lunes, 28 de septiembre de 2015

Cervantes y las mujeres



En el Quijote tenemos gente letrada, como el licenciado Pedro Pérez, y gente iletrada, como el labrador Juan Haldudo; ávidos lectores, como el propio hidalgo y analfabetos crónicos, típicos de su época, como los pastores, el ventero y su mujer, los arrieros, Maritornes o Teresa Panza. Y también mercaderes, frailes, nobles y labriegos; estudiantes, danzantes, músicos y zagales; hidalgos y carreteros; comediantes y mozas del partido, como la Tolosa y la Molinera; bandoleros como Roque Guinart y gente de orden como el cura, el barbero, los cuadrilleros de la Santa Hermandad o el bachiller Sansón Carrasco. 
Y no faltan pícaros, como Ginés de Pasamonte o “Ginesillo”, quien aparece y reaparece varias veces en la obra como ladrón del rucio de Sancho, como galeote de aquellos que liberó el caballero y por ellos fue mal pagado, y también como Maese Pedro, el titerero, con su retablo de Melisendra. 

Cervantes es un gran conocedor de tipos humanos. No se queda atrás en lo referente al mundo femenino, que presenta una gran diversidad. La grandeza de Cervantes estriba en que no se decanta por un tipo determinado de mujer, a la que habría de dotar del máximo de virtudes o del mayor número de defectos, sino que las presenta con sus cualidades y sus vicios, de forma totalmente realista, ya se trate de una madre, de una ama de casa o de una prostituta que se busca la vida por esos caminos. Así nos ofrece un amplio repertorio de damas, aristócratas, campesinas, criadas, mujeres de la vida, cristianas o moriscas. A la única que le concede el honor de tener solo cualidades y virtudes es a la idealizada dama que ocupa el corazón del caballero, a Dulcinea del Toboso, precisamente por no tratarse de un personaje real. 



No faltan pues las mujeres fuertes, valientes, independientes, que eligen su camino libremente, las mujeres preparadas, con cierta cultura, como Dorotea, gran lectora y actriz, que opta por vivir sola e interpreta el papel de la princesa Micomicona. O el caso de Marcela, la pastora que no quiere someterse a ningún hombre, que pelea por sus derechos y prefiere vivir sola y libre por los montes: “Yo nací libre, y para vivir libre escogí la soledad de los campos”. Según todo esto, Cervantes muestra una concepción de la mujer que se aparta de los cánones de sumisión y obediencia de la época cuando nos ofrece casos como el de Dorotea y Marcela, dos mujeres independientes que han elegido el ser libres y no estar sujetas a la tutela del marido. 
No es el concepto de mujer que tenían otros escritores del Siglo de Oro, como Calderón de la Barca, Lope de Vega o Tirso de Molina, mucho más tradicionales y machistas. En esto, como en otras muchas cosas, Cervantes era un adelantado a su tiempo. 
Tal vez el entorno familiar en el que se crió el escritor tuvo algo que ver en todo esto. En efecto, su madre, Leonor de Cortinas, era una mujer fuerte y sensata, segura de sí misma y con las cosas muy claras, mientras su padre era de carácter más débil y mediocre y con frecuente tendencia a convertirse en víctima de los acontecimientos. Vivió el autor además rodeado de mujeres: su madre, la abuela paterna, una tía, sus hermanas. Su madre además sabía leer y era aficionada a la lectura, por lo que seguramente influyó en los incipientes gustos literarios del escritor alcalaíno. Aunque de origen campesino, también era aficionada a la lectura la propia mujer del escritor, Catalina de Salazar. 
El concepto pues que tenía Cervantes de las mujeres no era el que comúnmente se aceptaba en su época como válido.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Miguel de Cervantes y sus personajes. Segunda parte: el mundo de los renegados


Toda la obra cervantina está repleta de referencias a este peculiar y variopinto mundo de personajes que pululaban por tierras de ambos lados del Mediterráneo. Desde El Quijote hasta Los baños de Argel, pasando por las Novelas ejemplares
Y dentro de ese mosaico tan variado destacan con especial fuerza los "renegados". 
Así nos encontramos con personajes como Ricote, el morisco vecino de Sancho, que no duda en sacar la bota de vino para demostrar a todo el mundo que renegó de su antigua fe. 

 Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

El Quijote. Cap. LIV, 2ª parte. 

O con Alí Bajá, más conocido como Uchalí“el Calabrés Tiñoso”, que en un principio se llamaba Dionisio Galea, un joven que al parecer se dedicaba a la pesca y que fue capturado en Calabria por los turcos. Según el informe del contador Alonso Sánchez, realizado en ocasión del levantamiento morisco de las Alpujarras, el calabrés fue apresado con tan solo 18 años de edad (citado en la obra que figura a pie de página) . Tras su captura, pasó un tiempo de esclavo galeote en las naves berberiscas, dejó el cristianismo y se hizo musulmán. De ahí su nuevo nombre: Uchalí u Ochalí,  el "renegado Alí". 

En resolución, la armada volvió a Constantinopla triunfante y vencedora, y de allí a pocos meses murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir en lengua turquesca ‘el renegado tiñoso’, porque lo era, y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan o de alguna virtud que en ellos haya; y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que descienden de la casa otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo, y ya de las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y cuatro de su edad renegó, de despecho de que un turco, estando al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor, que, sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y después a ser general de la mar, que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación, y moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llegó a tener tres mil. 

El Quijote, cap. XL 1ª parte. 


Y de cautivo, se convirtió en capitán o arráez corsario. Con el tiempo prosperó y llegó a desempeñar en Estambul y en Argel diversos cargos. Luego fue gobernador de Trípoli, enriqueciéndose con la trata de cautivos. Combatió en Lepanto contra la armada española. Y logró regresar sano y salvo. Llegó a ser almirante de la armada turca y siempre fue extremadamente beligerante contra los intereses españoles. Fue un hombre tocado por la fortuna, un emprendedor que se hizo a sí mismo. 

Batalla de Lepanto. H. Letter.  National Maritime Museum

El corsario muladí mediterráneo entra dentro de la categoría de los mitos clásicos modernos de ascenso social, sin duda, y entre esos corsarios el calabrés Uchalí, como le llama Cervantes, destaca con luz propia, hasta parangonarse con sus contemporáneos Juan de Austria o Francis Drake, dos de esos capitanes del mar como él y con los que llegó a relacionarse. De joven esclavo galeote, Uchalí (1518-1587), por su esfuerzo, valor y fortuna, llegó a convertirse en uno de los hombres más influyentes de su época tanto en asuntos militares como en la construcción naval, en el control del comercio del trigo o en el tráfico de mano de obra y en el mundo financiero del momento. Un mito de la irrupción, en fin, del hombre económico moderno. Esta biografía quiere ser también una antología, lo más amplia y rica posible, de aquellos relatos de la frontera sobre el personaje; una verdadera «literatura de avisos», de los que emerge la figura del calabrés de nación y turco de profesión con toda su potencia de mito afortunado y maquiavélico reconocido así por sus propios contemporáneos. Pero también emerge en esa literatura en torno a Uchalí, ese mundo oriental que en el Romanticismo se convirtió en un mito exótico que impidió comprender en toda su potencia aquella realidad. (1)

(1) “Uchalí. El calabrés tiñoso, o el mito del corsario muladí en la frontera”. Emilio Sola Castaño. Ed. Bellaterra. Barcelona, 2010.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Miguel de Cervantes y sus personajes



Cervantes no solo es el autor del Quijote, aunque solo por eso ya merecería estar en el selecto grupo de los escritores inmortales, algo que se tiene ganado por su gran aportación a las letras y que nadie discute, sobre todo más allá de nuestras fronteras. 
Cervantes es también un testigo de su tiempo, un conocedor de lugares y personajes, un viajero infatigable que, por avatares de su vida, tuvo que verse obligado a abandonar la comodidad del hogar y en diversos momentos dejar el secano de las áridas tierras mesetarias del interior y hacer el petate para marchar lejos e, incluso, embarcarse y recorrer el Mediterráneo. 
A diferencia de otros autores, como por ejemplo Lope de Vega, la vida del ingenioso escritor de Alcalá no fue un camino fácil. La prosperidad y la felicidad frecuentemente le dieron la espalda. Hubo muchos sinsabores en su vida: conoció la cárcel, la guerra y el cautiverio. 
Y sobre todo, se vio obligado a viajar mucho. 
En unas ocasiones, por razones familiares, debió acompañar por diversas ciudades  a su padre, Rodrigo de Cervantes, cirujano barbero y algo sordo. Lo que le permitió al joven Miguel conocer multitud de sitios y tipos humanos y familiarizarse con sus hablas. El padre del escritor tuvo que trasladarse varias veces de ciudad, en unas ocasiones por las deudas, en otras, por haber sido hecho preso o por probar fortuna en otros lugares. Así, de Alcalá se trasladó la familia a Valladolid y de Valladolid a Córdoba. Después a Sevilla, puerta de América. Y más tarde a Madrid, capital ya del reino. 


En otras ocasiones, el traslado vino por cuestiones profesionales del propio escritor: nombramiento como comisario real de abastos, (recaudador de especies para la Armada Invencible). Y en algunas otras, forzado por contratiempos externos debido a su condición de combatiente, con un largo cautiverio en Argel durante cinco años, los más importantes de su edad adulta. 
No faltó tampoco la ocasión en la que nuestro “comedido hidalgo” dio con sus huesos en la cárcel, (nombrado recaudador de impuestos, al parecer quebró el banco donde tenía depositado dinero que después debía entregar) lo que también contribuyó a conocer tipos diversos, incluyendo a menesterosos y rufianes que tanto juego le dieron en el diseño de sus personajes.

Cervantes llegó a conocer muchas historias reales, variedad de lugares y abundantes tipos humanos que entre todos aportaron lo suyo para el diseño de sus historias. 
Muchos de los personajes no fueron inventados, sino que existieron realmente, gente de carne y hueso. 
Así parece que Pedro de Villaseñor, amigo del propio escritor, y Francisco de Acuña, hidalgo manchego también, decidieron matarse a lanzazo limpio en el camino que va del Toboso a Miguel Esteban. Para ello no dudaron en ponerse armaduras, cascos, cotas de malla, escudos y dagas. 
Eso al menos es lo que nos cuentan el historiador Francisco Javier Escudero y la arqueóloga Isabel Sánchez Duque. (1) 
Del mismo modo, estos investigadores afirman que la venta en la que fue armado caballero don Quijote existió realmente en Mota del Cuervo (Cuenca). 
Y parece ser que además dieron con un tal Rodrigo Quijada, otro hidalgo de la zona, natural del Campo de Montiel, quien al parecer iba imponiendo su ley, amedrentando a todo el mundo. Y que Cervantes se propuso ridiculizarlo.
Todo ello constituyó parte importante del fondo documental del autor y quedó reflejado en su obra como material vivencial de primera clase. 
Fundamentalmente en el diseño de tipos humanos.
Como nos recuerda el amigo Emilio Sola (2), “sobre todo de gentes de frontera, mercaderes, viajeros, esclavos, gobernantes y gente en busca de fortuna y supervivencia, y también judíos, turcos, moriscos, muladíes o renegados, cristianos o musulmanes nuevos, nobles y plebeyos”
Un conocimiento profundo que dota a su obra de gran verosimilitud, hasta el punto de poder afirmar que “en ninguna obra literaria europea contemporánea se puede hallar un panorama social y cultural de tanta amplitud y tratado con tal distanciamiento, ecuanimidad y conocimiento de lo narrado.” (3) 
Emilio Sola Castaño es profesor de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá. Antes lo fue de las Universidades Complutense y Autónoma de Madrid (1969-1976) y de la Universidad de Orán (Argelia, 1976-1984). Es autor, entre otras cosas, de "Uchalí, el Calabrés Tiñoso o el mito del corsario muladí en la frontera", Barcelona, Bellaterra, 2010. También es escritor, accesit de poesía Adonais de 1974 y premio Café Gijón de novela corta en 1984. Es coordinador del Archivo de la Frontera.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Un hereje del siglo XIX


Cayetano Antonio Ripoll, nacido en Solsona en 1778, maestro de escuela en Valencia, fue sentenciado por la Junta de Fe de la Diócesis de Valencia, considerado culpable de herejía y condenado a morir en la horca. No se atrevieron a condenarlo a la hoguera. El cadáver, por orden del Tribunal, fue metido en una cuba donde pintaron unas llamas y enterrado fuera del cementerio. Mientras, Europa despertaba y progresaba haciendo suyas las ideas de la Ilustración francesa. 
Corría el año 1826. Era la época de Fernando VII, la “Década Ominosa”. 
España no era entonces un país moderno, avanzado, donde se respetase la libertad de opinión y credo. Antes al contrario, era un país atrasado, con un sistema político, el absolutismo, donde las libertades eran inexistentes, porque tras derrotar a los franceses que invadieron España, todo lo relacionado con el liberalismo, con la existencia de constituciones escritas, quedaba automáticamente conculcado, prohibido, perseguido… 
Lo curioso de todo esto es que Cayetano no podía ser sospechoso de “afrancesado”, porque precisamente había luchado contra el enemigo invasor en la guerra de la independencia. Fue oficial de infantería. Fue hecho prisionero y pasó una temporada encarcelado en Francia. 
Sí es cierto que en aquel país se relacionó con un grupo de cuáqueros y se hizo un seguidor del deísmo. La idea era encontrar la espiritualidad dentro de cada uno sin necesidad de intermediarios o sacerdotes, vividores a expensas de las creencias ajenas. Lógicamente toda esta manera peculiar de entender la religiosidad chocaba abiertamente con ese concepto rígido y oscurantista de la religión en nuestro país, donde el dogma era incuestionable y cualquier desviación del mismo era perseguido y condenado. 


Parece que incomodó a muchos de sus vecinos, a quienes les molestaba sobremanera no verle frecuentar la iglesia, ni seguir los rituales litúrgicos a los que estaban todos acostumbrados. Nunca le vieron rezar, ni arrodillarse, ni participar en las procesiones, ni confesarse, ni comulgar. Parece que les molestaba que fuera por libre. Y le señalaron con el dedo. 
Y así, poco a poco, fueron todos atando cabos. Y finalmente, por iniciativa de los curas de Valencia, presentaron un escrito en el obispado. Y del obispo al arzobispo. Y de la diócesis de Valencia al nuncio del Papa. 
Y en el escrito figuraban las acusaciones. 
Según estas, el “hereje” no creía en Jesucristo, ni en la Santísima Trinidad, ni en la Encarnación del Hijo de Dios, ni en el sacramento de la Eucaristía, ni en los Evangelios, ni en el papel rector e infalible de la Iglesia. Desaconsejaba a sus alumnos que hiciesen la señal de la cruz y les adoctrinaba en graves errores como que no era obligatoria la asistencia a misa para salvar sus almas. En el aula sustituía la expresión “Ave María” por “alabado sea Dios”. Además se le acusaba de comer carne el viernes santo. 
Por todo ello, un buen día, estando impartiendo sus clases en esa especie de choza que llamaban escuela, vinieron a prenderle y le condujeron a prisión donde le tuvieron dos años. Antes de encarcelarle le pasearon atado de manos por la ciudad como un vulgar criminal para que los vecinos le insultasen y escupiesen.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Cuando te envían a hacer puñetas, a la porra o al carajo.

A HACER PUÑETAS 


Mandar a alguien a hacer puñetas es desear perderle de vista y que nos deje en paz durante un tiempo. Las puñetas son los encajes que llevan algunas mangas de algunas prendas, como por ejemplo las togas que utilizan algunos miembros de la judicatura. 
Su nombre proviene de la tendencia que tienen dichos encajes a caer sobre el puño. 
En su día, los detalles de los bordados eran de tal envergadura que la confección de cada puñeta, realizada a mano, suponía un arduo y laborioso trabajo y que llevaba mucho tiempo, por lo que mandar a uno a “hacer puñetas” se convertía en una forma de desear a una persona una larga ausencia y quitársela de encima durante una buena temporada.




A LA PORRA  

Cuando alguien te molesta o quieres que te deje tranquilo, es muy recurrente acudir a esta expresión un tanto fuerte. 
El origen de la expresión tiene que ver con el mundo castrense. 
La porra es esa especie de garrote o bastón de mando que en los desfiles solía exhibir el sargento mayor. Cuando se acampaba, el bastón solía clavarse en un punto determinado que marcaba el lugar al que tenía que acudir el soldado cuando era castigado para esperar allí el correspondiente correctivo o un arresto. 
La frase típica era una orden que decía: "¡Vaya usted a la porra!" 
Muchas veces la falta era castigada simplemente con la permanencia del soldado al lado del bastón hasta que el mando consideraba oportuno levantar el arresto. 



AL CARAJO 


En los barcos antiguos a vela, los marineros llamaban coloquialmente “carajo” a la cofa o canastilla que se situaba en la parte superior del palo mayor y servía como punto de observación para atisbar tierra o barcos enemigos. 
El lugar no era desde luego uno de los mejores de la embarcación, pues estaba a la intemperie y sujeto a las inclemencias del tiempo y al caprichoso oleaje del mar. 
Aunque la RAE no recoge esa acepción, parece ser que en términos populares náuticos sí era frecuente esa denominación, tal vez por la semejanza del mástil con el miembro viril masculino. 
Al ser la canastilla citada un lugar tremendamente desagradable, pues los vaivenes del barco allí se perciben de una manera mucho más intensa, hasta el punto de que los marineros que allí subían – muchas veces como castigo- solían bajar fuertemente mareados, mandar a uno al “carajo” es enviarle a un lugar poco recomendable e inhóspito. 

El amigo José Antonio nos hace un buen despliegue de expresiones coloquiales en relación con el “carajo".









miércoles, 9 de septiembre de 2015

La gran afición de María Luisa de Parma



Es cosa conocida que los Borbones siempre sintieron debilidad por el sexo: María Luisa de Parma, Fernando VII, su hija Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, tuvieron cada uno respectivamente una buena colección de amantes. Y como consecuencia de ello, una considerable descendencia de hijos bastardos. 
Ahora bien –y aquí viene lo curioso del caso-, mientras las “actividades” de infidelidad de las reinas dieron como fruto una legión de bastardos “dentro” de palacio, a expensas de los cornudos o consentidores maridos, las de los reyes tuvieron su fruto “fuera” de palacio, con lo que sus descendientes quedaban en clara desventaja. De esta forma, se dio curiosamente una larga lista de “reyes que no tuvieron que serlo y, sin embargo, lo fueron” (*), como por ejemplo Alfonso XII. Y por el contrario, hijos ilegítimos de los reyes varones que “pudieron ser herederos de la corona y no lo fueron”, como por ejemplo Leandro de Borbón, hijo bastardo de Alfonso XIII y la actriz Carmen Ruiz Moragas. 
En otras ocasiones, hablamos largo y tendido de las promiscuidades de Isabel II y de las aficiones eróticas de Alfonso XIII. 
Hoy nos quedamos, brevemente, con María Luisa de Parma, la mujer de Carlos IV, quien en una confesión al fraile Juan de Almaraz, llegó a revelar que ninguno de los hijos habidos durante su matrimonio fueron engendrados con su esposo. 
Si fuera cierta esa revelación, toda la descendencia posterior tendría el calificativo de ilegítima y la saga borbónica se habría detenido en aquel preciso momento, por lo que todos los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos habidos a continuación, desde Fernando VII hasta Felipe VI, tendrían que ser considerados como “no legítimos”, al llevar sangre plebeya mezclada en sus genes reales. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, tras los escarceos amorosos de María Luisa, las aficiones sexuales de sus herederos siguieron por los mismos derroteros, por lo que la ilegitimidad de los nuevos descendientes se iba acrecentando generación tras generación. Isabel II, por ejemplo, obligada a contraer matrimonio con su primo Francisco de Asís, más aficionado a los bordados e incluso a los hombres que su propia esposa, tuvo una larga lista de hijos habidos fuera de sus relaciones conyugales, por otra parte prácticamente inexistentes. 


Lo cierto es que María Luisa, la que traemos hoy aquí, la bisabuela de Alfonso XII, era bastante fogosa. Y su amante predilecto, Godoy, el Príncipe de la Paz, también conocido por el Choricero. El hombre fuerte, el valido de Carlos IV, el que manejaba los hilos de la política de la nación. Deseado por la reina y necesitado por el rey. Un hombre de estado, poderoso e inteligente, maquinador y claro objeto sexual por parte de la reina. María Luisa tenía un carácter fuerte y dominante. Era fría, astuta y manipuladora. Seguramente una de las reinas españolas menos apreciadas por su pueblo. 
Goya sacó de ella, en su célebre retrato familiar, algunos de sus rasgos peculiares para que el espectador tuviera una información más fidedigna de su persona. 


Obsérvese en el cuadro un detalle: el protagonismo de su brazo, desnudo y omnipresente, ocupando el centro de la composición, que dota al retrato de cierta zafiedad u ordinariez, revelando claramente quién detenta la autoridad familiar y quién dispone en la corte. 

Godoy, por su parte, tuvo una carrera fulgurante. Pasó en poco tiempo de ser guardia de corps a asesor particular de la reina. Más tarde llegó a ser Primer Ministro con el beneplácito del rey quien, por otra parte, no tenía ninguna vocación política y delegaba un sinfín de funciones en el “príncipe de la paz”. 
Con la entrada del ejército francés en España, tras el “Tratado de Fontainebleau”, la popularidad del valido cayó en picado y el levantamiento popular en el Motín de Aranjuez forzó su caída. 
Pero, volvamos a las relaciones tórridas y pasionales que, tiempo atrás, protagonizaron la reina y su amante. Eran archiconocidas por sus súbditos. 
Sobre Godoy y María Luisa de Parma, una coplilla popular se hacía eco de las habladurías que circulaban por la villa y corte: 

Mi puesto de Almirante 
me lo dio Luisa Tonante, 
Ajipedobes la doy 
Considerad donde estoy. (...) 
Tengo con ella un enredo, 
soy yo más que Mazarredo. (...) 
Y siendo yo el que gobierna, 
todo va por la entrepierna. 

(Aclaraciones: 
Tonante: que truena. 
Mazarredo: un gran personaje de la Armada Española. 
Ajipedobes: léase la palabra al revés.)

(*) Los borbones que fueron y no fueron.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Fin de una era

Ulpiano Checa, La invasión de los bárbaros (1887)

4 de septiembre de 476:
Fin del Imperio romano de occidente. Inicio de la Edad Media.
Puro convencionalismo cronológico, una necesidad de datar, de acotar épocas dotándolas de cierta identidad.
Antigua, Media, Moderna, Contemporánea…

 ¿Habrá que poner nuevo nombre y fecha para la nueva era que se avecina?

Probabilidad nº 1.

Esperemos que el mundo reaccione y pare los pies a los que intentan crear una despiadada teocracia universal y volver a la Edad Media.
No tener que leer nunca en los libros de texto del futuro:

Año 2020: los nuevos bárbaros, tras provocar enormes oleadas de refugiados que se desplazaron a Europa y tras hacerse los dueños de media Asia y del norte de África, emprenden la conquista del sur del viejo continente.



Probabilidad nº 2.

Año 2020. Se avanza hacia una situación insostenible por parte del capitalismo financiero mundial. Descartada la guerra como método para "resetear" el mundo y empezar de nuevo, como pasó tras las dos guerras mundiales, se opta por el método más seguro: la consolidación de los poderes económicos frente a las democracias de los estados. Paralelamente a la proliferación de agrupaciones radicales, gracias a la sensación de inseguridad y al aumento del número de inmigrantes, logran llegar al poder grupos extremistas que se organizan en una especie de confederación a escala mundial. El fascismo ha resucitado. El capitalismo financiero brinda su apoyo económico a este nuevo orden mundial, sin derechos ni libertades, parecido al que profetizó Orwell en su "1984". Los ciudadanos pasan a ser de nuevo súbditos y productores- consumidores. Un mundo de semiesclavitud, con bajos salarios y nulos derechos sociales y laborales, donde la ciudadanía queda supeditada a la economía. Es la era del Gran Hermano.

Esperemos que al final no se cumpla ninguno de los dos vaticinios, que todo quede en un ejercicio de distopía histórica, en un mero pasatiempo y que las cosas sean mucho mejor en el futuro; sin embargo, los riesgos existen. Negarlo sería sencillamente mirar para otro lado.