Goebbels en plena faena de lavar cerebros
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Digamos para empezar que la propaganda es una manera de difundir ideas y de pretender influir en el pensamiento y en la conducta de los semejantes a través de los medios disponibles en ese momento.
La propaganda se diferencia de la publicidad en que persigue unos fines ideológicos, políticos, militares o religiosos y no comerciales.
En el caso de la propaganda de guerra, se trata de un tipo de comunicación persuasiva bidireccional. Es decir que se mueve en dos direcciones, puesto que no sólo va destinada a los amigos, a los del propio bando, ideología o país, sino que también se dirige hacia el contrario, hacia el enemigo. En el primer caso, los mensajes tienen una motivación alentadora: expresar las excelencias del que detenta el poder, del sistema propio o del mando, mantener la confianza de las propias tropas, elevar la moral de los del propio bando, magnificar las victorias, minimizar las derrotas, censurar lo que no interese y ocultar la verdad o falsear ésta; mientras que en el segundo caso, el objetivo es desmoralizar, aterrorizar, minimizar los logros ajenos, contribuir a la derrota del enemigo, eliminarlo en definitiva.
Principio de repetición
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Luego está el vehículo, el medio utilizado. A lo largo de los tiempos, la humanidad se ha servido de los últimos adelantos técnicos para hacer efectiva esa propaganda.
En la antigüedad encontramos métodos como la disuasión, el uso de lo macabro para aterrorizar al adversario. Tal es el caso de los Asirios que decapitaban, desollaban y empalaban a los contrarios, colocándolos clavados en los caminos para que sus potenciales adversarios tomaran buena nota de ello. El objetivo era debilitar psicológicamente al enemigo.
En las primeras civilizaciones se hacía propaganda del poder de los faraones y reyes construyendo enormes palacios y pirámides. El Imperio romano también hizo uso de un arte grandilocuente para expresar el poderío y la grandeza de Roma. En la Edad Media, el arte cristiano de iglesias y catedrales era un elemento de propaganda del poder de la cristiandad. Los tímpanos de las iglesias románicas se poblaban de escenas espantosas del juicio final, donde las torturas del infierno esperaban a los pecadores que no hubieran cumplido los dictámenes de la Iglesia o que hubieran osado rebelarse contra el orden feudal, impuesto por Dios.
Con el paso del tiempo las formas de propaganda se fueron adecuando al desarrollo técnico de las sociedades. Durante la Primera Guerra Mundial fue la prensa escrita y los carteles sus principales vehículos; durante el periodo de entreguerras y la Segunda Guerra, la radio; tras finalizar la contienda, la televisión, y en la actualidad, a los medios anteriores se suman los medios masivos de información de una sociedad globalizada.
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Durante la Segunda Guerra Mundial eran frecuentes en la radio las voces femeninas, delicadas y dulces, acompañadas de una música sugerente, con el objetivo de ablandar al enemigo. Se trataba de apelar a la emocionalidad del receptor y despojarle de su bravura de guerrero fiero.
En todas las guerras habidas y por haber se acude a esa estratagema emocional, también se apela al miedo y se hace uso de la deformación de la realidad y de las verdades a medias, como en el caso de las "armas de destrucción masiva" en manos de Sadam.
Durante la guerra de Irak se trataba de evitar imágenes como los ataúdes con los cadáveres de los norteamericanos o las víctimas civiles por los bombardeos americanos. Censura y verdades a medias.
Lo que nació como propaganda de guerra: manipular a los ciudadanos con informaciones sesgadas y apelar al miedo irracional y a la emotividad, se ha ido incorporando hoy a los diversos medios de comunicación como una práctica habitual con una clara intencionalidad política. Ya lo decía Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Hitler: "Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad".