jueves, 31 de octubre de 2013

Historias semiapócrifas. Viriato


I

Viriato pasó a la historia como un valeroso caudillo "hispano" que se enfrentó decididamente contra los romanos. Antes de que cobraran fama las hazañas del bravo guerrero, a Viriato y a los de su tribu los engañaron los romanos de mala manera diciéndoles que les iban a repartir tierras. En realidad lo que querían era reunirlos y aniquilarlos. Por confiados e ilusos, hubo una matanza y casi logran los romanos su objetivo. 
De ahí que por morder el anzuelo y dejarse engañar de esa manera tan tonta les llamaran  a partir de ahora  "LUSOS" , "ILUSOS" o también “ILUSITANOS”.


II

En la serie televisiva “Hispania” sobre Viriato, se nos ofrecía una visión amable  y civilizada sobre este aguerrido pueblo, con clara conciencia de ser “hispanos”, cuando ni existía un proyecto colectivo ni se llevaban bien entre las distintas tribus que había en la península. Parece ser, aunque algunos manifiestan serias dudas, que muchos usaban la falcata, espada corta de origen ibero similar al “gladius” romano pero con mayor capacidad de corte. Se trataba de un arma personalizada y diferente en tamaño según quien la portara, puesto que debía medir la misma longitud que hubiera desde la punta de los dedos hasta el codo de su dueño. 
Lo más anacrónico de la serie era ver a esos cabreros analfabetos y rudos hablando -¿latín?- con los romanos y esas mozas delicadas y de piel fina y blanca, educadas y bellas, que parecen recién llegadas de la peluquería para el rodaje. Todo ello en unos poblados sin muralla alguna al alcance de cualquier romano desaprensivo. 
La tele es lo que tiene.  Los lusitanos -o ilusitanos- son “los buenos” y hay que vender el producto convenientemente.

domingo, 27 de octubre de 2013

Haciendo memoria. Cuando España perdió el tren de la modernidad


El sueño de la razón produce monstruos, 
grabado de la serie "Los Caprichos" de Francisco de Goya.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII a mediados del siglo XIX fuimos testigos en el mundo occidental de una profunda transformación que afectó al plano económico, ideológico, político, social, institucional, cultural, demográfico, laboral... Es decir, una completa revolución que repercutió en todos los ámbitos.
De esta forma, una sociedad anticuada, con grandes desigualdades sociales y poco productiva, la del Antiguo Régimen, se fue poco a poco transformando en una sociedad más moderna, abierta, participativa y avanzada.
La clase social que protagonizó cambio tan notable fue la burguesía, quien desplazó a la nobleza y a la monarquía de derecho divino de la esfera del poder y del control económico. Se trató pues de un fenómeno triple:

Una revolución ideológica, base de las demás transformaciones: la Ilustración, que puso los cimientos de las demás revoluciones. Pensadores de la talla de Voltaire, Montesquieu, Rousseau y los enciclopedistas son aquí los grandes protagonistas.

Una revolución económica: la industrial, que transformó la producción y las relaciones laborales. El ejemplo más representativo es la Revolución Industrial Inglesa.

Una revolución política: la liberal burguesa, que llevó al poder a la burguesía, dando lugar con el tiempo a sistemas políticos liberales, más participativos.

Hay que decir que este triple proceso revolucionario no se dio con la misma intensidad ni en el mismo momento ni en el mismo orden en los distintos países. Incluso hay lugares donde apenas triunfó ese proceso.
Rusia, por ejemplo, va a seguir padeciendo un régimen casi feudal hasta bien entrado el siglo XX.
En España se habla de "ensayos revolucionarios" de corto alcance. Incluso se menciona el "fracaso" de la revolución industrial en nuestro país.

En efecto, en España asistimos a un fracaso generalizado del triple proceso transformador, tan necesario por otra parte para modernizar el país.

 ¿Cuáles son las principales razones que lo explican?
O dicho de otra forma...
¿qué factores hicieron que nuestro país perdiera el "tren de la modernidad"?

La burguesía, motor de cambio en esa época, era una minoría y su fuerza, relativamente escasa. La Iglesia tuvo mucho poder en el control de la sociedad, de la cultura y del pensamiento. Salvo algún pequeño paréntesis reformista, hubo en España Inquisición hasta la muerte de Fernando VII. Este rey supuso además un pesado lastre para nuestra modernización.
Una sociedad tradicional y estamental como la nuestra, con preeminencia de la nobleza y del clero, aferrados a prebendas y privilegios, suponía un freno para el cambio necesario. Los ilustrados españoles eran una minoría de escasa fuerza y bastante vigilados por los poderes reales de la nación. Muchos de ellos fueron castigados por sus aficiones o actuaciones como Pablo de Olavide, Esquilache o el Conde de Aranda. A pesar de los intentos de reforma, incluyendo alguna que otra “desamortización”, en España no hubo una verdadera revolución agraria y se mantuvieron estructuras arcaicas y obsoletas como el latifundismo.

El atraso cultural de la población es otra razón de peso. España era un país de analfabetos, un país tradicional donde los cambios que venían de fuera eran vistos con desconfianza. Por si fuera poco, hay muchos oficios que eran despreciados por considerarse viles o de poca categoría: tonelero, calderero, esquilador, tabernero, carnicero… Un país de escasa población –entre 12 y 14 millones- y con oficios manuales que se desprecian… Un país poco productivo. Ya Carlos III hubo de emitir en su día un decreto (1) donde se ennoblecían ciertos trabajos: el de curtidor, el de zapatero, el de herrero…
Tampoco ayudaron los acontecimientos que tuvieron lugar dentro y fuera del país. La pérdida de las bases coloniales, con la independencia de las colonias iberoamericanas, privó a España de un cimiento económico importante. Las constantes guerras que padecimos: guerra de sucesión, guerra de la independencia, guerras carlistas… supusieron la ruina económica. A ello hay que sumarle la inestabilidad política derivada de los frecuentes golpes de estado -pronunciamientos y cuartelazos- que se producen en nuestro país a lo largo del siglo XIX, lo que daba poca confianza a los inversores.
En España no hubo una verdadera revolución liberal estable. Hubo ensayos de corta duración, como el Trienio Liberal de Riego o el Sexenio Revolucionario, que acabó como el "rosario de la aurora", y predominio de gobiernos liberales moderados con un exceso de control por parte de la monarquía, lo que dificultaba el impulso reformista necesario. Tampoco hubo una Revolución Industrial al estilo de Inglaterra. Lo que se dio fue un proceso de industrialización lento, tardío, incompleto y con grandes desigualdades regionales – País Vasco, norte cantábrico, Cataluña- que ocasionaron que mientras algunas zonas despuntaron en este sentido otras permanecieron en el atraso como sociedades tradicionales agrarias. Jordi Nadal habla de “fracaso” de la Revolución Industrial en España (2)
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(1) La vida española en el siglo XVIII. Fernando Díaz Plaja. Barcelona 1946. Citado por Albert Dérozier en Historia de España, Ed. Labor. Varios autores. Vol. 7. Barcelona, 1991.

(2) El fracaso de la Revolución Industrial en España, 1814- 1913. Jordi Nadal, Ariel. Barcelona, 1977 

jueves, 24 de octubre de 2013

Cuánto hemos cambiado

Escuela franquista

Eso dice la canción.
Y sí, hemos cambiado mucho en las últimas décadas.
En casi todo para bien.
Por ejemplo, en lo referente al tabaco, hemos pasado de tener profesores que fumaban en el aula atestada de mozalbetes a estar prohibido fumar casi en tu propia casa. En la clase de Matemáticas todos los chicos fumábamos gratis gracias a la humareda de don Casiano y sus "peninsulares" (años 60).
Hemos pasado de una situación en la que te arreaban dos tortas por cualquier motivo a otra en la que te pueden denunciar si agredes a un menor, aunque sea una simple colleja en público a tu hijo. Una época en la que los niños iban con miedo a la escuela por si caía algún capón a otra en la que los que tiemblan al ir al instituto no son precisamente los niños...

En general podemos decir que dejamos atrás algunas tradiciones nefastas.
Bárbaras costumbres de la España profunda.
Señales inequívocas del atraso secular en que estábamos metidos...

Por ejemplo, cómo fabricar varias generaciones de alcohólicos.

Era típico que los padres o el abuelo fueran contigo al bar y pidieran una "caña" para él y un "corto" con aceitunas para el niño (Mi hermano siempre pedía bonito con mayonesa). Y el niño feliz, claro.



¡Y da unas ganas de comerrrrrrr!



¡Una golosina, como las chuches!

Los chicos andábamos como locos de que llegara la hora del aperitivo. La "quina" o vino quinado tenía una graduación de entre 13 y 15 grados, superior al vino común. Comías como con más alegría. No sé.


 Foto facilitada por mi  hermano Fernando

¡Qué rica una "cruzcampo" fresquita! Y en envase familiar... mucho mejor.


Foto facilitada por mi hermano Fernando

Los niños del hospicio también tienen derecho. Sólo faltaría.
Si de mayores no encuentran trabajo, al menos que beban.




lunes, 21 de octubre de 2013

Historias semiapócrifas. Cría fama y échate a dormir.


Tras una breve visita protocolaria, el embajador británico le dijo a Francisco de Asís  ¿me puede indicar dónde está la salida?
A lo que el rey consorte le contestó:
"Creo que Isabel no está hoy en palacio."

lunes, 14 de octubre de 2013

Se busca rey en buen estado


Que nadie se asuste. No vamos a hablar de la sucesión del rey actual, aunque está el hombre algo averiado y cascado. Quizá otro día.
Hoy vamos simplemente a retroceder en nuestra historia hasta 1868.

Hasta el gorro estaban muchos de Isabel II, de sus amantes, de sus corrupciones y de no saber estar a la altura de las circunstancias. 
Una crisis financiera y otra de subsistencia amenazaban a España. 
El movimiento que la destronó y la expulsó del país agrupaba los descontentos del sector liberal, tanto progresistas como “unionistas”. Gente como Prim, Topete, Serrano… 
El movimiento revolucionario se identificaba normalmente con su duración: un sexenio. Así pues, se vino a llamar “el sexenio revolucionario o democrático”. Desde septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874 abarca dicho periodo histórico. 
Desde un punto de vista conceptual se trata de un ensayo de revolución liberal de corte democrático que intenta poner al día al país en sintonía con buena parte de los países europeos. Unionistas, progresistas, demócratas, monárquicos constitucionalistas, republicanos federalistas… Un mosaico de diferentes tendencias a los que habría que contentar o poner de acuerdo. Una empresa difícil. 
La primera tarea era buscar un rey para el país que respetara las libertades y que no fuera Borbón. 
A Espartero le quisieron hacer rey pero no quiso. Su lograda fama le había catapultado al sector nobiliario con esos títulos de “Duque de la Victoria” y “Conde de Luchana”. El de “Príncipe de Vergara” se le concedería posteriormente. Sus triunfos militares principalmente contra los carlistas le habían hecho sumamente popular y merecedor de títulos, pero una cosa eran las distinciones y otra meterse en semejante berenjenal. 
Así que le tocó a Prim lidiar con el encargo y buscar por las reales casas europeas. 
Al final se le propuso el cargo a un hijo de Víctor Manuel II, a Amadeo de Saboya, a quien los españoles le conocerían mejor con el apelativo de “Macarronini I”
La elección de este rey le costó a Prim el pellejo. Se había hecho acreedor de todos los odios, tanto de republicanos como de borbónicos. Creo que de este asesinato sabía bastante el Duque de Montpensier, casado con la hermana de Isabel, y que tenía sus planes y no paró hasta emparentar  -si bien, indirectamente- con la casa real.
Amadeo, a todo esto, viendo el follón que teníamos, duró poco y salió pitando, sin esperar al protocolo que había para casos de abdicación y refugiándose en la embajada italiana. “Siamo una gabbia di pazzi”. España era para él "una jaula de locos". 
Como falló la monarquía, la siguiente opción era la república. Así que fuimos a por ella. 
Y fue un circo. En poco más de un año tuvimos cuatro presidentes y un gobierno provisional a cargo del general Serrano, tras el cuartelazo de Pavía
Cuatro presidentes, cuatro: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar, que tuvieron que hacer frente a un sinfín de problemas, como el movimiento cantonalista, la tercera guerra carlista y la guerra de Cuba. 
Políticos de altura pero muy mala la época. 
En los cantones la gente iba por libre y siguiendo la idea de “república independiente de mi casa”, más que una federación de territorios, aquello parecían las polis griegas o los reinos Taifas, ciudades que se declaraban independientes de la noche a la mañana sin contar con nadie. 
Así surgieron los cantones de Cartagena, Torrevieja, Córdoba, Salamanca… Algunas incluso hasta le declaraban la guerra al vecino (Granada contra Jaén, Sevilla contra Utrera) o acuñaban su propia moneda (Cartagena). 
Hubo sublevaciones de importancia que fueron ahogadas a sangre y fuego. 
Tiempos muy complicados para la estabilidad de un sistema político sumamente frágil. 
El caso es que la ética personal de muchos políticos no estaba en entredicho. 
Por ejemplo, se cuenta de Nicolás Salmerón que dimitió por negarse a firmar unas penas de muerte, dado que él moralmente era contrario a esa medida. 
De Figueras se cuenta que, harto de las zancadillas de unos y otros, un buen día dijo en perfecto catalán: “Senyors, ja no puc més. Estic fins als collons de tots vostès!”. 
Y acto seguido pegó el portazo y se largó a París dejándolo todo. 
Al final, para poner orden en este tremendo lío, el general Pavía dio el golpe y situó de forma provisional a Serrano. 
Como la fórmula no cuajó, otro militar (y van…), cuyo nombre suena a veneno (*), se pronunció en Sagunto y restauró la monarquía en el hijo de Isabel, Alfonso XII, el “puigmolteco”. 
 ___________ 
(*) Arsenio Martínez Campos. 

 Manifiesto del Cantón de Jumilla. “La nación jumillana desea vivir en paz con todas las naciones vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su vecina; pero si la nación murciana, su vecina, se atreve a desconocer su autonomía y a traspasar sus fronteras, Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de Mayo, y triunfará en la demanda, resuelta completamente a llegar, en sus justísimos desquites, hasta Murcia, y a no dejar en Murcia piedra sobre piedra.” 

viernes, 11 de octubre de 2013

Un país fuerte


 “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos tratando de destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. 

 Frase atribuida a Bismarck.

sábado, 5 de octubre de 2013

Cacharros


La historia de la humanidad se escribe gracias a  los artilugios que los grupos humanos han sido capaces de fabricar en cada momento.
Es decir, gracias a sus “cacharros”.
Las hachas de piedra talladas a golpes o pulimentadas, las puntas de flecha de piedra, los arpones de hueso, el arado, el molino de mano, la rueda, la cestería, la cerámica, el telar, la máquina de vapor, los ordenadores…
Inventos que marcan cada época.
Todo ello sumamente necesario para el progreso de la humanidad.
No podríamos entender la historia sin sus inventos.
Útiles, utillaje, utensilios, herramientas, enseres y aperos que nos acompañan a través de los tiempos.

Pero en pleno siglo XXI tengo mis dudas sobre la verdadera “utilidad” de muchos “inventos” modernos…
Sí, esas cosas a las que denominamos cacharros, trastos, cachivaches, cascajos, chismes, armatostes, achiperres…
La cantidad y el uso que hagamos de ellos son los parámetros usados que marcan la diferencia entre lo realmente necesario y lo superfluo.
El consumismo de la sociedad actual ha hecho que amontonemos en armarios, desvanes y trasteros muchas cosas que realmente no necesitamos o que hemos utilizado a lo sumo un par de veces en nuestra vida:

La yogurtera que nos regaló la tía Visitación cuando hizo honor a su nombre y se nos presentó inesperadamente y a comer con el artilugio que nos iba a proporcionar una fuente inagotable de vitaminas y de bienestar. No sé si llegué a comerme tres o cuatro de esos yogures.
La Fondue que usamos dos veces en cenas de amigos, con la que estuvimos a punto de achicharrarnos y de paso prender fuego a toda la casa. Aparte de la indigestión de tanto queso untado en pan, que actuó a modo de engrudo en nuestros estómagos.
El microondas viejo pero utilizable que guardamos por si el nuevo se estropeara.
El “cinexin” de los nenes con viejas películas que nadie pone.
El vídeo betamax y sus cintas correspondientes con películas grabadas de la tele  por si hubiera que volver a los tiempos de las cavernas.
Esa acuarela que nos regaló la amiga aprendiz de pintora y que jamás pondremos en pared alguna. Horrible para más señas.
Una impresora averiada.
La vieja guitarra a la que le falta una clavija, una cuerda y las demás están ya “sordas” y las de metal hasta crían verdín.
Carpetas donde guardamos viejos apuntes de la Universidad, periódicos antiguos y amarillos que no volveremos a mirar aunque en uno de ella venga la noticia de la muerte de Franco.

¿No me creen? Ahí va...



Bolsas con cables, viejos enchufes, casquillos, cinta aislante caducada, botes de pintura seca…
Un grifo que quitamos y sustituimos por otro y que no tiramos por si hubiera alguna pieza que nos sirviera más adelante.
Unas cuantas cacerolas de esas antiguas de porcelana que arrinconamos por las de acero inoxidable, pero que no nos atrevimos a tirar por si nos hicieran falta algún día.
La barbacoa eléctrica con una bandeja para el agua y que hacía las chuletas casi igual de ricas que la tradicional de carbón. La humareda que desprendía sí que era similar. Eso al menos pude comprobar las cuatro veces que la usé. Es matemático y no falla: el humo siempre va en dirección al ojo del que hace la barbacoa. Se ponga donde se ponga.
El reloj despertador del año la Tana y que dejó de funcionar.
El “superglú” con el que pegamos aquel juguete –y de paso dos dedos- hace ya más de veinte años.
El traje del Real Madrid del “niño” que ahora tiene más de 30 años (el traje y también el "niño")

Afortunadamente la lavadora vieja no nos cabe en el trastero…


Luego hablarán de Diógenes y de su síndrome de acaparador compulsivo.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Historias apócrifas. No se puede tener todo.


Aquel rey, victorioso en mil batallas, aparentemente feliz, amado y respetado por sus súbditos, rodeado de su séquito, con sus condesvizcondes y marqueses; sin embargo no conocía barón.