Había un chiste centrado en la Prehistoria en
el que un niño entregaba a su padre las notas del cole, muy malas por cierto.
El hombre de las cavernas, echando un vistazo al trozo de piel seca de mamut (el boletín de calificaciones de su hijo), meneaba
la cabeza con un evidente gesto de reprobación:
—Vamos a ver, hijo, que suspendas las matemáticas y
el dibujo tiene un pase, pero la Historia, que tan solo llevamos dos páginas,
eso no tiene perdón.
La “ventaja” de aquellos tiempos era,
evidentemente, que había poca materia para estudiar puesto que la humanidad
iniciaba su andadura. La antigüedad tenía otra gran ventaja, y con esto nos
acercamos al tema que quiero plantear, y es que estaba todo por inventar: la
rueda, las vasijas, la ropa, el arco y la flecha… Por dicho motivo, antiguamente se
inventaba o se innovaba mucho. Y esto se podría aplicar también al ámbito del
arte y de la literatura: todo o casi todo lo que iba apareciendo era nuevo,
inédito, original. No había antecedentes. Luego, fue pasando el tiempo. Y ahora,
tras un montón de siglos de andadura, cada vez que se te ocurre escribir algo,
siempre hay alguien que, bienintencionado sin duda o por dárselas de leído, te
comenta:
—Esto tuyo tiene referencias a Kafka.
—¡Qué bueno! Un relato de detectives. Me
recuerda mucho a Conan Doyle, a Eduardo Mendoza y a Vázquez Montalbán .
—Esto de mezclar literatura y vida ya lo
escribieron antes Cervantes, Unamuno, Pirandello y Bradbury.
—Tu personaje bohemio me recuerda, salvando
las distancias, al de Max Estrella de Valle Inclán.
Los anteriores a nosotros lo inventaron todo.
Si bien recuerdo -que es posible que me
equivoque y lo hayan inventado otros-, Julio Verne creó el Nautilus; Wells, la
máquina del tiempo; Shakespeare, el amor imposible cuando las familias andan
enfrentadas; Cervantes, el antihéroe que complementa al héroe; en Grecia, Aristófanes,
con su “Lisístrata”, los primeros textos de literatura erótica; sin hablar del
Kamasutra de Vatsyayana Mallanaga, en la
India… A ver quién es el guapo que trata temas como la avaricia, los celos, la
ambición, la duda, etc. sin que le acusen de basarse en Shakespeare. O asuntos
como el parricidio, la traición, el adulterio, el destino… sin que te tachen de
copiar a los clásicos griegos.
Los
que vivimos en el siglo XXI arrastramos una pesada carga, la de los que tuvieron antes que nosotros la ocurrencia de contar cosas. Y entonces, echando la vista atrás, solo podemos aspirar a relatar asuntos parecidos procurando, en el mejor de los casos, dar un enfoque distinto, añadir algunos matices, modificar el punto de vista, el estilo… Y poco
más.
Basarse en obras anteriores, copiando ideas o técnicas, también lo hacen los grandes autores.
Virginia Woolf
“En
esa luz, todo lo que estaba a su alrededor se destacaba con extrema nitidez.
Vio girar dos moscas y notó el azulado brillo de sus cuerpos; vio un nudo en la
madera donde pisaba, y el temblor de la oreja de su perro. Al mismo tiempo oyó el
crujido de una rama en la quinta, unas ovejas tosiendo en el parque, un agudo
chillido por las ventanas (…) Las sombras de las plantas eran de una nitidez
milagrosa. Percibió cada grano de polvo en los canteros como si tuviera un
microscopio aplicado al ojo. Vio la complejidad de los gajos de cada árbol.
Cada brizna de pasto era definida, y cada nervio y cada pétalo. Vio a Stubbs,
el jardinero, bajando por el camino, y era visible cada botón de sus polainas;
vio a Betty y a Prince, los percherones, y nunca distinguió con más claridad la
estrella blanca en la frente de Betty y las tres largas cerdas que sobrepasaban
las otras en la cola de Prince.”
Fragmento
de “Orlando”, de Virginia Woolf, 1928.
Traducción al castellano de Jorge Luis Borges.
¿Os
recuerda este fragmento a alguna obra -por supuesto, posterior- del escritor
argentino?
Pues eso.
"Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo…"
Jorge Luis Borges, fragmento de "El Aleph". Buenos Aires, 1949.