lunes, 29 de septiembre de 2025

Mira que me lo ponéis difícil (Matar al personaje 2)

 


Esta vez se lo merecía, sin ningún género de dudas. Había creado un personaje abyecto, un psicópata, un criminal... Nadie iba a mostrar simpatía ni compasión por un tipo así, capaz de asesinar y descuartizar a dos ancianitas tan solo por tener la tele alta todas las noches mientras veían programas basura. Reconozco que lo del televisor a toda pastilla era de un mal gusto evidente. Y que la sordera de ambas provocaba además un grave problema de convivencia vecinal. ¡Pero no justificaba en ningún caso la atrocidad doble cometida por mi personaje!
Estaba claro que el asesino se merecía el peor de los castigos, la pena máxima. No habría compasión para él.
Así que decidí cargármelo y santas pascuas.
El problema venía del modus operandi o, mejor dicho, del modo "ejecutandi".
Pensé en el saco lleno de bichos y piedras que los antiguos romanos reservaban a los parricidas para ahogarlos en el río. Pero eso me traería sin duda problemas con los animalistas. La policía local podría además multarme por tirar la basura orgánica fuera de su contenedor y por contaminar las aguas.

Ahorcarlo de un árbol me llevaba irremediablemente a enfrentarme con los ecologistas.

El hacha del verdugo sobre tajo de madera era un método infalible, pero habría conflicto asegurado con el gremio de los carniceros por intrusismo profesional.

Colgarlo de una farola: problemas con el ayuntamiento por uso indebido del mobiliario urbano.

Me acusarían de despilfarro energético si elegía usar la silla eléctrica.

La hoguera la descartaba de plano por sus connotaciones de fanatismo religioso. Además había riesgo de provocar un incendio.

Tirarle un piano en la cocorota desde el sexto piso supondría la condena de las asociaciones musicales. Y de los barrenderos.

Atiborrarle de psicofármacos o sobredosis de Frenadol: colegio de farmacéuticos poniendo el grito en el cielo por el uso indebido de medicamentos.

Atropellado por un camión... No quiero ni pensar en las protestas del sindicato de transportistas.

Untarle de miel y y echarlo a los osos... Tenía mis dudas por ser un método demasiado dulce, además de caro.

Usar gas letal, como aquel fatídico zyclón b... Me tacharían de nazi.

Pensé en el estanque de pirañas y en la multa que me iba a caer por alimentación indebida de animalitos, dado el exceso de conservantes y el alcohol en sangre que acumulaba mi personaje al gustarle demasiado el morapio.

Los psiquiatras y psicólogos que lo atendieron intentaron, si no justificar, sí explicar los fundamentos de su abominable y doble crimen: problemas en la infancia, maltratos de un padre alcohólico, frustración profesional… Como Hitler más o menos.


Al final opté por dejarle con sus remordimientos y que el sentimiento de culpa le devorara lentamente las entrañas mientras cumplía condena encerrado en su celda, dando paseos por el patio y colaborando en la lavandería o en labores de cocina en el penal, además de asistir a clase para la obtención del título de Graduado en Educación Secundaria.



viernes, 26 de septiembre de 2025

Paseo matutino



Aquella mañana me tocaba revisión médica y decidí irme andando hasta la clínica dándome un paseo en vez de coger el autobús.
Elegí la peor opción, pues la caminata, lejos de ser un paseo agradable, se convirtió en un trámite con obstáculos, en una gincana geriátrica cuyo premio final era una mano enguantada en mi ano.
Me calcé el bastón porque el bastón, a estas alturas, no se lleva, se calza como una prótesisy encaré la calle con mi mejor expresión de indiferencia. A los diez pasos, una paloma me defecó en la boina. Buen augurio. Blanca, líquida, tibia. Un mensaje del universo: “no te queremos”.

En la esquina de la calle, un grupo de operarios había vallado media acera para “reformas urgentes”. No vi a nadie trabajando, pero sí un cartel que decía: “Estamos mejorando tu ciudad. Perdona las molestias.” O no. Intenté rodear la obra y casi me caigo dentro de una zanja, profunda como la crisis de Lehman Brothers.

Seguí avanzando. Me crucé con Encarnita, mi exsuegra, que me vio y fingió que se le había metido una mota en el ojo para no saludarme. La vi desaparecer detrás de una parada de autobús. Yo aproveché para quitarme una piedra del zapato.
Un coche pasó rozando la acera. El conductor me gritó: “¡Ánimo, campeón!”. Aceleró. Era Guillermo, mi hijo menor.

Llegué por fin a la clínica. Entré. En recepción, una señora con gafas del tamaño de dos paelleras me preguntó si venía “a revisión”. Dije que sí. No dije de qué, por pudor, pero ella ya me tenía fichado: “Urología, sala tres. ¿Ya está más relajado que la última vez?”

Me senté. A mi derecha, un niño con mocos en estado semisólido jugaba con una tablet. A mi izquierda, un señor leía La Razón con concentración casi religiosa.

La uróloga era nueva. Se presentó con voz alegre, demasiado alegre para lo que íbamos a compartir:

¡Hola, don Rogelio! Vamos a echarle un vistazo a esa zona, ¿vale?
Como si se tratara de una terraza que hubiera que regar.
Me pidió que me bajara los pantalones. No discutí. A estas alturas, si alguien quiere ver mis vergüenzas, es su problema.

Relájese.

No puedo. Nunca he podido. Ni dormido. Ni muerto.
El tacto rectal fue rápido, eficaz y humillante como solo puede serlo cuando lo realiza alguien que podría ser tu nieta. Durante el procedimiento, vi mi vida pasar como un documental de La 2, con voz en off de Constantino Romero, mientras un cocodrilo en un santiamén se merendaba un ñu.
Cuando terminó, dijo:

Todo está en su sitio.

Mentía. Mi dignidad había quedado en la papelera, entre sus clínex usados y el guante. Por cierto, una duda: ¿venderán solo guantes de la mano derecha a los urólogos diestros? Si no, ¿buscarán médicos zurdos para comprar a medias los paquetes de guantes?
Salí tambaleante, algo mareado. Me topé con un cartel nuevo: “Hoy hay vermut gratis en la Asociación de Jubilados.” Por un segundo, dudé entre ir o lanzarme a las vías del tranvía. Elegí el vermut. Quizás hubiera aceitunas.
En el camino de vuelta me volvió a cagar otra paloma. Esta vez no protesté.

lunes, 22 de septiembre de 2025

Fusión

 



Aquella mañana, mientras apuraba el café del desayuno, miré por la ventana y comprendí el significado del brillo de las aceras tras la lluvia. Al menos lo que significaba para mí. 

El agua parecía comunicarse conmigo a tan temprana hora y escribía su mensaje sobre el suelo reluciente, con gotas en vez de con palabras. Seguramente era una ensoñación, algo ilusorio que ocurría en mi mente cada vez que me quedaba mirando fijamente cualquier cosa, llámese un cuadro, la tele apagada o el trasiego de la gente allí abajo en la calle, la misma calle que hoy se despertó mojada. A veces dudo de que mi cerebro, en estas ocasiones, tenga la libertad de decidir esto o lo otro. Es un mecanismo inconsciente que obra en mí a su antojo cada vez que me quedo ensimismado mirando algo, totalmente absorto, abducido por lo contemplado. 

Y así estaba yo, como tantas otras veces, con la taza de café en la mano, con la mirada perdida en la lluvia caída que lustraba el suelo como un espejo. Y el mensaje que recibía consistía en que aquello era sin duda un indicio, una señal del comienzo de la catástrofe: el mundo se licuaba irremediablemente. La ciudad se disolvía poco a poco hasta acabar desapareciendo. 

Se hacía necesario pues irse inmediatamente de allí; pero me sentía incapaz de moverme del lugar. Parecía petrificado, impávido, la mirada perdida tras el visillo de la ventana, contemplando sin demasiado entusiasmo las calles tras el chaparrón, los coches relucientes, los charcos formados en la calzada reflejando el cielo cuajado de nubarrones grises alternando con diminutos huecos de un azul intenso, la sensación de humedad penetrando por mis ojos y mi piel a través del cristal salpicado de gotas, trepando como impulsos eléctricos por mis terminaciones nerviosas y por mis músculos hasta llegar a los huesos. En ese momento me di cuenta de que mis manos estaban húmedas. No hacía calor y sin embargo tenía la sensación de manos mojadas. Mis dedos empezaron a gotear. Contemplé horrorizado cómo, a medida que esto ocurría, se iba formando un pequeño charco debajo de mí, como ocurre cuando caen al suelo unos cubitos de hielo y se van deshaciendo mientras menguan lentamente. Entonces comprendí que me estaba licuando, como la nieve en las cumbres, como la ciudad, como el mundo. Y que ya era tarde para escapar, para emprender mi huida. Demasiado tarde.

viernes, 19 de septiembre de 2025

Gramática parda. Oraciones 1



La oración "copulativa".

¿Qué mejor ocasión para aprender sintaxis qué analizando este párrafo de Julio Cortázar?

Tómese su tiempo y, sobre todo  practique, practique mucho...


"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias".

Julio Cortázar. Rayuela. Cap. 68

martes, 16 de septiembre de 2025

El rey de las fiestas



Mi futuro laboral cambió radicalmente el día en que Kim Jong-Un me contrató para organizar las fiestas del pasado día 10 de septiembre, como celebración de los 77 años de la gloriosa revolución de Corea del Norte. ¿Quién mejor que yo?


Siempre fui un experto en esto de los festejos. Amante de la tauromaquia, del follón, de las procesiones, de los desfiles y de la pirotecnia, todos los ayuntamientos del país se peleaban por contratarme para sus fiestas locales. Muchos se quedaban sin mis servicios por coincidir sus festejos con los de otras localidades en la misma semana, de agosto, sobre todo. Así que mi agenda siempre andaba apretada. Y en ese contexto un buen día recibí el encargo de tan insigne personaje para la onomástica patriótica: quién mejor que yo para organizar un evento de masas a base de ruido, devoción, sangre, culto al líder, pasión y pólvora.

Sugerí a Lan Ching-Ao, jefe de protocolo, propaganda y peloteo (PPP) del régimen autocrático norcoreano, la posibilidad de usar las celebraciones españolas como punto de partida para las suyas, con las siguientes peculiaridades y lógicas modificaciones:

Procesiones:

Sustituir la imagen del Cristo de los pasos de Semana Santa española por una efigie del dictador sentado en su trono de impartir órdenes con el dedo índice señalando hacia adelante, rodeado de velas y marcando decidido el rumbo a seguir por su pueblo. El Gran Poder, versión norcoreana. Habría previamente un concurso para seleccionar costaleros entre los voluntarios forzosos que se presentasen. ¡Qué orgullo poder llevar sobre los hombros al amado líder, mecerlo y hacer la “levantá” al tercer golpe de martillo!

Música popular:

Reemplazar nuestra conocida pachanga de Paquito el Chocolatero por la «Aegukka» o el «Himno Nacional de Corea del Norte».

Toros:

Sustituir los encierros taurinos por los “encierros” de presos desnudos corriendo por las calles perseguidos por jaurías de perros rabiosos.

Gastronomía:

En vez de envenenar al personal con las consabidas fritangas típicas de las ferias españolas, como churros, chorizos y gallinejas, se usarían directamente garrafas de kimchi, sopa y pasta de soja, también alguna culebra a la parrilla.

No podrían faltar tampoco una buena dosis de música patriótica por las calles, verbenas a base de bailes típicos, atracciones de feria con montaña (rusa, por supuesto), las consabidas escopetas de aire comprimido (tiro al yanqui), puestos callejeros e iluminación desmesurada al estilo del alcalde de Vigo.

Fuegos artificiales:

Habría un desfile militar previo con ostentación obscena del arsenal atómico transportado por enormes camiones, con el fin de mostrar el poderío nacional y entusiasmar a las masas. La novedad de este año consistiría en que la pólvora no se emplearía solo en los fuegos de artificio sino en fusilamientos públicos masivos y no se harían con balas de fogueo sino con fuego real. Eso sí, se llevarían a cabo en la Plaza Kim il-Sung de Pionyang, coincidiendo con la traca final. Un bonito cierre de las fiestas.

El éxito estaba asegurado.

__________
Aclaraciones:

1.- Este texto fue escrito casi en su totalidad con anterioridad a la celebración del evento patriótico, de ahí el peculiar uso de los tiempos verbales.
2.- Por lo que se comenta todo salió estupendamente.
Y esto no ha hecho más que empezar. Espero que después del éxito conseguido tras el contrato con Kim Jong-Un no tarden en solicitar mis servicios Netanyahu, Putin o Trump.
3.- Esta entrada se publica simultáneamente en La Charca Literaria.

viernes, 12 de septiembre de 2025

Gramática parda 1. Adjetivos.

 


¡Haga uso de su libertad de expresión!
Recorte y pegue aquí la imagen del político que más asco le dé, local, autonómico, nacional o internacional.
¡Y disfrute!



Táchese lo que no proceda (máximo seis adjetivos): 

Ambicioso, tirano, prepotente, intolerante, indigno, interesado, perverso, redomado, cicatero, malévolo, inhumano, terco, despiadado, mezquino, egocéntrico, inclemente, megalómano, miserable, déspota, bellaco, obstinado, dictador, obsesivo, desconfiado, ruin, inmisericorde, insidioso, opresor, taimado, iluminado, mediocre, retorcido, astuto, vil, sanguinario, manipulador, impresentable, abyecto, jactancioso, resabiado, obcecado, receloso, engreído, injusto, oportunista, rencoroso, criminal, despreciable, vengativo, calculador, sórdido, insaciable, cruel, pertinaz, vanidoso, aprovechado, malvado, maniático, inculto, pérfido, resentido, infame, genocida, acomplejado...

martes, 9 de septiembre de 2025

Diálogo apócrifo entre don Quijote y Sancho

 

Imagen de Gustavo Doré


Diálogo imaginario al estilo cervantino.

Para que me saliera más convincente el habla de don Quijote, le puse mentalmente  voz de Fernando Fernán Gómez. Y que don Miguel me perdone por la osadía.


—Amigo Sancho: no te fíes ni de tu sombra, que vendrán aduladores a regalarte el oído para obtener un beneficio o causar un mal a su prójimo, que hay mucho aprovechado e hijo de Satanás capaz de vender su honra por un plato de lentejas, que los tiempos son lo que son, y a río revuelto ganancia de pescadores.

—Mi señor don Quijote: ya se andará con cuidado quien quiera engañarme, que tengo siempre a mano el as de bastos y no le arriendo las ganancias ni la salud de sus costillas al que me venga con lisonjas y promesas de tan solo su boca y luego sea humo, que más quiero un toma que un dos te daré.

—Desconfía de los que inventan cosas que nunca dijimos ni tú ni yo: “ladran, Sancho, señal que cabalgamos”; “cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras”; etc, que hay mucho bulo circulando por la corte y mucho mentiroso que vive del engaño y algunos medran a la sombra de las mentiras y de la credulidad ajena, haciendo profesión de sus embustes.

—Sepa vuesa merced que tengo los dos pies en la tierra, no en las nubes como otros que yo me sé y que me callo por respeto, y no me creo nada que no haya visto o vivido, que no sé de letras pero soy bachiller en asuntos de la vida. Y las cosas son como son, que donde hay molinos no puede haber gigantes.

—Aquello fue un encantamiento del sabio Frestón, grande enemigo mío, que me hizo desaparecer los libros de mi casa. Y tal vez un efecto secundario del bálsamo de Fierabrás.

—Ya. Y las mozas de la venta eran rameras, mujeres del partido que las llaman, y no princesas.

—¡Ah, truhán. Ya sé por donde vas! ¿Pretendes acaso reírte del amo que tan bien te quiere? Pues has de saber, ingrato, que las cosas no son lo que parecen y que las mozas de la venta son tan importantes como las hijas de los reyes, que la dignidad y la riqueza no siempre son buenas amigas.

—No está en mi ánimo hacer chanza de vuesa merced. Y menos cuando me tiene prometida una ínsula de la que seré gobernador. Prosiga pues con sus sensatos consejos, que yo los pondré en práctica... a mi manera.

—Lávate los pies con frecuencia, también las manos, que quien te las estrecha no sabes donde las tuvo antes metidas, que hay mucho guarro que se las mea o que no conoce higiene tras ordeñar sus vacas, que lo mismo les da tocar ubres que teta de su esposa. Que hasta el rey, por mucha corona que lleve, está obligado a mantener las manos limpias, amén de conservar la decencia, el buen ejemplo y la honorabilidad. Y no es de buen cristiano repartir pan al necesitado con las manos sucias.

—Pues todo lo he de hacer, que no digan que Sancho es un botarate y un cerdo, además de iletrado. Y, aunque duro de mollera, sabré gobernar con mano firme, impartiendo justicia como es debido.

—Oyéndote tan comedido y sabio, caigo en la cuenta de que con el natural roce algo se te ha pegado de tu amo y piensas con la grandeza y los ideales de los caballeros andantes. Por mi parte, de tanto escucharte un día tras otro me he vuelto más simple en mis razonamientos. Me hago mayor, amigo Sancho, y la sensatez se está apoderando de mí. Así que olvidémonos de gigantes y temibles ejércitos, dejemos las cosas como están y como realmente son: molinos, busconas, pellejos de vino y rebaños. No demos oportunidad al diablo, que ya vendrá algún desaliñado escribidor a inventar historias descabelladas con las que ganar algún maravedí para llenar el puchero. Que los tiempos son duros. Y, a buen entendedor, pocas palabras.

—No se rinda vuesa merced, que todavía quedan muchos entuertos por desfacer, que no hay mal que cien años dure y que llegará un día en que no habrá malhechores por los caminos asaltando a inocentes, ni ejércitos de hombres desalmados, ni infelices que padezcan cárcel por robar un trozo de pan, ni gentes que se enriquezcan con el sudor o el dolor ajenos, ni injusticias, ni calumnias, ni maldad…

—Calla, calla, amigo Sancho, que bien parece que la cordura me viene a visitar ahora que voy para viejo. Y tú tal vez te has contagiado de mi antigua locura y en la ínsula que te prometí buscas el cumplimiento de un gran ideal. No te fíes ni de tu padre y menos si aparecen burros que vuelan, princesas y encantamientos. Porque la maldad es una enfermedad que no curan los siglos. Y no hay bálsamo milagroso para esta España de nuestros pecados.

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viernes, 5 de septiembre de 2025

Instancias debidamente cumplimentadas

 

 

 

Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.
Ana Karenina, León Tolstoy.

 



Federico Marchante se situaba en una de las segundas. De padre alcohólico y madre joven y en exceso protectora, en un hogar con pocos recursos económicos, tenía todas las papeletas para ser un desgraciado. Y lo fue. De haber vivido en la Alemania de entreguerras se habría convertido en un agitador de masas, en una especie de Adolf, solo que le faltaba talento para el arte y la oratoria. Además vivía en la España de los años sesenta, donde ya teníamos un dictador oficial, y nuestro país no había sufrido la afrenta de una paz impuesta desde fuera como pasó en Versalles, únicamente un transitorio período de aislamiento internacional, superado inmediatamente gracias a los intereses americanos, al trigo de Perón y a la intercesión del Vaticano.

Así que Federico se tuvo que conformar con su modesto bigotito al estilo facha y con dedicarse a la labor de simple funcionario amargado del Instituto Nacional de la Vivienda.

Su trabajo era el de atender al personal por ventanilla: instancias para solicitar vivienda protegida con sus pólizas, etc.

 —Vaya a la ventanilla ocho y acredite allí mediante el dni su identidad. Necesitará certificado de penales y de buena conducta, una declaración jurada de su adhesión a los principios fundamentales del movimiento.  Le darán un escrito de conformidad. Tendrá que rellenar también esta instancia dirigida al Ilustrísimo Señor Ministro —cuya vida guarde Dios muchos años—, y adjuntar una póliza de cinco pesetas. Luego vuelva con todo y le sellaré la solicitud que habrá rellenado. Abriremos una carpeta a su nombre y...  ya solo le quedará esperar. Si es aprobada le avisarán.

Su trabajo era sencillo. Una mera rutina que se repetía todas las mañanas en horario de mañana, de nueve a una. Y su capacidad para otorgar algo de felicidad o esperanza a los que hacían cola frente a su ventanilla, nula.
Su inmediato superior, jefe de negociado, le decía: solicitud que venga sin recomendación... a la papelera. Cada día se tiraban montones de impresos debidamente cumplimentados y con su póliza de cinco pesetas convenientemente pegada, que una cosa no quita la otra.

No tenía miramientos ni escrúpulos. Le importaban un comino los problemas de los demás.
Pues sí: Federico era un desgraciado, un infeliz… y un reprimido. Se le iban los ojos detrás de todas las mujeres y aprovechaba cualquier oportunidad para hablar despectivamente de ellas, a las que acusaba de ir provocando, una táctica clásica de hombre despechado que no se come un rosco.

Hasta aquel aciago día en que el destino le ajustó las cuentas. Pues a todo cerdo le llega su San Martín.
Como se le daban muy mal las relaciones sociales, no tenía pareja y follaba menos que un diácono en cuaresma, solía aliviarse de vez en cuando acudiendo al sexo de pago; o sea, que se iba de putas una vez al mes.
Pero mire usted por donde que al salir un día del burdel, mientras chupaba un caramelo de menta y se iba abotonando la bragueta, tuvo el infortunio de toparse con el Boni, otro infeliz, un expresidiario al que en su momento le denegó la solicitud de vivienda protegida por sus antecedentes penales.

 (“España sólo premia a los ciudadanos decentes”, le llegó a decir aquella mañana meses atrás, mientras con una sonrisa le devolvía de mala manera la solicitud que ni llegó a "archivar"). 

Y el Boni, que tenía buena memoria y mala leche, se vengó.
Y así acabó Federico, tirado en una esquina maloliente, sobre un charco de pis de perro, con dos cuchilladas traperas, una en la barriga y otra en los huevos. Y en la frente, pegado con saliva, un trozo de papel con el dibujo tosco de una póliza de cinco pesetas.


 (Este texto fue anteriormente publicado en La Charca Literaria:

https://lacharcaliteraria.com/instancias-debidamente-cumplimentadas/ )

lunes, 1 de septiembre de 2025

Secundario

 

Siempre me sentí el segundo de a bordo.

Si mi vida fuera una película yo sería un actor secundario, como Walter Brennan, Steve Buscemi, Miguel Ángel Rellán o Chus Lampreave.

Ya en el día de mi nacimiento mi padre dijo: «Qué feo me ha salido el jodío. No sé a quién coño se parece. Menos mal que tenemos otros dos».

En el colegio de curas San Alligator nunca me sacaban a la pizarra para recitar la poesía del día de la madre, ni para formar parte del coro para cantar Juventudes Reptilianas, ni siquiera para optar al puesto de monaguillo en las misas del primer viernes de cada mes. Solo lo hacían para regañarme o para darme de hostias. El Avelino, cuando venía con ganas de repartir leches, sacaba al Benayas para recitar la lección. Y después de reírse y de imitarle por su tartamudez, me nombraba a mí, que nunca conseguía aprenderme de memoria el tema de Geografía, y mientras yo decía: «Burgos tiene al norte La Lora, tierra de páramos y de pastos, cuyo centro es Sedano. Más al sur la Bureba…», y ahí me quedaba estancado, él se quitaba cuidadosamente el Festina y lo dejaba despacito sobre su mesa. Después venían las bofetadas. Era un sádico.

Los compañeros, cuando en el recreo echaban a pies con el fin de repartirse los jugadores para el partido, nunca me elegían hasta que solo quedábamos Blas, el cojo, y yo. Y ya no había otra opción: uno para cada equipo.

En mi casa materna nunca estrenaba ropa. Cuando a uno de mis hermanos le quedaba pequeña la suya, yo la heredaba. Y tan contento.

En mi matrimonio nunca fui el rey de la casa, solo el mayordomo, sin mando en plaza y en un segundo plano en la toma de decisiones. Las opiniones de mi suegra eran prioritarias siempre: «mi mamá dice que…».

No me gustan las acelgas rehogadas y mi suegra, cuando cenábamos en su casa, siempre las tenía hechas para fastidiarme.

Quise ser profe universitario, pero mis aptitudes no me dieron para más y me tuve que conformar con ser docente en Secundaria.

Secundario: estaba predestinado a ser siempre el segundo de a bordo.

Mis padres me debieron bautizar con el nombre de Secundino. Aunque, bueno, tampoco estuvieron muy desafinados y me pusieron Casiano. La de chistes idiotas que he tenido que aguantar. ¿Os imagináis a un rey o a un magnate de los negocios con semejante nombre? Pues eso. 

Bueno, os tengo que dejar. Me ha llamado el editor de La Charca Literaria para decirme que publican esta semana un texto mío. Se ve que se han agotado las reservas de los autores estrella y no queda más que la purrela: cosas de Pesca de arrastre y un cuento de tartamudos del Benayas.