El Monasterio de Yuste hace un par de años
Cuacos
es un pueblecito de la comarca de la Vera, provincia de Cáceres, que está a menos de dos kilómetros del Monasterio de Yuste, lugar de retiro del
emperador tras su ajetreada vida. Poco más de año y medio pasó allí
hasta que falleció el 21 de septiembre de 1558.
Carlos
V, cansado y deprimido, había abdicado en su hijo Felipe II y sintiendo que su
fin estaba cercano decide trasladarse
desde los Países Bajos a un lugar retirado para hacer vida monacal. El lugar
elegido fue un monasterio tranquilo y apartado regentado por monjes de la orden
de san Jerónimo.
A
los naturales de Cuacos –Cuacos de Yuste es su denominación correcta- se les conoce popularmente con el calificativo de “los perdonaos”,
porque según la tradición oral, el emperador les tuvo que perdonar en más de
una ocasión por las jugarretas que le hicieron. Y es que éstos de Cuacos eran
muy suyos.
Ya
de por sí, el de Gante no levantaba demasiadas simpatías entre muchos
españoles. Eso de que bebiera cerveza y no hablara español más que con Dios,
mientras reservaba el alemán para comunicarse con su caballo y que se rodeara
siempre de un séquito de gente extranjera…
Se
dice que unos cuacareños se apoderaron de algunas de las vacas suizas del
emperador porque se metieron a pastar donde no debían. También parece que
alguna vez los lugareños robaron las
truchas que se criaban por allí y que
iban destinadas a la real mesa.
Según
cuentan los del lugar, el bastardo Juan de Austria, más conocido como Jeromín, salía
por el pueblo más de una vez a darse una vuelta y tuvo algún encontronazo con
los chavales del lugar. Una vez parece
que fue apedreado porque se dedicó a coger unas cerezas y resultó que el cerezo tenía
dueño. El caso es que el chico subía llorando al monasterio y el padre, más cansado que enfadado, decía para sus adentros:
“He peleado en mil batallas en
Europa. Me he enfrentado a turcos y franceses. He soportado a virreyes que me
la jugaban en las Américas a cada paso. He luchado contra los protestantes y, por
si fuera poco, sufro ataques de gota que van a acabar conmigo… Y ahora que me
retiro en mis últimos días para llevar una vida tranquila y en paz ¿me voy a
tener que enfadar con esta gente de aquí que al fin y al cabo son los que me
suministran la carne y el aceite?”
(*)
Así
que Carlos V en vez de pedir a su hijo Felipe, que para eso era ya el rey, que le
mandara una cuadrilla de arcabuceros para escarmentar a los del lugar, prefirió
mirar para otro lado y perdonarlos.
(*) Reflexión imaginaria. Los pensamientos no sé en
qué idioma los haría. En español no creo.