lunes, 24 de noviembre de 2025

En tu casa o en la mía borrador

 


Fue muy divertido aquello que ocurrió con unos amigos de Madrid que vinieron a comer a mi casa del pueblo y trajeron como presente un queso, meticulosamente envuelto.

No te creas que lo compré en mi barrio —se sinceró él—. Lo he traído de una tienda que hay en la localidad de la sierra donde veranean mis padres. Es una tienda especializada en quesos y embutidos. Y este es el que siempre compramos cuando vamos por allí.

Al quitarle el envoltorio, nos entró la risa cuando comprobamos que ese queso, semicurado y viajero, no era de fabricación serrana, sino que había sido elaborado nada más y nada menos en una quesería del lugar donde vivíamos. Es decir que había viajado a diferentes sitios de nuestra geografía y por obra y gracia de la casualidad había acabado su recorrido en su propio lugar de origen. Un trayecto muy tonto, innecesario diría yo, de ida y vuelta. Pensamos que era demasiado trajín para un simple queso. Nos reíamos mucho con los amigos con aquella anécdota que gustábamos recordar de vez en cuando:

Nació aquí y aquí vino a morir. No quiso acabar sus días lejos de casa. Un queso muy patriota. Brindo por él —decía yo levantando mi copa.

Esto viene al caso por el asunto de la botella de vino, viajera también. Hablando de regalos cuando vas a casa de alguien, es costumbre arraigada en muchos países, entre ellos el nuestro, llevar una botella cuando te invitan a comer o a cenar.

La verdad es que aquella botella que llevé a la cena de cumpleaños de Adela no la compré. Me la regaló un sobrino postizo, experto en la cata de buenos caldos. Era un Artadi, un gran reserva de la Rioja alavesa, cosecha de 2017. Unos 45 o 50 pavos.

En ese momento estaba tomando antibióticos y no era procedente ponerme a tomar vino. Así que aplacé abrirla. Decidí esperar para bebérmela más adelante o usarla en su momento también como regalo. Y eso fue lo que finalmente hice. La llevé a casa de Adela cuidadosamente envuelta en una bolsa de papel, como si acabase de comprarla.

Pasó el tiempo, y al cabo de los meses vino la sorpresa. En una fiesta de aniversario de unos amigos reparé en el surtido de bebidas dispuestas sobre una mesita auxiliar del comedor y, en ese preciso momento, me di de bruces con mi botella. Comprendí entonces que aquella infatigable viajera había ido de casa en casa, de fiesta en fiesta, testigo sin duda de mil situaciones, de mil conversaciones, de encuentros y desencuentros. Y ella, incólume, asistiendo al sacrificio caprichoso de otras compañeras, más económicas sin duda, que serían abiertas y bebidas mientras la mía, la de cincuenta pavos, se salvaría reservada para mejor ocasión…

Al contemplar aquel día mi Artadi Gran Reserva pasé del asombro a la estupefacción cuando mi mirada reparó en Adela, invitada también a la fiesta y que, percatándose plenamente de mi desconcierto, no me quitaba ojo. No parecía sentirse incómoda ni culpable sino partícipe de un ritual que compartíamos. Entonces comprendí dos cosas. La primera es que ambos éramos cómplices silenciosos de un juego practicado por muchos y, la segunda, que aquel vino caro que pasaba de mano en mano cambiando continuamente de destino posiblemente no sería bebido jamás por nadie. Fue en ese momento cuando Adela se me adelantó, se acercó a la mesita, echó mano al sacacorchos, abrió la botella y, guiñándome un ojo, escanció parte de su contenido en dos copas.

viernes, 21 de noviembre de 2025

La gripe



Fuente de la imagen:OMS. 0

https://share.google/K8gUYiGdnNXyWJtyG


La gripe siempre está desgraciadamente de moda.

Por si las moscas yo me vacuno cada año.
En 2013, en este blog, hice una entrada sobre la mal llamada gripe española, esa que padecimos en plena Primera Guerra Mundial:

Se denominó “gripe española” porque aquí los diarios hablaban libremente de ella, sin la censura que otros medios informativos padecían en el resto de Europa por causa de la guerra. Los gobiernos de los países que combatían no estaban dispuestos a que sus soldados se desmoralizaran al enterarse de que además de sus enemigos militares había otro igualmente peligroso y mortífero. De ahí la censura informativa.

No te pierdas la entrada y menos los comentarios. Algunos de ellos parecen premoniciones de lo que pasamos años después con el Covid.
Si quieres dejar un comentario puedes hacerlo aquí o en la entrada de aquel año, como viajero del tiempo.

https://latinajadediogenes.blogspot.com/2013/05/la-gripe-espanola.html?m=0

lunes, 17 de noviembre de 2025

El monstruo

 

Aprovecho el tirón de la película de Guillermo del Toro para retomar una vieja entrada mía.


El monstruo 


Hacía un frío que pelaba en aquel viejo caserón a las afueras de Londres.

Un cielo encapotado con un manto gris amenazaba lluvia.

Anochecía.

Al poco estalló la tormenta.

Dentro de la mansión alguien andaba frenético entre máquinas, manuales de anatomía, cables, probetas y tubos de ensayo. Era el doctor Víctor Madenstein, un hombre alto, bien parecido y de sienes plateadas, que trasteaba en su laboratorio. Junto a él, un ser descomunal atado con correas sobre una tabla horizontal que hacía las veces de camilla. Sus muñecas y sus tobillos se mostraban sujetos a unas abrazaderas metálicas de las que salían unos cables que iban a parar a una consola cercana formada por un sinfín de botones, llaves y palancas.

Atrás quedaron los días de los preparativos: noches interminables a la luz de una vela consultando viejos manuales de anatomía, el saqueo de las tumbas en busca de cadáveres frescos y adecuados, y todo eso que aparece en las películas alusivas durante la primera media hora de proyección para ir abriendo boca.

Ahora era el momento definitivo. Aquel ser inerte que yacía en la improvisada camilla, fruto de tantas horas de experimentos y ensayos, era el resultado de un proceso que en ese momento llegaba a su recta final. La hora de la verdad había llegado.

Y aquella era la tormenta esperada, la tormenta perfecta. El ruido de los truenos servía de banda sonora y telón de fondo para la situación que estaba teniendo lugar.

De pronto, un relámpago iluminó violentamente la sala, una escena en blanco y negro, como no podía ser de otra manera. Una luz pálida procedente de la claraboya del techo alumbró por un momento el cuerpo yacente. ¡El rayo había caído precisamente sobre el tejado! Y desde  el pararrayos exterior se comunicó con el interior del laboratorio a través de los cables dispuestos para tal fin. La descarga sacudió violentamente al gigante que estaba tumbado.

¡Lo conseguí! dijo entusiasmado el doctor cuando percibió un leve movimiento en los párpados del ser aquel.

Y el doctor Madenstein, aquel hombre alto, bien parecido y de sienes plateadas, lloró de alegría, como llora una madre cuando recibe en sus brazos el fruto que se gestó durante nueve meses en su vientre.

Deslumbrado por la situación, se quedó con los ojos muy abiertos mirando su obra. Aquella criatura le pareció bella, a pesar de su metro noventa y ocho, sus cicatrices, sus remaches y tornillos, sus zapatones y su pelo recortado a trasquilones. El monstruo abrió primero un ojo, después el otro, y se quedó mirando fíjamente a Víctor Madenstein. Luego, tras emitir una especie de carraspeo, se incorporó, rompiendo correas y abrazaderas, y dijo:

¿Cuál es mi estatus? ¿Nacido? ¿Adoptado? ¿Fabricado? ¿Con cuántos años nazco? ¿Debo ser considerado menor de edad? ¿Serás mi tutor? Espero haber caído en la familia adecuada y que mi padre, presuntamente tú, sea una persona responsable que me dé buen ejemplo y atienda mis necesidades. Espero que lo mío sea legal. No vaya a ser que salga por ahí algún heredero y me líe alguna por nacimiento ilegítimo. Anda que te has lucido: ¿No había otro más feo en el cementerio? Ya te vale, tacañón. Me has hecho de recortes de saldo. El flequillo cortado a bocados, como si fuera un antisistema, es de juzgado de guardia. Digo yo que me podrías haber buscado una ropa de mi medida. Esta chaqueta me queda corta y tiene más mierda que el sobaco de una mona. 

Y fue en ese momento, en ese preciso momento, cuando Víctor Madenstein, el hombre alto, bien parecido y de sienes plateadas, comprendió que se había equivocado y que tarde o temprano tendría que deshacerse de su obra, lo cual ocurrió poco después, cuando el monstruo se dedicara a sembrar el pánico por la localidad haciendo de las suyas. Fue muy sencillo: le retiró la asignación semanal y le confiscó la Play Station y el móvil. Desesperado, se fue de casa.

____________

Y que Mary Shelley, Boris Karloff y Guillermo del Toro me perdonen por esta relectura descabellada.


jueves, 13 de noviembre de 2025

Los bonitos cuentos de la infancia 2

 


Ilustración de Arthur Rackman
(El texto no)


Los cuentos infantiles son esas cosas que, entre “érase una vez” y “comieron perdices”, se puede rellenar lo de dentro al antojo del autor. Eso sí, en todo cuento que se precie debe haber una buena dosis de misterio, sensiblería, intriga, penas, seres malvados… Y hasta una moraleja para el lector, faltaría más. Que lo leído, además de entretener, debe ofrecernos alguna enseñanza.

¿Quién no recuerda el impacto emocional de algún cuento de la infancia? Rememoro ahora la historia de una ballenita perdida por su madre despistada en medio del océano y el berrinche que me llevé según me contaba el asunto la tata Antonia, una mujer mayor que se regodeaba sádicamente de mis pucheros. Porque antes de venir a menos yo fui un señorito de los de tata en casa. Y ella debía cobrar poco y se vengaba haciéndome rabiar.



Gustave Doré


¿Será por eso que la inmensa mayoría de los cuentos infantiles son terribles, rozando algunos el sadismo? Blancanieves, Cenicienta, Caperucita Roja, la Bella Durmiente, Pulgarcito, Rapunzel o Hansel y Gretel. Niños abandonados, mocita que debe atravesar el bosque oscuro para ir al encuentro de su abuelita, niña maltratada por su madrastra y por las harpías de sus hermanastras, jovenzuela envenenada y que entra en coma por una manzana en mal estado, una bruja que se quiere comer a los hermanos abandonados por sus padres, un ogro que idem de lo mismo… Y detrás de todo ello posiblemente empleados mal pagados, sádicos vengativos que perseguían asustar a los nenes para que se quedaran paralizados de miedo. Como la tata Antonia.