lunes, 18 de diciembre de 2017

Percance


—¡Dios mío! ¡Se están saliendo! ¿Qué hago?
La expresión de terror, teñida con una sensación de angustia, brotaba de los labios de Adela, mientras Tomás la animaba a actuar sin dilación:
—¡Ciérralo! ¡No lo dejes abierto! ¡Lo estás poniendo todo perdido!
—Pesa mucho, Tomás. ¡Ayúdame! ¡Por lo que más quieras!
Y entre los dos lograron a base de esfuerzo, mover la tapa del libro y conseguir por fin cerrarlo. Ya no se saldría nada más. El problema era ahora qué hacer con toda la habitación llena de arena del desierto, beduinos por todas partes, la jaima encima de la cama y el camello que se había apoderado de la papelera y se disponía a comerse todo su contenido, mientras miraba a los chicos con un aire burlón.
—Cuando venga mamá—añadió Adela compungida— nos la vamos a cargar.
—La culpa es solo tuya. Te dije que no leyeras novelas de aventuras. Si me hubieras hecho caso, habrías elegido alguna rima tranquila de Bécquer. La del arpa, por ejemplo. Pero tú, erre que erre— ya conciliador—. Bueno, podría haber sido peor. Ni me imagino la que habrías liado si llegas a leer La canción del pirata. Anda, dame la escoba que barra un poco todo esto.
—¡Mira quién habla!— respondió su hermana algo más calmada—. El señorito que se puso a leer Veinte mil leguas de viaje submarino y lo puso todo perdido de agua. Menos mal que estabas en el baño, que si no…

lunes, 11 de diciembre de 2017

Hablemos de libros


Cuando era joven, casi un niño, tenía un tesoro en mi habitación: la estantería repleta de libros. Siempre oliendo a esa combinación de olvido, polvo, madera y papeles encerrados entre tapas satinadas.
Y en ella, cada tarde, algún ejemplar me esperaba para desvelarme sus secretos.

La lectura es un ritual, no exento de misterio, donde los lectores se aproximan a una realidad llena de paisajes, personajes y situaciones que, aparentemente, se les brindan en exclusiva.  Todo un mundo inexistente para los no iniciados, para quien contempla el libro desde fuera y no se atreve a acercarse y  sumergirse entre sus páginas.

Porque todo estaba allí: Guillermo Brown y sus incondicionales proscritos, Sitting Bull y las infinitas praderas, Ulises y la diosa Circe, los solitarios del océano, el escarabajo de oro y los misterios de la calle La Morgue, el Gun Club de Baltimore, los jinetes indios cabalgando a pelo sus monturas, las oscuras golondrinas de Bécquer, el avaro Scrooge, el plano del tesoro y un barco lleno de piratas…

Cuando cogía, por ejemplo, El árbol del ahorcado,  y echaba un vistazo a su interior, durante un breve segundo mi cerebro registraba una ensoñación, un espejismo: el movimiento vertiginoso de un remolino de arena típico de los desiertos….

Por eso, cuando cerraba de golpe el libro, un espeso muro de silencio y polvo  se levantaba en medio de la habitación, y quedaba allí, en el aire, flotando unos instantes,  como un ritual de seguridad que impedía el acceso a los intrusos.



Regalar un libro siempre es una buena opción. 

"Desde el laberinto" 
 Historias de ocurrencias, locuras y sueños. 


Para más información y reservas: geaberca@gmail.com 
UNO editorial: http://www.unoeditorial.com/portfolio/desde-el-laberinto/

lunes, 4 de diciembre de 2017

Un hombre independiente. Gabinete psicoterapéutico 4



Carlos del Monte, el líder independentista de Fridonia, tiene día y hora para una visita, concertada desde hace tiempo, con la doctora Ariadna, psiquiatra y psicoterapeuta. 

—¿A qué viene a consulta?

—A intentar liberarme de mis demonios. No me encuentro bien.

—Cuente usted. Empiece por el principio, por favor: su niñez, su familia, etc.

—Todo empezó en casa. La autoridad materna era muy fuerte. Se podría decir que tuve una madre castradora. Mi mamá me pegaba con la zapatilla por cualquier motivo. Una vez me la tiró a la cabeza, con tan mala fortuna que me dio en un ojo y desde entonces debo llevar gafas. También me daba capones y collejas. Tenía la cabeza llenita de cardenales y chichones. Por eso me dejé el flequillo, estilo fregona, que llevo desde niño, para disimular las marcas. ¿Ve usted?

—Sí, ya lo veo.

—Una madre sumamente violenta, casi como la policía del régimen fascista y opresor que manda en este estado autoritario llamado Leput, que coarta nuestras libertades y ...

—Bueno, no me monte usted un mitin, que esto es una consulta y no una asamblea de su partido.

—Disculpe. Es la costumbre. Es que a veces se me sube el ardor patriótico y me emociono. Ya sabrá usted que soy un defensor del independentismo.

—Sí, lo sé. En la tele no hablan de otra cosa. Siga usted.

—Pues lo que le decía, que mi madre era extremadamente autoritaria.

—Claro. Por ese motivo, posiblemente creció en usted un imparable deseo de irse de casa. Y su deseo emancipatorio, lejos de suavizarse con la distancia, se intensificó con el tiempo, ansiando independizarse absolutamente de todo.




—Así es. Primero me independicé de mi hogar familiar, de mi madre, que era la que mandaba. Mi padre era un pobre diablo sometido a la autoridad conyugal. También me independicé de familiares, vecinos y amigos de la infancia. No los soportaba, sobre todo a ese vecino gordito que insistía siempre para que jugáramos con él al fútbol. Y una vez que nos tenía convencidos, decidía por su cuenta la formación de los equipos. Y si no, se enfadaba y se llevaba la pelota. Oriol, creo que se llamaba...

—¿Tuvo usted alguna relación de pareja?


Sí. Incluso me casé; pero al cabo de un tiempo me divorcié. O sea que me independicé de mi mujer.  Más tarde me emancipé de mi casa. Dejé el piso de la Avenida de Gracia en el que había vivido doce años. Bueno, en realidad me lo quitó mi exmujer. Y aquello no me hizo ninguna “gracia”. Me independicé luego de mis hijos: me negué a pasarles la dieta de manutención que fijó el juez. Amenazaron con embargarme la nómina si no pagaba. Por eso, me fui de mi trabajo, para no pagar. Me despedí. Luego me metí en política, pero casi todo lo cobraba en negro, para evadir al fisco y al juez. Y una vez metido en política, ya solo me faltaba el último escalón: independizarme de este estado opresor que coarta nuestras libertades. Este estado de Leput es una madre castradora. Se podría decir que es una "leputa madre".


—¿Por qué dice que el país donde vivimos es una madre castradora?

—Porque pretende que además de fridonés me sienta leputí. Y no soporto la ambigüedad: solo fridonés, que por algo somos superiores. ¡Hala! Y al que no le guste, que le den por saco. 

—¿Cree usted que con la independencia logrará parar alguna vez esta deriva suya tan delirante?

—No lo sé. Igual luego sigo y me independizo de Europa.

—Bueno. Por mí no se corte; pero, a tenor de las últimas noticias, se podría decir que Europa es la que pasa precisamente de ustedes. Ningún país les reconoce.

—Eso es cosa de la prensa manipuladora. Todo mentira. Y si fuera verdad, pues entonces me mato y me independizo del mundo. ¡Hala!

—No se desespere, que aquí estamos para ayudarle. Tenga esta receta. Se toma usted un comprimido en cada comida y dentro de un mes vuelve por aquí a ver qué tal le va.

—Vale. Seguiré el tratamiento; aunque no sé si volveré o me independizaré también de este gabinete. Porque usted es leputí ¿verdad?

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Nota: la doctora Ariadna es un personaje de "Desde el laberinto". Por su gabinete psicoterapéutico desfilan personajes diversos, todos en busca de una cura para sus males.
Consultas anteriores publicadas en el blog:
http://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2015/12/la-psicoterapeuta-un-cuento.html
http://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2015/12/la-psicoterapeuta-segunda-parte.html
https://latinajadediogenes.blogspot.com.es/2016/12/gabinete-psicoterapeutico-2.html