Cuando desperté, mi habitación seguía allí.
Algo realmente increíble, difícil de entender, puesto que
durante la noche había desaparecido materialmente. Podría jurarlo. Se había
disuelto, evaporado, desintegrado en las primeras horas de la madrugada. Las
paredes, el techo, la puerta, las ventanas... todo se había esfumado. Resultado
de un torbellino inexplicable que surgió en medio de la oscuridad.
Pues lo dicho. Yo tendría nueve o diez años, y estaba con el
embozo de la sábana hasta la nariz, dejándome caer en el vacío, adentrándome en
la nebulosa de Morfeo, gracias al poder narcótico del sueño, cuando todo sobrevino: la cama comenzó
primero a mecerse como una cuna, leve y suavemente, cabeceando como una barca
sobre un mar ligeramente ondulado, de la proa hasta la popa; y, luego, de
izquierda a derecha, como si dijéramos, de babor a estribor. Más tarde, el
movimiento aumentó, se hizo más
pronunciado, casi violento, como si me adentrara en un mar tempestuoso.
La barca -perdón, quise decir la cama- subía y bajaba en medio de aquella
galerna como si estuviera en una montaña rusa. Paralelamente, la habitación se
fue despojando de techo y paredes. El viento agitaba mi lecho en medio de la
negrura del temporal. Y sin embargo logró
aguantar milagrosamente. Sin siquiera deshacerse. La cama era fortín y refugio.
Allí me parapeté yo, abrigado con el embozo hasta los ojos, y logré transitar
el proceloso mar de las pesadillas nocturnas. Pero cuando la noche remitió y
todo acabó y los primeros haces de luz se colaron por las rendijas de las
contraventanas, y mi madre entró en el cuarto para que me levantara para ir al
cole, pude comprobar que la habitación seguía allí, intacta pese a todo, tal y
como estaba antes de conciliar el sueño.
Un mal sueño. No vuelvas a beber agua antes de ir a dormir que luego pasan estas cosas.
ResponderEliminarBesos, Cayetano
Tienes razón. Mejor beberé vino.
EliminarUn abrazo, Arantza.
Buena historia. Sabes, Monterroso como Calders era niños grandes que escribían sueños.
ResponderEliminarSomos niños grandes pues.
EliminarUn saludo, Francesc.
Me ha encantado el relato, Cayetano. Los detalles de la zozobra los has narrado de forma magnífica! Mis felicitaciones por tus letras!!
ResponderEliminarLau.
Gracias, Laura.
EliminarAsí da gusto escribir.
Un abrazo.
Este el cuento más corto no es,es más, ha debido ser la noche más larga para tu protagonista.
ResponderEliminarSAludos.
Cierto, una noche larga y llena de zozobra.
EliminarUn saludo, Manuela.
Los sueños...un escape del día...el cerebro intentado "desestresarse" de lo sucedido y posiblemente darle un sentido al futuro...
ResponderEliminarMuy bueno el relato. No defrauda
Saludos
Tan necesarios esos sueños como el tiempo que dedicamos al estudio o a la comida.
EliminarUn saludo, Manuel.
Con tus letras has sabido llevarnos a lo más hondo de esa pesadilla marinera, una recreación fantástica de lo onírico.
ResponderEliminarUn saludo!
Quién no ha soñado de niño con alguna zozobra.
EliminarUn saludo, Félix.
Uno jamás es dueño de sus sueños. Estos siempre te asaltan.
ResponderEliminarSalut
Así es, Miquel. De noche estamos desprotegidos.
EliminarSaludos.
Me has retrotraído a la infancia, porque sensaciones que describes bien también las he tenido. La cama era una fortaleza, sin duda. Ay se hablasen nuestras camitas de niñez...Por cierto, cuánto me ha parecido estar viendo las historietas gráficas de Little Nemo. Me dejas a gusto con tu relato. Salud y serenidad.
ResponderEliminarTambién había monstruos que te acechaban de noche; pero con meter la cabeza bajo la sábana se solucionaba el peligro.
EliminarUn saludo, Fackel.
Narración de la genial aventura de la infancia!
ResponderEliminarGracias, Emejota. Una manera de recuperar esa infancia un poquito.
EliminarSaludos.
¡A saber qué se habría metido este niño por la boca o por las narices! Bueno, he de reconocer que en aquel tiempo eran frecuentes y recurrentes mis pesadillas y no tomaba nada extraño.
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo tuve una pesadilla recurrente. La misma varias noches. Tremendo.
EliminarUn abrazo, Paco.
Muy bien logrado, ese sentimiento de miedo y de refugio que se siente en la propia cama.
ResponderEliminarUn abrazo :)
Gracias, Xurxo. Miedo y refugio. Siempre ha sido así.
EliminarUn abrazo.
Los sueños, sueños son. Pero, ¿cómo saber que no eres un grumete en la tormenta que soñaba que era un niño en la cama cuya habitación seguía allí?
ResponderEliminarUn saludo.
O las dos cosas, como la mano que dibuja la mano que dibuja la mano de Escher.
EliminarUn saludo, Carlos.
Amigo Cayetano, despertar es el momento más arriesgado del día, unos encuentran un dinosaurio, otros despiertan convertidos en un escarabajo, otros se encuentran con la habitación y la realidad de siempre, ¡Qué horror!, puestos en este plan, más valdría no dormir y evitar, así, los sustos.
ResponderEliminarAbrazos
Así es, amigo Francesc: despertar es toda una aventura. Y sería un problema mucho más grave si no lo hacemos.
EliminarUn abrazo.
Es sabido la propensión de los niños a reproducir pesadillas los despiertan sudorosos en plena noche. La luz del día hace volver todo a la normalidad. Así que podría decirse que es un cuento basado en hechos reales.
ResponderEliminarSaludos.
Parte de autobiográfico tiene.
EliminarUn saludo, DLT.
De grumete a almirante, soñaba el futuro escritor imaginando que, dominando las tormentas, quizá llegaría a ser un capitán de quince años. Y que al despertar, a su lado seguiría el dinosaurio que sería pequeño, feo y simpático.
ResponderEliminarQue nunca falte la imaginación, Cayetano.
De aquellos barros, estos lodos. Jejeje.
EliminarUn saludo, Ana.
Detesto cuando sucede eso...
ResponderEliminarLa figura de Monterroso debería de ser un poco más apreciada en la literatura, y no lo es. Su lugar lo ocupan mediocres que pronto son olvidados...
Saludos,
J.
Así es. Ha creado escuela.
EliminarUn saludo, J.
Eso me pasaba a mí de pequeña cuando comía demasiado jamón ibérico por la noche, que tenía pesadillas y las paredes de la habitación comenzaban a dar vueltas y más vueltas sin que pudiera hacer nada más que caer en el sueño más profundo.
ResponderEliminarSaludos
La manteca del jamón haciendo de las suyas. Jejeje.
EliminarUn saludo, Carmen.
Siempre he sido persona de pesadillas a cual peor, con los años parece que han disminuido. Muy buen relato Cayetano.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, de niños parece que son más frecuentes. Al menos para mí también.
EliminarGracias y un abrazo, Conchi.
Quien fuera niño para curar en la noche la zozobra del día.
ResponderEliminarMe has hecho recordar algunos de los míos.
Salud, Cayetano
Cualquier tiempo pasado fue... anterior. Y no regresa.
EliminarUn saludo, Anna.
Una gran diferencia entre sueño y pesadillas.Las ultimas hace tiempo que no las tengo Será quizás porque medito antes de dormir
ResponderEliminarUn buen relato
Puede ser. Creo que de niño se tienen más pesadillas.
EliminarGracias, Recomenzar.
Saludos.
Eso es una de las cosas de la noche que me gustan: ¡¡que se pueden soñar tantas aventuras!!
ResponderEliminarBesos, Cayetano.
Besos
A veces son pesadillas. Si pudiera uno elegir.
EliminarUn abrazo, Myriam.