Una novela de
Isabel Barceló Chico, autora del blog
Mujeres de Roma, estimada visitante y comentarista de esta casa.
La autora, que está inmersa ahora en otro proyecto narrativo sobre la fundación de Roma y en el que sus amigos blogueros participamos como personajes, inició con Dido, reina de Cartago un camino muy ocurrente, donde va construyendo una novela a partir de las entradas que van apareciendo cada poco en su blog.
Volviendo a la novela que nos ocupa hoy, ya en su contraportada se nos ofrece un anticipo:
“La reina Dido y un grupo de fieles huyeron de su patria, la fenicia ciudad de Tiro, para evitar una guerra civil. Comenzaría así una epopeya que les llevaría a recorrer el Mediterráneo buscando una nueva tierra donde asentarse y concluiría en el norte de África. Su vagar por los mares, las peripecias que acompañaron la fundación de Cartago y su encuentro con el troyano Eneas, nos sumergen en un historia en la que aventuras, pasión, amor y traición nos atrapan hasta el final.”
Los acontecimientos se van sucediendo según nos los van relatando los dos narradores principales, dos voces, dos enfoques sobre una misma historia. Imilce, la anciana fenicia que rememora y dicta sus recuerdos, apoyándose en la versión de Xilón, cronista de la reina, y Trailo, el poeta troyano que acompaña a Eneas en su gesta heroica, dos puntos de vista, dos estilos, dos maneras de narrar una misma historia. También dos lenguajes: el de una persona corriente y el de un poeta dado al exceso con florituras, exageraciones e intervención de los dioses en los hechos, al estilo de las epopeyas homéricas.
Una perspectiva doble para hablarnos de un mismo asunto, que dota a lo narrado de un mayor atractivo, pues permite que el lector saque sus propias conclusiones.
Se plantea así un tema importante: el de la objetividad y la subjetividad en la historia. Al igual que si hablamos de hechos recientes donde historiadores y periodistas tienden a posicionarse, a tomar partido (algo que nos hace dudar de su profesionalidad), aquí ocurre algo parecido. La historia oficial, con ese poeta que exagera intencionadamente los acontecimientos, se enfrenta con la historia narrada por una persona fenicia corriente, testigo de los hechos. Para Roma, Cartago, la sempiterna rival y enemiga por el control del Mediterráneo, es la “mala” en esta ocasión. La opinión de los cartagineses cobra aquí pues una gran importancia, porque ya sabemos que la historia que perdura siempre es la que cuentan los vencedores.
Si hemos de dar crédito al poeta troyano, en esta novela juegan un papel relevante los dioses. Son ellos los que hacen que el mar esté agitado o en calma, que soplen furiosos los vientos o que sean propicios para los navegantes, que haya distancia o que haya encuentro entre los protagonistas. Al igual que en el asedio de Troya, por afinidad con unos y enojo con otros, son ellos los que tejen una trama en la que los personajes, incapaces de elegir su destino, son atrapados irremediablemente. Nunca una manzana trajo tantas complicaciones a corto y medio plazo. (*)
Un tema importante es el mito del paraíso perdido, aunque también el viaje tiene algo de rito iniciático. Porque toda epopeya requiere de un viaje y para que este sea fructífero y sirva de aprendizaje, como decía Kavafis, ha de ser largo y lleno de experiencias. Dido huye de Tiro (Fenicia) para evitar males mayores a su pueblo y, tras mucho navegar, se encuentra con otro paraíso: Cartago. Aunque la meta anhelada resulte ser no un punto y seguido sino el punto y final para la protagonista. Dido, que supo mantener la cabeza fría cuando perdió a su marido, no es capaz de asimilar ahora el nuevo revés que le da la vida y es víctima de su propia pena.
Posibles guiños al lector:
Hay un personaje en la obra que me llama la atención. Me refiero a ese
Filón de Atenas que escapa de la turba vociferante y de sus pedradas. Me recuerda mucho, por su apariencia, su desvergüenza y su filosofía de la vida a
Diógenes, ese sabio descarado que con su tinaja habita en este humilde blog. Como él, no se abochorna por su desnudez ni reconoce a los poderosos, apátrida y ácrata, cínico e irreverente, crítico y deslenguado, desata con su elocuencia convincente un conato de revuelta entre los descontentos jóvenes de
Rodas.
Y ese
Yarbas, el rey de los libios... ¿A quién me recuerda con esos modales tan zafios y ese aire altanero y despreciativo? Solo le falta la
jaima para parecerse a
Gaddafi el beduino en sus buenos tiempos.
En resumen, una novela bien hecha y estructurada, amena, ágil y convincente, sencilla, pero que trata al lector con respeto a su inteligencia, a mitad de camino entre la crónica histórica y la ficción, que nos atrapa desde la primera página.
Realmente recomendable.
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(*) La manzana de la discordia. Origen de la guerra de Troya por el despecho de dos diosas.