo que gritan "¡agua va!", una advertencia que a veces llega cuando ya se ha recibido la rociada."
En este Madrid, la violencia está a la orden del día. Por la ciudad pulula una turba variopinta compuesta de gente de dudosa reputación, criados, paniaguados, ganapanes, mendigos, soldados que vienen de Flandes a medrar a la capital... Sin iluminación pública, la noche se vuelve peligrosa. Dice Eslava Galán:" En Madrid abundan los matones, jaques, matachines y valentones que viven del negocio de la violencia. Son, por lo general, soldados licenciados sin fortuna, como el propio Alatriste, o desertores que se buscan la vida actuando como guardaespaldas o asesinos. "(4)
Gentes en general poco recomendables, muchos de vida disoluta aficionados a la noche, a los desafíos, al juego y a la bebida. Nos cuenta Pérez Reverte (5):"El bravo, el valentón, se levanta tarde. La noche, que él llama sorna, es su territorio. (…) Se le nota en la cara, que él llama sobrescrito, en lo desordenado de los bigotes y en los ojos inyectados en sangre, que anoche y hasta de madrugada dio a la bufia y besó el jarro más de lo prudente, que el sueño ha sido escaso, y que la borrachera, la zorra, aún está a medio desollar. (…) Cruza la plaza procurando no pisar los cagajones de las caballerías, y su ojo avisado advierte los trajines de la vida que late alrededor. El sitio es de posadas: bullen foranos, buscavidas, daifas de medio manto, acechonas encubiertas que traen dueñas para florear a incautos, ociosos y mendigos, o capachas, con mutilaciones reales o fingidas que, de creerlos, estuvieron en Amberes, en Nieuport y hasta en Lepanto, y que andan a la brivia pidiendo limosna de la manera que suelen los mendigos españoles: con muchos fieros y palabras arrogantes, como si el sonante se les debiera por derecho, y la única forma de disculparse con ellos fuese decir: «perdóneme vuesamerced, pero hoy no llevo dineros». Que en España, hasta los mendigos dicen aquello de: Entre nobles no me encojo; / que, según dice la ley, / si es de buena sangre el rey / es de tan buena su piojo. " (6)
Tugurios de mala muerte, antros de coimeros y fulleros, donde se jugaban los cuartos a los dados o a los naipes, donde había que dejar las armas a la entrada con el fin de evitar pendencias dentro. Y cuando el bravucón, de mal perder, veía que las cosas no le salían favorablemente, decidía retirarse, chulo, perdonavidas y altanero, sin perder la compostura.
Así nos lo cuenta Pérez Reverte (7):
“El caso es que, como las reglas de los que profesan de braveza dicen valientes pero no tontos (o sea, crudos pero no badajos), nuestro Roldán decide que peñas y buen tiempo. De manera que se va hacia la puerta como si tuviera algo importante que hacer, tocándose el cinto cual si lamentara no ir de hierro hasta las cejas. Y allí, muy arrojado de chanfaina, se vuelve a medias y le dice al mozo de la puerta: «Cuerpo de Mahoma, juro a dix y vive Dux, juro por mis dos y por mis cuatro que si no tuviera un asunto urgente, voto al cinto, desataba la sierpe y le contaba los botones con mi temeraria a más de un bellaco. Por vida del rey de espadas (que de España iba a decir) que no hay bastantes hombres aquí para quien, como yo, ha reñido cien veces y matado a quinientos, y eso en ayunas. A fe de quien soy, y no digo más. Y quien dijese lo contrario, miente".
" ... Y luego, encontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. " (8)
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Tugurios de mala muerte, antros de coimeros y fulleros, donde se jugaban los cuartos a los dados o a los naipes, donde había que dejar las armas a la entrada con el fin de evitar pendencias dentro. Y cuando el bravucón, de mal perder, veía que las cosas no le salían favorablemente, decidía retirarse, chulo, perdonavidas y altanero, sin perder la compostura.
Así nos lo cuenta Pérez Reverte (7):
“El caso es que, como las reglas de los que profesan de braveza dicen valientes pero no tontos (o sea, crudos pero no badajos), nuestro Roldán decide que peñas y buen tiempo. De manera que se va hacia la puerta como si tuviera algo importante que hacer, tocándose el cinto cual si lamentara no ir de hierro hasta las cejas. Y allí, muy arrojado de chanfaina, se vuelve a medias y le dice al mozo de la puerta: «Cuerpo de Mahoma, juro a dix y vive Dux, juro por mis dos y por mis cuatro que si no tuviera un asunto urgente, voto al cinto, desataba la sierpe y le contaba los botones con mi temeraria a más de un bellaco. Por vida del rey de espadas (que de España iba a decir) que no hay bastantes hombres aquí para quien, como yo, ha reñido cien veces y matado a quinientos, y eso en ayunas. A fe de quien soy, y no digo más. Y quien dijese lo contrario, miente".
" ... Y luego, encontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada. " (8)
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Notas:
(1) El País
(2) Historia de Madrid
(3) Juan Eslava Galán, Madrid de capa y espada (Artículo publicado en el suplemento "El País Semanal" el 9 de noviembre de 2003)
(4) Juan Eslava Galán, op. cit.
(5) Arturo Pérez Reverte: Discurso de ingreso a la Real Academia, 12 de junio 2003.
(6) Letrilla satírica de Quevedo.
(7) Arturo Pérez Reverte. Op. cit.
(8) Cervantes, Miguel de, Al túmulo del rey que se hizo en Sevilla. Citado por el anterior.
Resulta maravilloso e increíble que en el Madrid de aquella época, en apenas dos barrios, se gestara la mayor cantidad de talentos literarios que hemos tenido en este país al mismo tiempo y en tan pocos metros cuadrados...
ResponderEliminarSí señor. Y lo que tiene aún más mérito es que estos talentos hayan sobrevivido en una época tan crítica para los españoles: el derrumbamiento del imperio español con los Austrias menores: Felipe III y Felipe IV, alias "el asaltacunas".
ResponderEliminarNuestros finos olfatos de hoy en día no aguantarían ni medio minuto en ese entorno. Parece increíble el que así fuera ... estamos acostumbrados al relumbrón de las películas de época que nos hemos alejado de la realidad
ResponderEliminarPedazo de entrada Cayetano, la que a muchos nos hubiera gustado hacer. Recreas estupendamente aquél Madrid decadente y super cutre del siglo XVII, aunque capital del Imperio más extenso hasta la fecha. Me han gustado los motes de Góngora y reflejas el ambiente estupendamente acompañado de los textos literarios, sobre todo para que los lean nuestros amigos latinoamericanos y gocen de esta Villa y Corte si alguna vez pueden venir a visitarnos.
ResponderEliminarSaludos cayetano y muy buen entrada. A ver si me animo y sigo con una que tengo en mente publicar sobre Lavapiés.
Por cierto, un puntazo con ese sector del mapa de Teixeira y la comparación con el actual, plano que tanto me gusta desde hace muchos años y que engancha al que lo observa.
ResponderEliminarAy que bueno, monsieur, me ha encantado esta entrada! Genial lo del Lope de Beba y Francisco de Quebebo. Y que buen añadido el de Quevedo a la inscripcion de la cruz, jiji, que es que cuando las ganas aprietan no se pueden poner puertas ni cruces.
ResponderEliminarDisfruto mucho con esta epoca barroca. Hoy ha sido un placer especial sumergirme en este ambiente que ha recreado para nosotros.
Feliz dia, monsieur
Bisous
Porque en el cine, amigo José Luis, los personajes no huelen. Pero el pestazo debía ser de campeonato.
ResponderEliminarUn saludo.
Ánimo, amigo Juan, con esa futura entrada sobre Lavapiés. Seguro que la bordas.
ResponderEliminarEl plano de Texeira es un clásico para los que estudian el crecimiento de la ciudad.
A ver si nuestros amigos de allá se pasan y ven la mugre que había por aquí y que exportamos.
Un saludo.
Gracias, madame, sus palabras son amables y de agradecer. Creo que en aquella época la gente era un poco guarra y se aliviaba en cualquier parte...Bueno, como ahora con el botellón.
ResponderEliminarUn saludo.
Pues si como ahora con el botellón XD, la verdad es que tu entrada es genial! casi me llegaban los olores hasta aquí,era como una película; ya veía yo los caballos, los matones... ha sido muy ameno y divertido leerte. Y pensar como cambian los tiempos, las personas, los edificios...en fin el progreso :-)
ResponderEliminarun saludo
¡Qué buena entrada! En verdad me transportaste a la Madrid del siglo XVII. Y las ocurrencias de Góngora y Quevedo, un mate de risa, jajaja, y otra vez jajaja ...
ResponderEliminarUn gran saludo.
Arturo
A todos os recomiendo visitar el Madrid de los Austrias, empezando por la Plaza Mayor. Es un recorrido por nuestra história realmente increible.
ResponderEliminarUn saludo
Vangelisa, gracias. No creas que hemos cambiado tanto, algo en en las modas y en la higiene, gracias al jabón y al agua en las casas y al alcantarillado; pero seguimos siendo sucios en la calle y manchándolo todo.
ResponderEliminarSaludos.
Me alegra Arturo que te haya gustado. Para que veas lo brutos que éramos por acá y lo que enviamos para allá: lo peor de cada casa. Jejeje. Es broma.
ResponderEliminarUn saludo.
Sila: es un buen recorrido el que propones. Crees que está en otra ciudad cuando andas por las callejuelas del Madrid de Felipe IV.
ResponderEliminarUn saludo.
Y así era el Madrid, capital del ingente Imperio español, quién lo diría. Pero, qué quieres que te diga, a mí me gustaría pasearme unas horitas por esas callejas malolientas, llenas de matarifes, ganapanes, pilluelos, celestinas y desarrapados. Meter las botas hasta dentro del ¿fango?, sorteando a los ratones y cruzarme con Lope y Calderón, Quevedo y Góngora, Velázquez, la Monja Alférez, desertores de Flandes, cautivos de Argel, bachilleres por Salamanca y Alcalá, e indianos enriquecidos.
ResponderEliminarSaludos
Sí. Debía ser curioso eso de toparse con Quevedo en alguna taberna o con Góngora en algún lugar de juego, entre tanto pillastre suelto. Sólo por ver cómo eran los madriles de entonces.
ResponderEliminarUn saludo, Carmen. Gracias por tu comentario.
Soberbio Cayetano, uno de los mejores artículos que he leido hasta ahora. La historia no es solo acontecimientos politico militares unos tras otros, también se nutre del vivir de las gentes y por ende de sus placeres.
ResponderEliminarEnhorabuena!
Gracias, Uthegal, eres muy amable con tu comentario. Me gusta mucho todo lo que relaciona historia, literatura, vida cotidiana...Lo que pasa es que lleva mucho tiempo prepararlo.
ResponderEliminarUn saludo.