jueves, 29 de septiembre de 2016

Giordano Bruno


Continuación...

Así, esas lecturas fueron dejando su huella en la mente del joven Giordano. Y los interrogantes comenzaron a abrirse camino dentro de su corazón, empezando a albergar serias dudas sobre los principios sagrados en que se sustenta nuestra religión. Incluso se llegó a permitir la licencia de parafrasear irónicamente pasajes bíblicos: 

 “No vayas desnudo a robar la miel de las abejas. 
No vayas descalzo a sembrar espinas. 
No desprecies, mosca, las telarañas. 
Si eres ratón no sigas a las ranas.” (1) 

 Poco a poco, como la semilla que se nutre del agua de la lluvia y de la luz del sol, fueron germinando en su persona ideas osadas, arriesgadas y terribles. Tanto que chocaban frontalmente con la doctrina teológica de nuestra Santa Iglesia. El Nolano, al igual que Copérnico, sostenía que la Tierra no ocupaba el centro de la creación y que el universo era infinito. Y esto suponía una herejía en toda regla.



También sostenía que en el mundo todo lo existente era materia. Y que esta estaba formada por átomos, por lo que el espíritu no era independiente de los cuerpos materiales. Esto era algo muy grave que la Iglesia no podía tolerar y por ello fue acusado ante el tribunal de la Inquisición de Nápoles, por lo que se vio obligado a salir huyendo de allí. 
A partir de ese momento, la vida de Bruno se convirtió en una huida constante. Llegaba a una ciudad y al poco tenía que salir hacia otra, y de esta a otra, y así sucesivamente durante cuatro largos años. Pasó por Roma, Génova, Venecia, Milán… 
Y en todas partes conoció la incomodidad, la enfermedad, las privaciones, alojándose en lugares inmundos reservados para personas sin dinero como él. 
Pero sus ideas le permitieron conocer gente ilustrada que mostró interés por lo que contaba. Se hizo con buenos amigos que le ayudaron a publicar sus escritos, le proporcionaban alojamiento y apoyo económico. 
De esta manera llegó a Francia, a París, a Toulouse; luego a Inglaterra, donde el rey Enrique III apreció sus ideas, llegando a alojarse en casa del embajador francés en Londres. Luego siguió recorriendo Europa: Praga, Wittemberg, Francfort… 
Estando allí, recibió una invitación para regresar a Venecia, donde un grupo de universitarios y de filósofos inquietos apreciaban su forma de entender las cosas, pero aquello fue su perdición porque, al poco de llegar, debido a una denuncia de un supuesto amigo suyo, unos gondoleros lo encerraron en un sótano del que solo salió cuando una cuadrilla de soldados vinieron a arrestarle con una orden de la Inquisición Veneciana. 
Luego vino el juicio, donde se vio que todo fue una trampa preparada para lograr su caída. Durante el juicio se sacó una larga lista de ideas susceptibles de ser perseguidas, algunas reales pero otras inventadas.



Se le acusaba de mantener opiniones contrarias a la fe católica, poner en duda la Trinidad, la virginidad de María y el valor de la Misa. Se le condenó por hereje, blasfemo, impenitente y por terco y obstinado al mantener sus errores hasta el final y no retractarse. 
Tras el juicio fue puesto a disposición de la Inquisición romana. Estaba irremediablemente perdido. Después vivieron algunos años de cárcel que no sirvieron para que se retractara de sus ideas. 
Giordano Bruno fue declarado hereje. Sus libros serían quemados públicamente y formarían parte del Index Librorum Prohibitorum. Y el reo sería transferido al poder secular para que fuera ejecutado “sin derramamiento de sangre”; es decir, que sería quemado vivo en la hoguera. La entereza del preso al oír la condena fue proverbial: 

 “Tembláis más vosotros al pronunciar la sentencia que yo al recibirla.” 

 Y así fue como, muy de madrugada, ese 17 de febrero, el Nolano fue llevado hasta el poste donde fue amarrado. 
Y yo me acerqué a él con el crucifijo, pero no quiso ese último consuelo y muy dignamente giró la cabeza para el otro lado. Dios se apiade de su alma. 
Y ahora, cuando estoy a punto de cerrar el libro de mi vida, achacoso y decrépito, con la conciencia algo más tranquila por esta confesión, siento que tengo dudas. Mi fe se tambalea. En el fondo, no me creo peor por ello. Es humano dudar. Sólo espero que el Altísimo sepa perdonar mis flaquezas. Creo que matamos a un inocente. Sí, matamos; aunque yo no fui el brazo ejecutor, pero todos estábamos convencidos de que era culpable de herejía. Porque su mirada no era la de un criminal ni la de un hombre airado. Era una mirada firme, pero clara, entera… la de un hombre que está convencido de su inocencia. 
Y ahora, dejo escritas esas palabras de Giordano Bruno que tanto consuelo me traen en estos momentos donde me dispongo ya a rendir cuentas ante mi Creador: 

 “No importa cuán oscura sea la noche, espero el alba, y aquéllos que viven en el día esperan la noche. Por tanto, regocíjate, y mantente íntegro, si puedes, y devuelve amor por amor.” (2)

 _________________ 
(1) La cena de las cenizas, Giordano Bruno, Alianza Editorial, Madrid, 1993. 
(2) El candelero, Giordano Bruno. Ed. Ellago, Castellón, 2004.

Fragmento de un capítulo de En la frontera.

domingo, 25 de septiembre de 2016

Dominicos. Italia, siglo XVI


Me llamo Giacomo y soy el fraile dominico que acompañó a Giordano Bruno durante su ejecución aquella fría madrugada del año 1600. 

La bruma lo envolvía todo y desdibujaba los contornos de las edificaciones que bordeaban la plaza donde iba a tener lugar el cumplimiento de la sentencia. Un momento terrible para el reo, pero un mal trago también para el encargado de confortarle en ese momento tan doloroso, la única persona que procura ofrecer algo de alivio al que en unos segundos va a traspasar el umbral que separa para siempre la vida de la muerte. Seguramente serán esas las últimas palabras de consuelo que el condenado oiga en su vida. Y siempre una responsabilidad –ingrata para todos- por pretender acompañar al pobre desdichado en su tránsito hacia el otro mundo, intentando conseguir un último gesto de arrepentimiento con el que el Creador redima al infortunado de las penas del infierno. Por eso es muy importante saber elegir las palabras y el tono adecuado, para que el infeliz pueda encontrar un poco de sosiego y aferrarse a ellas como una tabla para la salvación de su alma, puesto que su cuerpo está ya perdido irremediablemente y será de inmediato pasto de las llamas. 

Llegado ya al último capítulo del invierno de mi vida, cuando la vejez y la enfermedad me sitúan en el sendero que me conducirá directamente a presencia del Altísimo, dejo este escrito a modo de confesión, pues aunque yo no formé parte de ningún tribunal que condenara a este hombre - ni a ningún otro- a privarle del don divino de la vida, reconozco que en aquellos días sí llegué a pensar que el reo era merecedor de ese castigo que, ahora, solo con la sabiduría que me dan los años, considero que ningún hombre puede desear para su prójimo, pues la vida la da Dios y solamente este la puede quitar. Digo esto sin menoscabo de que yo, en aquellos momentos, pensaba con toda seguridad que Giordano en efecto era un hereje y que, bajo mi condición de cristiano, considerase que él estaba equivocado. Lo estaba seguramente, pero ningún mortal debe arrebatarle la vida a otro. Pues ese es mayor pecado que la propia herejía. Y Dios no lo perdonará, pues es suplantar su autoridad y actuar en su nombre. Una osadía enorme que ningún humano debe perpetrar. Y menos gentes religiosas. 


Campo dei Fiori (Roma)

Dicho esto como descargo de mi conciencia, también debo añadir que el acusado era un buen hombre, un ser pacífico, educado y un gran conversador, que tan solo era culpable de sus propias ideas. Y también la víctima, pues pagó con su vida por pensar y creer en lo que no debía. Fui yo pues el que le dio a besar el crucifijo antes de que lo ejecutaran, pero él se negó a aceptar ese consuelo de mis manos. Lo rechazó con un gesto. Estaba bastante entero a pesar de saber que le esperaba un horrible suplicio, puesto que iba a morir en la hoguera. Me rechazó el crucifijo, pero lo hizo educadamente, girando su cabeza hacia otro lado. Estoy convencido de que lo hizo por despecho no porque rechazara al Crucificado. 

Ya la tarde anterior a su ejecución fui a verle y, aunque me dejó hablar, no aceptó en ningún momento que le administrara el santo sacramento de la penitencia. La celda en la que estaba recluido era fría y oscura. Y el condenado tenía mal color. Estaba pálido y demacrado. Presentaba un aspecto enfermizo, sumamente delgado, la piel se le adhería a los huesos del rostro y más que un condenado a muerte parecía la viva imagen de ella, un cadáver ambulante. Llevaba la muerte escrita en sus ojos, con esa mirada triste y opaca, ya sin vida.



Para mí no resultaba nunca agradable acudir a llevar el último consuelo a los reos de muerte, pero ese venía siendo mi cometido en los últimos meses. Así lo habían dispuesto mis superiores de la orden. Y no había lugar para poder elegir otra ocupación. La obediencia es una de las normas de nuestra congregación. 

Había oído hablar mucho del condenado. Creo que se hacía llamar “el Nolano” porque fue a nacer en Nola, una pequeña localidad muy próxima a Nápoles. Ciudad a la que marchó a vivir muy joven, siendo apenas un mocoso, donde ingresó en un convento de mi propia orden, la de los Dominicos. 

Cuentan de él que ya, con tan solo 15 años de edad, tuvo problemas con las autoridades religiosas porque quitó de las paredes de su celda unos cuadros alusivos a la Virgen y a los Santos, permitiendo que tan solo quedara en la pared desnuda un sencillo crucifijo. Ello le complicó la vida dentro del convento y fue sometido a una estrecha vigilancia para ver si esa actitud era una consecuencia de una supuesta devoción por los ritos protestantes. Incluso llegó a ser denunciado ante la Inquisición, pero la acusación no tuvo trascendencia y la cosa no llegó a más, de tal modo que el Nolano pudo proseguir sus estudios y acabó ordenándose sacerdote a la edad de 24 años. 

De espíritu inquieto, su curiosidad y su amor por la lectura le llevaron a interesarse por los libros de los humanistas cristianos, especialmente los de Erasmo. Del mismo modo, sus gustos se decantaron por los escritos de hombres de ciencia que empezaban a surgir en aquel tiempo. Se interesó por los escritos de Copérnico relacionados con la Astronomía.

Continúa...

Fragmento de un capítulo de En la frontera (descarga gratuita)



lunes, 19 de septiembre de 2016

Gurruños


-Esta no es la forma adecuada de terminar- pensó para sí-. No me gusta este desenlace.

Y acto seguido hizo un gurruño con el folio que tenía delante y, como venía siendo habitual desde hacía varios meses, lo tiró por delante de su mesa donde trabajaba y, como pasaba en el 90% de las veces, la bola de papel caía irremediablemente fuera de la caja  que estaba preparada en el suelo para tal fin. La caja se mostraba casi llena, pero alrededor de ella siempre había una buena colección de lanzamientos fallidos en forma de papeles arrugados, ensayos desechados, abortos de ideas malogradas, toda una colección de proyectiles fuera de la diana.
Llevaba trabajando en su nuevo proyecto algo más de un año. Y lo que pensaba que era tarea fácil –solo faltaba concluir todo con una especie de epílogo, el colofón, el broche final-, se estaba convirtiendo en un reto casi imposible que amenazaba con mandarlo todo al garete.
Le gustaba trabajar a la vieja usanza. Nada de ordenador. Tan solo papeles y bolígrafo. Casi siempre folios a medio usar, comunicados del banco, recibos, propaganda del buzón… impresos solo por un lado. Así se sentía más cómodo. Le provocaba un cierto rechazo el inmaculado folio cuando estaba virgen por las dos caras. Tal vez una manía sin fundamento o un producto de su propia inseguridad: cierto temor a defraudar al papel impoluto que se ofrecía ante sus ojos. Había también una pequeña excusa de tema ecológico: la necesidad de reciclar. Cuando se escribe algo que no merece la pena sobre papel ya usado, no hay remordimientos al tirarlo. Al diablo con el papel. No se pierde gran cosa.


Caja real de gurruños

-No, no es la forma adecuada. Terminar así, de una manera tan fría… A no ser que…

De pronto, un destello relampagueó en su mente. Como una sacudida eléctrica, una idea ocurrente parecía abrirse paso entre las tinieblas de su cerebro y, removiendo las telarañas que amenazaban con imponerse a sus neuronas, salió a la luz un pensamiento, como un torrente en forma de palabras a través de sus labios…

-¡Carajo, ya lo tengo! Mira que estaba dormido para no darme cuenta. Es más fácil de lo que pensaba.

Y por fin se obró el milagro.

Fragmento de un capítulo de En la frontera  ( un pdf de descarga gratuita)  


Nota: 

Hace poco, un seguidor de este blog me sugirió la idea de hacer una especie de "En la frontera II", con colaboraciones voluntarias de otras personas, siguiendo un poco la línea original: relatos protagonizados por personajes históricos donde aparezca algún tipo de frontera, física o psicológica, adecuados en su extensión  para ser publicados como entradas independientes en este blog. Por supuesto que me parece una idea estupenda y animo a ello a todo el que quiera enviarme su colaboración. Solo tiene que ponerse en contacto conmigo a través de mi correo electrónico. Así que ánimo.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Las tres Ariadnas de "Desde el laberinto". Comentarios sobre la obra.



Los griegos eran muy machistas. De eso no hay ninguna duda. Y la mujer aparece -y no es casualidad- como un ser manipulador. Ahí tenemos a Pandora, ahí tenemos a Helena, la que armó la de Troya. Y Atenea, Afrodita y Hera liando más el conflicto entre aqueos y troyanos, tomando partido y manejando los hilos.
Los hilos, siempre los hilos.
Y así, tirando de ellos, nos encontramos con Ariadna.
Tres Ariadnas, para ser exactos.
¿O tal vez una sola que actúa tres veces interpretando diferentes papeles?
Las tres tienen cosas en común: son guapas, son cultas… y son manipuladoras. En un sentido no peyorativo: intentan manejar los acontecimientos y las personas para conseguir un objetivo. No con un interés manifiesto de hacer daño. A ninguna de ellas se la puede calificar negativamente. Simplemente, actúan así por cuestiones profesionales, por afán investigador o por buscar una salida del atolladero.

Veamos:

1º La Ariadna del bosque, la que busca un camino para salir de allí, la que prepara todo para que las cosas vayan como tienen que ir. Necesita que Manuel cumpla una misión. Y le deja el ovillo en un lugar concreto para que pueda dar con la salida. Objetivo: encontrar al minotauro y matarlo. Como en el mito de Ariadna y Teseo. Sólo que el monstruo es una metáfora que habita en la mente o en el corazón de las personas: acabar con el minotauro es terminar con las propias miserias, los propios miedos, es enfrentarse con los problemas que limitan la actuación humana, es superar las fobias que anidan en la mente y provocan ansiedad y locura:

En el ayer están todas las respuestas. Hay que viajar al pasado y eliminar las causas que están detrás de todos los laberintos que impiden encontrar una salida a los problemas. Problemas como el que se nos presenta ahora. Si queremos gozar de la libertad, debemos  combatir cada uno con nuestro propio minotauro.
Y para eso hay que salir de aquí. Hay que seguir buscando. Seguro que la salida la tenemos al alcance de nuestras manos. Hay que dar con ella.



2º La Ariadna ejecutiva de una gran empresa, la que maneja el hilo convenientemente para hacerse con el proyecto innovador de Manuel, otro Manuel ( o tal vez el mismo, dado que el presunto autor de los relatos parece responder a ese nombre). La que logra que su empresa oficial rechace el planteamiento aparentemente, para luego apropiarse ella de él, dado que tiene otra empresa en secreto. Mecanismo para lograrlo: la seducción. Un arma que, sin quererlo, le viene facilitada por la película que elige -¿al azar?- nuestro personaje con el fin de matar el rato. La protagonista es calcada a ella. Inconscientemente despierta el deseo de Manuel de poseer a la heroína del cine, con su traje de cuero ajustado que realza sus sensuales formas. Cuando sale del cine tiene un mensaje en el hotel, una propuesta para su proyecto y una insinuante proposición de encuentro entre los dos:

Trabajo para otra empresa de la que soy además una de las principales accionistas  -eso no es oficial, así que no pude decírtelo en la reunión-  a la que sí le gustaría que compartieses tu proyecto con todos nosotros. Por supuesto,  respetaríamos las condiciones iniciales que nos propusiste.
Si no tienes nada mejor que hacer esta noche, te espero a las diez en mi apartamento con una copa de champán para celebrarlo.
Si estás de acuerdo, llámame para confirmarlo.




3º La Ariadna doctora, la del gabinete psicoterapéutico, la que conduce a Manuel a través de un mundo onírico paralelo, no sabemos si como simple experimento científico o como parte interesada en el asunto. Podría ser la misma Ariadna del bosque, de hecho también era doctora. Siempre nos quedará la duda:

Vamos a continuar con el tratamiento. Es necesaria como siempre su colaboración. Manuel: va a seguir tumbado un rato más. Es necesario que se mantenga relajado y continuar así la sesión. Como le conté en su momento, estamos aplicando un protocolo de sueño inducido mediante  un procedimiento de hipnosis combinado con apoyo farmacológico totalmente inocuo. Para que la terapia tenga resultados positivos, hemos de llegar hasta el final.

Las tres preparan el camino para que Manuel realice una actuación que para ellas es vital. Lo que ya no sabemos es si ese camino es real, producto de un sueño o un delirio de la locura que padece nuestro protagonista.

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Desde el laberinto es un libro de UNO editorial.
Solo disponible en papel. No se vende en librerías. Para solicitar un ejemplar puedes escribir a este correo:  geaberca@gmail.com 

jueves, 8 de septiembre de 2016

En la frontera

La reunión va a empezar…

¿Quién la convocó? ¿Quiénes asistirán?


Bien, queridos amigos. Tengo el gusto de anunciaros la aparición de una segunda parte de “Desde el laberinto”, esta vez dedicada a personajes del mundo de la historia y de la literatura.
Lleva por título “En la frontera”. Seguro que os resulta familiar. Algunos de sus capítulos ya los conocéis porque los he ido publicando en mi blog.

Se trata de un archivo de descarga gratuita, por lo que os lo podéis bajar tranquilamente y leer cuando os apetezca. El archivo se puede compartir, citando siempre su autoría, pero no modificar. Tampoco puede tener un uso comercial. 

Los que ya habéis leído la primera parte, encontraréis cierta continuidad temática en este trabajo, dado que las fronteras y los laberintos siempre están presentes de una manera o de otra. 
Os adjunto un enlace con el pdf listo para ser descargado: 

Va por vosotros.

Espero que os guste.


Para descargar el archivo, copiar y pegar este enlace:








jueves, 1 de septiembre de 2016

De vuelta


Tras la pausa veraniega, ya de vuelta, retomamos la andadura de este blog.
El verano, además de calor, nos trajo algunas novedades y algún que otro soponcio en el plano de la vida nacional e internacional.
¡Cómo está el patio!
Creo que nos espera un curso político ligeramente agitado.
Tal vez tengamos un otoño o unas "navidades" calientes, porque las cosas andan revueltas.
A nivel internacional la cosa tampoco está como para tirar cohetes.
Veremos cómo se desenvuelven los acontecimientos...

Así que, de momento, vuelta a la rutina, a los quehaceres de siempre, al trabajo los más afortunados...
Cuidado con el síndrome postvacacional.

Para el autor de este blog, el futuro inmediato se le presenta interesante y movidito.
Seguiremos habitando esa zona intermedia que se sitúa entre la Historia y la Literatura, gracias a los fragmentos de "En la frontera" que seguiré publicando periódicamente.
También aparecerá una colaboración mía de vez en cuando en La Charca Literaria donde abro sección propia.
Y tal vez, en un mes o dos, haya alguna novedad más.
Digo tal vez, porque, por ejemplo, entre este mes y el que viene me cambio de casa, a una algo más pequeña, toda en una planta, y me esperan unos días agitados con los cambios, la mudanza, los trámites... por lo que no os extrañe si, de pronto, "desaparezco" y no me conecto en unos días.  Por otra parte, no sé dónde voy a meter todos los bártulos, incluyendo los libros, los cómics, los discos... Cajas y más cajas. Es lo que tienen las mudanzas: muebles ¡y cajas! Me consuela pensar que, en la última que haga en esta vida, tan solo necesitaré una; aunque espero que sea en un futuro muy lejano, que todavía tengo cuerda para rato.