Ilustración de John Leech (1843)
De pequeño siempre me fascinó este cuento de Dickens.
No recuerdo bien la editorial cuando lo leí por primera vez, tal vez Bruguera, allá por los años 60, pero era un libro de esos ilustrados, mitad novela, mitad "tebeo", con profusión de dibujos en blanco y negro, y esos interiores lóbregos y la luz trémula de las velas proyectando en las paredes sombras misteriosas, lo que daba al relato un aire frío e inquietante, muy acorde con la noche de pesadilla que iba a vivir su principal protagonista, un viejo avaro, Ebenezer Scrooge. Un personaje inolvidable, antipático, mezquino y tacaño hasta consigo mismo. Lo recuerdo muy bien.
El cuento apareció en 1843. La época era la Inglaterra victoriana, en plena revolución industrial. Por el relato desfila todo un elenco de personajes de clase modesta. Muchos de ellos apenas disponen de unos cuantos chelines para comprarse algo de abrigo en esa fría Navidad. Gentes humildes que, sin embargo, a su modo, son felices con poco; mientras que el avaro no disfruta con nada, ni siquiera esos días de fiesta: “¿Navidad? ¡Bah, paparruchas!”
(Si alguien no ha leído el cuento y lo piensa leer en breve, no siga leyendo a partir de aquí para evitar el efecto espóiler).
El cuento se inicia el día de Nochebuena con Scrooge trabajando en su negocio, tal vez de prestamista usurero, donde explota a su pobre empleado Bob Cratchit al que paga una miseria y al que concede a regañadientes el "privilegio" de no tener que venir a trabajar el día de Navidad. Al avaro le visita su sobrino Fred,
quien invita a su tío a pasar la noche con él y su familia, proposición que el viejo tacaño rechaza.
Al final, Scrooge se va a su casa donde decide pasar la noche solo tomándose unas gachas antes de acostarse. Allí recibe la visita del fantasma de su difunto socio, Jacob Marley, quien le dice que va cargado de cadenas, condenado a llevarlas eternamente, por haber sido en vida una mala persona y que la que se está forjando Scrooge es mucho más larga y pesada. Le anuncia que vendrán a verle tres espíritus: del pasado, del presente y del futuro. Entre los tres se encargarán de recordarle su triste niñez, el presente que bulle a su alrededor, lo que la gente piensa de él y lo que el futuro le depara. Así, de la mano de los tres espíritus, el viejo avaro rememorará y revivirá a la fuerza escenas dolorosas de su vida: la infancia solitaria de un niño sin amigos, su juventud desdichada, con esa novia que lo abandonó por anteponer los negocios a su relación, los comentarios críticos, despectivos y duros de sus conocidos, su ruina, su casa saqueada por los pobres y su propia muerte, con esa imagen final del espectro de las navidades futuras señalando con el índice la fría lápida de su tumba...
Y tras la visita de los tres espíritus -o tras despertar de una horrible pesadilla, quién sabe- se obró el milagro: el señor Scrooge aprendió la lección y cambió de actitud radicalmente. De ser un tacaño insociable se convirtió en una persona amable, llena de vitalidad y optimismo, risueña y generosa.
Al final, Scrooge se va a su casa donde decide pasar la noche solo tomándose unas gachas antes de acostarse. Allí recibe la visita del fantasma de su difunto socio, Jacob Marley, quien le dice que va cargado de cadenas, condenado a llevarlas eternamente, por haber sido en vida una mala persona y que la que se está forjando Scrooge es mucho más larga y pesada. Le anuncia que vendrán a verle tres espíritus: del pasado, del presente y del futuro. Entre los tres se encargarán de recordarle su triste niñez, el presente que bulle a su alrededor, lo que la gente piensa de él y lo que el futuro le depara. Así, de la mano de los tres espíritus, el viejo avaro rememorará y revivirá a la fuerza escenas dolorosas de su vida: la infancia solitaria de un niño sin amigos, su juventud desdichada, con esa novia que lo abandonó por anteponer los negocios a su relación, los comentarios críticos, despectivos y duros de sus conocidos, su ruina, su casa saqueada por los pobres y su propia muerte, con esa imagen final del espectro de las navidades futuras señalando con el índice la fría lápida de su tumba...
Y tras la visita de los tres espíritus -o tras despertar de una horrible pesadilla, quién sabe- se obró el milagro: el señor Scrooge aprendió la lección y cambió de actitud radicalmente. De ser un tacaño insociable se convirtió en una persona amable, llena de vitalidad y optimismo, risueña y generosa.
Es lo que tienen los cuentos. Y más los de Navidad.
Me ha gustado, no lo había escuchado nunca.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias, Cayetano
Salut
Ay qué tópico el de la ser feliz con poco (no lo digo porque lo digas) En aquellos tiempos victorianos la humedad, el frío, la escasez, la falta de higiene y otras "menudencias" hacían estragos entre la población pobre, obrera o marginal. Pero ciertamente, muchos cuentos lo que tienen es no contarnos lo que hubo o hay, y ahí tu ironía final e sun acierto.
ResponderEliminarPor cierto, cambiando de tema. ¿Cómo celebrarán en Gaza, por ejemplo, la maravillosa navidad? Ah, ¿que como no son de la "verdadera" religión no les incumbe y están condenados a las tinieblas exteriores que les proporcionan sus propìetarios israelíes?
Por cierto, Dickens sí que cuenta las miserias de su tiempo.
ResponderEliminarLeí el cuento tiempo ha, muy bonito y muy navideño, pero no sé yo si la precuela del Grinch se transformó tan rápidamente.
ResponderEliminarSaludos.