jueves, 2 de octubre de 2025

Días de escuela

 


Juventudes reptilianas: ya sonó el clarín que os llama a combatir…(1)


Hasta la adolescencia Aurelio Cabeza siempre fue un mal estudiante. Se distraía con el vuelo de una mosca. Enredaba mucho y no atendía convenientemente a las explicaciones de los profesores. Se entretenía en hacerles caricaturas o en emitir ruiditos disruptivos con la boca o con la ranita de hojalata (clic-clac) que escondía en el bolsillo y que solía sacar de paseo en plena sesión docente, como aquella vez en la que el padre Casiano disertaba sobre el movimiento uniformemente acelerado.

Entonces no había psicólogos en los centros educativos, ni orientadores, ni equipos multiprofesionales que dijeran que lo suyo era hiperactividad o un déficit de atención o desmotivación o tal vez un diferente ritmo en la velocidad de aprendizaje y que necesitaba una adaptación curricular. Lo que había era una respuesta unánime sin necesidad de consenso previo: la ensalada de leches con la que le obsequiaban los docentes en el aula —en este caso el tal Casiano, acercándose con aviesas intenciones al pupitre de Aurelio, manteniendo, por coherencia profesional, un cabreo uniformemente acelerado— o su padre en casa cuando veía las malas notas.

Una mañana que amaneció lloviendo no se organizaron filas con los chicos en el patio como era lo habitual, sino que se les hizo subir directamente a las aulas, aunque todavía faltaran algunos minutos para la hora de entrada. La lluvia les excitaba,  les alborotaba más de la cuenta, con el aliciente de que entraban en las clases antes de tiempo pero sin profesores a la vista. 

—¡Cabeza, dibuja al Casiano! 

Y él, halagado por esa deferencia que le brindaba alguno de los líderes de la clase, se acercaba al encerado y allí procedía a dibujar al cura de física y química. 

—¡Ahora dibuja al Foca!

Y del mismo modo comenzaba a dibujar al orondo profe de matemáticas.

—¡Cabeza, dibuja al Benja!

Y acto seguido pergeñaba sobre la pizarra la imagen burlesca y exagerada del tutor, un hombre bajito y poca cosa, de cabeza grande y más ancha que alta, como un limón en sentido apaisado, enormes gafas, escasez de barbilla, el ceño fruncido y un belfo exagerado al estilo de los Austrias.

En ese momento dos sonoras palmadas llamando al orden se dejaron oír desde la puerta que se acababa de abrir para dar paso precisamente al tutor, ¡el Benja!, con el que tenían clase de historia a primera hora aquella mañana… Todos abandonaron la pizarra, corriendo a sentarse en sus pupitres.

Don Benjamín echó un vistazo al encerado, repleto de monigotes, se colocó justamente delante de su propia caricatura, como frente a un espejo, y mirando detenidamente su enorme labio inferior dibujado con tiza, con idéntico semblante, se volvió a los chicos y muy serio dijo:

—Que salgan aquí  todos  los que han dibujado esto.

Resueltamente, haciendo acopio de valor y temeroso, aunque satisfecho, por el “trabajo” realizado, Aurelio se levantó del asiento y caminó hacia la pizarra.

Perplejo, el profesor ordenó al resto de la clase: 

—Que salgan los demás.

Pero nadie se movió, porque, si bien era verdad que muchos otros participaron en el alboroto, nadie más que él había dibujado lo que todos podían contemplar en aquel momento. Así que, pasados unos segundos de absoluto silencio, el Benja le preguntó:

—¿Has dibujado todo esto tú solo?

—Sí, profe.

Le miró de arriba abajo y, aguantando la risa, dijo: 

—Anda, siéntate.

No hubo castigo; pero la fama de «dibujante» corrió como la pólvora por el colegio.

Una tarde, a la salida, mientras Aurelio bajaba las escaleras en fila con el resto de los chicos de su grupo, el padre prefecto, el encargado de la disciplina, el más grande de todos los docentes, un navarro de más de uno ochenta, al que todos conocían por las sonoras bofetadas que suministraba en el patio a los que no hacían las filas en condiciones, le espetó: 

—¡Cabeza, enséñame las caricaturas!

—Aquí no las llevo, padre. Las tengo arriba en clase.

—Pues bájalas, que las quiero ver.

Y eso fue lo que hizo. Subió de nuevo. Abrió su pupitre y recogió un bloc lleno de monigotes con el que bajó de nuevo. Sonriente, el padre prefecto estuvo entreteniéndose un buen rato pasando hojas y deleitándose con sus ocurrencias. Dio la bendita casualidad de que en aquel cuaderno repleto de disparates no hubiera, como otras veces, dibujos obscenos de tíos con la polla tiesa y señoras de tetas gordas y sexo peludo. De buena se libró. Creo que el encargado de la disciplina se quedó con las ganas de encontrar entre sus trabajos platos más fuertes, porque cuando terminó, algo decepcionado, le devolvió el cuaderno y le dejó marchar. 

________

(1) Fragmento -levemente modificado- del auténtico y glorioso himno colegial.

22 comentarios:

  1. Los verdaderos artistas,en pintura,cuesta reconocerlos hay mucho engañabobos. Al final triunfan y son reconocidos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El autor de esos monigotes recibió más collejas que aplausos.
      Saludos, car res.

      Eliminar
  2. Pasé nueve años en un colegio como este en el que aprendí pocas cosas. Había algún dibujante con la habilidad de Cabeza entre mis compañeros que nos enseñaba sus dibujos que nos extasiaban, sobre todo los de chicas atractiva que pergeñaba fantásticamente bien. Me hubiera gustado tener ese don pese a que me hubiera podido llevar unas cuantas collejas. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Años complicados. Yo aprendí a sobrevivir entre los malos tratos de los curas integristas y las collejas de los compañeros abusones de clase. Había que adaptarse al medio. Y una manera de sobrevivir era destacando en alguna faceta: deportes, chistes, caricaturas...

      Eliminar
  3. En la escuela el CABEZA era yo, pero no hacia caricaturas, sino dibujos a plumilla que no ofendían a nadie. Pero si tuve problemas cuando un día le cogí la palmeta al psicópata que me iba a pegar y la rompí delante de sus narices, Anda la que se lio, llamaron a mis padres y montaron la de dios es cristo, pero al final no me echaron. No fue el mío un acto de valentía, sino de rabia.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Había que tener bemoles para hacer lo que hiciste
      Aquello sí que eran malos tratos. El Avelino, cuando iba a tomarnos la lección, se quitaba cuidadosamente su Festina de esfera cuadrada, lo dejaba encima de su mesa mientras nos decía con la mirada: llegó la hora del reparto.

      Eliminar
  4. Mi misión era incitar. Siempre a la sombra, era raro el día que no encontraba a alguien dispuesto a destacar.
    Había muchos Aurelios. Encontrada la víctima, los profes dejaban tranquilo al resto, y evidentemente, yo formaba parte de ese resto.
    Salut

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ahora se habla de mobbing para refrirnos al acoso escolar y los malos tratos en el aula. Los hubo siempre, sólo que antes lo practicaban alumnos y profesores desaprensivos, y hoy los llevan a cabo alumnos descerebrados armados de un móvil.

      Eliminar
  5. Siempre que leo algo de esto, lo mismo que cuando leí "El florido pensil" del paisano Sopeña, me pregunto en qué mundo estudié yo, que no viví nada de eso. Estuve ocho años en un colegio de la Institución Teresiana y nadie me puso un dedo encima, ni para castigarme ni para otros asuntos menos confesables. Nadie. Ni ninguna compañera mencionó nada en ese sentido. Se rumoreaba algo de los colegios de monjas, pero no acabábamos de creerlo porque nosotras no lo conocíamos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que había más brutalidad, en todos los sentidos, en los colegios donde solo había chicos. Mas testosterona y castigos más severos.

      Eliminar
  6. He retrocedido en el tiempo, a aquella escuela que la vara y los castigos físicos y humillantes estaban a la orden del día, no recibí mucho, quizás por temor o porque me supe adaptar a un medio tan hostil, pero si recuerdo de gente que se hacía popular y eso le ayudaba a sobrevivir. Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aprender a sobrevivir, adaptarte al medio, desarrollar habilidades... Eso se me dio mejor cuando la mili. Ya había aprendido técnicas de supervivencia.

      Eliminar
  7. Por lo menos el niño tenía talento artístico.
    Salu2, Cayetano.

    ResponderEliminar
  8. Auguro un buen futuro para el dibujante.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  9. Hace años mi profesor Polo me descubrió renegando por un detalle tonto, me hizo escribir el motivo de mi ira en un papel, me dijo que no me contenga, que escriba palabrotas si es necesario, me dijo que use todo el tiempo que necesite, el siguió on la clase y yo con mi carta, cuando termine me sentí aliviado, era la primera que hice mi catarsis escribiendo, esa lección me quedo grabada para toda la vida y mi profesor Polo causo un impacto positivo para el resto de mi vida. Hizo muy bien el profesor, si el alumno es bueno dibujando hay que estimularlo para que desarrolle su potencial.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Buena idea la de tu profesor. Un placer verte de nuevo por aquí.
      Saludos.

      Eliminar
  10. En mi clase había una niña que imitaba las voces de las profesoras y esa si que se llevó un buen bofetón de la de Lengua y Literatura.
    Pero me encanta la reacción de esos profesores al no castigar al artista. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Les resultaba llamativo que un alumno de trece o catorce años dibujara caricaturas.
      Saludos, Arantza.

      Eliminar