Escribir
con la mano izquierda era algo que se rechazaba en ciertos lugares y en
determinadas épocas. Se consideraba algo propio de gente de baja estofa y de
personas torpes. Socialmente, en círculos
demasiado pacatos y tradicionales, estaba mal visto. Incluso hubo algún maestro
que obligaba a los chicos a escribir con la derecha, por lo que siempre nos
encontrábamos con algún “zurdo contrariado”, que es como se les llama en el
mundo de la pedagogía. Y luego venían, claro está, los problemas de aprendizaje.
Escribir
con la izquierda era para algunos algo tan repugnante como, en el ámbito
político, el ser de izquierdas. No en
vano, en el juicio final, Dios sentaría a los buenos a la derecha y a los
condenados a la izquierda, que más tienen que ver con el diablo que con los
ángeles. De hecho, en latín, izquierda es “sinister”, de donde parece provenir
siniestro, como el demonio o los malos espíritus.
Los revoltosos
y más radicales de la Revolución
Francesa se sentaban en la parte izquierda de la asamblea.
En el
Islam se come y se da la mano con la derecha, la izquierda se reserva para
otros menesteres de aseo como limpiarse el trasero.
Hoy
todo es muy diferente.
Se han
ido abandonando los viejos prejuicios.
Sobre
todo cuando llegamos a conocer que a lo largo de la historia hubo zurdos
famosos, como Napoleón Bonaparte, Madame Curie, Aristóteles, Da Vinci, Chaplin,
Jimmi Hendrix, Kennedy, Barac Obama o Bill Gates, ninguno de ellos sospechoso,
que yo sepa, de zafio, burdo o lelo.
Y es
que, según se comenta en el Huffington Post, cuyo enlace incluyo, parece ser
que los zurdos son más imaginativos, sensibles y creativos, les gusta la música
más alternativa como el reggae o el jazz; son menos propensos a padecer ciertas
enfermedades, como la artritis o la esquizofrenia, aunque son más proclives a
padecer ataques de ira y a desarrollar dislexia, déficit de atención e hiperactividad.
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