
Para los ingleses existe una etapa crucial en su historia: el largo período de la reina Victoria, la era victoriana. En esta etapa, Inglaterra alcanzó su más alta cima en desarrollo y en la consolidación de su imperio. Victoria pasará a la historia como la reina más longeva, de 1837 a 1901. Un periodo de enorme prosperidad que convertirá al país en una gran potencia europea.
Inglaterra contaba con estupendas bases para lograr su protagonismo económico:
- Abundantes yacimientos de carbón al pie de las montañas que atrajeron la instalación de nuevas industrias, siderurgia principalmente.
- Nuevos medios de transporte como el ferrocarril.
- Una flota mercante, la más importante del mundo, con puntos comerciales repartidos por todos los continentes del planeta.
Cuando la reina llegó al trono, Inglaterra todavía tenía un marcado carácter rural, cuando falleció ya era un país altamente industrializado, moderno y conectado con importantes líneas ferroviarias, red de alcantarillado y calefacción y alumbrado público a gas y posteriormente alumbrado eléctrico… La era del carbón ya estaba pasando, con esas nieblas fruto de la condensación de la humedad ambiental y de las partículas en suspensión. Tan típicas en las películas de asesinatos ambientadas cerca del Támesis…
LOS BOTONES
De esta época de desarrollo y “espléndido aislamiento”, propiciada por políticos como Disraeli y Salisbury, parece ser que data la ubicación definitiva de los botones en las prendas de vestir masculinas y femeninas. Las damas pertenecientes a la burguesía no solían vestirse ellas solas, sino que lo hacían sus sirvientes. Por esta razón, los botones de las damas se situaban en el lado izquierdo para que fuera más fácil abrocharlos por las personas que tenían ese cometido. Aunque los hombres también contaban con sirvientes, no precisaban ayuda alguna para vestirse, por lo que sus botones seguían permaneciendo en el lado derecho.
LA DOBLE MORAL
La era victoriana se caracterizó por un puritanismo oficial, al menos aparente. La represión sexual era un hecho evidente. La rigidez moral llevaba al extremo de alargar las faldas de las damas hasta el suelo para que no se les pudiera ver el tobillo. De muchos es sabido que la reina mandó alargar los manteles que cubrían las mesas de palacio para ocultar por completo las patas de esas mesas y alejar así de la mente de los hombres los malos pensamientos, porque podrían relacionarlas con las piernas de las mujeres.
Con el apoyo de la iglesia se condenó toda actividad sexual, incluso dentro del matrimonio, que no tuviera como objetivo la procreación. Una moralidad oficial profundamente conservadora y puritana se instaló en el país de la mano de una burguesía cuya máxima aspiración era la estabilidad moral, el orden y la disciplina, por lo que toda emoción, aventura o sentimentalismo eran objeto de rechazo. La cultura burguesa despreciaba las emociones y los sentimientos. Lo importante ahora era la conducta recta, la sobriedad, la contención, el buen gusto, las buenas maneras, las apariencias…
Pero frente a este mundo estricto de normas y contención se desarrollaba paralelamente otro donde la prostitución, el adulterio, las actividades sadomasoquistas, la drogadicción, la homosexualidad, los negocios poco legales y hasta los asesinatos más brutales campaban a sus anchas.
La noche era la encargada de amparar vicios privados de gente acomodada. Espectáculos eróticos, prostitución, salas de juego, relaciones con menores de edad…
La llegada masiva de población a Londres, hizo crecer espectacularmente los barrios obreros y en ellos empezó a proliferar la prostitución. Se calcula que en el siglo XIX, Londres llegó a tener hasta 2000 prostitutas. La miseria y la falta de trabajo arrojó a muchas mujeres a ejercer esta actividad a cambio de unas pocas monedas. Los barrios de Whitechapel, Clerkenwell y Saffron Hill eran famosos en este sentido. Y como no podía ser de otra manera, eran muy corrientes las enfermedades venéreas. Y también las peleas y hasta los asesinatos.
La figura de Jack el Destripador aparece precisamente en este ambiente nocturno de prostitución y degradación moral. Muchas de estas mujeres fueron asesinadas de una manera atroz. Los métodos utilizados por el asesino conmocionaron a la sociedad londinense. Su refinamiento y precisión en las amputaciones y en la extracción de órganos hicieron pensar en la labor de un cirujano más que de un matarife. Hay quien piensa que asesinaba por encargo y que su modo de trabajo tan refinadamente cruel tenía como objetivo aterrorizar a las mujeres que hacían la calle para que abandonaran ese oficio y mantener así limpia la noche londinense. Algunos llegan a involucrar a la propia reina.
El asesino no obstante nunca fue encontrado.
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