sábado, 13 de octubre de 2018

La venganza




—Tarzanes como tú… me los como yo a pares. Mucho cuerpo,  pero pocos huevos.  

Lo dijo de un tirón, sin inmutarse lo más mínimo, seguro del terreno que pisaba, ciertamente resbaladizo. Aquello fue un farol. Un titubeo en la voz, una mínima señal de que la bravuconada era una impostura y su sentencia de muerte se habría firmado; pero no: la amenaza salió contundente, creíble, con la expresión firme, la de un hombre que está acostumbrado a enfrentarse a matones como el que tenía delante.
Todo empezó aquella tarde cuando salió de casa dispuesto a lo que fuera.
Pepe Moreno, un joven de unos treinta años, flaco y de pelo largo, había perdido su trabajo. Debía abandonar el piso donde vivía de alquiler porque adeudaba seis meses. Y por si fuera poco, la chica con la que salía le había dejado por otro, sin mediar palabra, sin una mínima explicación, como si él fuera un trapo de usar y tirar. Y él, aquel día, marchó de casa a la desesperada. Con una determinación firme en su cabeza: ir a un conocido local de copas para montarle el pollo a su ex. Acababa de hablar por teléfono con Alex y se lo había chivado:

—Julia acaba de meterse en el Casablanca. La he visto en la puerta, haciendo cola. Iba con dos chicos y otra chica.

Y para allá se fue.
En la puerta del tugurio, un gorila de discoteca, un tipo cachas atiborrado de esteroides hasta las cejas, con los brazos cruzados y la cabeza rapada, iba eligiendo entre los que aguardaban para entrar quién pasaba y quién se quedaba fuera. Como un cancerbero caprichoso, decidía según le pareciera en cada momento quién ingresaba en aquel lugar y quién quedaba excluido del paraíso.

—Tú entras. Tú, no —. Decía mientras miraba despectivamente a uno que no llevaba calzado adecuado. Así, cuando Pepe Moreno se acercó a la entrada de aquel lugar —greñas rockeras, pantalón vaquero y zapatillas deportivas— con ademanes de pasar, el portero se le encaró y le soltó con media sonrisa que tenía mucho de mueca:

—Para el carro, tío. ¿Dónde te crees que vas? Aquí no se admite a gente como tú. Creo que te has equivocado de local. El concierto de Rosendo es dos calles más abajo. Aquí la gente es más fina. No puedes pasar.

Y luego, Pepe Moreno, armándose de valor,  le largó aquello, jugándose el tipo al encararse con el mastodonte aquel.
Y el gorila, desconcertado ante el reto,  le miró unos segundos dudando entre darle un puñetazo o hacerse el loco. Y optó por lo segundo e hizo como que no le había oído. Miró para otro lado, como para no ver que se colaba por la puerta. Y ojos que no ven…



Y Pepe se abrió camino entre un mar de gente guapa, chicos de gimnasio de pelo corto, chicas con las tetas recién puestas, maduritos interesantes de cabello engominado y mujeres maqueadas de rostro reconstruido, con esa expresión uniforme que las hacían clónicas, todas hermanas gemelas por obra y gracia del bisturí y de la silicona. Mientras, por las pantallas acústicas  atronaba la música house. Un ambiente, lo que se dice, de lo más pijo.
Y allí, al fondo, sentada en torno a una mesita baja con otras tres personas, estaba ella. Riéndose, entre copas,  con esa expresión suya tan cautivadora, pelo largo rubio, bonita, encantadora, con esos hoyuelos en las mejillas... Y Pepe notaba por momentos que se reblandecía, que estaba a punto de perder el papel de hombre decidido, capaz de enfrentarse a las situaciones más duras. Sentía que estaba en trance de claudicar, de renunciar a cantarle las cuarenta a la moza por aquel desplante sin explicación alguna, después de dos años de relación. Él no era un perro, que se pudiera abandonar en cualquier esquina, era una persona con sentimientos y no se merecía ese trato; pero notaba, según se iba acercando a la mesa, cómo se iba licuando por momentos, ablandando como la carne en leche, perdiendo fuerza y gas…

—Hola Julia. ¿Qué tal estás? —expresión suave, ojos tiernos, vocecita tenue—. ¿Tienes un momento?

Y ella, levantándose de mala gana hacia donde estaba él:

—¿Por qué me persigues? Déjame en paz.

Y Pepe:

—Me extrañó que no me dijeras nada. Después de todo este tiempo compartido. Irte sin una explicación. Creo que no me merezco ese trato.

Y ella:

—Ya somos mayorcitos como para que nadie cuestione si puedo o no andar sola por la vida, sin pedir permiso a nadie. Hace tiempo que no doy explicaciones por nada. ¿Lo entiendes?

Y él no lo entendía. O sí, pero a medias. Ser libre no estaba reñido con tener en cuenta a los demás, sus sentimientos y todo eso… Pero ella volvía a la carga:

—A ver si captas el mensaje. Lo nuestro se acabó. No hay nada que explicar. Tan solo que me he dado cuenta de que soy demasiada mujer  para un tipo como tú. ¿Lo entiendes?

Y, visto así, él claro que lo entendía… Se sentía humillado y roto, pero lo entendía. Lo suyo, lo que llegaron a compartir los dos, si es que alguna vez lo hubo, se había diluido como un azucarillo en un vaso de agua hasta desaparecer.

—¿Pasa algo, Julia? —preguntó alguien con tono desafiante desde el grupito de la mesa.
—No, nada. Pepe ya se iba.

Y Pepe, como un relámpago, retomó el ímpetu perdido, recuperando en un santiamén el tono de hombre enérgico y resuelto. Y, sintiendo la adrenalina circular por  sus arterias, con toda la furia del mundo, seguro y decidido, se dirigió  a la mesa y dijo al que intermedió por Julia:

—¿Y tú de qué vas, tío listo? ¿Quieres algo conmigo?

Y el otro se arrugó como un papel y prefirió no responder a la provocación. Y enseguida llegó alguien del local que invitó a Pepe a marcharse. Y mientras se iba de allí, todavía tuvo cuajo para decir en voz alta:

—Por las buenas soy muy bueno; pero por las malas, mejor no provocarme. Me voy. Vosotros podéis seguir con vuestra fiesta de niños pijos. ¡Ah! Se me olvidaba: Julia ronca cuando duerme y se tira pedos.

Relato registrado en Safe Creative, bajo licencia


24 comentarios:

  1. Jaaajjj, buen jugador de póker el tal Pepe. Claro que difícilmente ganaría la partida con su casero y su jefe. Esas son partidas para “millonarios”, y los pobres tienen vetado ese acceso salvo que sus tragaderas sean infinitas, y aún así!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No deja de ser un relato de ficción. En la vida real ya le habrían partido la cara.
      Un saludo, Emejota.

      Eliminar
  2. El cierre de esta historia trepidante es muy, pero muy bueno. Me la he pasado genial leyéndote. Definitivamente ese chico merece alguien que lo quiera bien (y no ronque ni se tire pedos, claro)

    Besotes

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, jejeje. Lo que no sé es cómo no le han partido la cara ya un par de veces. Se ve que tengo aprecio al personaje.
      Un abrazo, Myriam.

      Eliminar
  3. La venganza no siempre es del todo posible.

    Saludos,

    J.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Suele ocurrir más en la ficción. Es además más divertido.
      Un saludo, J.

      Eliminar
  4. O frecuentas estos ambientes o has leído mucha clase "B" pare llegar a estos diálogos. Lo cierto es que lo has clavado. Enhorabuena.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Paco. No hay mejor cosa que fijarte en cómo habla la gente. La frase es real, dicha por un macarra de barrio castizo, pero en otro contexto diferente.
      Un abrazo.

      Eliminar
  5. ¡¡¡Que pena de hombre!!! No sabía lo que ganaba al perder de vista a una mujer como esa. ¡¡¡Y será por mujeres!!! Que se ligue a unas cuantas, y ya habrá olvidado a la primera. Sin embargo, es mas sencillo el caer en una trampa del ego ofendido. En fin, es la historia de la Humanidad, así se armó la de Troya.

    Un saludo, Cayetano

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, jejeje. Como el personaje me cayó simpático le evité que en dos ocasiones le partieran la cara.
      Un saludo, Carlos.

      Eliminar
  6. Me he estado riendo un buen rato.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra saberlo. Para eso estamos los amigos. Jejeje.
      Un abrazo.

      Eliminar
  7. Me he divertido con Pepe y, no menos, con el escenario donde transcurre la acción, gorila incluido.

    Saludos, Cayetano

    ResponderEliminar
  8. Que "jodío" este Pepe. Qué vengativo!!
    Parecía un cuadro, se veía estupendamente la escena
    Besos, Cayetano

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un poco "joío" sí que era.
      Gracias, Arantza.
      Un saludo.

      Eliminar
  9. A veces el amor hace que sucedan cosas como estas...me refiero a que a él le gustaba los ronquidos de Julia :D. No quería compartirlos :D

    Saludos Cayetano

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A veces es muy imprecisa la delgada línea que separa el amor del odio.
      Un saludo, Manuel.

      Eliminar
  10. Hola Cayetano que venganza mas acertada, seguro que mas de uno se lo piensa antes de irse a la cama con la susodicha señorita.
    Hay cosas que no se perdonan en situaciones como esa.
    Un saludo
    Puri

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí. La venganza de un hombre despechado y maltratado (psicológicamente).
      Un saludo, Puri.

      Eliminar
  11. Estupendo relato, Cayetano, sobre una ley que se aprende en las cárceles. La mirada, no la fuerza ni el tamaño del individuo, son los que imponen respeto y miedo. La actitud del flaco Pepe Moreno cuyos ojos avisaban: “Cuidado conmigo”, fue la clave de que el mastodonte y el gallito se achantaran. Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Has dado en el clavo. La actitud puede más que la fuerza bruta aparente.
      Un saludo, Ana.

      Eliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.