lunes, 18 de enero de 2021

Relato de un relato

 


Horror vacui

La casa aparece llena de objetos, el despacho atiborrado de carpetas y papeles desordenados, manuales de esto y de lo otro. Piezas varias: estatuillas falsamente africanas, un elefantito de alabastro, una colección de moais, una reproducción del santo prepucio dentro de una cajita de cristal, un candelabro de siete brazos... Prescindibles o no, ahí están: una pareja de leones en piedra, una estatuilla de Buda, fotos de familia, discos de vinilo, un viejo tocadiscos, cómics, las estanterías atiborradas de libros amenazando con un derrumbe inminente, dos enanos de Blancanieves de tamaño real 1,15 metros flanqueando la puerta...

Reconozco que siempre he padecido de horror vacui y que soy incapaz de vivir sin estar rodeado de objetos. Me acompañan siempre, me dan abrigo, protección y calor.

Sin embargo, a pesar de la compañía, en este preciso momento mi mente está vacía. ¡Horror! Trabajo en un relato desde hace un buen puñado de días y no se me ocurre el final.

Y de nuevo, ante mí, en el escritorio, el papel pavorosamente en blanco. Terriblemente inmaculado.

No encuentro el desenlace —pienso angustiado—. No tengo forma de darle un final a esta historia.

Y acto seguido hago un gurruño con el folio que tengo delante y, como viene siendo habitual desde hace varias semanas, lo tiro por delante de la mesa donde trabajo y, como pasa en el noventa por ciento de las veces, la bola de papel, tras describir en el aire una breve trayectoria parabólica, cae irremediablemente fuera de la caja que está preparada en el suelo para tal fin. La caja está casi llena, pero alrededor de ella siempre hay una buena colección de lanzamientos fallidos en forma de papeles arrugados, todos fuera de la diana.

Llevo trabajando en mi nuevo relato algo más de un mes. Y lo que pensaba que era tarea fácil —solo falta concluir todo con una especie de epílogo, el colofón, el broche final—, se estaba convirtiendo en un reto casi imposible que amenaza con mandarlo todo al garete.

Me gusta trabajar a la vieja usanza. Nada de ordenador. Tan solo papeles y bolígrafo. Casi siempre folios a medio usar, comunicados del banco, recibos, propaganda del buzón… impresos solo por un lado que voy amontonando en cualquier parte. Así me siento más cómodo. Me provoca un cierto rechazo el folio cuando está virgen por las dos caras. ¿Horror al vacío? Tal vez una manía sin fundamento o un producto de mi propia inseguridad: cierto temor a defraudar al papel impoluto que se ofrece ante mis ojos.

A no ser que…

De pronto, un destello relampaguea en mi mente. Como una sacudida eléctrica, una idea ocurrente parece abrirse paso entre las tinieblas de mi cerebro y, sacudiendo las telarañas que amenazan con imponerse a mis neuronas, ya de por sí escasas, sale a la luz un pensamiento.

—¡Ya lo tengo! Mira que estaba dormido para no darme cuenta. Es más fácil de lo que pensaba.

Y acto seguido, entusiasmado por la ocurrencia, cojo el recibo de la luz del mes de mayo y en su reverso, blanco como un campo nevado, limpio como una patena, escribo las últimas líneas.

—Ahora sí —me digo, contemplando con satisfacción el resultado—. Esto ya es otra cosa.

Y retomo la historia aquella del urólogo y la esposa infiel que le engañaba con este:

Así comienza el desenlace:

A las dos semanas volví a mi médico para las pruebas urológicas. Me tocaba revisión anual, pura rutina. No sé por qué después de lo ocurrido no cambié de especialista. Quizá porque estaba acostumbrado a él.

Nunca lo hacía, pero aquella vez quiso explorarme:

—Bájese los pantalones, abra las piernas y apóyese aquí. Es cuestión de un momento. Relájese.

Antes de darme la vuelta para someterme al tacto rectal, me pareció vislumbrar un extraño brillo en sus ojos y una leve sonrisa, casi una mueca, mientras se ponía un guante desechable y agitaba en el aire los dedos. Luego me aplicó vaselina...

Cuando concluí el relato lo pasé a ordenador y lo mandé al editor Nicanor para que lo incluyera en La Charca Literaria. Se publicó el dieciséis de junio de 2020: https://lacharcaliteraria.com/todo-mentira/

Luego, Javier Herrero nos propuso a los colaboradores habituales de La Ignorancia escribir algo sobre "el horror vacui". De ahí el sentido de esta historia que también pude acabar felizmente y que ahora tienes entre tus manos. En el fondo: dos cuentos por el precio de uno. O sea, gratis.

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Este relato se incluyó en el número 29 de la revista digital La Ignorancia, dedicada monográficamente al "horror vacui": http://www.laignoranciacrea.com/



lunes, 11 de enero de 2021

El zar Nicolás II era gafe

 


El último zar de todas las Rusias parece que nació con mala estrella, es decir, coloquialmente hablando: estaba "gafado".

Del principio al fin de su mandato.

Y con él se extinguió la dinastía de los Romanov.

Nicolás sucedió a su padre Alejandro III por obligación, sin ningún interés, aptitud ni vocación por los asuntos de Estado.

Él mismo dijo:

No estoy preparado para ser zar, nunca quise serlo. No sé nada del arte de gobernar, ni siquiera sé la forma en que debo hablar a los ministros....

Ya en su ceremonia de coronación sucedió un hecho lamentable.

La ceremonia tuvo lugar en el campo de Khodynka (Moscú). Allí se dio un banquete a los presentes que se contaban por miles. Además de la comida se prepararon regalos para agasajar a los invitados al evento. Al parecer, según se cuenta, empezó a circular el rumor de que no había obsequios para tanta gente, con lo que la multitud empezó a ponerse nerviosa y se produjo una auténtica avalancha hacia las mesas donde estaban los regalos. Como resultado de la estampida, multitud de gente fue pisoteada y hubo muertos y heridos.

No sabemos si por incapacidad o falta de interés, sus decisiones de gobierno estaban influenciadas por la zarina Alexandra y por el impresentable de Rasputín, más conocido por “El monje loco”, quien ejercía un extraordinario dominio sobre la zarina. Mal aconsejado por unos y por otros, el zar dejó que se agudizaran los graves problemas: la miseria del campesinado, las tensiones sociales, el ansia de reformas y de libertades de todo un pueblo, etc.


Rasputín

En política exterior potenció la inestabilidad en los Balcanes y el enfrentamiento con el Imperio Austrohúngaro, por su política paneslavista y de apoyo al nacionalismo serbio, sumamente perturbador a nivel regional.

En 1905 llevó a su país a una guerra contra Japón, la cual perdió. El descontento de las masas por la derrota provocó oleadas de protestas, que fueron reprimidas duramente por el ejército.

Una de ellas fue la que tuvo lugar en febrero en el denominado “domingo sangriento”: una matanza de manifestantes , hambrientos y descontentos, que pedían pan frente al Palacio de Invierno en San Petersburgo.

Involucró en 1914 a su país en la Primera Guerra Mundial, un conflicto para el que no estaba preparado ni técnica ni económicamente hablando. A pesar de sus buenas relaciones con su primo el Kaiser alemán Wilhelm II (Guillermo II), movilizó tropas cuando Austria declaró la guerra a Serbia tras el atentado de Sarajevo, lo que supuso la declaración de guerra de Alemania. Las sucesivas derrotas infligidas por el ejército alemán, provocaron más descontento entre las masas y fue una de las causas de la revolución de 1917.

El final de su reinado tampoco acabó bien. La Revolución Rusa lo arrojó del poder, siendo detenidos él y toda su familia. En la medianoche del 17 de julio de 1918 fueron todos llevados al sótano de la casa donde los tenían recluidos y allí fueron ejecutados a tiros, incluyendo sus sirvientes más cercanos. Algunos fueron rematados con la bayoneta y a culatazos. Aunque no falta quienes opinan que las mujeres se libraron de la matanza y pudieron sobrevivir.