Nueva colaboración en La Charca Literaria
Cuando vivía en Carabanchel, tenía un vecino al que todos llamábamos “el garrapata”. El alias se lo pusimos nosotros. En realidad, la culpa la tuvo un desafortunado comentario que el propio Sebas, que era así como realmente se llamaba, hizo una vez que andábamos jugando en un herbazal: “Me pica mucho la pierna. Seguro que he pillado una garrapata.” Y de ahí le vino el mote.
-¿Está “el garrapata”? ¿Sale “el garrapata”?- preguntábamos a su madre indistintamente cuando unos u otros llamábamos a su puerta.
- Está muy feo eso de que los chicos os pongáis motes- decía siempre la madre con cierto enojo.
Un tipo peculiar: nervioso, intranquilo… Hoy diríamos que hiperactivo, algo que no se estilaba en aquellos tiempos.
Y hubo un día memorable en su currículum: cuando él solito se cargó una obra de teatro que habían montado y adaptado en su centro de FP, el Virgen de la Paloma, con sumo cuidado y dedicación. Logró un milagro que ningún dramaturgo consiguió hacer en vida: convertir un drama en una comedia de final hilarante.
Nada más y nada menos que “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca. Teníamos a Segismundo, a Rosaura, al rey Basilio, a la torre, donde, encadenado injustamente, el príncipe se quejaba del trato recibido, de su perra vida, de la falta de libertad…
Y todo porque los adivinos habían vaticinado que destronaría a su padre y sería un rey despótico y cruel.
Sólo faltaba Clarín y para ese personaje, los de La Paloma pensaron en Sebas. Su papel, adaptado para la ocasión, era breve. Apenas una decena de intervenciones…
El caso es que la obra iba bien. Cada uno en su sitio. Un trabajo digno para estar hecho por chavales. Segismundo lo bordaba. Muy histriónico, como corresponde a un príncipe encadenado, castigado duramente…
La obra estaba terminando. Todo marchaba sobre ruedas… Hasta llegar al desenlace. Hay un motín contra Basilio, el rey de Polonia que mandó encadenar a su primogénito. El pueblo logra liberar de las cadenas a Segismundo, a su amado príncipe. Todo se va resolviendo. El padre se da cuenta de su error y no le quedará más remedio que afrontar la realidad. Y en esto, llega el momento crucial: un disparo acaba con la vida de Clarín, el criado fiel de Rosaura, quien da con su cuerpo en tierra.
Se supone que tenía que quedarse quieto en el suelo haciéndose el muerto los últimos minutos de la obra, pero la ingrata fortuna hizo que, al caer, su ropaje quedara enganchado de la cabeza de un clavo mal clavado o tal vez de alguna tabla del escenario.
El amigo Sebas, puro nervio, en vez de apaciguarse y esperar unos minutos a que terminara todo y bajara el telón, pensando que al estar en el suelo nadie repararía en él, en lugar de quedarse quieto, como debe estar un muerto, empezó a hacer aspavientos tirando sin disimulo repetidas veces de la manga de su camisa para librarse, sin éxito, del impedimento que le enganchaba contra las tablas.
Y claro, la gente comenzó a reír, porque eso de que resucite un muerto da alegría, pero en este caso no estaba previsto que eso ocurriera.
La última imagen que tengo de la obra es la cara de estupefacción que tenían los personajes que de pie recitaban sus últimas líneas de texto, mientras bajaba el telón y el público se reía y aplaudía a rabiar.
Ya digo, un drama convertido en comedia. Y un actor frustrado que no volvió a pisar un escenario en su vida. Que yo sepa.
-Joder, la culpa no es mía. Es que me enganché. Me he hecho un siete en la manga. Hasta creo que tengo un arañazo en el brazo.
Historia verídica. Personaje real, aunque con nombre y mote inventados.
-¿Está “el garrapata”? ¿Sale “el garrapata”?- preguntábamos a su madre indistintamente cuando unos u otros llamábamos a su puerta.
- Está muy feo eso de que los chicos os pongáis motes- decía siempre la madre con cierto enojo.
Un tipo peculiar: nervioso, intranquilo… Hoy diríamos que hiperactivo, algo que no se estilaba en aquellos tiempos.
Y hubo un día memorable en su currículum: cuando él solito se cargó una obra de teatro que habían montado y adaptado en su centro de FP, el Virgen de la Paloma, con sumo cuidado y dedicación. Logró un milagro que ningún dramaturgo consiguió hacer en vida: convertir un drama en una comedia de final hilarante.
Nada más y nada menos que “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca. Teníamos a Segismundo, a Rosaura, al rey Basilio, a la torre, donde, encadenado injustamente, el príncipe se quejaba del trato recibido, de su perra vida, de la falta de libertad…
“Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?”
Sólo faltaba Clarín y para ese personaje, los de La Paloma pensaron en Sebas. Su papel, adaptado para la ocasión, era breve. Apenas una decena de intervenciones…
El caso es que la obra iba bien. Cada uno en su sitio. Un trabajo digno para estar hecho por chavales. Segismundo lo bordaba. Muy histriónico, como corresponde a un príncipe encadenado, castigado duramente…
“¡Ay mísero de mí, ay, infelice!”
La obra estaba terminando. Todo marchaba sobre ruedas… Hasta llegar al desenlace. Hay un motín contra Basilio, el rey de Polonia que mandó encadenar a su primogénito. El pueblo logra liberar de las cadenas a Segismundo, a su amado príncipe. Todo se va resolviendo. El padre se da cuenta de su error y no le quedará más remedio que afrontar la realidad. Y en esto, llega el momento crucial: un disparo acaba con la vida de Clarín, el criado fiel de Rosaura, quien da con su cuerpo en tierra.
Se supone que tenía que quedarse quieto en el suelo haciéndose el muerto los últimos minutos de la obra, pero la ingrata fortuna hizo que, al caer, su ropaje quedara enganchado de la cabeza de un clavo mal clavado o tal vez de alguna tabla del escenario.
El amigo Sebas, puro nervio, en vez de apaciguarse y esperar unos minutos a que terminara todo y bajara el telón, pensando que al estar en el suelo nadie repararía en él, en lugar de quedarse quieto, como debe estar un muerto, empezó a hacer aspavientos tirando sin disimulo repetidas veces de la manga de su camisa para librarse, sin éxito, del impedimento que le enganchaba contra las tablas.
Y claro, la gente comenzó a reír, porque eso de que resucite un muerto da alegría, pero en este caso no estaba previsto que eso ocurriera.
La última imagen que tengo de la obra es la cara de estupefacción que tenían los personajes que de pie recitaban sus últimas líneas de texto, mientras bajaba el telón y el público se reía y aplaudía a rabiar.
Ya digo, un drama convertido en comedia. Y un actor frustrado que no volvió a pisar un escenario en su vida. Que yo sepa.
-Joder, la culpa no es mía. Es que me enganché. Me he hecho un siete en la manga. Hasta creo que tengo un arañazo en el brazo.
Historia verídica. Personaje real, aunque con nombre y mote inventados.
Jajaja que grande Seba "el garrapata". Y es que todos en tiempos pretéritos hemos tenido motes, por mucho que a las madres no les gustara. Bastaba una anécdota para colgarte un San Benito. El rata, el gallo, el pitufo... La obra terminó a lo grande, seguro que os divertísteis (a posteriori) porque eso de que un muerto se preocupe por un siete en su manga después de fallecido no tiene nombre. No he visto al bueno de Sebas por los carteles de los teatros, creo que no se dedicó a la dramaturgia :)
ResponderEliminarSaludos, Cayetano!
Era todo un personaje. A su hermano mayor le llamábamos "el mosca".
EliminarUn saludo, Félix.
¡Desopilante anécdota!
ResponderEliminarMe hubiera encantado estar de
entre el público riendo.
Deberíamos convertir más dramas en comedia.
Besos, Cayetano
Pues llamamos a Sebas y asunto arreglado.
EliminarUn abrazo, Myriam.
Ya lo cantó el gran maestro Peret :
ResponderEliminar"que no estaba muerto, no no
que nos estaba muerto, ¡¡estaba tomando cañas leré !! "
Un abrazo.
Jejeje. Le viene bien la canción.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Todos teníamos motes, todos...ya sabes, Pata palo; l´hijo l´anarquista; Mochuelo y El Grabao....
ResponderEliminarY en eso que en la escena debía de entrar el padre de la novia. Es evidente que no debía ver la carta en la que declaraba su amor por el protagonista, y este, sacando las cerillas del bolsillo, y antes que el padre entrara en escena, quemaba la carta.
A esto, el padre entraba por la puerta y decía : - Que olor a papel quemado ¡¡¡
Pues aquel día el protagonista, muy alto, muy guapo y muy discutido en su papel (la envidia hace estragos entre los menos afortunados fisicamente), se olvidó de las cerillas, o no las encontró -vete tu a saber-, lo claro del caso es que a falta de cerillas rompió en mil trozos el papel que hacía de carta y se se metió los trozos que pudo en el bolsillo.
Quedaron desperdigados otro montón de papelillos en el suelo. Entra el padre, y al ver la escena (ya la estaba viendo detrás del escenario), va y dice:- Que olor papel roto ¡¡¡
Aquello fue simplemente apoteósico ..
Un abrazo
salut
"Al Grabao había que irle con tiento", como dices en "Las sombras se equivocaron de dueño". Esto de los motes era muy corriente. Pocos se salvaban de tener uno. Y en los pueblos, se heredaban y pasaban de los abuelos, a los hijos y los nietos. Este es un "Malhuele" o un nieto del "Tío caraculo", decían en el pueblo de mi mujer. Sin ánimo de ofender. Era una forma de identificar al personal.
EliminarMuy bueno lo del olor a papel roto.
Un abrazo, Miquel.
Un crack, el "garrapata", un manojo de nervios. No sabía que habíamos coincidido en el barrio. Me he reído mucho con la historia
ResponderEliminarUn saludo
En aquellos tiempos, el exceso de actividad te lo quitaban en casa y en el cole de aquella manera.
EliminarO sea que fuimos casi vecinos, aunque con una generación de diferencia. También fue vecino mío, de bloque, el actual ministro de justicia, algunos años más joven que yo. Rafa, para sus padres y hermanas. El mundo es un pañuelo.
Un saludo, Carlos.
Sebas tuvo su momento de gloria. Hay que tener mucho arte o muy poca cabeza para hacer reír al público al final de un drama.
ResponderEliminarUn abrazo Cayetano
Los del Virgen de la Paloma debían haber pedido referencias en mi barrio antes de "contratarle" para la obra. Se habrían ahorrado un disgusto.
EliminarUn abrazo, Ambar.
De niño también teníamos motes: El flaco, el catire (rubio en Venezuela), el bolas, el chino...
ResponderEliminarUna historia divertida, cosas de esas que nos pasan en la vida y que nunca se olvidan...
Saludos Cayetano
Así es. Estas cosas se quedan grabadas en la mente para siempre.
EliminarUn saludo, Manuel.
Magnifica narración. Por mi circunstancia personal solo conozco la cuestión de motes por referencias ajenas, aunque en el cole era: la de la trenza......y sigue....a la vejez viruelas!!!
ResponderEliminarLa verdad es que le echaban mucha imaginación a eso de los motes. Los había para todos los gustos. Algunos simplemente identificativos con algo físico. Otros retrataban el alma del motejado. Los había simpáticos. Muchas veces eran bastante crueles.
EliminarSaludos, Emejota, "la de la trenza".
Lo motes; si, que somos muy dados a eso:no se si en un pueblo de Granada o por esos lares; se conocen todos por el mote y el alcalde los tiene registrados por el mote solo, ni nombre ni apellidos, salió no hace mucho en Informe Semanal.
ResponderEliminar-El pobre estaba más preocupado por la metedura de pata o ese siete en la camisa, sin darse cuenta que el publico lo tomó como una cosa divertida y es que muchas cosas en la vida son por casualidad.
Y siguiendo con los motes, el problema de los españoles es que nos reímos mucho del ajeno pero cuando nos los ponen tenemos mala reacción:mis hermanos los mayores tenían un compañero que le pusieron"El Letona"; porque era un poquito grueso y era una marca de leche: hoy que son ya unos hombres que peinan canas, se lo siguen llamando por ese mote y lo lleva de rechupete, aunque al principio casi todos en la clase se liaron porqué lo encajó bastante mal y casi llegan a las manos, cosas de críos.
Los hay con doble mala uva y ahí si que pueden hacer mucho daño.
Un saludo feliz domingo.
Con el tiempo, el mote se diluye en cuanto a intencionalidad primera y se va convirtiendo en otro nombre por el que logramos identificar a una persona. Sobre todo, los motes familiares, que van pasando de generación a generación. En los pueblos esto era muy corriente y normal. Cierto que los hay con mala uva.
ResponderEliminarUn saludo, Bertha. Feliz fin de semana.
Hacer reír no es tan fácil, y mira por donde en una obra que no tiene nada de comedia tu amigo " Garrapata" la convirtió en una gran carcajada final. Si tuviera que hacerlo a propósito seguro que no le salía así de bien.
ResponderEliminarUn saludo Cayetano
Puri
Tuvo su mérito. No te creas.
EliminarUn saludo, Puri.
Es verdad, de situaciones en principio serias o incluso trágicas puede saltar la chispa y convertirse en comedia.
ResponderEliminarPobre actor.
Un saludo.
Para conocerle. No sé cómo se atrevieron a ponerle en el reparto. Jejeje.
EliminarUn saludo.